viernes, 14 de julio de 2017

Texto de pompa y circunstancia



En estos días hemos asistido  a un espectáculo que merece la pena comentar y trascender un poco más allá de los fastos y oropeles exhibidos en la capital de la Gran Bretaña. Tan rancia demostración de los que son lo que son por “la gracia de Dios”, no debería pasar desapercibida en los inicios del Siglo XXI, convulsa época que nos ha tocado vivir y cuya melodía de fondo suena más a despedida del mundo hasta ahora conocido que feliz mensajero de futuro.

Las sociedades se pueden organizar de muchas formas y la monarquía es una de ellas, por mucho que a demasiados nos parezca algo desfasado y propia de tiempos pretéritos, pero bueno, dejemos eso para centrarnos en la, desde mi punto de vista, escandalosa demostración de lo más rechazable de la tradición. ¿Acaso la aceptación de la monarquía va pareja con la renuncia a la sensatez? Hemos visto palafreneros, carrozas de cuento de hadas, competencia a ver quien llevaba las joyas con más historia, diademas y lazos; bandas, condecoraciones, fajines y modelos varios; mesas dispuestas en el gran salón de baile y todo lo que se pueda imaginar como alabanza del poder, la tradición, la gloria de los elegidos y la separación del pueblo llano; la plebe desheredada a la que solo le es dado mirar a los poderosos desde lejos y soñar con imitarles.

Tradición, dirán unos; protocolo, dirán otros; diplomacia los más pero yo creo que el horno no está para estos bollos y los jefes de estado, hoy, deberían prescindir de aquello que, sin ambages, se puede calificar de gasto suntuario, inmoralidad galopante, desconsideración y si lo queremos es usar es un lenguaje más vulgar, mear fuera del tiesto.

La monarquía, hoy, es un simple arreglo; una convención que debe colocarse en un plano de discreta eficacia -si es que alguna tiene- y ayuda a la labor de los diferentes gobiernos; nunca como una muestra de antigua soberbia encastillada en sus muchos privilegios. La procesión de carrozas -por cierto, los caballos preciosos- como cúlmen del despilfarro podría tomarse como el paradigma de todo lo que no debe ser y jamás debería ser contemplado en nuestras ciudades.

La mejor pompa, las mejores circunstancias, deben exhibirse en las mesas de trabajo; en la firma de acuerdos de comercio internacional y protección del medio ambiente; en la puesta en marcha de acciones de ayuda a los refugiados y en la eliminación de los ataques a los derechos sociales, cosa de la que, mucho me temo, se ha hablado poco en las magnas ceremonias.

No, lo siento: no es esto y me entrego a la fase de Ortega y Gasset. No, no es esto: lo que hemos visto, tal y como yo lo veo, es rancio, antiguo y profundamente ofensivo. Sí, me ofende ese despliegue de inútil derroche que solo consigue ponerles el culo gordo a los protagonistas.

Si quieren, se puede hacer lo mismo sin esas exageraciones y sin tanto dispendio insolidario y suntuario. Y tampoco me sirve Francia, que dejó a los reyes para consagrar a los burgueses como reinas por un día desfilando bajo el arco del triunfo luciendo sus mejores galas.

Y como colofón: ¿Con los políticos que tenemos que soportar ahora vamos a organizar una república en España? ¡¡¡¡Ni de coña!!!!


martes, 11 de julio de 2017

INDOLENCIA Y DELINCUENCIA


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Vivimos inmersos en un absurdo político obligados, como el asno de Buridan, a elegir entre dos opciones cada una de las cuales se presenta insatisfactoria y decepcionante. Cataluña se despeña por el precipicio de la ilegalidad guiada por un mulero enloquecido que, de forma consciente, premeditada e irresponsable, ha elegido el peor de los caminos posibles para un gobernante: olvidarse de cumplir con la legalidad. En política se pueden defender y elegir todas las opciones, pero nunca se puede optar por violar el marco legal en el que se desarrolla la acción. Para los desmemoriados, me permito recomendar un libro esclarecedor sobre el tema: “Lo que el Rey me ha pedido”, cuaderno de ruta sobre el suicidio legal de las cortes franquistas, viaje lleno de peligros que los autores resumen en una frase esclarecedora de Torquato Fernández Miranda: “De la ley a la ley”, regla imprescindible para realizar cualquier cambio legal, por complicado y radical que se pueda imaginar.

España es un país que, desgraciadamente, no piensa en términos jurídicos o legales: nos movemos en la más completa visceralidad emocional olvidando que la democracia tiene reglas y que las instituciones del estado deben ser ejemplares en el cumplimiento de la ley. Aquí ponemos y quitamos banderas, hacemos sayos de capas que no admiten cambios o interpretaciones arbitrarias; nos declaramos fervientes legalistas siempre y cuando la legalidad cumpla con nuestros caprichos, pero cuando el marco legal no se ajusta al capricho individual, lo ignoramos. 

Puigdemont ha optado por la más rotunda de las ilegalidades, está violentando el marco legal y se declara, de facto, delincuente, ni más ni menos. Todo el corpus legal generado -sobre el que no vale la pena dedicar tiempo a denostar- en busca de la autodeterminación no pasa el más elemental examen de sensatez o corrección jurídica y eso es especialmente grave en la conducta de una parte del Estado. Que nadie olvide que la Generalitat es una parte de la administración del Estado, no un verso suelto indómito y libertario. Puigdemont gobierna desde la legitimidad de unas elecciones posibles en el marco de la Constitución que ahora incumple, viola y olvida.

