Hace unos días prometía a un amigo catalán que, si me inspiraba,
intentaría escribir una carta dirigida a mis amigos catalanes y llega el
momento de ponerme a ello sabiendo, de antemano, que el intento será fallido. Y
lo será por muchos motivos, pero el principal es que me resulta imposible
encontrar puntos de conexión entre lo visceral y lo racional sobre los que
basar un discurso medianamente manejable.
Desde mi alejamiento de Cataluña han pasado demasiadas cosas
y demasiado extrañas a mi propia experiencia como para que pueda encontrar
elementos de conexión entre mis propias vivencias y lo que puedo intuir como
realidad actual. Buscar los hechos concretos y sobre ellos definirlo todo se
quedará corto de antemano y buscar lo más emotivo para encontrar una vía de
encuentro, se me presenta ajeno, inmanejable y peligroso por mi propio
desconocimiento y falta de conexión con la realidad.
Desde la distancia, el cariño y la experiencia trato, sin
éxito, de entender el momento y manejarlo de forma constructiva, pero no
encuentro la forma de asir esa realidad arenosa que se me escurre entre los
dedos del pensamiento como si fuera líquida. Cada vez que creo encontrar un
punto de referencia, el análisis pausado de lo que creo certeza, se me diluye y
se difumina en una bruma de inseguridad y debilidad argumental que me resulta
frustrante y cansina; inasible e inviable a la hora de utilizarla como
herramienta de construcción y consenso, nada que permita construir el futuro
que considero como ideal y conveniente para una nueva etapa de colaboración y
futuro.
El pensamiento de cada cual es fruto y resultado de muchas
cosas que acaban configurando una visión del mundo con la que cada uno intenta
manejar la actualidad buscando las referencias que le hacen sentirse seguro y
capaz de posicionarse desde su propia ética y sentido moral de la existencia y
desde mi propia realidad, no consigo entender la realidad catalana de una forma
satisfactoria para mi propio “manual de usuario”.
Tengo muchas certezas incómodas para unos y para otros;
estoy muy lejos de la equidistancia y mi visión de la realidad se manifiesta
absolutamente incómoda al tener que manejar lo que hoy nos desafía desde una
decisión binaria: no, la realidad es cada vez más compleja, analógica e
interrelacionada como para abrazar sólo una parte como válida para el todo,
pero intentaré abrazar alguna de las escasas certezas que hoy creo poder
manejar para terminar de incomodaros a todos.
Abordando primero el papel del partido que ha representado,
muy mal, al estado en los últimos años, no hay forma de encontrar un asidero
que pueda avalar su inmovilidad, su desprecio hacia la realidad social de
Cataluña o me permita asumir sus planteamientos. Rajoy deberá asumir un juicio
histórico realmente nefasto de sus actuaciones en Cataluña al dejar esa
realidad enquistada en la inacción, el silencio y la prepotencia. Su recurso al
Constitucional sobre el estatuto votado en 2006 ha pretendido una realidad
completamente insatisfactoria para la política y la sociedad catalana. La pretensión
de que la sentencia de 2010 lo dejaba todo resuelto se ha demostrado nociva y
absurda y desde ese día, la realidad catalana ha ido desbordando los cauces de
la política institucional anegando los campos sociales preparados para ser
fertilizados con esas aguas desbordadas llenas del polvo de la insatisfacción,
la ofensa y el rechazo de su manifestación colectiva a favor del estatuto
rechazado.
No soy jurista, pero he leído versiones jurídicas que hablan
de que esa sentencia no lo cerraba todo, sino que abría puertas a actuaciones
políticas que el PP jamás consideró necesario explorar. Sin tener argumentos,
sí pienso que la política debe explorar todas las opciones que busquen acuerdos
amplios y consensos constructivos y que basar la acción de cualquier ejecutivo
en la inacción es la mejor manera de defraudar la realidad de cada tiempo
político y social, siempre cambiante y en constante movimiento.
No encuentro forma de justificar la acción del PP, la
verdad, como tampoco tengo forma de validar esa inconsciencia de Zapatero al afirmar
que “firmaría lo que viniera de Cataluña”. La política es algo más y mucho más
compleja que esas afirmaciones simplistas que acaban frustrándolo todo. A cada
cual, lo suyo.
Ya hemos dejado claro, sin extendernos demasiado, que esto
va a ser largo, que la postura del PP ha sido nefasta y que ha abonado, por
inacción, un incremento de demandas cada vez más inmanejable y cada vez más
complejo, de manera que vamos con la otra parte de ese espejo de la realidad
que, desde mi punto de vista, es mucho más complejo e inasible a la hora de
convertirlo en una foto fija.
El lado nacionalista-independentista, desde mi punto de
vista, ha llevado a la sociedad catalana hasta los más lejanos límites del
absurdo construyendo una alianza contra natura que no podía acabar más que como
ha acabado: asumiendo la independencia como único destino de sus propias
ambiciones. Desmiento mucho de los planteamientos que avalaban la amenaza de la
independencia como baza negociadora, la propia naturaleza del pacto con
Esquerra y con la CUP, ha empujado a la burguesía del PdeCat a asumir el mismo
papel que Andrónico II Paleólogo y contratar unos servicios que, tarde o
temprano, exigirían el pago de sus soldadas prometidas: la independencia.
