miércoles, 6 de diciembre de 2017

¿Vd. conoce el "procès"?



Decía Tarradellas que en política se puede hacer todo, excepto el ridículo y con el paso de los años, habría que añadir algo más que en los últimos meses ha inundado nuestras vidas: tampoco se puede ser pesado. España se ha visto sometida a un estrés imposible, nos han bombardeado diariamente con todo tipo de noticias y estamos hartos, no me cabe duda alguna. Por encima de cualquier otra cosa, España ha llegado al hartazgo, no nos cabe ni un segundo más del famoso” procés”.
Como las oleadas de testigos de Jehová, a los hogares españoles han llegado las mareas, constantes y crecientes, de noticias y de sesudos comentarios siempre cambiantes y siempre equivocados, pero con una frecuencia y una intensidad imposibles de soportar.
Los independentistas, refugiados en una dialéctica seminarista y dulzona, se presentan como víctimas propiciatorias y corderos sacrificiales de una ceremonia que ellos mismos han organizado, planificado y orquestados. Han protagonizado los peores momentos de nuestro sistema parlamentario, han arrumbado leyes y principios morales, pero siempre y en toda circunstancia, se han investido con el sacro santo uniforme de las víctimas y perseguidos. Y han conseguido que el resto de los ciudadanos tengamos ganas de mandarlos al carajo y darles con la puerta en las narices.
Han quemado las naves, se han colocado en el espacio del cuñado patoso que impera en el peor estereotipo de las cenas de Navidad: ya nadie atiende sus discursos engolados y dulcificados bajo la pátina de un lenguaje siempre confuso y ambivalente; pretenden una cosa y la contraria, agreden mientras dicen que son agredidos, lo llevan todo hasta el absurdo y presentan el resultado como la consecuencia de acciones ajenas que sólo ellos protagonizan.
Hoy, en la descendente marea de la furia, han conseguido que Cataluña sea un territorio social arrasado que debería iniciar un periodo electoral normal y corriente orientado a la búsqueda del bien común, pero ellos se encargarán de contaminarlo todo con ese discurso empalagoso e incomestible que lo dejará todo pringado del rancio olor de antiguas sacristías e inciensos eclesiásticos en un mejunje incomprensible.
Oriol Junqueras, en prisión, “ora et labora” meditando sobre la bondad y bonhomía de sus incomprendidos actos de buena voluntad. Alquimista en busca de la piedra filosofal que aúne izquierda proletaria y doctrina cristiana bendecida por las piedras de Monserrat, se ve hoy perdido en las imposibles volutas de los pelícanos destilatorios de esencias sacramentales en el oficio de tinieblas y confusiones orquestado en sus sueños onanistas.
Puigdemont se ha visto compuesto y sin novia perdido en su libertad impuesta por el autoexilio con visos de eternidad mientras ofrece negociar la forma de una violación impuesta por sus propios deseos de gloria y eternidad histórica. ¿En qué se ha convertido este fantasma sin cargo o función reconocida? En una especie de holandés errante en busca de la mejor forma de molestar y distorsionar la realidad con ululantes sonidos lejanos.
Mientras tanto, en Cataluña la realidad se ha ralentizado y nadie sabe muy bien a qué atenerse: empresas huidas que debilitan las arcas públicas; sectores enteros que, como el turismo, ven sus ingresos mermados sin saber muy bien cuando acabará la larga noche de este procés eternizado.
Mientras España se pelea por crecer y por intentar paliar los daños de una crisis que nos ha dejado poco menos que en pelotas, a Cataluña le han echado el freno y como no cambie la cosa, el futuro no pinta nada bien, pero eso, a los preclaros intelectos del procés, no les importa: todo sea por la causa, la sacrosanta causa de la huida hacia ninguna arte; a despeñarse en el abismo de la mentira que niega la realidad y a la aceptación del desastre si ese desastre nos afecta a todos y consiguen sembrar un desastre generalizado del que poder obtener beneficios.

Estamos hartos, lo han conseguido, han logrado que les demos con la puerta en las narices y que su salmodia cansina y repetida, no sea escuchada y cupe el único lugar que le pertenece por derecho: el lugar del engaño y la mentira. Simplemente, sí: conocemos el procés y no lo queremos ni ver.

