jueves, 15 de agosto de 2019

Cuando reinaba el miedo

Que nadie se olvide de su verdadera naturaleza: 
Esto era el franquismo



Brasil concede la extradición de Carlos García Juliá, uno de los asesinos de los abogados laboralistas del despacho de la calle Atocha. Era el 24 de enero de 1977 y España convivía con el miedo; un miedo que, hoy, es imposible imaginar; un miedo que nuestros hijos no conocen y que les resulta imposible comprender.
Cuando oímos que el franquismo no fue tan malo, que la llamada dictadura no lo fue tanto, que en España se vivía bien, nunca lo oímos de labios de aquellos que conocieron el miedo; de los que estuvieron encarcelados por disentir; jamás, desde los terrenos de la libertad, se ha negado el miedo y el carácter terrible de aquellos años.
Franco había muerto hacía ya dos años y España aspiraba al futuro dejando atrás el lastre de cuatro décadas de dictadura -sin ambages, sin paliativos, sin matices- pero el miedo continuaba omnipresente: había miedo al retorno de aquellos que querían perpetuarse en el poder; había miedo a la represión, al golpe de estado decimonónico; había miedo a una nueva muerte colectiva y los amos del miedo se sentían fuertes, impunes…
De esa sensación de impunidad nació el crimen de Atocha, perpetrado por unos enloquecidos cachorros que se creyeron que la ley no les alcanzaría y que sus mayores -sus amos- premiarían su arrojo con las medallas de un imposible honor. España se horrorizó y sobre la sangre de aquellos muertos el PCE demostró su verdadera magnitud y la enorme responsabilidad con la que se afrontaba el momento.
Los jóvenes no saben lo que se vivió en aquellos días y, por fortuna, sólo conocen lo que nosotros soñamos y los muertos no vieron: la democracia, la libertad y la ausencia de aquel miedo africano que todavía viviría algunos años más alimentado por los violentos del régimen: Sanchez Covisa, Blas Piñar...y que se consumió en la hoguera del 23 F. Quedaban, entre enero del 77 y febrero del 81, años inciertos que no tuvieron más remedio que convivir y encarar el miedo soñando con la libertad.
Hoy, muchos después, la democracia se reivindica y este asesino volverá a España para habitar una cárcel cuya base no es el miedo, sólo la justicia.
Así sea.

miércoles, 14 de agosto de 2019

La política y los gestos


  
El presente siempre supera al pasado, aunque sea en lo peor


Siempre se han consentido, dentro de la acción política, gestos y guiños basados en la búsqueda del contento con los propios y la animadversión de los otros. Los hemos visto siempre y, de forma más o menos aceptada por todos, esos gestos se mantenían dentro de las declaraciones formales, las redacciones de las notas de prensa y las fotografías en entornos necesitados del espaldarazo del político de turno ante las adversidades. Eran gestos que no solían tener vocación de permanencia en el tiempo, pero ayudaban a pasar un mal rato, a tener una esperanza o a olvidarse definitivamente de que el poder se mojara.
No estoy siguiendo las dos sesiones de la investidura de la que será, con toda probabilidad, la peor y menos inteligente de las tres presidentas de la Comunidad de Madrid, pues afortunadamente, el trabajo me brinda la excusa perfecta para ahorrarme el sofocón de indignada y justificada ira. Sólo he visto un suelto de la Tv mostrando a la susodicha haciendo un gesto en su turno de réplica a Errejón y no podía dar crédito a lo visto. Hasta ahora, la política se circunscribía   al uso de la palabra como expresión de pensamiento, pero hoy esta señora nos ha ampliado las posibilidades entregándose al lenguaje no verbal de la peor clase y más pobre elaboración intelectual: la ejecución de un soberano corte de muñeca, que no de mangas; una peineta o como quiera llamarse a lo que nos ha dedicado -me vendría bien un Camilo Jose Cela para definir la acción con su nombre adecuado -, desde el atril de los oradores de la cámara, me ha dejado de piedra. Alguno se había escapado desde la bancada del PP o del PdCat, pero que yo recuerde, nadie, jamás, desde el atril central de una cámara, se había desenvuelto con tanto desparpajo.
Desde la irrupción de los Martínez Pujalte y compañía, la derecha nos ha enseñado mucho acerca de cómo deteriorar y reducir el nivel del debate político, pero -que yo sepa – ha sido esta señora la que, gracias a sus habilidades gestuales, lo ha terminado de hundir en el cieno de la grosería, la falta de argumentación y el desastre más absoluto.
Ella se queja del machismo que le acosa desde la información sobre sus turbios asuntos familiares -veremos cómo acaba el sainete – pero nada dice de su afición por arrastrar al fango de la chabacanería y la estulticia al discurso político, que ella es muy suya para sus cosas.
Nos espera una legislatura maravillosa en la CAM, pero podemos extraer una buena conclusión: nadie podrá decir que no sabía lo que pasa cuando se juntan los tres partidos de extrema derecha que tenemos por aquí. Pasa esto, ni más ni menos.


