domingo, 29 de octubre de 2017

Carta incierta a mis amigos catalanes


Hace unos días prometía a un amigo catalán que, si me inspiraba, intentaría escribir una carta dirigida a mis amigos catalanes y llega el momento de ponerme a ello sabiendo, de antemano, que el intento será fallido. Y lo será por muchos motivos, pero el principal es que me resulta imposible encontrar puntos de conexión entre lo visceral y lo racional sobre los que basar un discurso medianamente manejable.

Desde mi alejamiento de Cataluña han pasado demasiadas cosas y demasiado extrañas a mi propia experiencia como para que pueda encontrar elementos de conexión entre mis propias vivencias y lo que puedo intuir como realidad actual. Buscar los hechos concretos y sobre ellos definirlo todo se quedará corto de antemano y buscar lo más emotivo para encontrar una vía de encuentro, se me presenta ajeno, inmanejable y peligroso por mi propio desconocimiento y falta de conexión con la realidad.

Desde la distancia, el cariño y la experiencia trato, sin éxito, de entender el momento y manejarlo de forma constructiva, pero no encuentro la forma de asir esa realidad arenosa que se me escurre entre los dedos del pensamiento como si fuera líquida. Cada vez que creo encontrar un punto de referencia, el análisis pausado de lo que creo certeza, se me diluye y se difumina en una bruma de inseguridad y debilidad argumental que me resulta frustrante y cansina; inasible e inviable a la hora de utilizarla como herramienta de construcción y consenso, nada que permita construir el futuro que considero como ideal y conveniente para una nueva etapa de colaboración y futuro.

El pensamiento de cada cual es fruto y resultado de muchas cosas que acaban configurando una visión del mundo con la que cada uno intenta manejar la actualidad buscando las referencias que le hacen sentirse seguro y capaz de posicionarse desde su propia ética y sentido moral de la existencia y desde mi propia realidad, no consigo entender la realidad catalana de una forma satisfactoria para mi propio “manual de usuario”.

Tengo muchas certezas incómodas para unos y para otros; estoy muy lejos de la equidistancia y mi visión de la realidad se manifiesta absolutamente incómoda al tener que manejar lo que hoy nos desafía desde una decisión binaria: no, la realidad es cada vez más compleja, analógica e interrelacionada como para abrazar sólo una parte como válida para el todo, pero intentaré abrazar alguna de las escasas certezas que hoy creo poder manejar para terminar de incomodaros a todos.

Abordando primero el papel del partido que ha representado, muy mal, al estado en los últimos años, no hay forma de encontrar un asidero que pueda avalar su inmovilidad, su desprecio hacia la realidad social de Cataluña o me permita asumir sus planteamientos. Rajoy deberá asumir un juicio histórico realmente nefasto de sus actuaciones en Cataluña al dejar esa realidad enquistada en la inacción, el silencio y la prepotencia. Su recurso al Constitucional sobre el estatuto votado en 2006 ha pretendido una realidad completamente insatisfactoria para la política y la sociedad catalana. La pretensión de que la sentencia de 2010 lo dejaba todo resuelto se ha demostrado nociva y absurda y desde ese día, la realidad catalana ha ido desbordando los cauces de la política institucional anegando los campos sociales preparados para ser fertilizados con esas aguas desbordadas llenas del polvo de la insatisfacción, la ofensa y el rechazo de su manifestación colectiva a favor del estatuto rechazado.

No soy jurista, pero he leído versiones jurídicas que hablan de que esa sentencia no lo cerraba todo, sino que abría puertas a actuaciones políticas que el PP jamás consideró necesario explorar. Sin tener argumentos, sí pienso que la política debe explorar todas las opciones que busquen acuerdos amplios y consensos constructivos y que basar la acción de cualquier ejecutivo en la inacción es la mejor manera de defraudar la realidad de cada tiempo político y social, siempre cambiante y en constante movimiento.

No encuentro forma de justificar la acción del PP, la verdad, como tampoco tengo forma de validar esa inconsciencia de Zapatero al afirmar que “firmaría lo que viniera de Cataluña”. La política es algo más y mucho más compleja que esas afirmaciones simplistas que acaban frustrándolo todo. A cada cual, lo suyo.
Ya hemos dejado claro, sin extendernos demasiado, que esto va a ser largo, que la postura del PP ha sido nefasta y que ha abonado, por inacción, un incremento de demandas cada vez más inmanejable y cada vez más complejo, de manera que vamos con la otra parte de ese espejo de la realidad que, desde mi punto de vista, es mucho más complejo e inasible a la hora de convertirlo en una foto fija.