domingo, 26 de noviembre de 2017

La era de la imbecilidad



He aquí un imbécil amparado por las redes sociales

Como suelo hacer en estos casos, tiro del diccionario para centrar el texto y que los conceptos queden claros:
imbécil
Del lat. imbecillis 'débil', 'enfermo', 'pusilánime'.
1. adj. Tonto o falto de inteligencia. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Propio o característico de la persona imbécil.
3. adj. Med. Que padece de imbecilidad. U. t. c. s.
4. adj. p. us. Flaco, débil.
De las definiciones anteriores, me gusta especialmente la que hace alusión a la debilidad, a la falta de espíritu propia del pusilánime que, en su ignorancia, trata de buscar la fuerza intelectual que le falta mediante la asunción de un pensamiento cerrado e indubitable sobre el que edifica su existencia. Erich From nos avisó sobre el miedo que acosa al que quiere ser libre y abrazar su libertad como un proceso de duda permanente y ese panorama, para el pusilánime, para el débil, es un terreno prohibido que le bloquea y ante el que se refugia en cualquier covacha intelectual que le aporte lo que no tiene: una verdad indestructible y cerrada que no admite la duda.
El imbécil contemporáneo es hoy una persona feliz que cuenta con todos los elementos de apoyo antes vedados para él: Internet y las redes sociales le ayudan, le refuerzan, le aceptan como miembro de cualquier grupo generado en torno a cualquier estupidez imaginable. Da igual que hablemos de religión, de cosmología, política, geografía o medicina: siempre habrá un entorno favorable a la estupidez que le evite enfrentarse a una realidad cada vez más compleja y cada vez más escurridiza. No hay problema.
Verdades que casi todos asumimos y manejamos como ciertas, acaban desmenuzadas a la indestructible luz de la imbecilidad más absoluta sin que la realidad pueda destruir los falaces argumentos probatorios que el imbécil necesita para vivir su tranquilidad en el seguro refugio del absurdo.
Mientras la ciencia avanza, mientras la cultura teje el inmenso tapiz de investigaciones y documentos compartidos que podemos encontrar en internet, el imbécil busca esos reductos dedicados a la estupidez y los encuentra sin problema alguno. El último reducto conocido, quizá uno de los mejores ejemplos de la imbecilidad reforzada por la falta de inteligencia, es el dedicado a la demostración de que la tierra es plana. Para estos idiotas voluntarios, no cabe más ciencia que la derivada de ponerse delante del mar y comprobar que, efectivamente, la línea del horizonte es plana. Una vez realizado tan complejo experimento, se vuelven a sus casas convencidos de su verdad y a otra cosa, mariposa. ¿De qué sirven las fotos de la NASA, los testimonios de aquellos que orbitaron el planeta y demás testimonios indubitables? De nada: la realidad se ha convertido en algo ajeno a sus débiles espíritus, esos que prefieren no tener que pensar en las razones que hacen imposible que los australianos caigan al vacío por estar “boca abajo” del planisferio terrestre, ese que tantas mentiras ha conseguido establecer como realidades tras el paso de Mercator.
No, hoy los datos no consiguen cambiar las ideas defensivas del imbécil continuamente reforzado por sus correligionarios; del pusilánime amparado por otros de su misma clase que construyen realidades paralelas que les aportan el seguro refugio de un grupo dedicado a su propia falacia. Internet y las redes sociales han creado el monstruo de la seguridad, de la pertenencia, del apoyo del rebaño entregado a la causa y a la defensa del hermano acosado por las oscuras fuerzas de la verdad.
Podemos manejar esta triste realidad para estudiar las causas que hacen triunfar estas mentiras en todos los ámbitos: los grupos anti vacunas; los votantes de un “Breixit” mentiroso y manipulado cuyas mentiras condicionarán la vida de muchos durante mucho tiempo; las muertes causadas por tratamientos alternativos a enfermedades como el cáncer que medran en la desesperación de los enfermos; en la política actual manejada pro gentes sin escrúpulos que prometen imposibles: da igual, la mentira se eleva por encima de cualquier realidad y capta adeptos, imbéciles y pusilánimes que prefieren soñar con la seguridad antes que abrazar la duda como parte de la naturaleza del hombre.
La imbecilidad triunfa amparada en uno de los mejores logros de la inteligencia humana y no tenemos defensa que impida que esta marea derribe las barreras de la lógica. Así de simple.