martes, 6 de agosto de 2019

LA GILIPOLLEZ SE CONTAGIA


  



Parece ser que la epidemiología tiene por delante años de estudios vectoriales para analizar, profundamente, el contagio de la gilipollez como enfermedad de ámbito universal y rápida propagación. Desde el invento mortal de la WWW, se ha podido observar la propagación de estupideces favorecidas por el ecosistema de la banda ancha y su extensión mundial. De otra forma, es inexplicable que podamos encontrar colectivos enteros entregados a la consagración de la gilipollez como elemento central de sus estrategias vitales. Los ejemplos son múltiples, desde los “tierraplanistas” a los antivacunas, pero el virus de la degeneración mental ha llegado a la esperanzadora casa de la ecología, más necesaria que nunca, más amenazada cada día y hoy, terreno propicio para la aparición de formas aberrantes que acaban confundiendo la velocidad con el tocino y a la ecología militante con el regreso - imposible – al jardín de Adán y Eva antes de la cagada herpetológica.
Confieso que escribo esto llevado por los demonios y en actitud profundamente indignada, lo cual espero no reste precisión a los argumentos y a la exposición de los hechos:
1º.- Fundamentalistas Hawaianos de no sé qué religión animista deciden boicotear la construcción del Telescopio de Treinta Metros (TMT) (Tampoco se han partido la crisma buscando nombre) y España se ofrece a recoger el regalo (un verdadero regalo) para instalarlo en el Roque de Los Muchachos, un punto clave de la observación astronómica mundial.
2º.- La cosa se aprovecha por la asociación Ben Marec – Ecologistas en acción para meter palos en la rueda de los permisos y hay que rehacer algunos detalles del proyecto inicial que, parece ser, han quedado resueltos.
3º.- Este mes de Julio, Hawai tira la toalla y el consorcio bendice la opción canaria y anuncia que el bicharraco, enorme, se viene “pal pueblo” consagrando la preeminencia de Canarias como mejor observatorio del hemisferio norte. Bien. ¿Bien?
4º.- Dada la capacidad de contagio de la estupidez humana, el colectivo ecologista canario dichoso anuncia que le va a poner la proa al proyecto y a demandar judicialmente cualquier acción encaminada a la construcción del observatorio más importante del hemisferio norte.
¿Qué significa esa construcción? Un verdadero maná caído del cielo tanto en el aspecto científico y cultural, como en el económico. Canarias lleva 30 años de vigencia de una ley modélica que protege al archipiélago de la contaminación lumínica, enemigo silencioso que destruye muchas cosas y gracia s a esa ley, se ha producido una explosión de instalaciones avanzadas que dan trabajo a mucha gente, generan riqueza y además, podrían permitir, con un poco de trabajo, otras derivaciones muy interesantes para el turismo, la educación, la investigación, la formación profesional avanzada, la investigación de nuevos modelos de integración humana en espacios naturales y…miles de cosas, pero eso significa currar y es mejor retrotraerse a las cavernas y dinamitarlo todo.
Como todos sabemos, Canarias no necesita nada y su nivel de vida y pleno empleo son envidiados por todo el orbe, de manera que los 1.200 millones de eurazos que se moverían sólo en la construcción del telescopio, es algo despreciable para todos los canarios; privilegiada población que no conoce el paro, el empleo precario y cuyos jóvenes universitarios pueden afrontar el futuro con optimismo. Canarias rechaza esa lluvia de dinero porque sabe que no le hace falta ni oro, ni trabajo cualificado de los próximos 50 años ni cultura universal que llegue hasta los colegios y jóvenes investigadores canarios: con dos cojones, si señor. Como se ve en la foto, los espesos bosques y la diversidad biológica del pedregal del Roque de los Muchachos constituyen un espacio natural que deja en nada a la selva amazónica o a los bosques húmedos de África o el sudeste asiático. Las fotos dejan esa evidencia bien clara.