El lado nacionalista-independentista, desde mi punto de vista, ha llevado a la sociedad catalana hasta los más lejanos límites del absurdo construyendo una alianza contra natura que no podía acabar más que como ha acabado: asumiendo la independencia como único destino de sus propias ambiciones. Desmiento mucho de los planteamientos que avalaban la amenaza de la independencia como baza negociadora, la propia naturaleza del pacto con Esquerra y con la CUP, ha empujado a la burguesía del PdeCat a asumir el mismo papel que Andrónico II Paleólogo y contratar unos servicios que, tarde o temprano, exigirían el pago de sus soldadas prometidas: la independencia.

Puigdemont ha estado a punto de sufrir el mismo destino que Roger de Flor a manos de Miguel IX Paleólogo y dejar su cabeza expuesta a los pies de los mercenarios y al final, muy al final y no muy conforme, ha terminado por pagar y asumir que el camino emprendido solo tenía una salida y que esa salida lo destrozaba todo. Por hacer la cosa corta, abrazar la ilegalidad siendo el representante del ordenamiento jurídico del estado es una opción condenada al enfrentamiento total; a una declaración formal que implica luchar contra el estado hasta las últimas consecuencias y ver quién es capaz de derrotar a quien, situación en la que ahora nos encontramos. La CUP es un aliado que sólo es capaz de imaginar sus acciones desde el odio y la destrucción, un futuro imposible y oscuro mientras que Esquerra ha demostrado una ineficacia dolosa que ha supuesto un destrozo económico y empresarial de primer orden del que todos, especialmente Cataluña, tardará años en recuperarse. Son culpables de mentir y de estafar con premeditación y alevosía pues han soliviantado sentimientos y aspiraciones imposibles de cumplir y lo han hecho sabiendo que todas sus promesas eran falsas desde el inicio, tal y como la realidad ha tenido que acabar demostrando. De ese lado queda el delito moral de la fractura social, el enfrentamiento y el daño infringido a una sociedad que va a tardar en años en curar sus profundas heridas. Entregados a la ambición y el populismo, lo legítimo de sus aspiraciones independentistas y republicanas, amparadas por la democracia, han quedado sepultadas por la inmoralidad de sus acciones. Así de simple. En cuanto al PEdeCat, me veo obligado a señalar que el principal motivo para poner en marcha esta locura debe buscarse en una historia larga y sostenida de corrupción institucional basada en el 3% y sus consecuencias legales. "Money makes the worls go around", como casi siempre; una huida hacia adelante que le ha llevado a despreciar la legalidad, la democracia, las instituciones y la más mínima coherencia. Como decía Tarradellas, "en política cabe todo menos el ridículo" y Puigdemont no sólo ha hecho el ridículo en el plano personal, nos ha arrastrado a todos a compartir ese ridículo imposible de explicar sin abrazar la vergüenza y la depresión. El juicio de esa historia será duro, implacable más bien.

Para asombro de muchos, entre los que me incluyo, el momento no permite otra postura que apoyar la única opción que le quedaba al gobierno y cruzar los dedos para que se imponga la cordura y la mesura en los próximos meses. Desde el lado del poder para actuar, de una vez, de forma eficaz y dejar de convertir lo que debería ser un recurso de retaguardia -el Tribunal Constitucional y las acciones judiciales – en la primera línea de trincheras enfangadas en la lucha política. Ya que no han tenido ganas de hacer política cuando correspondía, gestionen este desastre de la mejor manera posible y muestren la cara amable de la gestión política y dediquen sus esfuerzos inmediatos a reconstruir la legalidad y la convivencia para que las elecciones demuestren que la democracia se construye con las formas y que los territorios comunes deben construirse con el acuerdo de todos y a ser posible, sin dejar a nadie fuera de sus ventajas y de sus frutos.