martes, 21 de noviembre de 2017

Cosas que me preocupan cuando me da por pensar


Hace tiempo que en mi cabeza se forman negros nubarrones relacionados con la dinámica de una actualidad confusa que toma la forma de una amenaza peligrosa y muy cercana de la que nadie parece participar. La sociedad de la información, con todas sus bondades y con todos sus avances, parece derivar hacia una “estupidocracia” en la que todo puede degenerar hasta los límites del absurdo y rebasarlos con creces.
Si Giovanni Sartori nos avisaba de los riesgos de las taxias espasmódicas que afectan a las opiniones de las masas y a los posicionamientos políticos como resultado del acontecimiento más inmediato, otro pensador ilustre, Humberto Eco ya aseguraba hace años y antes de abandonarnos, que “el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad”. La opinión se ha transfigurado en información sin que los participantes en el proceso de la comunicación parezcan ser capaces de discernir con claridad el absurdo y separarlo de la realidad o de la verdad más evidente.
Esto, que en el ámbito privado queda restringido a la propia estulticia producto de la pereza mental e intelectual se convierte, cuando se traslada a la “res pública”, en un arma de destrucción masiva cuyos resultados devastadores ya hemos comprobado y eso que, en mi opinión, la cosa no ha hecho más que empezar. En estos meses hemos dejado atrás la entronización de Donald Trump, la consagración de la mentira del Breixit que generaciones enteras deberán asumir y pagar con sangre, el florecimiento de diversos populismos en Europa y el caos del llamado “procés”, verdadera batidora en la que se ha mezclado todo hasta conseguir una papilla intragable que todavía, como niños pequeños a los que la comida “se les hace bola”, andamos paseando de carrillo en carrillo sin saber muy bien dónde escupirla de una vez.
Vivimos sometidos a una dinámica perniciosa amparada y soportada por uno de los mejores logros de la humanidad -internet y sus espacios colaborativos florecientes de genialidad, integración multidisciplinar y logros intelectuales – venido a menos cuando los mentirosos y perniciosos políticos y descerebrados en general, los usan para sus inmorales intereses. Sometidos a la inmediatez del momento más efímero, nos vemos bombardeados con titulares y cortas afirmaciones cuya veracidad nadie parece cuestionar y que acaban conformando una realidad paralela que nadie, salvo los interesados creadores, parece controlar. A su rebufo proliferan las actuaciones políticas que han olvidado ética, verdad y compromiso cuyo triunfo es posible a pesar de las funestas consecuencias que acarrean. ¿Es posible defender la democracia y la razón frente a este ataque sin caer en el totalitarismo y generar un moderno despotismo ilustrado de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”? Dejo abierta la pregunta recordando que la democracia, en la historia, ha hecho de incubadora para los huevos de esa serpiente que, siempre, acabó por matarla.
Si la reflexión anterior se dirigía a cada uno de los intervinientes en el proceso de comunicación multidireccional que construye internet, la siguiente se dirige a analizar el papel de los actuales medios de comunicación sometidos a muchas presiones, todas ellas convergentes hacia la comodidad y al seguidismo de lo “aceptable y políticamente correcto”. Por deformación profesional, me gustaría llamar la atención hacia una realidad silenciosa y muy poderosa que les afecta y que está próxima a conseguir el silencio de los cementerios. En este caso, el cementerio de la libertad de prensa. Entiendo que es conocido que los medios viven, en gran parte o en su totalidad, de la publicidad, pero es menos conocido el proceso gracias al cual reciben o quedan marginados de los ingresos publicitarios. Cada vez con más penetración, los sistemas de automatización de la compra son capaces de seleccionar dónde, y en qué contexto, aparece la publicidad de cada marca. La novedad no reside en el dónde, no: la novedad reside en la capacidad de seleccionar o rechazar un contexto determinado por las palabras que conforman la información susceptible de alojar la publicidad. Si la marca rechaza su integración en determinadas palabras, la publicidad no llega nunca, de manera que las marcas ya, hoy, pueden acabar determinando por completo la línea editorial de los medios para ajustarla a sus criterios comerciales. Pueden rechazar términos como “violencia”, “debate”, “evolución”, “Darwin”, “socialismo” y cualquier otro que imaginarse pueda. Aliados con la corriente de inmadurez que inunda las universidades en las que se rechaza el debate si puede causar molestia – en USA se han prohibido debates sobre la evolución humana porque podían herir las creencias de algunos o han puesto salas de atención médica para que a los que se sentían agredidos por la agresividad de los argumentos contrarios al creacionismo se les pasara la sofoquina – el panorama se presenta muy oscuro para la libertad de información o la coherencia con determinados planteamientos ideológicos.
Esto que acabo de comentar no es algo “que puede pasar en el futuro”: está pasando hoy bajo el más oscuro silencio de toda la industria, que no levanta ninguna bandera contra esta incipiente y oscura tiranía amparada por la libertad de las marcas a la hora de enviar sus presupuestos donde mejor estimen conveniente. Si a esto le sumamos la deriva que estamos viviendo en cuanto al uso del lenguaje y los conceptos, la cosa, definitivamente, pinta muy mal.
La tercera tormenta que me amenaza la tranquilidad está conformada por la increíble pasividad mundial ante el cambio climático, de cuyos efectos estamos teniendo sobradas pruebas. Los más “neocon” han tomado su rechazo como la bandera de la lucha contra la izquierda, como si los glaciares, desiertos y cultivos estuvieran adscritos a partido alguno. Queda muy bien, entre lo más pijo del neocapitalismo habar de “ciclos naturales”, despotricar contra Al Gore y lo que cobra por las conferencias y defender lo indefendible con informes pagados por petroleras y demás “lobbys”, pero los datos se encargan de ponernos ante las narices la incuestionable deriva que se consolida año tras año.
No es que lleguemos tarde, es que “la hemos liado parda”, sin paliativos. Desde mi punto e vista, hemos actuado sin conocimiento ni prudencia sobre un sistema excesivamente complejo cuyos movimientos no podemos predecir y cuyas consecuencias llegarán por mucho que ahora discutamos la cuota de emisiones de CO2 o de otros gases. La cagamos, simplemente. Y lo malo, lo peor, es que hemos dilapidado el único patrimonio colectivo que tenemos y que no podremos recuperar en siglos: el medio ambiente, el de todos, en el que vivimos todos y en el que algunos -los ricos - tardarán más en sufrir las consecuencias de su deterioro mientras que los más -miles de millones – van a luchar con uñas y dientes por un simple vaso de agua o por un palmo de terreno seco por encima delas aguas que se lo llevarán todo.

Debe ser que me estoy haciendo mayor y pienso en el futuro que aguarda a los que vienen detrás y que serán los que juzguen nuestras acciones en función el mundo que les dejamos para ellos tras nuestro corto paso y nuestra consolidada deriva hacia el desastre, pero la verdad es que, cuando me da por pensar, la lista de cosas que me preocupan se hace muy muy larga, sinceramente.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Inconsciencia y valentía



En estos días hemos podido comprobar la diferencia existente entre los compromisos personales de los independentistas catalanes y lo que conserva la historia de la actuación de otros,felizmente caducados, que llevaron hasta el final de la locura sus planteamientos maximalistas de una Euskadi libre, independiente y "abertzale".

Los que pudimos vivir aquella pesadilla nos acordamos de los puños en alto frente a los magistrados de la audiencia nacional; de los discursos en euskera y de la insumisión ante aquellas cortes judiciales que jamás fueron reconocidas por los extraviados "gudaris": equivocados,sí, pero consecuentes y valientes ante el enorme castigo que les aguardaba a todos.

Nuestro sistema judicial, afortunadamente garantista y muy respetuoso de las formas, permite a los acusados un enorme acúmulo de estrategias protectoras y defensivas, incluida la mentira y, en este caso concreto, la ignominia de la más absoluta cobardía ante las consecuencias de los actos juzgados. No voy a entrar en la validez de los planteamientos de Forcadell y compañía, pero si me gustaría hacer notar lo que sus actos en la Audiencia Nacional pueden suponer para esa inmensa masa de carne de cañón engañada, seducida y abandonada ante el poder que querían ignorar.