Hace tiempo que ese tipo de ecologismo de salón, puramente beatífico, fundamentalmente urbanita y muy alejado del verdadero campo español, me tiene muy cabreado: oscilan entre el inmovilismo cavernario y el buenismo del mantra “hermano oso, hermano lobo” mientras que apicultores y ganaderos ven amenazada su subsistencia sin que les lleguen ayudas bien coordinadas o les beneficien modelos de sostenibilidad bien establecidos.
Me indigna que el ser humano no entre en ninguna de las ecuaciones que manejan estos colgados y me indigna, todavía más, la falta de ganas de trabajar en serio que demuestran. Con respecto a este proyecto, se podría pensar que España puede mostrar al mundo un modelo sostenible de investigación acordado con esta asociación (por cierto, lo del nombre dedicado al dios sol de los guanches para joder en el vecindario  del observatorio solar, todo un símbolo) que suponga algo revolucionario en cuanto a energía, residuos, respeto al  medio  ambiente, huella de CO2, lucha contra la contaminación lumínica…en definitiva, trabajo y propuestas negociadas, argumentadas y ejemplares, que ya que vamos a ser la vanguardia del mundo en un sector, lo que hagamos en conjunto lucirá más.
Pues no, señor: de eso nada. A destruir, a joder, a entorpecer y a volverle la espalda a la sensatez. La verdad, estoy hasta los pelos de esta panda de cretinos que nada construyen y que sólo saben entorpecer, boicotear, dilatar y tocarse las narices esperando las subvenciones. Vayan ustedes a cagar a la vía.
Por favor y dicho con todo respeto.

sábado, 3 de agosto de 2019

El signo de los tiempos




El incendio de Siberia, con 3 millones de hectáreas arrasadas, iguala el total del área de deforestación del gráfico: 3.014.475


Vivimos, supongo que como casi todas las generaciones que nos han precedido, tiempos convulsos, extraños y plagados tanto de asombrosos y muy positivos avances, como de amenazas siniestras de consecuencias nefastas. Casi toda la historia seria que he tenido la suerte de leer y, muchas veces, disfrutar, comentan y recopilan situaciones muy parecidas que llenan el futuro de incertidumbre y muy negros nubarrones, pero es cierto que en nuestros días se produce un fenómeno que cuenta con sus propios condicionantes: el cambio climático y una tecnología autodestructiva que parece imperar ajena al control de sus creadores

El imperio romano disfrutó de lo que se ha venido a llamar el “óptimo climático”, seis siglos de clima mediterráneo que llegaba a los dominios habituales del clima continental y atlántico, lo cual generó un medio ambiente climático propicio para su expansión cultural, agrícola, comercial y bélica, que eso de hacer campañas en medio de las grandes nieves, no es lo mejor y es preferible trabajar a favor del buen tiempo y el clima templado:


Dicen algunos investigadores que la vuelta a los patrones habituales trajo consigo la caída del imperio por sus implicaciones en las migraciones, hambrunas y demás patrones habituales en la historia. Lo que para los romanos era el granero de África es, hoy, un secarral en el que no crece casi nada y los bosques de Teutoburgo, donde yacen los soldados de las legiones de Varo, se cubren de nieve en duros inviernos poco propicios al disfrute del buen tiempo.
Entiendo que los europeos que sufrieron pestes y guerras durante siglos; los asiáticos que tuvieron mucho de la misma medicina y los pueblos americanos, antes y después de la llegada de nuestros abuelos, tampoco se privaron de nada, sacrificios humanos incluidos. Mutatis mutandis (cambiando lo que se debía de cambiar) la humanidad se ha entregado a una vorágine de mutaciones sociales, tecnológicas, económicas y geográficas -sí, la acción del hombre ha cambiado la geografía de forma notoria – con una fuerza, un poder y unas consecuencias que hoy, por fin, empezamos a conocer y a experimentar en nuestra vida cotidiana.
Cierto es que hay negacionistas que dicen que el planeta no es estático y que nunca lo ha sido, que a lo largo de su historia ha tenido fases caóticas y explosivas sin que le hiciera falta ayuda ninguna de nuestra parte, pero lo que ahora exhibimos como huella de nuestro paso no ha sucedido anteriormente. Cierto es que hubo otras oscilaciones que determinaron hechos curiosos como el asentamiento vikingo en Groenlandia gracias al óptimo medieval y que la pequeña edad de hielo, entre los siglos XIV y XIX, tuvo a nuestros abuelos europeos con el frío calado hasta los huesos, (y bastante enfadados, que algunos historiadores relacionan la revolución francesa con ese frío inclemente destructor de cosechas y generador de movimientos campesinos de protesta) pero la gran revolución industrial desencadenó la liberación masiva de CO2 y la humanidad cambió el ritmo hasta un punto que no sabemos si tiene retorno o nos despeña por un barranco suicida del que no podremos salir.