Por acabar con este ladrillo, creo que es hora de que me manifieste con claridad para terminar de enfadar a todos: soy internacionalista, no me gustan las fronteras y abrazo convencido las ventajas de la UE y de la solidaridad internacional; me dan mucha grima y mucha pereza los nacionalismos arcaicos propios de la reacción católico-burguesa construidos, artificialmente, en el Siglo XIX. Me repugna el uso miserable que se ha hecho de la historia en el lado nacionalista inventando una realidad que jamás existió. (De paso, diré que me he interesado por esos nuevos planteamientos y no he encontrado ningún documento -repito eso de documento, pues he dejado los ojos tratando de descifrar los PDF de los originales- que avale las tesis tan cacareadas de una realidad que ha transcurrido en las líneas fronterizas de lo que se pretende pero que nunca las traspasó. Ni Cataluña ha sido nunca una nación ni ha gozado jamás de tal consideración histórica, lo siento. Sí ha sido muy importante; sí ha tenido períodos de gloria; sí ha sufrido la derrota como muchos otros territorios de España -recuerden la historia de los comuneros de Castilla- y sí ha tenido, en otros momentos, un trato de privilegio pro parte del estado protegiendo intereses comerciales como en el caso de los textiles y el monopolio de esclavos que al resto de los españoles les costó una pasta gansa. Vaivenes de la historia que han afectado a todos los territorios que en el mundo han sido).  Si lo que plantea ese otro lado me repugna, la experiencia con el PP me preocupa enormemente y no me deja confiar en que vaya a triunfar la sensatez y la eficacia. Esperemos que lo hagan bien y despertemos de esta pesadilla más sensatos de lo que entramos en la ensoñación del momento.

¿Y el futuro? Del futuro hablaremos en otra entrada, que por hoy es castigo suficiente.

domingo, 22 de octubre de 2017

Cuatro banderas y un piso


TIEMPOS EN LOS QUE LOS SUEÑOS NOS INCLUÍAN A TODOS

Hubo un piso cuyos habitantes se sentían cómodos y felices recorriendo un largo pasillo en el que colgaban, de común acuerdo, cuatro banderas conviviendo en armonía. Eran las que representaban un sueño todavía nuevo y aún no escrito en la formal caligrafía de ningún texto legal: la ikurriña, la senyera, la gallega (huérfana de nombre propio) y el pendón morado en representación de los madrileños del grupo que encontraron allí su refugio autonomista. Eran tiempos en los que no había llegado el “café para todos” y tan solo las nacionalidades históricas parecían reclamar una historia que luego se desparramó por todo el mapa español.
En ese piso jamás se habló de exclusiones, jamás se dejó que la sombra de la insolidaridad nublara la ilusión y en cambio, se soñaba con la normalidad de un patrimonio cultural acrecentado por la aportación de lenguas y culturas que habían vivido en el extrarradio del franquismo. En ese piso se hablaba de futuro, de Europa, de libertad, de lo equivocados que estaban aquellos mayores que, desde nuestros 19 años, juzgábamos fuera de la verdad de los tiempos y condicionados por un pasado cuyo retorno era imposible.
En ese piso nos emocionamos con aquel compañero que lloró como un bebé viendo, con las sempiternas interferencias de la televisión del autobús del equipo, a Tarradellas y su histórico “ya soc aquí” aquel 23 de octubre de 1977. Éramos muy jóvenes y en el antiguo pabellón de Zaragoza salíamos al campo con las canciones de la Bullonera y de Labordeta cuyas letras, hoy, me emocionan y me hacen recordar sensaciones y vivencias que me hablan de ilusión, de esperanza y de ganas de hacer un país nuevo partiendo de cero.
No había, en ese futuro esperanzado, sitio para la manipulación, la demagogia, la discriminación y todo estaba lleno de solidaridad, respeto, inclusión, libertad y trabajo en común para ganar lo que tanto necesitábamos ganar y que no querían darnos. Europa era un sueño lejano y casi imposible; la libertad, siempre amenazada por espadones franquistas dispuestos a salvarnos, aunque nosotros no quisiéramos ser salvados y la bandera de todos estaba secuestrada por aquellos que, al final, consiguieron que muchos nos sintiéramos excluidos de su simbología común y todavía no la veamos con total normalidad.
Han pasado cuarenta años y la realidad de hoy nos escupe a la cara la verdad de una política sucia, mezquina, mentirosa y falaz. Vivimos el triunfo de la demagogia con una Cataluña impensable en aquellos tiempos de sueños limpios, vivimos sometidos a la tiranía de apropiación de palabras, conceptos y símbolos por parte de aquellos que hacen triunfar la insolidaridad, la mentira y la manipulación de la historia y que quieren lograr un triunfo que les consagraría en sus mentiras: quieren lograr el odio y yo me niego a entregarles ese triunfo en la partida.
Apelo, en un momento de sinrazón dominado por el absurdo, a la reivindicación de la sensatez y la normalidad. Contra la enconada visceralidad del odio, apelo a la racionalidad y a la experiencia de los que tuvieron que construir sobre bases sólidas y de moral elevada. Apelo a mirar hacia aquellos que se dieron cuenta de que los pueblos deben avanzar y construir su futuro dejando atrás el odio pues sabían que, sobre el odio, no hay base para construir nada, sólo para destruir y para retroceder.
Apelo a la verdad de aquellos recuerdos limpios; apelo a mi propia vida en una Cataluña esplendorosa que lucía sus mejores galas en el 93 y 94; una Cataluña abierta y modélica que, con la ayuda de toda España, se exhibió al mundo vestida de sus mejores cualidades en los juegos del 92. Apelo a la verdad de una historia asumida con naturalidad y no recreada al servicio de pensamientos y objetivos bastados que buscan, en la mentira, la justificación de un futuro que nace corrompido por la mentira, el enfrentamiento y la exclusión.
Apelo, como muchos otros, al triunfo de la convivencia regulada por las leyes que nos hemos dado y que, entre todos y por el bien común de todos, podemos cambiar trabajando todos juntos sin dejar a nadie en las cunetas de la historia. Sé que apelo a los imposibles utópicos de una España que no puede pensarse amputada y mermada de una parte de sí misma; que apelo a que los que excluyen se den cuenta de que la exclusión en el preludio del exterminio de los más próximos, de sus amigos y compañeros de trabajo; apelo al sueño común de una Europa que elimina fronteras y suma identidades; apelo a la suma y nunca a la resta; apelo a la solidaridad internacionalizada entre los trabajadores en contra del egoísmo de un capitalismo aliado con lo más rancio de una iglesia que hoy, no es reconocible en sus arcaicos planteamientos decimonónicos.
Apelo a mi propia racionalidad intentando tapar el exabrupto que me nace de esa visceralidad que quieren despertar en mi los que basan sus mentiras en una emocionalidad manipulada y mentirosa; apelo a mi propia calma y a mi visión racional de la vida política, tan alejada de valores que necesitamos como el respirar. Apelo a no dejarme arrastrar por ellos, a ser mejor y a llamar a los que, como yo, solo quieren trabajo, armonía, respeto, solidaridad, justicia y verdad sobre las que vivir de acuerdo con un ordenamiento legal que nos protege a todos de arbitrariedades fascistoides.
Apelo a la utopía de la razón enfrentada a la intransigencia de un mito nefasto que habla de mejores y peores, de un mito basado en una realidad inventada que nunca fue; de una visceralidad negativa creada por la manipulación y la mentira; apelo a racionalidad y a la verdad para librarnos de la condena del odio y la manipulación de las palabras y conceptos; de los símbolos y de la historia; de la realidad y de la vida ciudadana.