Todas las grandes revoluciones necesitan cobardes que escriban la historia de los mártires caídos y la demencia independentista vivida en Cataluña no va a tener ni a los unos, ni afortunadamente, a los otros, no: solo va a tener a unos seguidores confusos, decepcionados y utilizados al servicio de intereses confusos, egoístas y fracasados.

No me imagino a esta caterva de dirigentes pacatos y timoratos camino de la Bastilla o del Palacio de Invierno, la verdad. No me los imagino afrontando con coherencia la realidad de sus actos y planteamientos frente al poder judicial constituido en tribunal, de ninguna manera. Me los puedo imaginar, eso sí, tergivensando conductas y desmintiendo resoluciones; me los imagino, como siempre, en un juego verbal propio de trileros políticos que esconden sus intenciones en un fárrago de dobles sentidos y posturas confusas, pero nunca enarbolando la bandera de la valentía en defensa de su causa.

Es humano y es comprensible, pero cuando se abraza la grandeza de una causa perdida, debería ser exigible la altura moral y la valentía necesarias para asumir los sacrificios inherentes a los actos delictivos necesarios para alcanzar el fin. Las revoluciones son ilegales, lógicamente, y los estados se defienden castigando a los promotores. Si los líderes salen corriendo como ratas y desmintiendo la gloria de la idea, no queda nada.

Al igual que la tradición de la marina fue burlada por Francesco Schettino, capitán deshonrado del Costa Concordia, la mística de la revolución se ha visto traicionada por los dirigentes de un procés que se han mostrado, una vez más, soberbios con el débil - apaleados y arrinconados los miembros de la oposición en el Parlament - y rastreros con el poderoso estado del que esperan sus garantías y protecciones a cambio de esconder su traición.

Mal va la cosa cuando las revoluciones las lideran las ratas.

domingo, 29 de octubre de 2017

Carta incierta a mis amigos catalanes


Hace unos días prometía a un amigo catalán que, si me inspiraba, intentaría escribir una carta dirigida a mis amigos catalanes y llega el momento de ponerme a ello sabiendo, de antemano, que el intento será fallido. Y lo será por muchos motivos, pero el principal es que me resulta imposible encontrar puntos de conexión entre lo visceral y lo racional sobre los que basar un discurso medianamente manejable.

Desde mi alejamiento de Cataluña han pasado demasiadas cosas y demasiado extrañas a mi propia experiencia como para que pueda encontrar elementos de conexión entre mis propias vivencias y lo que puedo intuir como realidad actual. Buscar los hechos concretos y sobre ellos definirlo todo se quedará corto de antemano y buscar lo más emotivo para encontrar una vía de encuentro, se me presenta ajeno, inmanejable y peligroso por mi propio desconocimiento y falta de conexión con la realidad.

Desde la distancia, el cariño y la experiencia trato, sin éxito, de entender el momento y manejarlo de forma constructiva, pero no encuentro la forma de asir esa realidad arenosa que se me escurre entre los dedos del pensamiento como si fuera líquida. Cada vez que creo encontrar un punto de referencia, el análisis pausado de lo que creo certeza, se me diluye y se difumina en una bruma de inseguridad y debilidad argumental que me resulta frustrante y cansina; inasible e inviable a la hora de utilizarla como herramienta de construcción y consenso, nada que permita construir el futuro que considero como ideal y conveniente para una nueva etapa de colaboración y futuro.

El pensamiento de cada cual es fruto y resultado de muchas cosas que acaban configurando una visión del mundo con la que cada uno intenta manejar la actualidad buscando las referencias que le hacen sentirse seguro y capaz de posicionarse desde su propia ética y sentido moral de la existencia y desde mi propia realidad, no consigo entender la realidad catalana de una forma satisfactoria para mi propio “manual de usuario”.

Tengo muchas certezas incómodas para unos y para otros; estoy muy lejos de la equidistancia y mi visión de la realidad se manifiesta absolutamente incómoda al tener que manejar lo que hoy nos desafía desde una decisión binaria: no, la realidad es cada vez más compleja, analógica e interrelacionada como para abrazar sólo una parte como válida para el todo, pero intentaré abrazar alguna de las escasas certezas que hoy creo poder manejar para terminar de incomodaros a todos.

Abordando primero el papel del partido que ha representado, muy mal, al estado en los últimos años, no hay forma de encontrar un asidero que pueda avalar su inmovilidad, su desprecio hacia la realidad social de Cataluña o me permita asumir sus planteamientos. Rajoy deberá asumir un juicio histórico realmente nefasto de sus actuaciones en Cataluña al dejar esa realidad enquistada en la inacción, el silencio y la prepotencia. Su recurso al Constitucional sobre el estatuto votado en 2006 ha pretendido una realidad completamente insatisfactoria para la política y la sociedad catalana. La pretensión de que la sentencia de 2010 lo dejaba todo resuelto se ha demostrado nociva y absurda y desde ese día, la realidad catalana ha ido desbordando los cauces de la política institucional anegando los campos sociales preparados para ser fertilizados con esas aguas desbordadas llenas del polvo de la insatisfacción, la ofensa y el rechazo de su manifestación colectiva a favor del estatuto rechazado.

No soy jurista, pero he leído versiones jurídicas que hablan de que esa sentencia no lo cerraba todo, sino que abría puertas a actuaciones políticas que el PP jamás consideró necesario explorar. Sin tener argumentos, sí pienso que la política debe explorar todas las opciones que busquen acuerdos amplios y consensos constructivos y que basar la acción de cualquier ejecutivo en la inacción es la mejor manera de defraudar la realidad de cada tiempo político y social, siempre cambiante y en constante movimiento.

