viernes, 9 de diciembre de 2016

CRIANDO MONSTRUOS

Al cartel le falta la indicación 
"MAL EDUCADOS"


Las señales se dejan ver desde hace tiempo sin que nadie, al parecer, quiera profundizar en el significado y en las nefastas consecuencias que anuncian. En los últimos veinte años los niños y los adolescentes de este país parecen haber perdido el norte y cada día, con más frecuencia, sus actos y sus desvaríos ocupan titulares de prensa que llaman poderosamente la atención. Curiosamente, la mayoría de los textos que desarrollan los titulares cargan la mano pidiendo medidas que afectan a muchas áreas de la vida social y colectiva, pero pocos, demasiado pocos, dirigen sus reclamaciones y sus demandas hacia el principal núcleo de socialización de esos adolescentes sin rumbo: Los padres.

Hace poco, demasiado poco, una niña fallecía por una intoxicación etílica con trece años con el agravante, impensable, de que no era ni la primera ni la segunda vez que había tenido episodios de borracheras con el pleno conocimiento de sus padres. Si inacción al respecto, su comprensión, su aceptación de un hecho tan nefasto y tan perjudicial para la vida de su hija es, desde mi punto de vista, un hecho doloso que debería ser considerado como tal a la hora de buscar causas y responsabilidades. Lo malo es que, a esa edad, a los trece o quince años, el daño ya está hecho y el proceso educativo y de socialización ha alcanzado un estado en el que las bases del error se han consolidado demasiado. 

El proceso educativo empieza en los primeros meses de vida del niño, esos en los que empieza a d¡saber que hay determinadas normas de comportamiento básico que deben cumplirse para obtener las recompensas normales de la vida en ese estado: atención, afectividad, juego, cariño, comida, satisfacción etc, algo muy básico cuya consolidación e interiorización demanda una atención y una lucha constante que, según muchos hemos comprobado, requiere un esfuerzo permanente y diario. Todos sabemos lo pesado y lo frustrante que es recordar todos los días exactamente las mismas normas, esa sensación de “este niño no se entera” que da paso a “este niño es un enemigo mortal que se entera perfectamente y me busca las debilidades con la frialdad de un asesino psicópata”. Por  mucho que autores y corrientes nos hablen de las bondades de la infancia, no se nos debe olvidar que la tendencia natural del niño, y de todo organismo inteligente, es la de hacer su santa voluntad de forma inmediata e ineludible y que, si esa tendencia choca con la norma establecida, lucha a muerte contra ella.

Los padres tienen el máximo poder sobre un niño de dos años y, sin embargo, hace tiempo que se oyen cantilenas del estilo “no sé que hacer con él”, “me puede, no consigo que me obedezca”, “si le digo que no, me la monta hasta que lo consigue” y frases parecidas que revelan la rendición parental de una forma flagrante ante la que se debería reaccionar y pedir ayuda para buscar los métodos adecuados que impidan la continuación de esa deriva que lleva, de forma directa, al fracaso educativo.

La situación es grave y los padres que luchan lo hacen solos y contra la corriente dominante; pelean no sólo contra sus hijos, lo hacen contra la dejadez de la mayoría de los padres que se han rendido y que dejan, como ejemplo, que sus hijas de 13 años lleguen borrachas a casa “porque es normal”. No, no es normal, lo normal es que una niña de 13 años tenga horarios, premios y castigos, cumpla unas reglas o se enfrente a consecuencias que no desea; lo normal es que los apdres sepan y se preocupen por las actividades que desarrollan sus hijos, dónde, cómo y con quien y eso, como podemos confirmar todos los que hemos tenido que hacerlo, es una tarea ímproba, ingrata y agotadora, pero es lo que nos toca hacer a los padres. Tan normal es que un niño intente burlar la norma como que, si es sorprendido haciéndolo, se le caiga el pelo en forma de castigo automático  y eso es así porque nuestra sociedad se ha estructurado conforme a esos códigos de conducta: el que la hace, la paga. Así de sencillo y así de simple.

Los profesores se encuentran desvalidos, los apdres no aceptan que su hijo sea castigado; los mandan en un estado educativo próximo al salvajismo; no saben usar cubiertos en la mesa, no aceptan la frustración generada por los deseos insatisfechos; rechazan las reglas colectivas sabiendo que no van a tener castigo y que, lejos de reforzar la labor del profesor, sus padres le darán todo aquello que el niño solicite con tal de no aguantar la bronca en casa. 

La Guardia Civil avisa de las normas de uso de los móviles, la edad en la que un niño puede acceder a tan preciado bien; las aplicaciones que puede o no puede usar y…ni caso, oiga Vd. Y los adultos, lógicamente, se defienden de esas hordas de salvajes asilvestrados buscando espacios en los que poder comer tranquilos sin que una manada de enloquecidos destrocen el ambiente con sus gritos, lloros y demostraciones d mala educación. ¿A quién le extraña? A mi no, desde luego. Creo que todos disfrutamos de la compañía de niños y adolescentes bien educados y nos ponen los pelos de punta las broncas y groserías, cada vez más habituales, a las que nos vemos sometidos sin que podamos hacer nada para evitarlo.

Antes de que tenga que intervenir la sociedad y todo su aparataje legal y coercitivo, mucho antes de todo eso, están los padres y el ejercicio, obligado, de su responsabilidad. Todos los que andamos metidos en redes sociales hemos visto los cuidados carteles que no recuerdan las normas básicas: “en casa se aprende a…en la escuela se aprende a…”, separando muy bien los objetivos educativos de cada ámbito formativo. Y ese recordatorio existe porque en el primer espacio los ejércitos se han rendido y buscan, en la escuela, los logros que ellos no son capaces de alcanzar trabajando, cada día, para lograrlo. Si en casa no se educa, la sociedad sólo tiene un espacio de actuación: la acción legal y sus pertinentes sanciones y el rechazo. Es simple, es duro, pero es real como la vida misma, lo siento.

Estamos generando monstruos asociales y eso es grave, pues una sociedad que debe defenderse de sus niños y de sus adolescentes es una sociedad enferma; una sociedad en proceso de desestructuración que no augura nada bueno para los años venideros. Nadie pide pasar un examen para obtener el “carnet de padre”, se espera de cada uno de ellos el ejercicio de responsabilidad que ahora se abandona y sigue esa peligrosa corriente basada en “que me lo haga/resuelva el …¿estado? ¿colegio? ¿ayuntamiento? ¿policía?” No, a tus hijos los educas tú. A tus hijos los educa la convivencia en familia que vela por la aceptación de los usos y normas sociales de la buena educación, la antiquísima y olvidada “urbanidad”, esa que nos enseñaba a dar los buenos días, dejar el asiento del autobús a las embarazadas y a los ancianos - por cierto: nadie lo hace ya y cuando el que esto forma se levanta y le deja el asiento a alguien más necesitado que él, las caras del colectivo son de museo - tratar a los demás de forma agradable y cordial y demás componentes de la larga lista que automatizamos convenientemente. Todo eso se ha abandonado y las consecuencias se empiezan a notar.

En pocos años veremos alcohólicos de poco más de veinte años, colectivos de “ninis” absolutamente perdidos que no saben qué hacer con sus vidas sin olvidarnos de lo que ya empieza a ser una plaga de acoso escolar, abusos sexuales originados por el uso incontrolado de redes sociales en móviles y ordenadores; consolidación de tendencias nefastas como borracheras, descontrol de horarios y espacios sociales de más que dudosa conveniencia etc.
Estamos creando una sociedad desestructurada, agresiva, mal educada y patológica por no actuar allí donde empieza la construcción de todo lo importante: la infancia. Y en esa etapa la influencia decisiva, la que es responsable de casi todo lo que vendrá luego, las figuras centrales se concentran en el núcleo familiar. Si eso falla, falla todo. 

