La realidad de un mundo sin vacunas. ¿Queremos volver?
Anda uno bastante cabreado con el mundo en general y con el
legislador en particular por la extrema estupidez con la que se permite manejar
la cosa pública y la protección del interés general y el mío propio en
particular. No solo me siento estafado, me siento desprotegido y amenazado como
deberíamos sentirnos todos. Una cosa es que un individuo aislado cometa una tontería
que podemos catalogar como “egoísta” y otra, muy distinta, es que la estulticia
individual ponga en peligro al colectivo y, además, cuente con el apoyo del
legislador para hacerlo. Sinceramente, no podemos seguir así: desprotegidos frente
al imperio de la dolosa estupidez.
Los ejemplos son muchos, pero los dos últimos - uno ya
bendecido legalmente y otro sin repercusión penal - nos llevan al oscuro pasado
de una sociedad incapaz de protegerse frente a las pandemias más habituales.
Quiero denostar, sí, denostar, sobre el abandono del calendario de vacunación
infantil y sobre la nueva ley catalana que permite la distribución comercial de
leche cruda. Son dos ejemplos de que la humanidad bendice la gilipollez e
incluso es capaz de protegerla legalmente.
Hay que decirlo muy claro: el hombre es un animal común y
corriente cuya capacidad de generar epidemias es altísima. Vivimos hacinados,
interactuamos continuamente con un elevadísimo número de congéneres y tenemos
la capacidad de desplazarnos en horas a cualquier parte del mundo. En conjunto,
somos un desastre potencial de primera magnitud, tal y como cualquier patólogo
o epidemiólogo puede confirmar. Gracias a la ciencia de las vacunas -Bendito sea
Pasteur, el genial intruso- la mortalidad infantil se ha convertido en algo
excepcional en lugar de habitual; las prótesis y ayudas mecánicas que
convertían en un infierno a los pacientes de la poliomielitis o parálisis
infantil son algo desconocido hoy en día, al igual que los llamados “pulmones de
acero” que se contaban por miles.(foto) Bueno, pues todo ese paraíso de salud
generado por la buena praxis de la medicina preventiva está a punto de irse al
carajo gracias a la congénita capacidad humana para cagarla y adoptar, siempre
que puede y le dejan, las peores decisiones. Vuelve a haber niños muertos por
sarampión que no fueron vacunados; vuelve la amenaza sobre colectivos enteros a
los que unos padres irresponsables hacen vulnerables, pues la cosa no sólo
afecta sus hijos sino al conjunto completo. Y no hay defensa legal contra
ellos.
Si tu hijo muere en el colegio por contagiase de algo malo
gracias a que su compañero de clase no estaba vacunado, estás jodido: nada te
ampara. No hay autoridad ni tribunal al que puedas recurrir o pedir que los padres
de ese peligro público se pudran en la cárcel varios eones, pena mínima que
consideras adecuada para reparar la pérdida de tu hijo. De la misma manera que
perros, gatos, cerdos, vacas y gallinas deben cumplir con un estricto control
sanitario que evite las zoonosis, el animal humano debe atenerse a las mismas
normas y no convertir a sus propios hijos en armas biológicas incontroladas. Y
si no lo hace, al trullo, simplemente. Y si el niño muere, prefiero no comentar
mis propias inclinaciones, la verdad.
El segundo caso, más grave en tanto en cuanto el peligro ha
sido legalizado y bendecido por el Gobern Catalá (no tienen nada mejor de lo
que ocuparse, entiendo) es el de la famosa “leche cruda”. Imitando la libertad
de los USA e ignorando que uno de cada seis consumidores de tal producto está
enfermo por su causa (y por ser gilipollas, no nos engañemos), ha lanzado una
ley que permite comercializar leche cruda sin demasiadas trabas y en la
esperanza de que no se líe muy gorda. Me abstengo de comentar la comparación
realizada por la consejera y las cuatro semanas del pollo en la nevera. En este
escrito no entran tamañas guarradas.
Tenemos la situación perfecta soñada por el más sanguinario
terrorista social: la leche sin tratar y la población sin vacunar. Todo cojonudo
para organizar la mundial: brucelosis, tuberculosis y todo lo que cada cual
quiera añadir y que, en su día, comandaron los ejércitos de la muerte. ¿Hemos
perdido el juicio? ¿No nos ha enseñado nada la historia de la medicina y su
eterna batalla contra este tipo de actos suicidas y dolosos?
Parece ser que no, que no aprendemos y queremos retornar a
la senda del suicidio como especie. No tenemos remedio, sencillamente.