No encuentro forma de justificar la acción del PP, la verdad, como tampoco tengo forma de validar esa inconsciencia de Zapatero al afirmar que “firmaría lo que viniera de Cataluña”. La política es algo más y mucho más compleja que esas afirmaciones simplistas que acaban frustrándolo todo. A cada cual, lo suyo.
Ya hemos dejado claro, sin extendernos demasiado, que esto va a ser largo, que la postura del PP ha sido nefasta y que ha abonado, por inacción, un incremento de demandas cada vez más inmanejable y cada vez más complejo, de manera que vamos con la otra parte de ese espejo de la realidad que, desde mi punto de vista, es mucho más complejo e inasible a la hora de convertirlo en una foto fija.

El lado nacionalista-independentista, desde mi punto de vista, ha llevado a la sociedad catalana hasta los más lejanos límites del absurdo construyendo una alianza contra natura que no podía acabar más que como ha acabado: asumiendo la independencia como único destino de sus propias ambiciones. Desmiento mucho de los planteamientos que avalaban la amenaza de la independencia como baza negociadora, la propia naturaleza del pacto con Esquerra y con la CUP, ha empujado a la burguesía del PdeCat a asumir el mismo papel que Andrónico II Paleólogo y contratar unos servicios que, tarde o temprano, exigirían el pago de sus soldadas prometidas: la independencia.

Puigdemont ha estado a punto de sufrir el mismo destino que Roger de Flor a manos de Miguel IX Paleólogo y dejar su cabeza expuesta a los pies de los mercenarios y al final, muy al final y no muy conforme, ha terminado por pagar y asumir que el camino emprendido solo tenía una salida y que esa salida lo destrozaba todo. Por hacer la cosa corta, abrazar la ilegalidad siendo el representante del ordenamiento jurídico del estado es una opción condenada al enfrentamiento total; a una declaración formal que implica luchar contra el estado hasta las últimas consecuencias y ver quién es capaz de derrotar a quien, situación en la que ahora nos encontramos. La CUP es un aliado que sólo es capaz de imaginar sus acciones desde el odio y la destrucción, un futuro imposible y oscuro mientras que Esquerra ha demostrado una ineficacia dolosa que ha supuesto un destrozo económico y empresarial de primer orden del que todos, especialmente Cataluña, tardará años en recuperarse. Son culpables de mentir y de estafar con premeditación y alevosía pues han soliviantado sentimientos y aspiraciones imposibles de cumplir y lo han hecho sabiendo que todas sus promesas eran falsas desde el inicio, tal y como la realidad ha tenido que acabar demostrando. De ese lado queda el delito moral de la fractura social, el enfrentamiento y el daño infringido a una sociedad que va a tardar en años en curar sus profundas heridas. Entregados a la ambición y el populismo, lo legítimo de sus aspiraciones independentistas y republicanas, amparadas por la democracia, han quedado sepultadas por la inmoralidad de sus acciones. Así de simple. En cuanto al PEdeCat, me veo obligado a señalar que el principal motivo para poner en marcha esta locura debe buscarse en una historia larga y sostenida de corrupción institucional basada en el 3% y sus consecuencias legales. "Money makes the worls go around", como casi siempre; una huida hacia adelante que le ha llevado a despreciar la legalidad, la democracia, las instituciones y la más mínima coherencia. Como decía Tarradellas, "en política cabe todo menos el ridículo" y Puigdemont no sólo ha hecho el ridículo en el plano personal, nos ha arrastrado a todos a compartir ese ridículo imposible de explicar sin abrazar la vergüenza y la depresión. El juicio de esa historia será duro, implacable más bien.

Para asombro de muchos, entre los que me incluyo, el momento no permite otra postura que apoyar la única opción que le quedaba al gobierno y cruzar los dedos para que se imponga la cordura y la mesura en los próximos meses. Desde el lado del poder para actuar, de una vez, de forma eficaz y dejar de convertir lo que debería ser un recurso de retaguardia -el Tribunal Constitucional y las acciones judiciales – en la primera línea de trincheras enfangadas en la lucha política. Ya que no han tenido ganas de hacer política cuando correspondía, gestionen este desastre de la mejor manera posible y muestren la cara amable de la gestión política y dediquen sus esfuerzos inmediatos a reconstruir la legalidad y la convivencia para que las elecciones demuestren que la democracia se construye con las formas y que los territorios comunes deben construirse con el acuerdo de todos y a ser posible, sin dejar a nadie fuera de sus ventajas y de sus frutos.


Por acabar con este ladrillo, creo que es hora de que me manifieste con claridad para terminar de enfadar a todos: soy internacionalista, no me gustan las fronteras y abrazo convencido las ventajas de la UE y de la solidaridad internacional; me dan mucha grima y mucha pereza los nacionalismos arcaicos propios de la reacción católico-burguesa construidos, artificialmente, en el Siglo XIX. Me repugna el uso miserable que se ha hecho de la historia en el lado nacionalista inventando una realidad que jamás existió. (De paso, diré que me he interesado por esos nuevos planteamientos y no he encontrado ningún documento -repito eso de documento, pues he dejado los ojos tratando de descifrar los PDF de los originales- que avale las tesis tan cacareadas de una realidad que ha transcurrido en las líneas fronterizas de lo que se pretende pero que nunca las traspasó. Ni Cataluña ha sido nunca una nación ni ha gozado jamás de tal consideración histórica, lo siento. Sí ha sido muy importante; sí ha tenido períodos de gloria; sí ha sufrido la derrota como muchos otros territorios de España -recuerden la historia de los comuneros de Castilla- y sí ha tenido, en otros momentos, un trato de privilegio pro parte del estado protegiendo intereses comerciales como en el caso de los textiles y el monopolio de esclavos que al resto de los españoles les costó una pasta gansa. Vaivenes de la historia que han afectado a todos los territorios que en el mundo han sido).  Si lo que plantea ese otro lado me repugna, la experiencia con el PP me preocupa enormemente y no me deja confiar en que vaya a triunfar la sensatez y la eficacia. Esperemos que lo hagan bien y despertemos de esta pesadilla más sensatos de lo que entramos en la ensoñación del momento.