Padres: nadie puede hacer lo que a vosotros corresponde, así que menos vagancia y más pelea con esos monstruos bajitos que deben convertirse en ciudadanos, que ya sabemos que es jodido, pero es lo que os toca. Así de simple: no miréis hacia otro lado esperando ayudas desde otros colectivos, que vosotros lo habéis elegido y el control de sus vidas sólo puede ser vuestro. Lo demás, echar balones fuera. A ponerse las pilas.


martes, 6 de diciembre de 2016

España entregada a la inmoralidad

Rafael Catalá, ministro de Justicia ha decidido, por su cuenta y riesgo, dejar claro que España es un país amoral en el que la ética se ha marginado hasta espacios inconcebibles en otros sistemas democráticos. Según él, “La responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas”, así, sin anestesia, sin avisar y como diría el castizo, “con dos cojones”. La declaración es funesta, pero más funestos aún son los escondidos arcanos que alberga tal afirmación. Aviso: me es igual el partido al que pertenece el interfecto, así que me fijaré en el fuero y no en el corral al que pertenece la gallina que ha puesto este huevo.
España se ha entregado al absurdo y lo que la afirmación desvela es que tenemos mal arreglo. Nos dejamos llevar hacia un horizonte de corrupción en el que lo que cuenta es participar, pillar sin freno esperando que la masa esconda nuestra participación y que no seamos uno de los pringaos a los que les tocará “comerse el marrón”. Si todos participamos y votamos adecuadamente, seremos absueltos de las responsabilidades políticas de un sistema que se encamina a la práctica generalizada de actuaciones inmorales validadas por la masa de los votos. Si todos participamos, la cosa sale bien para todos y si la mala suerte nos hace pasar una temporadita a la sombra, no hay problemas: el sistema velará y ya nos rengancharemos a la vuelta.
Las urnas lo lavan todo, todo vale si “los nuestros” son muchos más que los otros y nos aseguran la oportuna mayoría. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Somos todos tontos o demasiado listos? Ante mi asombro y escándalo, el ministro no ha tenido que afrontar la repudia masiva de la prensa o de los partidos; no ha pasado nada y el que ha lanzado tal torpedo a la línea del sistema y de la ética no ha tenido que ponerse colorado ante la opinión pública o publicada, no ha tenido consecuencia ninguna y todo sigue como si tal cosa.
Este ministro le ha dado la razón a Jesús Gil en un homenaje post mortem que le exonera y bendice en su oscura trayectoria como alcalde de Marbella: los votos le perdonaron, le encumbraron y consolidaron un sistema de corrupción generalizada cuyas consecuencias seguimos pagando, pero…los ciudadanos le perdonaron con sus votos.
Estoy sencillamente harto, estragado, asqueado de estos personajes que pervierten el lenguaje y las ideas  consiguiendo que todo el sistema se olvide del rigor ético exigible a los políticos. España se entrega a su historia de compadreos y corruptelas, bendice el origen de una concepción social en la que el individuo, maltratado por el sistema a lo largo de siglos de ineptitud – por favor, no se olviden de repasar a Quevedo de cuando en cuando – de sus gobernantes, se busca la vida de espaldas y contra los gestores de la cosa pública. Nos condiciona una historia de nefastos gobernantes, validos de peores monarcas, que nos ha hecho polvo y que nos condena a perder el tren del futuro. La “res pública” la romana “cosa pública” se ve maltratada y pervertida por estos tales que así conducen la moral de todos hacia la insolidaridad, la inmoralidad y la consagración de la mentira.
España, como dice un amigo mío, vivió al margen de las revoluciones y el problema es ése: no sólo no llegó la revolución industrial, es que no nos rozó la revolución calvinista y así nos va. Nuestra historia se ha entregado a los caciquismos, a la búsqueda de espacios individuales al margen del común, por encima o al lado, que a nosotros, “hijos de nuestro padre” nadie tiene que decirnos qué se puede o no se puede hacer, que las normas son “para los otros”, los pobres pardillos que no saben buscarse la vida al margen y contra las normas que a todos deberían gobernarnos.
La idea de que tales comportamientos nos hieren a todos permanece ajena a la concepción vital del español: consagramos a folclóricas corruptas en el altar del victimismo y la conmiseración; las estrellas del fútbol, sacrosanta catedral de irracionalidad, se permiten hacer mangas y capirotes con sus obligaciones fiscales recibiendo baños de masas y perdones de los aficionados que pagan sus elevadas nóminas mientras apoquinan, como cabrones, sus cuotas del IRPF y demás impuestos, solo válidos para los “comunes mortales” que no saben levantar pasiones pateando pelotas y llevando a sus clubes a la gloria y a los aficionados, al éxtasis de su majestad el gol. Los campos deberían ser un concierto de repulsa y rechazo, pero eso no pasa ni pasará nada: ¿Mesi, Ronaldo y demás bajo el imperio de la ley de los comunes? ¿Es que no me doy cuenta de que ellos son “distintos”, “especiales”, “geniales” y..? ¿Es que soy tonto? Debo serlo, pero las masas bendicen las declaraciones que inician esta reflexión: no hay norma ética por encima de la divina bendición de las masas, de los aplausos, de las urnas y los votos. Vox pópuli, vox dei


Mal pronóstico para un país en manos de inmorales, lo siento.

domingo, 6 de noviembre de 2016

El pisito


Anda el patio revolucionado por la compra y venta de un pisito de protección oficial que ha conseguido organizar a los muchos corifeos que dirigen a los fieles vocalistas, siempre prestos a rasgarse las vestiduras y mesarse los cabellos. Vaya por delante que no defiendo al protagonista de la acción que tanta indignación ha generado, pero creo, sinceramente, que una vez más España atiende al huevo olvidando el fuero y sigue sin atender a las raíces y razones que han permitido una acción tan habitual como repetida en los últimos años.
Curioso que tanto ruido mediático se contraste con el silencio de plomo que rodea el escandalazo de la venta de las viviendas municipales realizada por la administración municipal de Ana Botella, que va camino de los tribunales para convertirse en un caso muy divertido con ramificaciones familiares incluidas. Tampoco se ha dicho casi nada sobre los posibles pufos de la empresa familiar de una nueva ministra ni de los revolcones legales de otro ministro implicado en no sé qué mejunjes inmobiliarios. De Cospedal mejor no iniciar comentario alguno, que necesita mucho más tiempo, dedicación y extensión de lo que tengo en mente escribir hoy. Sólo con su paso por Castilla la Mancha habría para escribir tomos enteros sin tener en cuenta el magnífico y brillante momento chorra del “despido en diferido” o los tratamientos informáticos a base de martillazos. Verdaderamente, la chica da para mucho y mejor dejarlo ahí, que me quiero centrar en la idiosincrasia patria y nuestra tendencia al enchufismo, al amiguismo y al compadreo.
Heredamos, como buenos latinos, los vicios y maneras del clientelazgo romano, aquél que obligaba al poderoso a favorecer al protegido a cambio de su obediencia y su adscripción política y que acabó dando lugar a una figura puramente autóctona que supimos exportar a nuestras colonias americanas: el caciquismo. De aquellos polvos vienen estos lodos que todos, con mayor o menor alegría, explotamos como podemos para favorecer nuestros intereses. Yo mismo me vi favorecido por un “enchufe” para poder entrar como alumno en el instituto que me correspondía, como casi todos los que allí formábamos para entrar en las aulas.
El caso que nos ocupa parte de un vicio del que nadie ha hablado suficientemente y que, de no evitarse, seguirá generando conductas similares: ¿Por qué una promoción de viviendas de protección oficial destina el 15% de las mismas a ventas de “libre designación”? ¿Es que estamos tontos? ¿Es que no está claro que todas y cada una de esas viviendas van a acabar en manos de los mejor “enchufados”? ¿Nadie ha hecho la lista de los agraciados por el resto de las viviendas así clasificadas en la misma promoción y las razones de su suerte? Yo no la conozco, pero sería curioso conocer los nombres y sus diversas relaciones con los promotores y sus bancos, con los constructores y demás implicados directamente en la gestión de esa promoción. No, la cosa nace podrida porque TODOS, promotores y administraciones bendicen, de partida, la asignación a dedo reservada a “compromisos”. ¿Qué tipo de compromisos? La categoría es amplia y va desde la devolución de favores, relaciones familiares y comerciales o manejos políticos que pueden afectar a cualquiera, que ya hemos visto de todo.
España es un país de corruptelas y me gustaría que los que tanto ruido hacen y tanta indignación demuestran tuvieran el mismo criterio ético a la hora de evaluar el origen de grandes fortunas que, hoy en manos de miembros activos del PP, se generaron con el extraperlo franquista, corruptelas inmobiliarias, emisoras de radio destinadas a ensalzar las bondades del régimen y un largo etcétera de actividades absolutamente inmorales hoy olvidadas gracias al bálsamo del tiempo y, fundamentalmente, del dinero, que ya nos advertía el genial Quevedo sobre sus bondades:
Nace en las Indias honrado, 
Donde el mundo le acompaña; 
Viene a morir en España, 
Y es en Génova enterrado. 
Y pues quien le trae al lado 
Es hermoso, aunque sea fiero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es don Dinero.