A las habituales eras geológicas estamos sumando una más que busca consenso en cuanto a su aceptación universal: el Antropoceno, “la época en que las actividades humanas comenzaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala planetaria” y de cuyas consecuencias empezamos a ser demasiado conscientes en general. Desde los primeros apuntes sobre la evidencia del aumento de CO2 y su influencia en la temperatura, hemos acumulado evidencias incontestables que confirman el proceso y el carácter de los cambios que, seguro, nos afectarán más pronto que tarde.



Si queremos saber que ha ido pasando con las temperaturas en un periodo similar, la correlación es total:


En términos porcentuales, los números ponen los pelos de punta: 1,5 grados sobre 13,5 de media, significa un 11,11% de incremento; un ritmo insostenible que nos lleva a los periodos más cálidos de la tierra, pero con una conformación geográfica muy distinta. Ya se que los datos no cambian las ideas de aquellos que no están abiertos a que la realidad modifique sus juicios, pero la sobreposición de gráficos ofrece una foto rotunda:


Por si todo esto no fuera suficiente, nos hemos encargado de llenar de mierda el planeta; el metano contenido en el permafrost está siendo liberado a marchas forzadas y los inmensos ejércitos de pobres han comenzado su migración en busca de un futuro que el clima, el hombre y el destino, unidos, les niegan.
La presión ejercida por el hombre sobre sistemas complejos cuya inercia es enorme y absolutamente desconocida es brutal, tan enorme que actualmente sólo podemos comprobar que todo va más rápido de lo previsto y que no tenemos idea de dónde está el final del proceso ni sus consecuencias reales. Sabemos que todo lo que medimos confirma el desastre de una forma unánime; sabemos que la política se muestra remisa y perezosa a la hora de levantar las banderas rojas y ponerse manos a la obra; lo sabemos todos y también sabemos que la inercia social hacia la molicie y la falta de movilización colectiva es total. Y ahora, reconocida la absoluta incompetencia de nuestros gestores, echemos una ojeada a la parte de la tecnología que, curiosamente, puede terminar de hundirnos o sacarlos de la mierda si es que las grandes corporaciones se dan cuenta del gran negocio que supone un rescate obligado y miles de millones de clientes cautivos y entregados de pies y manos.
Hoy en día poseemos la tecnología, los recursos y la ciencia suficiente como para hacer muchísimas cosas y adelantarnos a los muchos desastres que, ya lo sabemos, van a llegar si no cambiamos la dirección de nuestros pasos. La gente inteligente que quiere saber y conocer, sabe que la curva seguirá ascendiendo casi vertical, que los fuegos que hoy consumen Siberia y que la liberación de metano del permafrost que hoy abomba carreteras seguirá imparable y cada vez más enérgica. Podemos acumular datos, evidencias y problemas, pero las soluciones no llegan y la marea crece sin cesar.
Mi percepción es que la política se ha acobardado ante la magnitud del reto y la enormidad del cambio necesario, sencillamente: han tirado la toalla antes de empezar la verdadera batalla. Como las malas tropas, han visto al enemigo y han tirado las armas para salir corriendo sin presentar batalla. Podemos y sabemos, pero no quieren llamarnos a filas y disciplinar al ejército como deberían hacerlo. Vamos a morir como el asno de Buridán sin decidirnos por nada mientras el desánimo, el desastre y los cambios irreversibles y terribles van tomando posiciones y mandando avanzadillas.
Lo más probable es que la humanidad las pase muy canutas mientras el planeta se vaya entregando al cambio y a unos cuantos miles de millones de años de aspecto distinto, pero nosotros habremos perdido la oportunidad de arreglar parte del daño realizado. ¿Qué contaremos? ¿Qué excusas daremos a los que queden en situaciones tan precarias como parecen anunciarse? Pocas: ya se sabe que cuando nuestras vidas se llenan de excusas y no de realidades, la cosa va mal, muy mal y excusas hemos acumulado por millones, pero esas excusas ni se comen ni cambian nada.
Tal y como yo lo veo, nuestra generación acumula demasiados dudosos honores: socialmente, nos dejamos quitar todos los frutos de la lucha de padres y abuelos; políticamente, hemos degenerado hasta la degradación moral más clamorosa y como especie, lo único que recordará nuestro paso en el Antropoceno es la basura; miles de millones de toneladas de pura mierda que las generaciones futuras no verán porque ya no serán: silenciosa, inexorable y definitivamente, la Tierra se habrá librado de la peor enfermedad sufrida en su larga historia: el ser humano.