Apelo, en suma, al imposible que nos debemos y a los que algunos dan la espalda sin saber que la historia que quieren construir se volverá contra ellos por mucho que ahora quieran ocupar el lugar de los que, en aras de una causa justa, se inmolaron en beneficio del hombre. Pobre el hombre que acepte el sacrificio de algo tan bajo y tan inmoral.

martes, 3 de octubre de 2017

¿Y si ganamos?

Conseguido el primer objetivo fundacional y enardecido por el triunfo,Puigdemont se plantea nuevos retos y pide negociar con todos los países implicados con el fin recuperar los territorios injustamente arrebatados a la gloriosa República Catalana. 
(Mejor obviamos lo de comtes-reis que revela el origen araganós del mapita, que tampoco es cuestión de ser puntillosos)


Hay una anécdota sobre el casi eterno presidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, llamado por todos D. José y de clara ascendencia catalana pues su familia procedía de Os de Balaguer, Lérida, que considero muy apropiada para intentar comentar la pesadilla de estos días de absurdo:

Un periodista, que apoyaba la posición de la compañía bananera, United Fruits, en son de burla le dijo al presidente que, conocida su posición tan radical, por qué no le declaraba la guerra a Estados Unidos.
Don Pepe le contesto,
-Me parece muy interesante lo que usted sugiere. Pero lo grave no es eso. Lo que me preocupa es pensar que haríamos si les ganamos la guerra.

Hoy, tres de octubre de 2017, creo que vivimos un momento que la historia juzgará con dureza y que nos avergonzará a todos por nuestro fracaso a la hora de mantener el enorme patrimonio de la convivencia, la complicada, casi imposible convivencia pacífica de los españoles. Parecía que la maldición había caducado, que la historia nos había enseñado a celebrar lo común y a enriquecernos con las diferencias, pero era mentira.

Podemos superar la violencia, pero no podemos superar los efectos de los mitos y la sombra de la fuerza como único elemento de cohesión que se dibuja con más fuerza cada hora. O a la fuerza juntos o tristemente separados. Culpables en grado de colaboración hay muchos, pero el asesino es uno y esa responsabilidad debe caer sobre él en los libros que se escribirán mañana.