La otra elección, el alineamiento con el gobierno, se presenta, también como una mala opción si bien es cierto que, en este caso, es el mal menor. No se puede estar conforme con la indolencia y la pasividad de Rajoy, simplemente: es una postura dolosa que debe ser abandonada en aras de una acción política coherente con la necesaria revisión del marco legal de la Constitución. Vamos, que hay que revisar el reparto de los dineros, segunda clave que subyace en toda esta locura absurda en la que nos ha metido. La primera, intentar huir del juicio por corrupción que amenaza con la cárcel a muchos de los los antiguos dirigentes de CiU.

Así las cosas y desde el más profundo hartazgo, me declaro legalista y contrario a la deriva enloquecida que ha adquirido el asunto gracias a Puigdemont y compañía pero que nadie me pida una adhesión incondicional e inquebrantable a los futuros actos de un gobierno que lleva años de indolencia dolosa sin querer enterarse de lo que pasa fuera de los correctos recintos de la política madrileña. 

Sr. Rajoy: póngase las pilas de una puñetera vez. 

Sr. Puigdemont: váyase al carajo y déjenos en paz de una puñetera vez. 
¡Fot el camp, nano!


domingo, 2 de julio de 2017

LGTBI: el derecho de ser humano




Tras estudiar las múltiples derivaciones de tan largas siglas y confirmada mi pertenencia al, hasta ahora desconocido, segmento de los CISGÉNERO, confieso humildemente que la cosa empieza a rebasarme. Empeñarse en ampliar la taxonomía de los comportamientos humanos puede llevarnos a un panorama tan complejo como lo que se pretende clasificar, por mucho que Linneo hiciera ímprobos esfuerzos asegurando que toda la naturaleza era catalogable y clasificable según órdenes, familias, especies y no menciono a los géneros por aquello de no abrir la caja de Pandora.

Al final y aprovechando el aluvión de documentales e informaciones sobre el tema que he consumido estos días -cosas de la oportunidad del momento- me gustaría entrar en detalle con dos cuestiones que, según creo, merecen un poco de atención: el oscuro trabajo de los que deben viajar contracorriente y la naturaleza analógica de la sexualidad humana.

Sobre los primeros, aquellos adolescentes que viven la separación de la corriente dominante en el momento en el que la socialización les empuja a integrarse en el colectivo dominante; los que deben empezar a reconocerse a sí mismos como lo que verdaderamente son olvidando al grupo; los que viven las oscuras horas de un tránsito todavía más complicado que el que vivimos otros, más tranquilos en ese paso entre niñez y lo que sea eso que somos a los 18, mi máxima comprensión, apoyo y solidaridad.

Desde mi punto de vista, son los más olvidados, los menos nombrados y los que, de verdad, necesitan que la sociedad los abrace y les muestre, no sólo la comprensión, sino apoyo. No alcanzo a imaginar la tortura de esos transgénero encerrados en cuerpos ajenos a su sentida y verdadera naturaleza; me espanta esa diaria vivencia de todos los que ven cómo su inclinación sexual no coincide con la mayoría de su grupo de referencia sin saber cómo manejarlo. Esos que no encuentran comprensión ni apoyo en familia, grupo o entorno social; los olvidados de los pequeños núcleos rurales todavía inmersos en una sociedad que ya no existe fuera de sus pequeñas fronteras.

Son los grandes olvidados y los pequeños héroes que tienen que construir su vida contra todo y contra todos y sólo por ellos entiendo que vale la pena la lucha y la reivindicación mucho más allá de las plumas, los tacones, la purpurina y la exaltación de lo folclórico de la celebración del día del orgullo. De la superficie se beneficia lo nuclear y eso, sinceramente, me parece bien, muy bien. Algún día, ese oscuro viaje lleno de obstáculos, podrá hacerse de forma tranquila por las autopistas de la tranquilidad, la aceptación social y la indiferencia colectiva hacia las opciones de cada cual. Que así sea.

En cuanto a la naturaleza de la sexualidad humana, es hora de que todos entendamos que, más allá de la pretendida naturaleza binaria del asunto, desmentida su verdad digital -una cosa u otra, pero sólo dos alternativas - el ser humano, en todas sus manifestaciones, es completamente analógico, gradual, plástico, escurridizo y dinámico; somos fluidos como los líquidos y no hay posibilidad más o menos buena, adecuada o rechazable siempre que se cuente con la complicidad, el consentimiento y el disfrute de aquellos que lo comparten. No hay ejemplo en la historia que no pueda encontrarse, no hay tendencia que no cuente con historia, no hay afinidad desconocida y todo, absolutamente todo lo que hoy vemos, ha sido antes, por mucho que las culturas hayan tratado de ocultarlo, perseguirlo o estigmatizarlo.

Hoy los que luchan usan siglas que pretenden informar sobre las posibilidades y no está mal -complicado, pero necesario - a la espera de que algún día puedan simplemente, luchar por el derecho de ser humano, simplemente. No es mal reto ese de aceptarnos como somos: complejos, cambiantes, diversos y difíciles de clasificar en algún nicho que vaya más allá de nuestra verdadera naturaleza de seres humanos.