domingo, 29 de septiembre de 2019

Post-Franquismo

Franco y la Iglesia: como en casa, en ningún lado


Hace tiempo que, entre mi grupo de comensales de los lunes, hablamos sobre la constante y todavía permanente presencia de un franquismo sociológico que no se ha disuelto en las aguas de la democracia. Hay un discurso que va calando desde años y que nos pinta la dictadura de Franco como un periodo de prosperidad, calma social y buen gobierno. Es inútil argumentar lo obvio cuando, por desgracia, nos llega otra vez el famoso discurso: no hay dato, estadística o hecho hiper demostrado que consiga cambiar el juicio de quien nos habla.
Ahora, cuando parece ser que, por fin, el dictador podrá ser desterrado de ese monumento al espanto que es el famoso Monasterio de Cuelgamuros, vuelven las voces a clamar por la traición, vuelven a pedir que se respete el cadáver y que no se “abran heridas”; las mismas heridas que sólo sanaron en los cuerpos y en las almas de los vencedores, que de los vencidos nadie tuvo cuidado ni a nadie preocupó su sanación. Jaime de Armiñan, en su película “Septiembre” introduce una escena que, a mi juicio, puede resumir muy bien la esencia de la situación: uno de los personajes -antiguos compañeros de colegio que se reúnen para una excursión 25 años después de dejar el colegio – le pega una bofetada llena de odio al fuerte del grupo y éste, muy sorprendido, le pregunta por la razón de esa bofetada, pues él jamás le ha hecho nada. El agresor, que reúne las características del débil de la clase, le contesta: “Los que abusabais de mí; los que me aterrorizabais y me pagabais, os habéis olvidado de mi miedo, pero yo no: yo me acuerdo de cada amenaza, de cada abuso y de cada golpe y hoy me he vengado”.
La transición, mas que cerrar, saltó sobre u obvió algunos temas pendientes que seguían presentes en muchas casas y en muchas familias; no quiso ver que era necesario restituir la calma de muchas personas que habían convivido con el miedo, sufriendo la venganza de los vencedores sin poder hacer nada; sabiendo que sus familiares habías sido asesinados y olvidados sin la posibilidad de hacer nada por sus cuerpos y por su memoria. Los había de toda clase y condición: desde labriegos hasta mandos, generales, oficiales y suboficiales del ejército que vieron sus hojas de servicio injuriadas por el calificativo de “traidor”, máximo deshonor de un militar.
Todo eso no se había lavado, no se había sanado y, por cierto, la Iglesia jamás ha movido un dedo para ayudar a solventar esa situación que ahora, mediante la gestión de un símbolo, puede empezar a solventarse. Todavía, hace un par de días, los obispos acusaban al gobierno de electoralismo cuando la resolución del parlamento y los intentos de este gobierno están vivos desde hace años.  
Los franquistas y su herencia siguen presentes en muchos usos y costumbres de nuestra sociedad actual, no debemos engañarnos ni dormirnos. España tiene dejes cuyas raíces se esconden en los usos y costumbres franquistas, de manera que, queriendo o sin querer, son muchos los que colaboran para que esa parte de la historia se nos vuelva a presentar ante la cara a la menor oportunidad. Son muchos los que colocan los actos desarrollados por unos y otros entre el 18 de Julio del 36 y el 1 de Abril del 39 en el mismo plano de moralidad y legalidad, por mucho que esto sea una herejía histórica: unos defendían el orden legal y otros lo subvirtieron, pero es como si eso se hubiera olvidado: Para ellos, es lo mismo.
Franco saldrá de Cuelgamuros, seguro, pero será igual: su legado de intransigencia, violencia, arbitrariedad, corrupción moral y despotismo seguirá vivo y tratando de que España vuelva, eternamente, a las cavernas.

sábado, 21 de septiembre de 2019

¿Queremos? ¿Podemos? ¡Debemos!



