martes, 27 de noviembre de 2018

Lealtades debidas

Una foto que nos abochorna a todos


Nuestro incontrolable rey emérito, ese que ha decidido ponerse el mundo por montera y acabar de un papirotazo con el prestigio, ya escaso y amenazado de ruina, de nuestra monarquía, se ha despachado este fin de semana con dos fotografías cuya digestión me resulta imposible.
La primera, con resonancia internacional, se la ha hecho con el famoso príncipe descuartizador en vivo mientras disfrutaban de las carreritas de coches. Curioso que la primera foto que trata de retornar a este monstruo al mundo de los seres humanos normales que no trituran a sus críticos tenga a nuestro rey emérito como protagonista. ¿Se trata de un pago debido? ¿De una lealtad mafiosa que agradece, de esta forma, las generosas comisiones cobradas desde hace años? No suelo ser mal pensado, pero la cosa tiene toda la pinta de recado mafioso: “querido Juan Carlos, te recuerdo que nos debes un favor, ya sabes cómo funciona esto.  Nada que te cueste mucho, sólo una foto y un abrazo. No me cabe duda de que tú entiendes lo importante que es que todo siga igual.” Por supuesto alteza, contesta el interpelado en primer tiempo de saludo, presto ya el gabán para iniciar el viaje. Faltaría más
Una normalización imposible

Pero es que esa foto, siendo muy importante, no es la única: falta hablar de la infantita que se ha aparecido como testigo de la obediencia debida. Debe ser por aquello de que ya tiene práctica es actuar como espectadora de extraños movimientos, influencias y tráficos más o menos subterráneos. Siempre es bueno tener una llegado en Suiza, por lo que pueda pasar. Ya van dos intentos de normalizar la presencia en los actos reales de la tal infanta y creo, me parece y estimo adecuado, que lo mejor sería un eterno ostracismo en las frías aguas del lago Le Man. Menos dañino que lo que está por venir, me temo
O la Casa Real se pone las pilas o mucho me temo que la cosa explota el día menos pensado. 
Esto no hay quien lo aguante, de verdad.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Me caí de la bici camino de Damasco

En pleno centro y sin coches, una gozada.
Eso sí, la estética de esos acúmulos de bicis, es mejorable


Cada cual, en la medida de sus posibilidades, guarda en la memoria momentos de epifanía, de iluminación que hacen que nuestra vida cambie y busque direcciones distintas, caminos divergentes a la ruta seguida hasta ese momento. Son momentos que pueden llegar a ser famosos – Saulo de Tarso y su célebre caída del caballo camino de Damasco puede ser el más conocido – y que no siempre están asociados con el disfrute de grandes lujos o la llegada a entornos de alto nivel económico, no. Es más, lo habitual es que esos momentos estén ligados a cosas muy simples que, hasta ese momento, o no habían formado parte de nuestra experiencia o, si lo habían hecho, no habían sido tan plenos, tan maravillosos y tan reveladores de la verdad contenida.
Dicho esto, mi último momento de iluminación me ha llegado esta semana al poder recorrer la ciudad de Ámsterdam en una bicicleta pensada y diseñada para hacer el paseo realmente confortable. Súbitamente, la ciudad cambia, las distancias, conservando medidas humanas, se hacen mucho más accesibles mientras el tiempo parece ajustarse y acompañar esa medida humanizada, ni lenta ni excesivamente rápida. Los que me conocen saben que esta es una ciudad que me apasiona y en la que siempre suelo tener experiencias agradables, pero lo de esta semana ha sido una verdadera revelación.
Lo que al andar por sus calles parece caótico, de repente cobra sentido, orden y claridad: hay avenidas específicas, sus propios semáforos que regulan los pasos según prioridades que yo no conocía y el esfuerzo es el exacto para que haya un retorno de satisfacción puramente física ligada, según imagino, a la liberación de adrenalina que conlleva cualquier actividad deportiva, aunque sea tan moderada como esta.
La experiencia me ha confirmado que sí, que otra ciudad es posible y que puede haber centros urbanos limpios, silenciosos y agradables. Tomé una foto en la plaza de la estación central, localización que, en casi cualquier ciudad, es el epicentro del desastre de coches, humos, caos y confusión. Nada más lejos de la realidad: Ámsterdam nos enseña que es posible poner al ser humano en el centro y no a los coches; que la ciudad es para los seres humanos y que debemos hacer caso a Protágoras de Abdera y conservar al ser humano como la medida de todas las cosas, incluidos sus desplazamientos.
Ánimo y a por ello, Madrid, que el camino es largo pero posible.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Cartas: el universo perdido