¿Y el futuro? Del futuro hablaremos en otra entrada, que por hoy es castigo suficiente.

domingo, 22 de octubre de 2017

Cuatro banderas y un piso


TIEMPOS EN LOS QUE LOS SUEÑOS NOS INCLUÍAN A TODOS

Hubo un piso cuyos habitantes se sentían cómodos y felices recorriendo un largo pasillo en el que colgaban, de común acuerdo, cuatro banderas conviviendo en armonía. Eran las que representaban un sueño todavía nuevo y aún no escrito en la formal caligrafía de ningún texto legal: la ikurriña, la senyera, la gallega (huérfana de nombre propio) y el pendón morado en representación de los madrileños del grupo que encontraron allí su refugio autonomista. Eran tiempos en los que no había llegado el “café para todos” y tan solo las nacionalidades históricas parecían reclamar una historia que luego se desparramó por todo el mapa español.
En ese piso jamás se habló de exclusiones, jamás se dejó que la sombra de la insolidaridad nublara la ilusión y en cambio, se soñaba con la normalidad de un patrimonio cultural acrecentado por la aportación de lenguas y culturas que habían vivido en el extrarradio del franquismo. En ese piso se hablaba de futuro, de Europa, de libertad, de lo equivocados que estaban aquellos mayores que, desde nuestros 19 años, juzgábamos fuera de la verdad de los tiempos y condicionados por un pasado cuyo retorno era imposible.
En ese piso nos emocionamos con aquel compañero que lloró como un bebé viendo, con las sempiternas interferencias de la televisión del autobús del equipo, a Tarradellas y su histórico “ya soc aquí” aquel 23 de octubre de 1977. Éramos muy jóvenes y en el antiguo pabellón de Zaragoza salíamos al campo con las canciones de la Bullonera y de Labordeta cuyas letras, hoy, me emocionan y me hacen recordar sensaciones y vivencias que me hablan de ilusión, de esperanza y de ganas de hacer un país nuevo partiendo de cero.
No había, en ese futuro esperanzado, sitio para la manipulación, la demagogia, la discriminación y todo estaba lleno de solidaridad, respeto, inclusión, libertad y trabajo en común para ganar lo que tanto necesitábamos ganar y que no querían darnos. Europa era un sueño lejano y casi imposible; la libertad, siempre amenazada por espadones franquistas dispuestos a salvarnos, aunque nosotros no quisiéramos ser salvados y la bandera de todos estaba secuestrada por aquellos que, al final, consiguieron que muchos nos sintiéramos excluidos de su simbología común y todavía no la veamos con total normalidad.
Han pasado cuarenta años y la realidad de hoy nos escupe a la cara la verdad de una política sucia, mezquina, mentirosa y falaz. Vivimos el triunfo de la demagogia con una Cataluña impensable en aquellos tiempos de sueños limpios, vivimos sometidos a la tiranía de apropiación de palabras, conceptos y símbolos por parte de aquellos que hacen triunfar la insolidaridad, la mentira y la manipulación de la historia y que quieren lograr un triunfo que les consagraría en sus mentiras: quieren lograr el odio y yo me niego a entregarles ese triunfo en la partida.
Apelo, en un momento de sinrazón dominado por el absurdo, a la reivindicación de la sensatez y la normalidad. Contra la enconada visceralidad del odio, apelo a la racionalidad y a la experiencia de los que tuvieron que construir sobre bases sólidas y de moral elevada. Apelo a mirar hacia aquellos que se dieron cuenta de que los pueblos deben avanzar y construir su futuro dejando atrás el odio pues sabían que, sobre el odio, no hay base para construir nada, sólo para destruir y para retroceder.
Apelo a la verdad de aquellos recuerdos limpios; apelo a mi propia vida en una Cataluña esplendorosa que lucía sus mejores galas en el 93 y 94; una Cataluña abierta y modélica que, con la ayuda de toda España, se exhibió al mundo vestida de sus mejores cualidades en los juegos del 92. Apelo a la verdad de una historia asumida con naturalidad y no recreada al servicio de pensamientos y objetivos bastados que buscan, en la mentira, la justificación de un futuro que nace corrompido por la mentira, el enfrentamiento y la exclusión.
Apelo, como muchos otros, al triunfo de la convivencia regulada por las leyes que nos hemos dado y que, entre todos y por el bien común de todos, podemos cambiar trabajando todos juntos sin dejar a nadie en las cunetas de la historia. Sé que apelo a los imposibles utópicos de una España que no puede pensarse amputada y mermada de una parte de sí misma; que apelo a que los que excluyen se den cuenta de que la exclusión en el preludio del exterminio de los más próximos, de sus amigos y compañeros de trabajo; apelo al sueño común de una Europa que elimina fronteras y suma identidades; apelo a la suma y nunca a la resta; apelo a la solidaridad internacionalizada entre los trabajadores en contra del egoísmo de un capitalismo aliado con lo más rancio de una iglesia que hoy, no es reconocible en sus arcaicos planteamientos decimonónicos.
Apelo a mi propia racionalidad intentando tapar el exabrupto que me nace de esa visceralidad que quieren despertar en mi los que basan sus mentiras en una emocionalidad manipulada y mentirosa; apelo a mi propia calma y a mi visión racional de la vida política, tan alejada de valores que necesitamos como el respirar. Apelo a no dejarme arrastrar por ellos, a ser mejor y a llamar a los que, como yo, solo quieren trabajo, armonía, respeto, solidaridad, justicia y verdad sobre las que vivir de acuerdo con un ordenamiento legal que nos protege a todos de arbitrariedades fascistoides.
Apelo a la utopía de la razón enfrentada a la intransigencia de un mito nefasto que habla de mejores y peores, de un mito basado en una realidad inventada que nunca fue; de una visceralidad negativa creada por la manipulación y la mentira; apelo a racionalidad y a la verdad para librarnos de la condena del odio y la manipulación de las palabras y conceptos; de los símbolos y de la historia; de la realidad y de la vida ciudadana.