No me gusta la acción del lapidado, pero lo que si me gustaría realmente es que el criterio ético del país se elevara de forma sustancial para que, ejemplarizados por lo que pasa en otras democracias, consiguiéramos separar lo legal de lo moral y que todos nuestros políticos desfilaran al son de una misma partitura ética que les obligara a todos. Si eso fuera posible otro gallo nos cantaría y los cuadros de la política nacional se adelgazarían gracias al desfile vergonzante de “beneficiarios a título lucrativo”, no juzgados por “defectos de forma cuyo fondo está podrido” y una larga fila de embutidos ensortijados larga como la noche que envuelve nuestra política.

Vale, su papá lo enchufó, pero creo que el objetivo que debemos platearnos es el de trabajar todos para tratar de eliminar la posibilidad de que todos los padres puedan hacer valer su posición para favorecer a los unos en detrimento de los muchos. Simplemente, con algo tan pequeño, este país cambiaría mucho y lo haría para bien. Y a los corifeos, decirles que dirijan a sus fieles cantores a dar serenatas bajo todos los balcones y a todos dar el mismo mensaje, que, si es bueno para unos, todavía es mejor para los otros y también necesitan oír la música que les avergüence.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Lo trajo la niebla


No era un buen día y lo sabía. El despertador había interrumpido un sueño profundo y espeso que dio lugar a un sobresalto que presagiaba lo peor a la vez que el ruido de las gotas en el tejado le anunciaba un camino lento, de tráfico espeso como un río de lodo que no llegaba a ningún destino. Puso el café y se encaminó a la ducha con ánimo negro y la esperanza de que el agua caliente se llevara parte de los funestos augurios que dominaban su espíritu en un jueves tan absurdo como todos los jueves, ese día de la semana que ya nos deja la huella del cansancio extremo sin aventurar siquiera la fresca esperanza que llega con los viernes, por mucho que la experiencia nos diga que el fin de semana tampoco será nada del otro mundo y seguiremos dominados por la rutina de unas vidas prefabricadas que circulan por el camino de lo prestablecido.
El vapor del agua caliente, por fortuna, había empañado el espejo y por lo menos, se libró de la contemplación de sí mismo; ese desconocido que, desde hace unos años, se encontraba con él por las mañanas sin que, día tras día, pudiera reconocerse en ese ser que le saludaba al otro lado. ¿Es posible que ese espantajo sea yo mismo? Desde hacía tiempo era consciente de esa especie de esquizofrenia en la que discurría su vida como si, en realidad, fueran dos: la que él sentía como resultado de su subjetividad, joven, dispuesta y sin la huella del tiempo y las comidas en su cuerpo y la otra, la que le gritaba que la verdad pertenecía a lo que el mundo veía de él y de su realidad, constituida por las décadas pasadas, el trabajo de oficina y la claridad de las huellas del tiempo impresas en cada punto de su cuerpo. Por lo menos, hoy no me encuentro con él, pensaba al salir del cuarto de baño envuelto en albornoz camino del café caliente mientras la casa permanecía en el pesado silencio del último sueño.
El resto fue lo de siempre: vestirse en silencio y con cuidado, asegurarse de que llevaba el teléfono móvil con la batería cargada, echar un ojo a los mails de la oficina, borrar los publicitarios que le acosaban con ofertas que ya ni veía, y encaminarse hacia el coche arrastrando el tedio de un día más que nada aportaría a su carrera profesional, en la que sólo aspiraba a un languidecer placentero haciendo lo que siempre había hecho y lo que nadie parecía valorar, ni siquiera él mismo. El motor del coche se puso en marcha mientras los parabrisas limpiaban el agua del otoño – ya no hacía caso de esos campos cercanos a su casa que tanto se alegraban de la novedad tras el estío de un verano de horno – se puso el cinturón de seguridad y encendió la radio para confirmar lo que ya sabía de antemano. Follones políticos, crisis mundial, calentamiento global, el penúltimo caso de corrupción de éstos y de aquellos y nada. Como siempre, nada nuevo que rompiera el ruidoso silencio de una monotonía instalada en el absurdo a la que ya no le apetecía prestar atención ni para enfadarse; no valía la pena seguir peleando por una indignación que nada le reportaba.
A veces, tenía la sensación de ser el único que se daba cuenta de que aquello no podía mantenerse sin terminar en un desastre global y cada vez más violento. Le parecía imposible que todo ese caudal de errores -inmensos, enormes, magníficos y absurdos errores – no tuvieran consecuencia alguna. Era como si nada de lo que constituía la realidad pudiera tener consecuencias en ese pequeño universo del país, como si nada fuera real o tuviera el suficiente peso como para terminar de hacer descarrilar ese tren marchando hacia el caos absoluto que lo devoraría todo un día. Más tarde o más temprano, ese final apocalíptico tendría que tomar forma y dominarlo todo, pero él ya se había retirado; ya no hacía nada y, sobre todo, no comentaba nada harto de que sus conocidos, lejanos o cercanos, rechazaran de plano la visión que el trataba de trasladarles con meridiana claridad.  Unos y otros argumentaban como imágenes simétricas de una visión confundida dominada por los discursos particulares de los partidos afines, siempre corta, siempre mentirosa y siempre ajena a la realidad que, a él, le escupía su desprecio a la cara sin que pudiera luchar contra ella.
El gusano de coches se deslizaba lento por la estrecha carretera camino de la autopista, allí donde todos se detendrían como siempre, en el mismo lugar, a la misma hora y día tras día: siempre igual, con las mismas señales y los mismos e inmutables puntos de referencia. Todo era igual pero, con el aire que entraba por la abierta ventanilla que trataba de despejar los cristales del vaho de la lluvia, ese día entró algo que no esperaba: entró su propia felicidad escondida entre la débil niebla del pequeño valle del río que todos los días tenía que atravesar. Como un latigazo que nos despierta de repente, su niñez se hizo presente para llevarle a una lejana montaña donde, se dio cuenta, había tenido un momento raro y pocas veces repetido, un momento de plena felicidad, de absoluta e inerte plenitud asociada, esta vez sí, con una niebla espesa, fuerte, densa y dominante que lo silenciaba todo y dejaba al mundo suspendido de la nada mientras ella, segura y tranquila, cubría cumbres y valles con una luz difusa que destruía contornos y lo dejaba todo impregnado de su olor de agua y de nube; de libertad y de viaje, de tiempos largos y fríos helados que se pegaban a la ropa camino de una piel aterida que no podía reaccionar ante la belleza del momento.
A caballo, en la cima de un collado, dominando dos profundos valles de montaña, volvió a sentir la dureza de las peñas y a recordar, sin querer recordar, la alocada carrera de los muflones pendiente abajo saltando entre los enormes pedregales que se prolongaban hasta el lago, diáfano, lejano y todavía iluminado por un sol que resistía el avance las nubes de niebla que ya señoreaban las cumbres. Todo conformaba un paisaje mágico al que, de repente, se sumó la presencia de un águila real que le pasó a poco más de un metro de la cabeza en persecución de las cabras y que rompió la niebla en silencio, tranquila, segura y pausada en la confianza de que algún cabrito se rompería la crisma en la carrera. Fue algo tan inesperado, tan potente, tan fidelizado en el recuerdo que, por un momento no supo dónde se hallaba: si en el coche o si había vuelto al monte llevado por la magia del indeleble recuerdo. Abrió la ventanilla del todo y el olor se hizo más fuerte, más intenso, más evocador y más urgente, tanto que notaba que le demandaba algo que no era capaz de identificar pero que, sin embargo, percibía como urgente y necesario.