Hoy, algunos se enfrentan a la inesperada responsabilidad de administrar una victoria inmerecida y regalada por la admirable ineptitud de un gobierno desaparecido y ausente; de un presidente indolente que no ha sabido, ni querido, ponerse al frente de la búsqueda del acuerdo, un presidente que, si hubiera tenido que buscar el consenso que fructificó en la constitución del 78, hubiera llamado a los tanques de Milán del Bosch como única solución. El puesto le viene grande, inmensamente grande y su capacidad para ausentarse de la realidad y sus exigencias es absoluta.

Enfrente se ha encontrado con un “President” cautivo de los jinetes de la locura que, ahora, exigen su pago mercenario a cambio del apoyo ofrecido. Quieren la cabeza del Estado, quieren la recompensa soñada y se ven como las figuras históricas que trajeron el Vellocino de Oro tras el largo viaje de la esclavitud: la independencia de Cataluña. Puigdemont debe pagar el precio como, en su día, tuvo que pagar el emperador moroso que se vio enfrentado al grito del famoso “Desperta Ferro, Mateu, Mateu, Aragón, Aragón” y al saqueo de Constantinopla. Los actuales Almogávares se han olvidado de la última parte, pero la sed de venganza es la misma y creo sinceramente que Puigdemont no se lo esperaba. ¿Qué hago yo ahora? se pregunta en la soledad del miedo.

De momento, nada de lo que está haciendo que, básicamente, consiste en incendiar Cataluña y volatilizar los débiles restos de aquellos puentes que apenas se aguantan en pie tras la inundación de locura, de manera que no tenemos por dónde agarrar la más leve esperanza. Han ganado la batalla de las imágenes, han construido nuevos mitos y han consagrado iconos, pero su victoria se sustenta sobre algo tan miserable como la ilegalidad propia -el delito consumado- y la ineptitud del contrario que, desde mi punto de vista, constituyen una base muy escasa si la analizamos despacio.

Intentar levantar la nueva e idílica república Catalana sobre la justificación de los resultados del desastre del domingo es inmoral, por demás de ilegal, fraudulento, impresentable y todos los “in” que imaginarse puedan. ¿De verdad alguien piensa que ese edificio se sostendrá y que el “Govern” le puede volver la espalda a esa enorme parte de los ciudadanos de Cataluña que hoy deben subsistir, junto con su miedo, debajo de las alcantarillas? ¿De verdad piensan que con la CUP al lado se puede construir algo sensato y además, gestionarlo? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?

De ese nacimiento espurio y contaminado de indignidad no puede salir nada bueno y, además, nos aboca a todos a una realidad de pesadilla. O el estado se inhibe y deja desprotegidos a los no implicados o asume las funciones constitucionales y restituye el orden por la fuerza, una desgracia que no está tan lejana como algunos piensan. ¿De verdad alguien cree que todos los estamentos del estado van a asistir impasibles a la consagración de la ruptura? ¿De verdad se piensa que no habrá respuesta y que la respuesta, consumada la declaración de independencia, sólo puede ser una?

Puigdemont se nos presenta como un títere desaliñado que se enfrenta a un destino con el que no contaba, pero deja hacer y permite, animando, que las calles se llenen, que las carreteras se corten y no solamente no da un mensaje de cordura sino que subvenciona la huelga espoleando a todos para que la orgía no decaiga intentando, en vano, salir de la misma virgen e inmaculado para levantar la enseña de una nueva república nacida de la ilegalidad y, lo que es peor, de la absoluta inmoralidad por injusta, tendenciosa y promotora de la división social más traumática que podamos imaginar. Lo malo es que con eso ya debemos afrontar el futuro pues la herida estará abierta mucho tiempo, pase lo que sea que pase al final.

Cataluña está encendida y soliviantada; borracha de sueños, triunfos, anhelos de unos y miedos de otros profundamente indignados por la absoluta violación de reglas y derechos en un despojo innoble a cargo de aquellos que deberían velar por el cumplimiento de las leyes y gestionar la diversidad con altura moral. No hay nada de eso, sólo hay locura, solo hay “rauxa”, arrebato, carreras hacia la nada.

Sabemos que Rajoy no ha sabido administrar la derrota y es complicado que aprenda, pero estoy seguro de que Puigdemont no sabrá administrar, como Aníbal tras la batalla de Cannas, la victoria.

Los puentes caerán, Cataluña, hoy o en un futuro próximo, se condenará a si misma a la tiranía de la uniformidad y el odio hacia todo y hacia todos los que no fueron iluminados por el rapto místico de la actual locura y al resto nos quedará la inmensa pena de ver que, efectivamente, los pueblos que olvidan la historia están condenados a repetirla.