Apelo, en suma, al imposible que nos debemos y a los que algunos dan la espalda sin saber que la historia que quieren construir se volverá contra ellos por mucho que ahora quieran ocupar el lugar de los que, en aras de una causa justa, se inmolaron en beneficio del hombre. Pobre el hombre que acepte el sacrificio de algo tan bajo y tan inmoral.

martes, 3 de octubre de 2017

¿Y si ganamos?

Conseguido el primer objetivo fundacional y enardecido por el triunfo,Puigdemont se plantea nuevos retos y pide negociar con todos los países implicados con el fin recuperar los territorios injustamente arrebatados a la gloriosa República Catalana. 
(Mejor obviamos lo de comtes-reis que revela el origen araganós del mapita, que tampoco es cuestión de ser puntillosos)


Hay una anécdota sobre el casi eterno presidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, llamado por todos D. José y de clara ascendencia catalana pues su familia procedía de Os de Balaguer, Lérida, que considero muy apropiada para intentar comentar la pesadilla de estos días de absurdo:

Un periodista, que apoyaba la posición de la compañía bananera, United Fruits, en son de burla le dijo al presidente que, conocida su posición tan radical, por qué no le declaraba la guerra a Estados Unidos.
Don Pepe le contesto,
-Me parece muy interesante lo que usted sugiere. Pero lo grave no es eso. Lo que me preocupa es pensar que haríamos si les ganamos la guerra.

Hoy, tres de octubre de 2017, creo que vivimos un momento que la historia juzgará con dureza y que nos avergonzará a todos por nuestro fracaso a la hora de mantener el enorme patrimonio de la convivencia, la complicada, casi imposible convivencia pacífica de los españoles. Parecía que la maldición había caducado, que la historia nos había enseñado a celebrar lo común y a enriquecernos con las diferencias, pero era mentira.

Podemos superar la violencia, pero no podemos superar los efectos de los mitos y la sombra de la fuerza como único elemento de cohesión que se dibuja con más fuerza cada hora. O a la fuerza juntos o tristemente separados. Culpables en grado de colaboración hay muchos, pero el asesino es uno y esa responsabilidad debe caer sobre él en los libros que se escribirán mañana.

Hoy, algunos se enfrentan a la inesperada responsabilidad de administrar una victoria inmerecida y regalada por la admirable ineptitud de un gobierno desaparecido y ausente; de un presidente indolente que no ha sabido, ni querido, ponerse al frente de la búsqueda del acuerdo, un presidente que, si hubiera tenido que buscar el consenso que fructificó en la constitución del 78, hubiera llamado a los tanques de Milán del Bosch como única solución. El puesto le viene grande, inmensamente grande y su capacidad para ausentarse de la realidad y sus exigencias es absoluta.

Enfrente se ha encontrado con un “President” cautivo de los jinetes de la locura que, ahora, exigen su pago mercenario a cambio del apoyo ofrecido. Quieren la cabeza del Estado, quieren la recompensa soñada y se ven como las figuras históricas que trajeron el Vellocino de Oro tras el largo viaje de la esclavitud: la independencia de Cataluña. Puigdemont debe pagar el precio como, en su día, tuvo que pagar el emperador moroso que se vio enfrentado al grito del famoso “Desperta Ferro, Mateu, Mateu, Aragón, Aragón” y al saqueo de Constantinopla. Los actuales Almogávares se han olvidado de la última parte, pero la sed de venganza es la misma y creo sinceramente que Puigdemont no se lo esperaba. ¿Qué hago yo ahora? se pregunta en la soledad del miedo.

De momento, nada de lo que está haciendo que, básicamente, consiste en incendiar Cataluña y volatilizar los débiles restos de aquellos puentes que apenas se aguantan en pie tras la inundación de locura, de manera que no tenemos por dónde agarrar la más leve esperanza. Han ganado la batalla de las imágenes, han construido nuevos mitos y han consagrado iconos, pero su victoria se sustenta sobre algo tan miserable como la ilegalidad propia -el delito consumado- y la ineptitud del contrario que, desde mi punto de vista, constituyen una base muy escasa si la analizamos despacio.

Intentar levantar la nueva e idílica república Catalana sobre la justificación de los resultados del desastre del domingo es inmoral, por demás de ilegal, fraudulento, impresentable y todos los “in” que imaginarse puedan. ¿De verdad alguien piensa que ese edificio se sostendrá y que el “Govern” le puede volver la espalda a esa enorme parte de los ciudadanos de Cataluña que hoy deben subsistir, junto con su miedo, debajo de las alcantarillas? ¿De verdad piensan que con la CUP al lado se puede construir algo sensato y además, gestionarlo? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?

