Hora punta en el centro de Amsterdam
Hace bastante tiempo que tengo muy claro que el ser humano
hace, básicamente, aquello que quiere hacer y es capaz de generar miles de argumentos
para excusar aquello que no hace. Viene esto a cuento de la corriente que crece
en torno a la necesaria puesta en marcha de acciones encaminadas a mejorar la salud
del planeta y evitar su completa destrucción; actuación que licha contra
toneladas de sesudos y bien pagados papeles que tratan de convencernos de que
la realidad que tenemos delante es, con toda seguridad, un trampantojo.
El viernes 20 de Septiembre de 2019, miles de
manifestaciones en todo el mundo tratan de convencernos de dos cosas muy
sencillas: Queremos y Podemos. Se han terminado -o deberían terminarse – las excusas
y a esas dos realidades debemos sumar un tercer mandato inexorable: Debemos.
Contra aquellos que tomaron las calles se van a levantar enormes cantidades de
argumentos, ataques y calumnias, pero la realidad tangible de toda esa mierda
que amenaza con ahogarnos a todos se va a imponer de forma inminente, sin duda.
Miremos donde miremos o analicemos los datos que analicemos, la realidad se
impone a la mentira, a la manipulación, la excusa o la pereza. La vergonzosa
realidad de la que somos culpables mata animales, destruye hábitats enteros,
llena los mares de plásticos y fertilizantes que ahogan las aguas con inmensas
y aberrantes cantidades de algas y cambia el clima. Sin duda, sin resquicios sin posible vuelta atrás de no tomar, de forma
inmediata, todas las medidas que sabemos necesarias son importar el coste: nada
podrá arreglar la ruina de nuestra casa si esta colapsa y no podemos ser
tacaños en el gasto que su reparación necesita.
Debemos, queremos y podemos cambiar
muchas cosas, desde los hábitos de movilidad hasta estar seguros de conseguir
un modelo limpio y sostenible; debemos, queremos y podemos detener la emisión
de gases invernadero lo ates posible poniendo en marcha energías alternativas
que YA están disponibles y son posibles y adecuadas; debemos, queremos y
podemos eliminar, con plena autoridad moral y poder de coerción, cualquier
obstáculo, país, organización o estructura de poder que se oponga a la tarea común
más importante que nunca haya ocupado a la humanidad toda.
No queremos, no debemos aunque, por desgracia, podemos
seguir ciegos, inertes e indiferentes ante el completo desastre que amenaza al
planeta y, sin embargo, las clases políticas - todas y en todos los países – valoran
más los negocios y beneficios de hoy que la desgracia y completa ruina de un
futuro cada vez más negro y cada vez más inminente; esa que herederán nuestros
hijos y nuestros nietos por mucho que “el poder” trate de engañarlos, pero
ellos no se dejan: saben que serán ellos los que tengan que vivir en el horror
que les dejamos y reclaman que asumamos nuestro deber de evitarlo sin dilación.
Y el caso, la verdadera desgracia, es que tenemos el dinero,
la tecnología, el poder y la posibilidad de poner en marcha las soluciones
necesarias, pero no queremos: argumentamos, ponemos encima de la mesa la enorme
repercusión económica de acabar con la economía del petróleo; los interesados
invierten millones y millones en pagar estudios y expertos negacionistas para
que hagan ilusionismo y juegos de manos con la realidad, pero lo que es obvio
acabará imponiéndose de forma inexorable y será tarde, muy tarde. Ellos, los “ellos”
de siempre morirán ricos y yacerán sobre los restos de un planeta muerto que
verá su muerte con indiferencia para seguir evolucionando hacia nuevas eras en
las que no sabemos que pasará. Solo sabemos que el hombre no estará sobre su
atormentada superficie.
No quiero acabar de una forma tan negativa, de manera que
abro una pequeña ventana a la esperanza y os invito a todos a sentaros, en
plena hora punta de la mañana o la tarde, en una terraza del centro de Amsterdam.
Veréis que no hay atascos y apenas algunos coches se mueven por las grandes
avenidas casi vacías mientras un río de silenciosas bicicletas se traslada con
eficacia y normalidad llevando a todos, mayores y pequeños, a sus destinos de
una forma limpia y segura. Hoy, con las posibilidades que ofrecen las
bicicletas eléctricas, ya no hay cuestas y si volvéis a esa maravillosa ciudad
en pleno invierno, veréis la misma fotografía, pero nevada, con sus canales
helados y un viento gélido, feroz, y con las mismas gentes pedaleando
saludables y tranquilos camino del trabajo, de casa o de una reunión de amigos.
Ellos no ponen excusas, no argumentan: simplemente, lo hacen y hace más frío,
llueve muchísimo más y el viento, os aseguro, es helador, pero ya lo han
asumido.
Y les va bien. Mejor dicho: les va genial.
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