Puigdemont ha estado a punto de sufrir el mismo destino que Roger
de Flor a manos de Miguel IX Paleólogo y dejar su cabeza expuesta a los pies
de los mercenarios y al final, muy al final y no muy conforme, ha terminado por
pagar y asumir que el camino emprendido solo tenía una salida y que esa salida
lo destrozaba todo. Por hacer la cosa corta, abrazar la ilegalidad siendo el representante
del ordenamiento jurídico del estado es una opción condenada al enfrentamiento total;
a una declaración formal que implica luchar contra el estado hasta las últimas
consecuencias y ver quién es capaz de derrotar a quien, situación en la que
ahora nos encontramos. La CUP es un aliado que sólo es capaz de imaginar sus acciones desde el odio y la destrucción, un futuro imposible y oscuro mientras que Esquerra ha demostrado una ineficacia dolosa que ha supuesto un destrozo económico y empresarial de primer orden del que todos, especialmente Cataluña, tardará años en recuperarse. Son culpables de mentir y de estafar con premeditación y alevosía pues han soliviantado sentimientos y aspiraciones imposibles de cumplir y lo han hecho sabiendo que todas sus promesas eran falsas desde el inicio, tal y como la realidad ha tenido que acabar demostrando. De ese lado queda el delito moral de la fractura social, el enfrentamiento y el daño infringido a una sociedad que va a tardar en años en curar sus profundas heridas. Entregados a la ambición y el populismo, lo legítimo de sus aspiraciones independentistas y republicanas, amparadas por la democracia, han quedado sepultadas por la inmoralidad de sus acciones. Así de simple. En cuanto al PEdeCat, me veo obligado a señalar que el principal motivo para poner en marcha esta locura debe buscarse en una historia larga y sostenida de corrupción institucional basada en el 3% y sus consecuencias legales. "Money makes the worls go around", como casi siempre; una huida hacia adelante que le ha llevado a despreciar la legalidad, la democracia, las instituciones y la más mínima coherencia. Como decía Tarradellas, "en política cabe todo menos el ridículo" y Puigdemont no sólo ha hecho el ridículo en el plano personal, nos ha arrastrado a todos a compartir ese ridículo imposible de explicar sin abrazar la vergüenza y la depresión. El juicio de esa historia será duro, implacable más bien.
Para asombro de muchos, entre los que me incluyo, el momento
no permite otra postura que apoyar la única opción que le quedaba al gobierno y
cruzar los dedos para que se imponga la cordura y la mesura en los próximos
meses. Desde el lado del poder para actuar, de una vez, de forma eficaz y dejar
de convertir lo que debería ser un recurso de retaguardia -el Tribunal
Constitucional y las acciones judiciales – en la primera línea de trincheras enfangadas
en la lucha política. Ya que no han tenido ganas de hacer política cuando
correspondía, gestionen este desastre de la mejor manera posible y muestren la
cara amable de la gestión política y dediquen sus esfuerzos inmediatos a
reconstruir la legalidad y la convivencia para que las elecciones demuestren
que la democracia se construye con las formas y que los territorios comunes deben
construirse con el acuerdo de todos y a ser posible, sin dejar a nadie fuera de
sus ventajas y de sus frutos.
Por acabar con este ladrillo, creo que es hora de que me manifieste con claridad para terminar de enfadar a todos: soy
internacionalista, no me gustan las fronteras y abrazo convencido las ventajas
de la UE y de la solidaridad internacional; me dan mucha grima y mucha pereza
los nacionalismos arcaicos propios de la reacción católico-burguesa
construidos, artificialmente, en el Siglo XIX. Me repugna el uso miserable que
se ha hecho de la historia en el lado nacionalista inventando una realidad que
jamás existió. (De paso, diré que me he interesado por esos nuevos
planteamientos y no he encontrado ningún documento -repito eso de documento,
pues he dejado los ojos tratando de descifrar los PDF de los originales- que
avale las tesis tan cacareadas de una realidad que ha transcurrido en las
líneas fronterizas de lo que se pretende pero que nunca las traspasó. Ni Cataluña
ha sido nunca una nación ni ha gozado jamás de tal consideración histórica, lo
siento. Sí ha sido muy importante; sí ha tenido períodos de gloria; sí ha
sufrido la derrota como muchos otros territorios de España -recuerden la historia
de los comuneros de Castilla- y sí ha tenido, en otros momentos, un trato de
privilegio pro parte del estado protegiendo intereses comerciales como en el caso
de los textiles y el monopolio de esclavos que al resto de los españoles les
costó una pasta gansa. Vaivenes de la historia que han afectado a todos los
territorios que en el mundo han sido).
Si lo que plantea ese otro lado me repugna, la experiencia con el PP me
preocupa enormemente y no me deja confiar en que vaya a triunfar la sensatez y
la eficacia. Esperemos que lo hagan bien y despertemos de esta pesadilla más
sensatos de lo que entramos en la ensoñación del momento.
¿Y el futuro? Del futuro hablaremos en otra entrada, que por hoy es castigo suficiente.