Vaya por delante que este escrito
no debería tener razón de ser y que su existencia y motivo se basan en un
déficit preocupante que afecta a nuestra cultura democrática. Algunos, no
muchos y muy cerriles, de nuestros ciudadanos se sienten en posesión de dar y
quitar “licencias de palabra”. Con desparpajo y decisión se lanzan a las calles,
henchidos de no se que virtud que los demás ignoramos, para insultar,
dificultar, entorpecer y si hay suerte, impedir, que el representante de un
partido político legal tome la palabra en sus dominios y les lleve la
contraria.
Mal asunto este, la verdad. Ahora
han sido tres los partidos que, desde bases y naturalezas muy distintas, se han
llevado el colocón de ver sus actos entorpecidos por estos seres ungidos de
intransigencia y, debemos decirlo, muy pocas luces. Lo que deberían hacer, si
de verdad quieren que sus zonas de caza queden libres de esas presencias que tanto
les perturban, es invitarles a unos vinos, alfombrar sus calles de flores y
mandar vírgenes con ramos de flores que les recibieran extasiadas y encantadas
de contar con su presencia. En dos días, asunto resuelto.
Desde el otro lado, espejos que
devuelven la misma intransigencia, un iluminado enarbola la teoría de la provocación,
como si el libre ejercicio de la democracia en cualquier rincón de ese país pudiera
ser considerado provocación. Brillante la víctima del rechazo al comparar su
intento de ejercer la libertad que todos protegemos con la “provocadora”
exhibición de una minifalda a cargo de la víctima de una violación. Tampoco el genio
ha mostrado muchas luces al tildar de provocación un simple mitin electoral.
Duele tener que escribir sobre
esto y, además, tener que hacerlo en defensa de los que, hasta hace relativamente
poco tiempo, señoreaban los campus de las facultades exhibiendo símbolos
fascistas y apaleando a los mismos rojos que ahora defienden su derecho a
hablar para poner de manifiesto la cortedad de sus planteamientos, la insolidaridad
de sus apoyos a los más ricos y el abandono de los pobres. Bien está que todos
podamos saber lo que desean y los intereses que quieren proteger, no pasa nada.
Disfrutemos del privilegio de
asistir a la fiesta de la palabra en libertad, dejemos que cada quien cuente su
historia y votemos libremente por aquél que cada cual considere el mejor final
del cuento. Al fin y al cabo, todo lo que podamos construir, amar, matar y
destruir, empieza por ser nada más que una palabra cargada de acciones,
bondades y maldades. No nos confundamos al elegir nuestra palabra, por favor.
Se le atribuye a Voltaire erróneamente la famosa frase de: " No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo". Parece ser que fue de su biógrafa Evelyn Beatrice Hall en su libro "Los amigos de Voltaire". En cualquier caso me viene al pelo. Realmente en este país sufrimos de una muy baja calidad democrática. Sólo somos demócratas con los nuestros, con aquellos que piensan igual que nosotros, con los que nos identificamos y compartimos principios, ideas y pensamientos. Tratamos de imponer nuestros criterios y quien no los comparta no tienen derecho a nada. Es una amenaza constante y mucho más grave de lo que queremos reconocer. Mientras que no seamos capaces de respetar al adversario no nos respetaremos a nosotros mismos. La historia de este país marco 40 años de una dictadura de derechas, si el resultado de la Guerra Civil hubiese sido el contrario hubiésemos vivido una dictadura de izquierdas, ninguna de ellas han sido buenas para ningún pueblo, para ningún país. Tenemos mucho retraso en cultura democrática, pero estamos obligados como los malos estudiantes a recuperar cuanto antes esta asignatura. Defendamos con ahínco la libertad de nuestros semejantes, y con mayor ardor defendamos a los que se sitúan en la acera de enfrente, respetándolos a ellos nos respetamos a nosotros mismos y nos hacemos más y mejores demócratas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jorge
Completamente de acuerdo. Hay otra perversión añadida y se centra en el "si es que van provocando". Jamás el ejercer el derecho a hablar donde se quiera puede ser considerado como provocación. Bzs
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