Y en ese momento lo supo y cerró la mente a cualquier duda: apagó el teléfono, llegó a la rotonda y en lugar del camino habitual, giró en redondo para dirigirse a la montaña en busca de la niebla y su recuerdo. No volvió nunca y nadie sabe que, por fin, fue feliz en el silencio de una niebla con la que consiguió iluminar su vida.

martes, 1 de noviembre de 2016

La desigualdad social como objetivo


Escribir, hoy, sobre la desigualdad social es casi una obligación derivada del mínimo sentido de decencia en un mundo que, cada vez, tiende a olvidarse de conceptos como justicia, igualdad de oportunidades, solidaridad y política desarrollada al servicio de la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Surgen estudios, estadísticas y artículos relacionados con esta realidad que empieza a ser un problema real para todos y que, con independencia del país que se analiza, permea las fronteras para convertirse en un problema global, algo que los causantes de tal problema conocen y explotan a su favor.
Me temo que la “cosa pública” ha dejado de ser la meta para convertir a los políticos y a los diferentes sistemas en parte de la “cosa nostra” con un “nosotros” cada vez más amplio, plurinacional y ajeno, por completo, al desarrollo del bien común. ¿Qué ha pasado para que los intereses de los menos primen de tal manera sobre los derechos de los muchos? Pues han pasado muchas cosas y casi todas malas para nuestros intereses; los de los simples ciudadanos que vemos arrumbados nuestros avances sociales arrollados por una ola de globalización financiera que se ha llevado muchas cosas por delante y amenaza con destruir todo lo que se oponga a su creciente marea de intereses.
Los gestores de una Europa destruida por la segunda guerra mundial, imaginaron una sociedad equilibrada en la que la riqueza común tendía a repartirse mediante sistemas sociales encaminados a conseguir la prosperidad del colectivo social de las naciones; una sociedad en la que los impuestos se fijaban de forma proporcional a los ingresos y que fijaba sus objetivos en una igualdad de oportunidades que llegara a todos los colectivos. Esta idea, más o menos independiente de las afinidades políticas de cada cual, izquierda o derecha, era compartida por todos llegando, incluso, a sectores que hoy, décadas más tarde, luchan con todas sus fuerzas contra los sistemas fiscales. El reparto de la riqueza se ha considerado, en el último siglo -más o menos – una garantía de paz social, empezando por los más ultraliberales americanos encabezados por Henry Ford, de cuyos delirios filo-hitlerianos hoy sabemos mucho. Fue él el que aspiraba a asegurar su negocio bajo la máxima de “quiero obreros bien pagados que puedan comprar mis coches”. De esta manera, simple, directa y transparente, se aseguraba la generación y estabilidad de una clase media que accediera a los bienes de consumo -el famoso mercado – asegurando la viabilidad de la actividad empresarial. Los impuestos, mal menor, aseguraban, a su vez, unas infraestructuras mínimas necesarias para que todo fluyera de una manera adecuada, sin pretender mucho más.
Europa, más afín y más escarmentada por las muchas tensiones sociales del Siglo XIX, quería ir más allá en términos de seguridad social, derechos laborales y construir el llamado “estado de bienestar” que asegurara los muros contra la amenaza comunista representada por los deseos imperialistas de la Unión Soviética, en permanente dinámica anexionista y expansiva. Fruto de ese enfrentamiento constante, la Europa democrática generó una clase media satisfecha, honrada y solidaria que entendió el desarrollo social como una meta válida y universalmente aceptada. La desaparición del enemigo comunista relajó la tensión y la llegada de la globalización puso la puntilla final al “estado de la cosa”, dejando a las nuevas corrientes neo-liberales, genéticamente insolidarias y egoístas, al mando de las corrientes dominantes en las cúpulas de las corporaciones y de la influencia política. Probablemente, el momento clave que señala el triunfo de esta nueva tendencia, lo podamos encontrar en el periodo de la administración Reagan y la completa liberalización de los mercados financieros de los EEUU que tan graves consecuencias tuvo, años más tarde, y cuyo máximo exponente fue la quiebra de Lehman Brothers y posteriormente, el caos económico que ahora, después de 8 años, seguimos viviendo y que no acaba de solucionarse por completo, pues las noticias que llegan sobre la banca Alemana e Italiana no son especialmente positivas y es posible, muy posible, que las nubes que se ven en el horizonte configuren el tormentazo de mañana. Veremos.
Mientras tanto, los muy ricos y sus corporaciones globalizadas, pretenden estirar la idea en la que se basan los paraísos fiscales para convertirse, ellos mismos y sus intereses, en elementos aislados y ajenos a la política fiscal de los estados y sueñan con un panorama idílico en el que sus intereses de clase primen sobre el colectivo social en el que desarrollan sus negocios. No quieren que haya reparto; aspiran a conservarlo todo y cuestionan la validez de un sistema que rechazan de plano sin aceptar ningún principio de reparto de la riqueza o aportación social reglamentada. Se amparan en un filantropismo que dirige las ayudas allí donde ellos estiman conveniente marginando a las administraciones estatales por inútiles.
Sobre esto se ha escrito mucho y me quedo con un párrafo del libro “La secesión de los ricos” de los catedráticos de sociología de la Universidad de Valencia, Antonio Ariño y Juan Romero:
“El proceso de desanclaje financiero, económico, político, cultural, moral y residencial de las élites en relación con la sociedad en la que se hallan nacionalizadas y tributan” y cuyo máximo exponente es el proyecto de construcción de una isla flotante en aguas internacionales en la que estas élites puedan hacer sus negocios sin estar sujetos a ninguna legislación estatal. No está mal, pero las consecuencias de esta concepción clasista, segregadora y absolutamente elitista nos recuerda, siempre hay precedentes en la historia, a las tensiones sociales y a las luchas de clases de la Roma republicana dividida entre patricios -los que usaban la “res pública” a favor de sus exclusivos intereses – y los plebeyos -relegados a servir al bien común sin obtener nada a cambio- y que acabó en un buen follón que se prolongó a lo largo de los siglos. Mientras que los patricios medraban a costa de la estructura y la administración de los intereses de Roma, el pueblo llano sólo podía aspirar a la mera subsistencia, generando un término que se ha mantenido hasta nuestros días: proletario, aquél cuya única riqueza es su prole: los hijos como fuerza laboral y único patrimonio de los padres.
Hoy, como ayer, los modernos patricios hacen valer sus interese por encima del bien común y hacen y deshacen amparados por la imposible gobernabilidad de un sistema de comunicaciones globalizado, inmediato y lleno de zonas oscuras para la fiscalización de los estados. Ellos, que generaron el desastre mediante prácticas deshonestas, han puesto de rodillas a los estados europeos que acudieron, solícitos, a solucionar sus problemas con dinero público, el mismo que ellos no quieren generar mediante el pago de impuestos. Ellos y sus negocios se colocan al margen y sólo quieren tener mercados cautivos al servicio de sus intereses mientras bombardean las sabidas proclamas de “la liberalización de los mercados”, “la ineficacia de las administraciones” y otros muchos torpedos dirigidos a la línea de flotación de cualquier sistema cuyo objetivo sea el reparto de la riqueza y la protección de las clases medias, verdadero motor de la prosperidad general.
¿Qué se hace hoy por proteger a la clase media? Nada, absolutamente nada. Si un mercado local se agota y sus ciudadanos no pueden acceder a los bienes de consumo, se abandona, se cambia el foco de actividad y se atiende, exclusivamente, a ese mercado emergente de nuevos clientes conformado por países que, hasta ahora, estaban fuera del sistema de libre mercado. ¿Para qué cuidar a los europeos? Para nada, que ellos ya nos salvaron del desastre y solucionado este problema que amenazaba nuestra rentabilidad, los podemos dejar al margen con la seguridad de que el día a día del negocio será suficiente para seguir regando nuestros jardines.
Esto es tan obvio que hasta Angela Merkel se ha dado cuenta de la deriva y asegura: “Lamento que a menudo sean precisamente los que no tuvieron que ver con esos errores [que generaron la crisis económica], los jóvenes y los más desfavorecidos, quienes hoy más padecen las consecuencias. Con frecuencia, las personas con capital ya hace tiempo que han salido del país o cuentan con otras posibilidades para protegerse. Los ricos en los países más afectados por la crisis podrían ser muy útiles si se comprometieran más. Es muy lamentable que parte de las élites asuman tan poca responsabilidad por la deplorable situación actual”
¿Y qué se puede hacer? ¿Qué manual de instrucciones podemos aplicar hoy? Pues me parece que debemos hacer mucho y que lo más importante es generar un manual del que, hoy, desconocemos todo. Los modelos y sistemas políticos heredados de la antigua separación izquierda-derecha, capitalismo vs socialismo, no sirven actualmente, pues la sociedad ha cambiado hasta el punto de que los referentes sociales y territoriales han dejado de ser válidos y sólo el poder del dinero y las corporaciones es capaz de ejercer sus prerrogativas y medrar sin tasa, sin control alguno que limite su ambición.
Si hace unos días decía que la izquierda no tiene quien le escriba, hoy puedo asegurar que es la sociedad, en su conjunto, la que carece de escritores que planifiquen su futuro y corrijan la deriva actual hacia objetivos sensatos, justos y solidarios. Hoy, los más grandes, evaden sus responsabilidades y no pagan impuestos, dejando a las clases medias y pequeños empresarios en una situación desigual que les condena a soportar una carga fiscal desmedida y que debe paliar la falta de aportación de esas grandes fortunas, perfectamente blindadas contra las administraciones fiscales de unos estados que no pueden parar la sangría; pero nadie habla en favor de estos dos agentes sociales. Y lo curioso es que sus intereses, siendo comunes, se entienden contrapuestos. El enemigo del pequeño empresario ya no es su trabajador, que cuenta con más o menos protección social, no: su enemigo es la gran corporación que evade sus impuestos y las grandes fortunas que tampoco lo hacen. Por parte del asalariado, la cosa no es mejor: vigilado y sometido, paga sus impuestos sin tener opción de minimizar sus aportaciones usando las ventajas que tienen los más poderosos, de manera que su capacidad de gasto y de ahorro se ha visto mermada hasta no poder acceder a lo que antes se consideraba normal y que, ya nos dijeron, significaba “vivir por encima de nuestras posibilidades”.
No, hoy la cosa se ha confundido y el enemigo común no se identifica adecuadamente convirtiendo a la general insatisfacción en un abonado campo de cultivo para el crecimiento de nuevos populismos que ofrecen los consabidos - y eficaces - banderines de enganche. Europa va deslizándose, poco a poco y conducida por los efectos de una crisis mal gestionada que ha acabado generando una desmedida injusticia social, al abismo del populismo que nos condena a vivir la tercera D que nos profetizaban los clásicos griegos: Dictadura, Democracia y, la tercera, Demagogia, esa que hoy conocemos con el nuevo nombre de populismo, generador de grandes titulares que proponen aquello que nadie es capaz de cumplir.
Alguien, muchos, debemos demandar que esto termine, que se pongan en marcha los sistemas y medidas que aseguren un futuro social digno para nuestros hijos y nietos, pues el rumbo emprendido nos lleva al desastre. No sé de qué lado del pensamiento político vendrá la generación de ese nuevo libro de ruta pues ninguno de los dos parece en condiciones de domar este caballo apocalíptico que galopa desbocado hacia el triunfo y consolidación de la peor versión del ser humano ególatra, mezquino, cruel y absolutamente despótico con el más débil. Europa es, hoy, un mercado cautivo que amenaza agotarse y convertir a sus ciudadanos en nuevos súbditos de un soberano tiránico: las corporaciones supranacionales con más dinero, más medios y más coherencia en su egoísmo que los propios estados que deben proteger a sus ciudadanos. Y eso pasa, curiosamente, cuando hay riqueza y recursos suficientes para que todos -y digo todos con alcance global - alcancemos un nivel de bienestar común muy satisfactorio y ajeno a las inherentes crisis de un modelo condenado a la perpetuación de crisis periódicas basadas en la necesidad de crecer constantemente. Ni el planeta lo soporta ni el mínimo planteamiento ético de cada individuo debe permitirlo, pero estamos solos, nos han abandonado y no contamos en sus planes, así de sencillo.