De ese nacimiento espurio y contaminado de indignidad no puede salir nada bueno y, además, nos aboca a todos a una realidad de pesadilla. O el estado se inhibe y deja desprotegidos a los no implicados o asume las funciones constitucionales y restituye el orden por la fuerza, una desgracia que no está tan lejana como algunos piensan. ¿De verdad alguien cree que todos los estamentos del estado van a asistir impasibles a la consagración de la ruptura? ¿De verdad se piensa que no habrá respuesta y que la respuesta, consumada la declaración de independencia, sólo puede ser una?

Puigdemont se nos presenta como un títere desaliñado que se enfrenta a un destino con el que no contaba, pero deja hacer y permite, animando, que las calles se llenen, que las carreteras se corten y no solamente no da un mensaje de cordura sino que subvenciona la huelga espoleando a todos para que la orgía no decaiga intentando, en vano, salir de la misma virgen e inmaculado para levantar la enseña de una nueva república nacida de la ilegalidad y, lo que es peor, de la absoluta inmoralidad por injusta, tendenciosa y promotora de la división social más traumática que podamos imaginar. Lo malo es que con eso ya debemos afrontar el futuro pues la herida estará abierta mucho tiempo, pase lo que sea que pase al final.

Cataluña está encendida y soliviantada; borracha de sueños, triunfos, anhelos de unos y miedos de otros profundamente indignados por la absoluta violación de reglas y derechos en un despojo innoble a cargo de aquellos que deberían velar por el cumplimiento de las leyes y gestionar la diversidad con altura moral. No hay nada de eso, sólo hay locura, solo hay “rauxa”, arrebato, carreras hacia la nada.

Sabemos que Rajoy no ha sabido administrar la derrota y es complicado que aprenda, pero estoy seguro de que Puigdemont no sabrá administrar, como Aníbal tras la batalla de Cannas, la victoria.

Los puentes caerán, Cataluña, hoy o en un futuro próximo, se condenará a si misma a la tiranía de la uniformidad y el odio hacia todo y hacia todos los que no fueron iluminados por el rapto místico de la actual locura y al resto nos quedará la inmensa pena de ver que, efectivamente, los pueblos que olvidan la historia están condenados a repetirla.



sábado, 30 de septiembre de 2017

La fortaleza del mito






Mito según la RAE
1. m. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico.
2. m. Historia ficticia o personaje literario o artístico que encarna algún aspectouniversal de la condición humanaEl mito de don Juan.
3. m. Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima.
4. m. Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene.

Tomemos la definición que tomemos, el mito se separa de la realidad para construir una entelequia inaccesible a la razón. Esa, precisamente, es su mayor fortaleza y así nos lo demuestra la poderosa historia de las religiones. No hay, en ninguna de ellas, sombra de verdad o rigor, pero sus seguidores, los adeptos al mito, viven sus vidas traqnuilos sabiendo que, por mucho que la realidad y los datos organicen sus ataques contra los maravillosos fundamentos de su credo, su verdad permanecerá incólume.

Los mitos pueden abarcar muchos territorios y pertencer a muchas clases, pero todos comparten una naturaleza común: su fortaleza ante las embestidas de la razón. Por mucho que argumentemos, por mucho que los datos se acumulen y contradigan el mito, el creyente acudirá a las sacrosantas fuentes de su fe y encontrará la paz de la verdad en un fárrago de principios que se colocan fuera de lo empíricamente demostrable.

El actual mito de una Cataluña independiente, adscrita a la  UE, rica, próspera, sin ejército, sin terrorismo, sin injusticias sociales, sin crisis económica ni deuda financiera resiste cualquier demostración de su imposible existencia. ¿De qué sirve poner encima de la mesa innumerables escritos oficiales de UE avisando, de forma clara y taxativa, que la posible independencia de Cataluña conlleva la inmediata suspensión de los tratados que hacen posible la participación del escindido en los bailes de tan distinguido club? De nada, absolutamente de nada. El mito se vuelve contra la realidad y argumenta, sobre la nada, la mentira de la realidad y los hechos.

Cataluña lleva décadas formando a sus ciudadanos en la permanencia y en la tautológica realidad del mito y lo ha hecho bien, muy bien: son ya generaciones enteras las que asumen la realidad de la corona Catalano-Aragonesa, parte fundamental del mito iniciático del independentismo. No sirve buscar legajos, documentos históricos y exponerlos de forma aséptica a la consideración de los creyentes, es inútil. No hay historia real que resista la integración en los libros del mito y conserve su verdad: todo es y será moldeado, ajustado y retorcido hasta alcanzar la naturaleza que haga posible su integración en el corpus doctrinal, no hay barreras.

Mañana, movidos por la llamada del mito, muchos catalanes acudirán a los templos desde los que quieren construir su moderna Israel bajo al promesa de una tierra bendecida por las mieles de lo exquisito y ajena a las humanas penurias.

Nada puede la verdad y la realidad contra el llamada superior de los sacedortes y oráculos del mito, absolutamente nada. Es cosa de la humana condición y hay que asumirlo: la realidad, los hechos y los datos no cambiarán su opinión, como la realidad científica no penetra en las armaduras de los creacionistas actuales o en las rígidas estructuras de la iglesia medieval.

Mañana se celebrará el gran rito iniciático; la consumación de los tránsitos y el inicio del éxodo hacia la tierra prometida donde manan la leche y la miel y la fecha entrará a formar parte de esa historia inventada como la fecha en la que todo volvió a empezar y el pueblo elegido se puso en marcha hacia la nada.