¿Cuánto tiempo hace que no escribes una carta? ¿Cuánto tiempo hace que no recibes carta de un amigo, de un familiar, de alguien querido pero lejano? ¿Cuántos años hace que no te enfrentas a aquel papel de carta, liviano, rugoso y ondulado que parecía querer levantar el vuelo anticipando el viaje en avión? ¿Cuánto tiempo hace que tu interior no se desangra en la ordenada escritura de la pluma y se asoma al exterior para ser compartido con alguien querido? ¿Cuánto tiempo hace que no te vuelcas, desnudo y desvalido, sobre el frío lienzo del papel para llenarlo de calor, de cariño, de admiración, de furia, de amistad o de reproches? ¿Cuánto tiempo hace que no sostienes una pluma con ganas de contarte cosas a ti mismo en presencia de aquel añorado ausente? Hemos perdido las cartas, hemos perdido una forma de relación íntima y personal que requería tiempo y sinceridad y nuestro tiempo se ha llenado de otras formas de interactuación más públicas, más sociales, más electrónicas y mucho, muchísimo más inmediatas. Ya no hay tiempo entre nuestro enunciado y su respuesta; nada hay ya de aquella espera, de la ilusión de abrir el buzón para ver si la ansiada carta había llegado por fin. Nada queda del horario del cartero salvo la llegada de los productos comprados y que nada tienen que ver con aquellos momentos de separación, de detención temporal que requería la lectura, respetuosa y litúrgica, de la deseada carta.
Eran, aquellas cartas, un ejercicio de meditada escritura; de lentitud expresiva que se iba colocando, armoniosa, en la adecuada sucesión de una narración meditada y trabajada: era una cuidadosa gestión de la oportunidad que no podía menospreciarse. La carta era el momento de la verdad, el espacio en que no cabía más que el reflejo de uno mismo, aunque la carta estuviera llena de mentiras. Nada como la mentira para manifestar y dejar ver la verdadera naturaleza del que miente.
No renuncio ni reniego de la escritura de este "blog" o al uso del ordenador, pero quiero volver a aquella dulce intimidad de la carta, de la pluma, de los sobres ribeteados de color que se colaban en los aviones como signo de modernidad y rapidez. Quiero que mi pluma -lo confieso: sigo escribiendo a mano y con pluma – vuelva a sonar sobre aquellos folios ondulados, blancos o amarillentos, para decirles a mis amigos que son gente estupenda a los que quiero y valoro, aunque haga años que hayamos decidido no decirlo jamás: antes muertos que tiernos y pringosos. Quiero volver a recrear aquel universo olvidado, aquel espacio perdido de las cartas donde

La idea va surgiendo lentamente,
luego muere en el arado de la pluma
y es el papel cementerio
del pensamiento acabado

quiero volver a crear ámbitos de comunicación espaciada y tranquila, pero me temo que no me quedan demasiados locos nostálgicos que se apunten a seguir los sueños y las ideas compartidas al ritmo que marcan las añoradas cartas. Una pena.