Mal pronóstico, la verdad. No hay referentes éticos ni morales; no hay manual de instrucciones y cada cual, a su manera, se defiende como puede dando la espalda al colectivo. Han conseguido tomar todas y cada una de las posiciones defensivas y desarticular la defensa del bien común. Los últimos tratados comerciales de la Unión Europea con Canadá y Estados Unidos se han construido en silencio y con el único objetivo de entregar a 500 millones de consumidores indefensos a los intereses de grandes corporaciones comerciales que no quieren ni trabas, ni reglamentos ni garantías para los consumidores. Esa, y no otra, es la clave de los tiempos, pero mientras tanto, todos seguimos pagando impuestos y sosteniendo un sistema que nos ha vuelto la espalda para adorar a ese nuevo poder que, despótico y autista, canibaliza estados enteros para convertirlos en beneficios de la cuenta de resultados. Mala cosa, la verdad.

domingo, 30 de octubre de 2016

Sociedad y sexualidad



Los que ya somos mayores y pasamos por las aulas del nacional sindicalismo bajo la sólida férula de la iglesia católica, hemos transitado espacios que no podíamos soñar a los 15 años. Fuimos educados para entender el sexo como un mundo digital inamovible y estricto; un mundo en el que la anatomía era destino y todo venía determinado por la adscripción a un determinado sexo. No había grises, no había matices y todo estaba bien planificado y delimitado: los chicos hacen esto y las chicas esto otro: unos atacaban, las otras resistían las acometidas de unos machos encendidos llamados a culminar las glorias de los ilustres creadores del mito del macho español, perpetuamente listo para dejar la indeleble huella de su falo en toda vagina que se pusiera a tiro. Ellas, objeto de deseo concupiscente, debían resistir esos ataques y preservar el preciado tesoro de la virginidad concediendo, una vez más, que la anatomía determinaba su destino: la falta de ese pequeño adminículo anatómico sería causa de marginación y desgracia.
Tuve, seguro, compañeros de equipo y conocidos homosexuales -la estadística así me lo sugiere – que jamás se manifestaron como tales en previsión de las seguras consecuencias sociales que tendría tal reconocimiento. Imagino que, también, he conocido chicas -muchas de ellas tan casadas como los anteriores ellos – que beberían los vientos por sus amigas del alma, pero sin decirlo jamás. Parece que eso ha cambiado, pero me temo que sólo “parece” sin que las corrientes de fondo hayan variado tanto como las noticias de la prensa y la presencia de personajes públicos pertenecientes al colectivo homosexual hacen suponer.
Con el paso del tiempo, algunos de mi generación - aquellos que se han parado a pensar tranquilamente en el asunto – nos hemos dado cuenta de que la cosa no es tan sencilla y, lo que es mucho más importante, hemos dejado que la empatía se haga presente entre nosotros a la hora de interiorizar la situación de aquellos que, siendo distintos, han tenido que realizar el viaje interior que les obliga a reconocerse como tales. Imagino la lucha interior de  aquellos que, en los lejanos 60 y 70, vivieron esa lucha entre lo que la sociedad les exigía y su cuerpo les demandaba y hoy, muchos años después, me doy cuenta de su tragedia, de su insatisfacción y de la valentía que debieron tener para ponerse en mundo por montera y asumir, de forma más o menos armónica, su realidad y vivirla hasta sus últimas consecuencias con independencia de las automáticas etiquetas sociales que les cayeron encima: “bolleras” y “maricones” mucho más valientes que aquellos que generaron el desprecio con el que se les trató.
¿Causas? Muchas, por supuesto, pero la más determinante podríamos encontrarla en ese imperante nacional catolicismo que todo lo impregnaba y que no podía reconocer que la naturaleza también “se equivoca” y pone en circulación cuerpos cambiados, que el matiz y los terrenos intermedios existen y que, como en casi todo, tampoco el sexo es algo tan claro y tan determinado como ellos quieren y necesitan. Hoy el sexo es un continuo que se desplaza suavemente de un extremo a otro creando muchos lugares que hace años no podíamos imaginar. Ni siquiera el galimatías de significado de las siglas de colectivos LGTB es capaz de clasificar lo que, hoy, no tiene posibilidad alguna de ser clasificado más allá de ese nuevo término que, a mi juicio, es el más adecuado: pansexualidad.
Una sexualidad que todo lo engloba y que, además, permite tránsitos y desplazamientos a lo largo del tiempo sin que ello deba suponer trauma alguno, ni para la sociedad que lo alberga ni para el individuo que lo experimenta. Es un término que me gusta por lo que implica y por lo que supone de flexibilidad y adaptabilidad  a las pulsiones internas derivadas de la distinta sensibilidad que desarrollamos los humanos a lo largo del tiempo; me gusta por lo que supone con respecto a la posibilidad de aprendizaje y evolución del ser humano sin tener que aceptar barreras y territorios fijos inmutables previamente determinados y me gusta, fundamentalmente, por lo que exige al entorno social como respeto a la libertad individual, meta sacrosanta de una evolución ética que, espero, siga creciendo y eliminando dogmas que se han demostrado falsos y, lo que es peor, absurdos.
No creo que, a mis años, emprenda viajes al respecto y me considero satisfecho con mis propias inclinaciones, pero me gustaría que nadie, nunca más, tuviera que enfrentarse a la tragedia de tener que luchar contra estereotipos y juicios sobre sus propias opciones personales. Me gustaría que cada cual pudiera aceptar sus inclinaciones sabiéndose parte de un pequeño, o gran, porcentaje de una normalidad en la que cabemos todos sin traumas ni problemas de reconocimiento.
Es verdad que se ha ganado terreno, pero no es menos cierto que la reacción sigue tensando la goma para retroceder a mucha más velocidad de lo que se ha avanzado y ahí están los países que siguen estigmatizando y persiguiendo al “diferente” con ganas de laminarlos, legal o físicamente, que el Islam sigue apretando fuerte en muchos sitios y Putin no descansa en su lucha contra el colectivo.
La evolución es lenta, pero si esta nota tiene un mensaje es el de apoyo hacia esos jóvenes que ahora mismo andan perdidos en una maraña de tensiones que les hacen sentirse culpables de algo que no tiene culpa; de aquellos que no pueden sentirse iguales a su colectivo de referencia y temen manifestar su postura personal; me gustaría que desparecieran las condenas y que la sexualidad de cada cual sólo tuviera una regla básica: el respeto a las opciones  libremente ejercidas, sin coacciones, sin obligaciones, sin abusos, sin torturas interiores o exteriores; sin violencia ni coacción. La sociedad debería entender que no podemos condenar a aquellos que sienten distinto, que eso no es una falta y que, en el caso de que la naturaleza se haya columpiado, hay posibilidades de arreglo, que la anatomía no es ya una condena eterna que sujeta al individuo en un cuerpo “equivocado” hasta convertirlo en una cárcel perpetua de la que no se puede evadir.

