sábado, 13 de junio de 2020

Convivir con una sociedad enferma y podrida

Ayer los ancianos...¿mañana? 
Hace semanas que no escribo más que para mí: breves notas en un cuaderno manuscrito que no enseño ni comparto, pero me parece que es momento adecuado para clamar en el silencioso desierto de una indignación que no existe; gritar desde lo que sea esto para intentar generar una reacción que debería haber sido automática y general y que, sin embargo, no se ha producido en la proporción que considero imprescindible, general y permanente en el tiempo.
He compartido mi estupor por este silencio con algunos -muy pocos – amigos y las reacciones han sido diversas, lo cual confirma mi asombro ante la inacción general que observo y que no entiendo. Hace días que “Infolibre” publicaba los documentos de la CAM en los que se daban instrucciones precisas sobre qué hacer con los diferentes grupos - perfectamente categorizados y clasificados – de ciudadanos enfermos para gestionar su posible ingreso hospitalario.
Las instrucciones eran claras y rechazaban la posibilidad de ingresar en los hospitales públicos a muchos seres humanos cuya esperanza de curación dependía, en ese momento, no de un criterio médico y un diagnóstico personalizado sino de su pertenencia o no a un determinado segmento de población previamente categorizado. En resumidas cuentas, desde un despacho se decidía sobre las posibilidades de curación o no de grupos enteros de personas. Y ojo, que parece ser que no ha sido solo Madrid, que es muy posible que instrucciones parecidas se hayan manejado en Aragón, Catalunya y otros lugares, así que esa brillante “solución final” no ha tenido tintes de partido, más bien parece que tamaña inmoralidad ha dependido del grado de “iluminación” del responsable de turno.
Los textos – que podrían haber sido escritos sin problemas por Heinrich Himmler en los primeros años de su llegada al poder hablando de otros segmentos de población– nos colocan a todos frente al grado de deterioro de una sociedad enferma y corrompida que no es capaz ni de analizar la realidad con perspectiva, ni de levantarse de forma unánime ante la consagración de una inmoralidad que nos amenaza a todos. Una vez pasada la raya, mañana, ante otra crisis, alguien podrá sentirse validado para olvidarse de los locos incurables, minusválidos clasificados de determinada manera, enfermos terminales o con enfermedades sin tratamiento o ciudadanos improductivos de cualquier grupo que se pueda imaginar y controlar.
Creo – y lo creo firmemente – que lo moral y lo inmoral, la concepción ética de la existencia y de la gestión pública, es algo previo a la ideología política y constituye la base de todo lo que somos, tanto en el plano de lo público como de lo privado. Sin esa base todo se cae, se pudre y se desmorona comido por la destrucción que nace del interior de la persona y del sistema. La falta de indignación colectiva, la ausencia de un movimiento ciudadano transversal y universal ante esta muestra de degradación ética y moral de nuestros políticos y de nuestras instituciones, nos coloca ante un hecho incuestionable: nuestra sociedad está enferma y podrida hasta los tuétanos, lamentablemente.
Hace bastantes días que los mensajes del móvil han perdido la gracia y hace días que espero lo que se que nunca va a llegar, de manera que mi silencio se suma y se confunde con el ominoso silencio colectivo de esta sociedad amodorrada y dividida que sólo es capaz de indignarse en defensa de sus obtusos puntos de vista y de sus proclamas de mostrador de taberna o de barra de bar. Así nos va.
¿Qué sociedad dejamos a los que vienen?