viernes, 16 de noviembre de 2018

La felicidad que jamás me enseñaron



A medida que me he ido haciendo mayor -por no decir viejo, que el término está en desuso y no goza de popularidad -he podido ir repasando la utilidad de las cosas que me enseñaron y que la vida me ha ido tatuando, bien de forma amable o, en la mayoría de los casos, de forma muy poco amable pero eficaz. En ambos casos, el balance va siendo distinto conforme los años me van cambiando la perspectiva y el punto de vista, pero puedo darme cuenta, hoy con una claridad absoluta, que nunca, nadie y bajo ninguna circunstancia, me enseñó algo que creo fundamental: nadie me enseñó a ser feliz; nadie puso la felicidad como un objetivo básico en mi vida, nadie priorizó su consecución como algo que yo debía exigirme como una obligación ineludible.
En mi formación me inculcaron la obligación, el deber de aspirar al máximo, de hacer de mi vida y con mi vida, un logro completo que supusiera un ejemplo para los demás; me enseñaron la disciplina en el ámbito del deporte, una disciplina que sobrepasaba cualquier punto imaginado fuera de ese ámbito; me exigieron ganar y hacer lo posible para conseguirlo pues era la meta de todo, la derrota era el desierto estéril de los flojos, de los que no se esforzaban al máximo.  Entre mi casa y el deporte me colocaron un blindaje y un programa mental sólido que me ha servido para encarar mi vida como una obligación constante, como una “carrera profesional” de cumplimiento, de búsqueda de lo mejor para mi entorno familiar por el que debía darlo todo y hacerlo con satisfacción, con la inmensa satisfacción -jamás aparecía la palabra felicidad- del deber cumplido.
Hoy, con 60 tacos a cuestas, he descubierto que el mejor consejo que he podido darles a mis hijas -y se lo he dado – es que no haya nadie más serio que ellas en el trabajo y que, fuera del trabajo, no haya nadie que se lo pase mejor y sea más feliz. A lo largo de mi vida he pensado que la felicidad era -una vez más – un esfuerzo mental, algo que dependía de que yo lo quisiera y me lo trabajara a fondo, pero hoy creo que la felicidad es algo distinto cuya esencia no he logrado interiorizar o asimilar. Sí, disfruto de muchas cosas y me satisfacen otras muchas como mi familia, mis amigos, mi trabajo-cuando sale bien- mis paseos con los perros por la naturaleza, todo eso me satisface, pero siempre me queda un paso más que no acabo de dar: lo que me imagino como la felicidad completa es un estado de absoluta satisfacción desde el que no hay un futuro, no hay una obligación para luego o para mañana; no hay un deber para contigo mismo o para con el que sea; ese estado, esa especie de nirvana en el que solo hay un presente feliz, no lo he conocido nunca: detrás del horizonte siempre se asoma el mástil del deber, de la obligación, del trabajo, la responsabilidad y el tiempo hurtado a esos sacros cometidos.
Ni mucho menos me considero un desgraciado, pero sí me gustaría que si alguien lee esto y le puede ayudar a mandarlo todo al cuerno y mirar a las nubes sin otro cometido que ser plenamente feliz contemplando sus formas y sus cambios, que se entregue a esa magnífica felicidad como si no hubiera un mañana, que no lo hay.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Un billete al infinito



Leo -o mejor, disfruto – con la lectura del libro de un amigo, acontecimiento especialmente feliz que me permite comprobar que, efectivamente, la teoría de los multiversos es cierta y que, sin su existencia, hubiera sido imposible la constatación de tanta ignorancia por mi parte. El universo que describe el libro – Música y Electricidad; conexiones y cortocircuitos en la era virtual del acelerador de partículas, de Enrique Helguera de la Villa, Editorial Montesinos – ha transcurrido, casi por completo, de una forma paralela a mi existencia y este libro pone en evidencia todas mis carencias, infinitas, en lo que a música se refiere.
He disfrutado por muchos y por variados motivos, pero hay algo que me gustaría resaltar especialmente: la enorme carga afectiva, emocional y sensitiva de todos y cada uno de los artículos seleccionados. Kike – no Enrique ni Kilo en nuestro espacio – se acerca a los textos desde dos perspectivas distintas: su enorme conocimiento y cultura musical y, lo más importante, desde su propia experiencia personal; un mundo de sensaciones y vivencias que quedan muy lejos de mi propia capacidad (Mis 60 años de acrisolada ineficacia al respecto, lo demuestran sobradamente). En sus textos hay “abismo” ese abismo que reclamaba Paco de Lucía para su propia y egoísta experiencia.
Cada autor, cada tema es tratado y analizado desde la emoción, el cariño y el respeto por los artistas y su entorno social y cultural. Nos acerca con la misma sensibilidad al narcocorrido como a cualquier otro ritmo desconocido de África o a la experiencia de los festivales pirenaicos o pequeñas salas, verdaderos tabernáculos de iniciados en busca de la quintaesencia de la música, para alguno de sus mencionados, verdadera esencia de dios.
Me gusta que no hay, en contra de la mención al acelerador de partículas, destrucción alguna en la exposición: es como si un anatomista nos iluminara los cuerpos y sus misterios respetando la vida que en ellos habita. No hay dolor, no hay destrucción, sólo admiración y disfrute contagioso.
Podría decir que lo he leído con sana envidia, pero eso sería mentir: el poder disfrutar de tan rico universo como mi amigo disfruta me da una envidia repugnante, viscosa y verde, sin paliativos ni edulcorantes. En fin, cada cual debe ser consciente de sus limitaciones y disfrutar de lo que la suerte le otorga: en mi caso, un billete de primera clase para un recorrido turístico muy interesante por los intrigantes misterios de un universo ignoto.
Muchas gracias, Kike: enhorabuena por ser capaz de disfrutar tanto y contarlo tan bien. Un abrazo