Me gustaría que ese viaje colectivo fuera corto y agradable para aquellos que, hoy, empiezan su propio camino personal, pero me temo que todavía queda mucho por hacer y que la guerra será larga pues muchos, todavía, consideran que hay una guerra en la que están en juego muchas cosas y entre ellas, la de su propia inseguridad frente a lo que consideran amenaza y no es más que aceptar la libertad de los demás. ¿De qué tienen miedo? Probablemente, de ellos mismos.

miércoles, 12 de octubre de 2016

LA IZQUIERDA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA



Tras los acontecimientos -histriónicos y vergonzantes- vividos en la sede del PSOE, parece que la izquierda española, la más ortodoxa y convencional, se ha quedado pasmada antes sí misma y huérfana de todo aquello que ha construido su espacio referencial en el ecosistema de la política. Esto no es nuevo y la reciente crisis sólo ha puesto al PSOE ante la cruel imagen que le devuelve el espejo de la sociedad; un PSOE que se ha dejado llevar por “las mareas del mundo” sin determinar el rumbo ni el destino; una derrota naútica que le ha dejado varado en los bajíos de un marasmo ideológico que nada aporta y que a nadie emociona ni convence. ¿Causas? Lo más seguro es que sea una suma de inacciones, de comodidades y de carencias más que las derivadas de proposiciones concretas que puedan construir una doctrina, un manual al que recurrir en caso de dudas y en ese vacío existencial no hay bandrines de enganche que puedan apoyar la fuerza de su historia, siempre conflictiva y siempre centrífuga.

Mientras que la derecha conecta con la etología más antigua y más animal del ser humano -la defensa a ultranza de lo propio y lo adquirido- la izquierda siempre ha necesitado de recursos y esfuerzos intelectuales basados en proposiciones no tan directas que hablan del grupo más que del individuo; del colectivo como espacio en el que obtener lo mejor del sujeto gracias a la ayuda de todos, de la solidaridad, de la igualdad de oportunidades que propicien el desarrollo del ciudadano sin desventajas en la línea de salida y eso, por mucho que nos cueste admitirlo, es algo que debe aceptarse como una postura intelectual y personal de complicada interiorización. La izquierda es compleja en sí misma; es crítica tanto en cuanto el individuo que  acepta su discurso como propio parte, necesariamente, de una crítica social previa a la elección del modelo social que nos propone; es rebelde intelectualmente pues sus miembros viven en una permanente búsqueda de posibilidades y alternativas. Al contrario que el fanático religioso que, una vez aceptado el dogma, no duda, el colectivo que conforma las distintas opciones de la izquierda, se instala en un permenente agnosticismo que perpetúa sus dudas y sus búsquedas. 

Desde su nacimiento, la izquierda se ha difundido mediante la refelxión, el estudio, el mensaje escrito apoyado por moviliaciones más emocionales que no eludían la exposición de teorías compeljas, de modelos que requerían una digestión pausada. Es cierto que los que tomaron el palacio de invierno estaban más deseosos de poder digerir algo sólido que de grandes reflexiones intelectuales bajas en calorías, pero no es menos cierto que el origen se basa en esos sesudos estudios que, pasada la adolescencia, no seríamos capaces de volver a leer con la misma dedicación que dedicamos, en su día, a meternos El Capital de Carl Marx entre pecho y espalda. Pero eso no quiere decir que en la actual situación, la izquierda no deba buscar un rincón donde poder escribir un documento doctrinal cuajado de actualizaciones y soluciones -equivocadas o correctas - sobre las que basar su discurso y ofrecer, a sus cada vez más escasos simpatizantes, un lugar donde acudir para analizar lo que se propone.

Es cierto, también, que las mareas del mundo y el ritmo de los tiempos parece dirigirse hacia el uso de códigos mediáticos ajenos a esta necesaria reflexión, pero si no se atiende a esa necesidad y a esa exigencia hacia el votante -la reflexión, el análisis y la crítica individual - la izquierda se habrá entregado a todo aquello que siempre ha odiado y que tanto daño le ha hecho: el populismo irreflexivo cuajado de grandes proclamas que ocultan un vacío sólo adecuado para el medro personal de los que las enuncian. El ritmo que se impone a la comunicación, el propio medio determinante del mensaje (otra vez Marshal McLuhan ofreciendo el manual) y los usos y costumbres de la globalización del actual siglo, configuran un entorno hostil para la sensatez, el estudio y la pausada reflexión y eso se ha derivado en medioambiente venenoso para la izquierda española, que se ha dejado colonizar por la primeras manifestaciones del populismo alistadas bajo las banderas de Podemos.  Contra los eslóganes de Podemos, el PSOE ha intentado lanzar contramedidas bajo el mismo formato que han sonado a lata, pues todos hemos ido a buscar aquello que había debajo de esos titulares y hemos visto que no había nada; que estaban vacíos y faltos de contenido. Pasado el fulgor inicial, quedaba el silencio y habitaba la nada, espacio al que es complicado aficionarse.