Hora punta en el centro de Amsterdam

Hace bastante tiempo que tengo muy claro que el ser humano hace, básicamente, aquello que quiere hacer y es capaz de generar miles de argumentos para excusar aquello que no hace. Viene esto a cuento de la corriente que crece en torno a la necesaria puesta en marcha de acciones encaminadas a mejorar la salud del planeta y evitar su completa destrucción; actuación que licha contra toneladas de sesudos y bien pagados papeles que tratan de convencernos de que la realidad que tenemos delante es, con toda seguridad, un trampantojo.
El viernes 20 de Septiembre de 2019, miles de manifestaciones en todo el mundo tratan de convencernos de dos cosas muy sencillas: Queremos y Podemos. Se han terminado -o deberían terminarse – las excusas y a esas dos realidades debemos sumar un tercer mandato inexorable: Debemos. Contra aquellos que tomaron las calles se van a levantar enormes cantidades de argumentos, ataques y calumnias, pero la realidad tangible de toda esa mierda que amenaza con ahogarnos a todos se va a imponer de forma inminente, sin duda. Miremos donde miremos o analicemos los datos que analicemos, la realidad se impone a la mentira, a la manipulación, la excusa o la pereza. La vergonzosa realidad de la que somos culpables mata animales, destruye hábitats enteros, llena los mares de plásticos y fertilizantes que ahogan las aguas con inmensas y aberrantes cantidades de algas y cambia el clima. Sin duda, sin resquicios  sin posible vuelta atrás de no tomar, de forma inmediata, todas las medidas que sabemos necesarias son importar el coste: nada podrá arreglar la ruina de nuestra casa si esta colapsa y no podemos ser tacaños en el gasto que su reparación necesita.
Debemos, queremos y podemos cambiar muchas cosas, desde los hábitos de movilidad hasta estar seguros de conseguir un modelo limpio y sostenible; debemos, queremos y podemos detener la emisión de gases invernadero lo ates posible poniendo en marcha energías alternativas que YA están disponibles y son posibles y adecuadas; debemos, queremos y podemos eliminar, con plena autoridad moral y poder de coerción, cualquier obstáculo, país, organización o estructura de poder que se oponga a la tarea común más importante que nunca haya ocupado a la humanidad toda.
No queremos, no debemos aunque, por desgracia, podemos seguir ciegos, inertes e indiferentes ante el completo desastre que amenaza al planeta y, sin embargo, las clases políticas - todas y en todos los países – valoran más los negocios y beneficios de hoy que la desgracia y completa ruina de un futuro cada vez más negro y cada vez más inminente; esa que herederán nuestros hijos y nuestros nietos por mucho que “el poder” trate de engañarlos, pero ellos no se dejan: saben que serán ellos los que tengan que vivir en el horror que les dejamos y reclaman que asumamos nuestro deber de evitarlo sin dilación.
Y el caso, la verdadera desgracia, es que tenemos el dinero, la tecnología, el poder y la posibilidad de poner en marcha las soluciones necesarias, pero no queremos: argumentamos, ponemos encima de la mesa la enorme repercusión económica de acabar con la economía del petróleo; los interesados invierten millones y millones en pagar estudios y expertos negacionistas para que hagan ilusionismo y juegos de manos con la realidad, pero lo que es obvio acabará imponiéndose de forma inexorable y será tarde, muy tarde. Ellos, los “ellos” de siempre morirán ricos y yacerán sobre los restos de un planeta muerto que verá su muerte con indiferencia para seguir evolucionando hacia nuevas eras en las que no sabemos que pasará. Solo sabemos que el hombre no estará sobre su atormentada superficie.
No quiero acabar de una forma tan negativa, de manera que abro una pequeña ventana a la esperanza y os invito a todos a sentaros, en plena hora punta de la mañana o la tarde, en una terraza del centro de Amsterdam. Veréis que no hay atascos y apenas algunos coches se mueven por las grandes avenidas casi vacías mientras un río de silenciosas bicicletas se traslada con eficacia y normalidad llevando a todos, mayores y pequeños, a sus destinos de una forma limpia y segura. Hoy, con las posibilidades que ofrecen las bicicletas eléctricas, ya no hay cuestas y si volvéis a esa maravillosa ciudad en pleno invierno, veréis la misma fotografía, pero nevada, con sus canales helados y un viento gélido, feroz, y con las mismas gentes pedaleando saludables y tranquilos camino del trabajo, de casa o de una reunión de amigos. Ellos no ponen excusas, no argumentan: simplemente, lo hacen y hace más frío, llueve muchísimo más y el viento, os aseguro, es helador, pero ya lo han asumido.
Y les va bien. Mejor dicho: les va genial.


jueves, 12 de septiembre de 2019

Luz y materia




Me pongo a escribir más que nada por inercia y un poco por costumbre y, como muchas veces, me agarro a la primera idea que aterriza sobre le teclado en el momento de ponerle nombre a la cosa y que, además, ayuda a poner de manifiesto que, de ven cuando, somos capaces de cosas buenas muy alejadas de la miseria cotidiana. En un repaso de la presa -de toda la prensa – me detengo en una noticia del ABC que me retrotae a los tiempos del bachillerato y la famosa expresión de las clases de ciencias”despejamos y…”:
"Se trata de una demostración pura de la famosa ecuación de Einstein que relaciona la energía y la masa: E = mc2, que nos dice cuánta energía se produce cuando la materia se convierte en energía", explica el investigador principal y profesor de física Steven Rose. "Lo que estamos haciendo es lo mismo pero al revés: convertir la energía del fotón en masa, es decir, m = E / c2".
Pues eso, que despejando despejando, unos chicos bastante listos están a punto de ver si pueden hacer realidad una idea de hace80 años y que, con los conocimientos de hoy, podría darnos pistas de esos primeros instantes del universo en los que la materia empezaba ser una realidad y ponía tropezones en desestructurada la sopa cósmica en la que, antes de eso, nada era ni podíamos encontrar masas o materias, solo potencia de lo que acabaría siendo nuestro universo.
Me gusta saber que, en medio de todo el fárrago de incoherencias políticas, económicas y sociales, hay algunos seres humanos entregados a lo que, desde siempre, ha conformado la base de nuestra inquietud intelectual: el conocimiento de lo más cercano; el saber las causas y los “por qué” de lo mas simple y ala vez, lo más ignorado. Mientras los tierraplanistas y antivacunas tiran de nosotros hacia la bestialización de la especie, otros, los mejores, tratan de iluminar las zonas oscuras de nuestro conocimiento.
Mientras escribo, una imagen se adueña de mi cabeza: un sabio en el laboratorio exclama contento: “Con esto, por fin, se acabarán los problemas del indo” mientras al fondo el mundo explota y se desintegra comido por la polución y la guerra”. Me temo que estamos tan cerca de lo uno como de lo otro. O escogemos bien, o la liamos.