sábado, 3 de noviembre de 2018

Es peligroso NO asomarse al exterior



Si hay veces que una imagen vale más que mil palabras, no es menos cierto que, de forma excepcional, nos encontramos imágenes que valen mucho más que mil discursos. La Casa Real nos acaba de regalar una de ellas y no puedo aguantarme las ganas de poner por escrito algunos de esos discursos por mucho que, como decía Quevedo, “Pues amarga la verdad…”
La Casa Real ha publicado la fotografía oficial del 80 cumpleaños de la Reina Emérita y de esa foto emanan, más que discursos, furibundas diatribas que hacen las delicias de los republicanos -trabajo regalado- y endulzan las horas de los recalcitrantes monárquicos del ABC ( Por favor, no dejar de leer esta noticia y luego limpiar el teclado del pegajoso almíbar que rezuma https://www.abc.es/estilo/gente/abci-dona-cristina-vuelve-casa-201811021844_noticia.html) A mí, que he mantenido una postura blanda y muy racional con la Casa Real y con la monarquía española, me ha colocado ante el límite de lo aceptable y me obliga a decir “basta”: ni una humillación más; ni una vergüenza más; ni un abuso más.
Sencillamente infumable

Si la Casa Real entiende que esa foto es la que normaliza la realidad de la institución y nos informa de lo que viene a partir de ahora, lo que yo contesto es que conmigo no cuenten más. Es cierto que las mejores y más avanzadas democracias europeas comparten el modelo de la monarquía constitucional, pero no es menos cierto que la profesionalidad e integridad moral de sus representantes se ha mostrado mucho más fiable que la demostrada por los nuestros.
¿Es posible que, de verdad, quieran que aceptemos como normal la reconciliación con la tal Cristina y sus chanchullos? ¿De verdad hay que olvidarse de todo lo que se ha sabido sobre Juan Carlos? ¿Es Felipe el que nos va a conducir a las doradas playas de la integridad moral y la regeneración institucional? ¿Es que con esa foto pretenden ofrecerse como la familia ejemplar, la familia “Telerín” de mi infancia?
La verdad, me siento insultado y ya no quiero transigir más: esa foto es un oprobio, una vergüenza, una provocación y la consagración de la ignominia para todos nosotros, sencillamente. Felipe ha consagrado una forma de hacer; un silencio aparatoso y cómplice de demasiadas cosas; se ha instalado en la introspección dando por buena esa imagen de “Hola” y papel “couché” por completo ajena a la realidad. De tanto mirar dentro del palacio de La Zarzuela y escuchar a sus propios turiferarios, se ha olvidado de que, en este caso y en contra de lo que recomendaban los antiguos trenes de la RENFE, lo peligroso es NO asomarse al exterior y buscar aires nuevos; aires de integridad moral, de regeneración institucional, modernidad en los usos y costumbres, adecuación a las demandas de aquellos que le rechazan y con los que, seguro, perdería el referéndum del que no quiere oír hablar. La monarquía española, con esa foto, como resumen y colofón de su parálisis, se acaba de suicidar y lo que queda por delante, de no cambiar mucho la corriente, es la completa desafección de la gran mayoría de los ciudadanos; de todos los que, aunque hoy no hayan caído en la cuenta de lo que anuncia esa imagen, irán viendo y oliendo las apestosas emanaciones de una familia en descomposición que va a contaminar la vida política española con sus miasmas.
Una vez más, los monarcas españoles le vuelven la espalda a la historia y trabajan de forma denodada para ganarse el odio y el rechazo de sus conciudadanos, que nunca más súbditos sumisos.


jueves, 1 de noviembre de 2018

Fronteras éticas


Malo para todos: el periodismo sin ética.