Pero: ¿Qué debe escribir la izquierda española? Básicamente, lo debe escribir todo de nuevo para proponer un modelo social solidario y avanzado coherente con la realidad social de hoy y debe hacerlo teniendo en cuenta que serán pocos los que reflexionen y muchos los que se dejen arrastrar por las corrientes sociales generadas por los individuos afines por fuera de los medios de comunicación tradicionales entregados, lamentablemente, a las empresas y corporaciones que han ocupado sus consejos de administración gracias a la reconversión de deuda en paquetes accionariales de ninguna rentabilidad financiera pero alta capacidad manipuladora.
Si queremos, en poco rato se puede escribir la lsita de temas sobre las que se debe construir ese “manual de instrucciones” que, parafraseando a Quevedo, podría denominarse “Aguja de navegar mundos con la receta para hacer sociedades en dos días”

Sin ordenarlos en función de prioridades, hemos oído hablar del necesario “aggiornamento” de la Constitución, pero nadie nos ha dicho u ofrecido un lugar en el que estudiar, de verdad, qué y por qué debe modificarse lo que se piensa  modificar, desconocido arcano que planea nuestros días sin que nadie haya podido identificarlo. Nadie, en el PSOE, nos habla de Europa y de sus grandes retos, del papel al que debemos aspirar o el proyecto que nos propone para los próximos 50 años. Tampoco hemos visto un escrito que proponga, de una vez, qué podemos hacer con ese monstruo administrativo que devora recursos como un agujero negro devora materia: ¿Vamos a seguir con el coste de la administración europea, nacional, autonómica y local además de las diputaciones?. No hemos leído nada del empleo juvenil ni de soluciones para un paro escondido por todos que afecta a los mayores de 50, los mismos que se dejaron las pestañas y los lomos en el gran reto de la transición; nada sobre medidas concretas en Investigación, Desarrollo e Innovación; nada sobre las medidas concretas que debemos afrontar para defender la sanidad pública; nada sobre paraísos fiscales y sus negativas influencias; nada sobre estrictos códigos éticos; nada sobre monarquía o república -definiendo, por favor, que tipo de repúblcia, que hay muchos - nada sobre la espantosa proliferación de universidades que, como setas venenosas, han proliferado para mayor gloria de sus credaores y que nada aportan para colocar a los licenciados españoles en las bolsas de trabajo por encima de Ugandeses o Somalíes; nada sobre la imperiosa necesidad de un laicismo estatal que proteja, de verdad, el modelo social español contra los ataques que sufre desde el Islam y que averguenzan nuestras calles con mujeres esclavizadas que lucen, como antaño los esclavos, el estigma de su condición subordinada. Nada sobre la política -real, por favor - de acogida y distribución del éxodo inhumano de refugiados que inunda de cadáveres el Mediterráneo y de oprobio  las instituciones nacionales y europeas. Nada sobre la imprescindible reflexión sobre el modelo territorial del estado que sufre tensiones y desgastes absurdos sin que nadie, salvo los que tiran de la cuerda, proponga el fin del juego sobre bases concretas.

No, no hay nada, las estanterías siguen vacías y la izquierda no tiene quien le escriba ni encuentra votantes para un proyecto vacío que se somete, amable y cordial, a lo que nos llega desde los verdaderos centros de poder: las grandes corporaciones y los intreses de los verdaderos amos del cotarro: el dinero. El capital vuelve a determinarlo todo, como siempre, sin que se alcen banderas llenas de libros y documentos con los que hacer las modernas barricadas donde desarrollar la necesaria lucha por una sociedad más justa, solidaria en la medida que se base en el justo balance entre obligaciones y derechos, eficaz, educada y libre para todos los que componen el colectivo que la habite.


Como el coronel en su soledad, la izquierda no tiene quien le escriba y llene su vacío con letras de esperanza.

domingo, 7 de agosto de 2016

Machismo


Lo primero que habría que plantearse es la razón por la que una entrada sobre el machismo,  a estas alturas, tiene sentido o mantiene vigencia. Sólo esta pregunta abre muchas posibilidades de respuesta, pero desde mi punto de vista, personal e intransferible, el machismo ha vuelto como una silenciosa e insidiosa marea destructiva; una atracción hacia el pasado que hace que este tipo de comportamientos se mantengan y que, además, lo hagan no apoyados por ellos, que sería grave, no: una parte importante de la culpa del mantenimiento de estos comportamientos reside en las propias mujeres, algo que me parece penoso y deleznable.

Me acerco al tema motivado por dos acontecimientos más o menos recientes y condicionado por el largo histórico de padre de dos chicas a las que, siempre, hemos tratado de meterles en la cabeza que, por ser chicas, no deben renunciar a nada; que el sexo no es condicionante para ninguna actividad humana y que la única limitación es la voluntad o el deseo de hacer, o de no hacer, algo.

El primero de los hechos destacados hace referencia al tratamiento que, algunos medios -entre ellos y para su vergüenza, El Mundo - están haciendo sobre las participantes en los Juegos de Río 2016. No se habla de sus logros, de sus esfuerzos, de sus largos entrenamientos o de la dificultad que todavía encuentran en muchos países para paracticar deporte, no: sólo se trata de hablar de lo “buenorras” (sic) que están. Se hacen listas y clasificaciones; montajes editoriales buscando poses sexis de unas mujeres cuya aspiración en la vida nada tiene que ver con ejercer ese papel sino en demostrar su valía y su preparación en la máxima competición; terreno realmente competitivo y muy difícil de alcanzar. 

Por el contrario, nada se dice de ellos y sus ebúrneos cuerpos; nada sobre sus abdominales o sobre la “dulce mirada” de los decatletas o haltrófilos, que eso no vende. Estos medios de comunicación, en teoría modernos, avanzados y progresistas - lo cual es mucho decir - trabajan cada día para fomentar y mantener estos estereotipos que siguen firmemente anclados en nuestra sociedad a pesar del esfuerzo de varias generaciones que han trabajado para erradicarlos. Primera llamada de atención: o los medios trabajan para fomentar activamente el olvido de estos estereotipos de taller mecánico y cabina de camión de los 70, o seguiremos atados a comportamientos que en nada ayudan a la causa. Y ojo, que nada tengo contra la voluntaria exhibición de encantos, que cada cual es muy libre de lucir palmito cómo y dónde quiera, que hay que tener cuidado con eso. Por ejemplo, hace poco vi un reportaje bien tratado que, precisamente, pone de manifiesto un tratamiento igualitario sobre el tema del cuerpo y el deporte del que he sacado la foto que ilustra esta entrada (http://culturainquieta.com/es/foto/item/7577-deportistas-de-elite-posan-desnudos-y-tienen-un-aspecto-fabuloso.html)


Por cierto, y aunque mi amigo Tato me eche la bronca sobre mi indeseada intención de síntesis, el tema del cuerpo en el deporte y el inherente fascismo que acompaña al mensaje y a la práctica de cualquiera de sus muchas modalidades es interesante y  vale la pena echarle una ojeada al trabajo de Leni Riefenstahl. Esta fanática hitleriana  ya hizo una aproximación maravillosa en las olimpiadas de Berlín, siempre en en busca del ideal ario de un cuerpo superior, en ellos y en ellas, que menudo era Don Adolfo - el menos ario de los nazis - para esas cosas de la raza.  Acabado el sueño y la pesadilla, esta búsqueda de la estética corporal tuvo continuidad con el fantástico libro “Africa”, en el que parece buscar el ideal de ese cuerpo-raza superior en las lejanas fuentes de los Nuba y otras tribus cuyos ejemplares -serranos, por cierto - fotografió de manera magistral siendo bastante mayor. Y si alguien duda sobre el retroceso hacia el pacatismo, la ñoñería y la pudibundez, comprare la libertad con la que se trata en desnudo en una y otra época. Aunque parezca mentira, mucho más libre en los años 30 que ahora. Os dejo un par de links por si no conocéis esa obra (Si, era nazi y hitleriana, pero tenía un concepto de la imagen, de la estética etc muy muy bueno, que lo del nazismo no entorpece la maestría. (https://www.google.es/search?q=leni+riefenstahl+photography+berlin+1936&client=safari&rls=en&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwj9jbPz567OAhWCtxQKHfJVCvIQ_AUICCgB&biw=1083&bih=725  y https://www.google.es/search?q=leni+riefenstahl+photography+nubas&client=safari&rls=en&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjKktG76K7OAhXD6RQKHerNCI0Q_AUICCgB&biw=1083&bih=725 )













Sobre el espinoso y poco tratado asunto del nazismo en el deporte, el culto al esfuerzo, a la victoria, a la supremacía del propio grupo sobre el resto, hablaremos otro día, que se merece una buena reflexión.