domingo, 8 de septiembre de 2019

7.500 años ha

Reconstrucción de ÇATALHÖYÜK , una de las primeras ciudades


Anda servidora dando vueltas a la cabeza pensando -de vez en cuando no es malo- en cómo el ser humano se mantiene aferrado al modelo de agregación social que forma la ciudad y que, según nos dice la historia, surge hace unos 7.500 años en Mesopotamia como consecuencia del desarrollo de las técnicas agrícolas. Desde entonces hasta ahora, la cosa se ha mantenido bajo el mismo modelo, que es, en su más simple expresión, como podemos estar juntos gracias a que hay comida para todos, podemos hacer muchas cosas que, de otra forma, serían imposibles. Bien, pues ese “juntémonos” ha dado lugar a algo tan asombroso como la conurbación china creada en torno a Pekín, área que alberga a 120 millones de personas.
Si Protágoras de Abdera tenía razón al decir que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que nos son”, debemos estar de acuerdo en que algo se nos ha ido de las manos y que nuestra especie no está biológicamente adaptada a estas medidas. Somos, básicamente, una especie de oportunistas que ha pasado de buscar carroñas y bayas recorriendo enormes áreas de sustentación a una pandemia global que destruye todo el espacio que le rodea y cuya nefasta influencia llega incluso mucho más allá de donde localiza su presencia física.
Cambiamos los grandes espacios por habitáculos hacinados donde las enfermedades corrían como la pólvora y en donde nuestra existencia se veía constantemente amenazada por la meteorología y el clima: nuestros niños morían más y mejor, la violencia se adueñó de las normas sociales y la guerra, la muerte y la dominación gobernaron nuestro mundo hasta nuestros días.
Pienso en estas cosas al comprobar cómo las actuales tendencias en Europa tratan de dar marcha a tras en el modelo urbano y potenciar aquellos hábitos que nos puedan ayudar a la medida del hombre, a su velocidad, a su ritmo, a su actividad física y a un modelo de movilidad que no rinde pleitesía a su majestad el coche. Es cierto que al coche le debemos mucho, pero no es menos cierto que hemos pagado un precio muy alto por sus servicios. Le entregamos las ciudades, le dejamos envenenar nuestros cielos, dejamos que gobernara nuestro destino y ahora nos damos cuenta de que la factura pagada empieza a ser ruinosa y queremos renegociar el acuerdo.
Nuestras ciudades quieren -empiezan a querer – ser más humanas: queremos silencio, necesitamos aire limpio, queremos reconocer nuestros ambientes como propios y como humanos; queremos que el ritmo sea el que nuestros cuerpos pueden sostener y armonizar; queremos, en definitiva, volver a ser la medida de nuestro mundo y no vernos arrollados por el exceso. Disfrutamos -algunos – de volver a llevar una bolsa para cargar las compras y no depender de plásticos y envases cuya huella en el medio ambiente es indeleble y nociva y lenta, muy lentamente, la organización política empieza a darse cuenta de que hay que fomentar ese retorno y enfrentarse al problema de sustituir la gallina de los huevos de oro por… ¿Por qué podemos sustituir la inmensa fuente de dinero que depende del petróleo y de los motores de combustión interna? Esa, y no otra, es la gran pregunta de nuestros días, sin duda.
Mientras algunos ya hemos abrazado un futuro de movilidad sostenible y nos entregamos al sueño de disfrutar las distancias al ritmo de un suave y electrificado pedaleo, la macroeconomía busca, sin encontrar, el recambio que nos permita mantener el modelo de crecimiento económico que requiere el capitalismo que nos gobierna a todos. Ellos buscan el remplazo y yo busco respuesta a lo que me ronda por la cabeza mientras paseo a mi perro por el campo: ¿Es que no hay reemplazo para un modelo que ya tiene 7.500 años de vida? ¿Es posible que tengamos tan poca creatividad como especie? Todo parece indicar que sí, que somos bastante planos ante el brillo del dinero.