Vivimos tiempos complejos y cuando la realidad se enreda es bueno buscar ayudas simples, eficaces y muy contrastadas a lo largo de la historia. Viene esto a cuento de los impresentables comentarios y críticas que se han lanzado, desde la COPE, a la vicepresidenta del gobierno, demonizada por sus características físicas en un esperpento de rancio machismo y especial mal gusto, todo sea dicho.
La acción pública y política debe ser objeto de análisis y crítica más o menos despiadada en función de lo que cada cual entienda como adecuado, pero las características físicas del sujeto de la crítica deberían quedar al margen de cualquier comentario. Es un mandamiento ético muy básico y universalmente aceptado por cualquiera con dos dedos de frente. El que un político sea alto, bajo, calvo, joven, viejo, hombre, mujer o cualquier otro de los nuevos géneros con los que hoy convivimos de forma armónica y natural, no debería ser objeto del más mínimo comentario, pero esa regla de buen gusto y mínima ética política, parece que no es del gusto de algunos. En el caso que nos ocupa, podemos acercarnos a la crítica desde muchos planos distintos: desde la conveniencia del momento y el objeto de la reunión; lo adecuado o no del protocolo vaticano, tanto en lo que afecta al vestuario como a los ritmos, modos y maneras establecidos y que pueden ser adecuados o no a los tiempos que corren; los contenidos oscuros de lo que allí se puso encima de la mesa como objeto de negociación…miles de planos distintos sobre los que analizar, comentar y criticar hasta el límite que cada cual considere, pero lo que jamás debería haber sido comentado es la condición física de las tetas de la vicepresidenta: nunca y bajo ningún concepto, sin margen alguno.
Este tipo de comportamientos, que suelen ser criticados cuando los ejecutan los ajenos y consentido cuando son protagonizados por los “afines” (si es que se puede ser afín a algo así) deberían ser unánimemente evitados, censurados por los presentes y reprendidos por los responsables, pero no es el caso: se prefiere la risa tonta y el chiste soez en lugar de la elaborada y adecuada toma de postura ante los contenidos analizados. No solamente es machismo rancio, retrógrado y casposos propio de nuestra oscura historia con el sexo, no: es el consciente abandono de la responsabilidad social de los medios de comunicación al servicio, bastardeado, de una opción política, sea ésta la que sea en cada momento.
Cuando este tipo de comportamiento se producen y no son objeto de una crítica unánime y cerrada por parte de todo el colectivo, nos perjudican a todos sin excepción, pues percuten y degradan la calidad de la convivencia, del análisis político y la calidad de nuestra prensa desde una libertad de expresión que prefiere instalarse en la falta de ética y sustancia antes que trabajar para mejorar la calidad de la acción política. ¿Qué enseñanza hay en esos comentarios? ¿Qué mejora podemos implementar desde ese estercolero intelectual? ¿La obligación de que todas las mujeres que se dedica a la política se pongan implantes para parecer “barbies” siliconadas? ¿De verdad? Me temo que es imposible extraer alguna ventaja de este tipo de actuaciones y sí, en cambio, muchas consecuencias nefastas para la calidad de nuestra convivencia.
Una vez más, la prensa de este país ha perdido la oportunidad de cerrar filas y dar ejemplo de sensatez por encima de las tendencias de cada medio. Como siempre, se ha optado por aceptar lo fácil, lo escatológico, lo más rancio y visceralmente machista de la España más negra y mas reaccionaria. Una lástima eso de olvidarse de la ética más elemental sin tener en cuenta que cada vez nos hace más falta volver a ella, sin duda.