El segundo aldabonazo, la segunda llamada de atención me la hizo llegar una noticia absurda relacionada con algo que nunca sigo y que debería convertirse en un punto de estudio para estas cosas: la tele basura. Resulta que, en un programa de primeras citas, la chica expone claramente su aspiración vital, centrada en “encontrar a un chico que la tenga "bien mantenida en una mansión, con su piscina, su jardín enorme, que tenga mayordomo, cocinero y asistenta”.  La que tal dice es una chica, Diana, estudiante y con la envidiable edad de 24 años; fiel y completo reflejo del entreguismo al estereotipo de sumisión, dependencia y falta de proyección vital de una mujer ante la vida. (http://www.periodistadigital.com/ocio-y-cultura/gente/2016/08/04/eres-de-podemos-pues-a-freir-punetas-porque-se-acabo-la-cita.shtml) No voy a ser yo, en este caso, el que exprese su opinión, así que le he cedido la palabra a Simone de Beauvoir: “…mientras las costumbres permitan a la mujer disfrutar como esposa y amante de los privilegios que corresponden a algunos hombres, el sueño de un éxito pasivo se mantendrá, frenando su propia realización”. Nada como acudir a los buenos para abrir el campo y darse cuenta del peligroso camino que, para la mujer y su lucha, supone la aceptación de este papel de pasividad, pues el camino es largo y las alternativas muchas, todas ellas basadas en la subjetividad de la valoración sobre las consecuencias de esta postura: desprecios, malos tratos, palizas, sexo indeseado…una vez puesto el precio -la vida regalada- la moneda objeto de transacción puede ser variado, así que son las propias mujeres las que deben abandonar ese comportamiento, desde mi punto de vista demasiado semejante a la prostitución, para reivindicarse como agentes soiales activos y definitorios. ¿Cómo redefinir, hoy, ese faminismo ya confuso y un poco gastado frente a tanta batalla y tanto ataque multilateral? La verdad es que es  complejo y además, creo que el primer mensaje lanzado basado en la aspiración de “igualdad” equivocó el tiro. (De las críticas de la iglesia a la demoniaca ideología de género, mejor no hablar, que no vale el desgaste intelectual de mandarlos al cuerno de forma educada, la verdad)

Cuando digo que la proclama de “igualdad” está equivocada, lo digo porque esa igualdad se ha tomado como bandera, como una vía de actuación que obligaba a la mujer a ser igual al hombre EN TODO y eso, desde mi punto de vista, ha conseguido resultados funestos para la mujer. ¿Motivo? Que se le ha dejado hacer lo mismo que el hombre, en perores circunstancias y condiciones laborales y además, ha mantenido la misma carga funcional que ya tenía. Mal negocio, me parece. Creo que es hora de reivindicar la DIFERENCIA, matizando muy bien que el hombre y la mujer, siendo diferentes, pueden abordar los mismos objetivos laborales y personales, respetando aquellas diferencias que, existiendo, no tienen por qué suponer la inmediata jerarquización entre los sexos.

Es, por un lado el trabajo (Vuelvo a Simone "Si la mujer ha franqueado en gran medida la distancia que le separaba del varón, ha sido gracias al trabajo; el trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad concreta". ) y por otro la definitiva aceptación de las diferencias como tales, sin valoración alguna, la que debe dar salida, hoy, a una nueva educación que elimine esas enormes barreras que la historia de un machismo feroz ha dejado instaladas en el indolente inconsciente colectivo, siempre muy remiso al cambio. Y es que el cambio da miedo y lo da porque la inseguridad del macho ante la libertad de la mujer es enorme: lo que algunos de mi generación -ya provecta - vivíamos como un sueño libertario ajeno a las obligaciones y al servilismo de tener una chica al lado “porque es lo adecuado”, para muchos de los hombres de hoy se ha convertido en una pesadilla acomplejada que acaba en una explosión de violencia, ¿Razón? Dejemeos que Simone nos lo cuente otra vez "Uno de los beneficios que la opresión ofrece a los opresores es que el más humilde de ellos se siente superior: un pobre blanco del sur de los Estados Unidos tiene el consuelo de decirse que no es un sucio negro. Los blancos más afortunados explotan hábilmente este orgullo. De la misma forma, el más mediocre de los varones se considera frente a las mujeres un semidiós”.

¿Que MI chica puede irse, elegir, comparar, jerarquizar mis habilidades como amante, la longitud y volumen de mi sexo …? ¿Estamos locos? Mi chica es mía y yo defino su realidad según mis criterios y además, esta idiotez cuenta con el apoyo y con la opinión favorable de, por increíble que parezca, las propias mujeres. Encuestas en la universoidad han puesto de manifiesto que ellas ven normal conductas controladoras como la revisión de mails y sms; definición de vestuario, selección de amigos “correctos” e “incorrectos”, conductas dependientes como salidas o permanencias en función de los deseos del chico y otras semejantes sin que esas conductas tengan su reflejo especular en las exigencias de “ellas” hacia “ellos”. Los esclavos bendicen la esclavitud y consagran los priveilegios del amo. El mundo al revés, pero real como la vida misma, por asombroso que nos aprezca a los mayores que apoyamos y fomentamos la liberación de la mujer de esas prácticas tan consagradas en España, país en el que ellas no podían, sin permiso del marido, sacarse el pasaporte, abrir una cuenta bancaria, salir del país sin permiso del marido…y aunque parezca mentira, eso no pasaba en el Siglo XIX, no, esa era la realidad de la mujer española hasta la Constitución de 1978. Tenemos mucho que recordar, no nos olvidemos.

Los actuales medios de comunicación parecen formentar el retroceso social mientras denuncian los actos de violencia machista sin acabar de entender que la escalera del machismo es larga, pero recta y con un incremento gradual, suave pero sostenido: de la concepción de la mujer como subordinada al mal trato y el asesinato, todo es un sólo camino recto, nítido y, por desgracia, aprendido y sostenido por modelos familiares, primero, y sociales, después. Y eso es algo que hay que trabajar desde la infancia en la familia, ese perdido núcleo educativo cada vez más laxo en sus exigencias y en el compromiso de los progenitores. Es la familia la que tiene que dar ejemplo de un tratamiento igualitario en cuanto a funciones y de diferencia en cuanto a las formas de conseguirlo, pues esa es la clave: podemos hacer lo mismo, pero de formas diferentes ya que no somos iguales.

Por desgracia, esto no es nuevo y constituye el núcleo de la lucha mantenida desde hace décadas en todos los lugares a los que han llegado estas lógicas aspiraciones. ¿Demostración? Pues me voy a asir a un antecedente que puede sorprender a muchos y que he vuelto a buscar en la biografía de un personaje histórico. Veamos lo que decía antes de conocer el nombre: 


Mirando a las mujeres dijo:
—Ganad la batalla de la educación y habréis hecho por nuestro país más de lo que hemos sido capaces de hacer nosotros.

Luego se dirigió al elemento masculino:
—Si las mujeres no entran, a partir de ahora, a formar parte de la vida social de la nación, nunca alcanzaremos nuestro pleno desarrollo. Permaneceremos irremediablemente atrasados, incapaces de tratar en igualdad de condiciones con las civilizaciones del Oeste.

Pues el que tal decía era nada menos que Kemal Ataturk poco después de su personal victoria por la liberación de Turquía y su reconocimiento como nación por las potencias ocupantes tras la primera guerra mundial. (Kinross, Lord. “Atatürk.) Y como buen turco sabía de la dificultad de luchar,  a la vez, contra la costrumbre y contra la religión, demostrando que el enemigo muestra, y ha mostrado, el mismo rostro en todo lugar y circunstancia: ayer y hoy en cuanto se afloja la presión y se detiene el avance, que nadie se engañe. El avance de la mujer en la sociedad es una acción a la que, como la física nos demuestra, se opone una fuerte reacción con muchos rostros: costumbre religión, política, sociedad, empresas y mucha inercia, inmensas cantidades de inercia y dejadez a la hora de luchar, de levantar las señales de alarma, de cortar de raíz cualquier semilla que albergue el demonio de la soberbia y el desprecio en su interior.

Personalmente, estoy convencido de dos cosas básicas: que la naturaleza es femenina y de que el futuro es mujer, pero somos todos los que debemos trabajar activamente y sin descanso para eliminar cualquier reminiscencia, cualquier desviación hacia ese machismo que se esconde en miles de pequeños detalles cotidianos que debemos buscar y eliminar del lenguaje, de las costumbres, de los hábitos y de todo el universo que constituye nuestra existencia como seres humanos, sin distinción de los sexos. Y no es un problema exclusivo de la mujer, ni mucho menos: en la potenciación de la mujer hasta su máximo nos va el futuro a todos. No alcanzaremos la meta si no conseguimos que todos nosotros, ambos sexos, den su máximo y lleven su vida al 100% de su potencialidad al servicio de una sociedad mejor. 


Pies eso, a ponerse las pilas y a separar las cosas cual corresponde, que los vestidos no dan idea de la valía de una política ni el culo de las atletas las les da opción a competir por las medallas, no seamos bestias.