viernes, 9 de diciembre de 2016

CRIANDO MONSTRUOS

Al cartel le falta la indicación 
"MAL EDUCADOS"


Las señales se dejan ver desde hace tiempo sin que nadie, al parecer, quiera profundizar en el significado y en las nefastas consecuencias que anuncian. En los últimos veinte años los niños y los adolescentes de este país parecen haber perdido el norte y cada día, con más frecuencia, sus actos y sus desvaríos ocupan titulares de prensa que llaman poderosamente la atención. Curiosamente, la mayoría de los textos que desarrollan los titulares cargan la mano pidiendo medidas que afectan a muchas áreas de la vida social y colectiva, pero pocos, demasiado pocos, dirigen sus reclamaciones y sus demandas hacia el principal núcleo de socialización de esos adolescentes sin rumbo: Los padres.

Hace poco, demasiado poco, una niña fallecía por una intoxicación etílica con trece años con el agravante, impensable, de que no era ni la primera ni la segunda vez que había tenido episodios de borracheras con el pleno conocimiento de sus padres. Si inacción al respecto, su comprensión, su aceptación de un hecho tan nefasto y tan perjudicial para la vida de su hija es, desde mi punto de vista, un hecho doloso que debería ser considerado como tal a la hora de buscar causas y responsabilidades. Lo malo es que, a esa edad, a los trece o quince años, el daño ya está hecho y el proceso educativo y de socialización ha alcanzado un estado en el que las bases del error se han consolidado demasiado. 

El proceso educativo empieza en los primeros meses de vida del niño, esos en los que empieza a d¡saber que hay determinadas normas de comportamiento básico que deben cumplirse para obtener las recompensas normales de la vida en ese estado: atención, afectividad, juego, cariño, comida, satisfacción etc, algo muy básico cuya consolidación e interiorización demanda una atención y una lucha constante que, según muchos hemos comprobado, requiere un esfuerzo permanente y diario. Todos sabemos lo pesado y lo frustrante que es recordar todos los días exactamente las mismas normas, esa sensación de “este niño no se entera” que da paso a “este niño es un enemigo mortal que se entera perfectamente y me busca las debilidades con la frialdad de un asesino psicópata”. Por  mucho que autores y corrientes nos hablen de las bondades de la infancia, no se nos debe olvidar que la tendencia natural del niño, y de todo organismo inteligente, es la de hacer su santa voluntad de forma inmediata e ineludible y que, si esa tendencia choca con la norma establecida, lucha a muerte contra ella.

Los padres tienen el máximo poder sobre un niño de dos años y, sin embargo, hace tiempo que se oyen cantilenas del estilo “no sé que hacer con él”, “me puede, no consigo que me obedezca”, “si le digo que no, me la monta hasta que lo consigue” y frases parecidas que revelan la rendición parental de una forma flagrante ante la que se debería reaccionar y pedir ayuda para buscar los métodos adecuados que impidan la continuación de esa deriva que lleva, de forma directa, al fracaso educativo.

La situación es grave y los padres que luchan lo hacen solos y contra la corriente dominante; pelean no sólo contra sus hijos, lo hacen contra la dejadez de la mayoría de los padres que se han rendido y que dejan, como ejemplo, que sus hijas de 13 años lleguen borrachas a casa “porque es normal”. No, no es normal, lo normal es que una niña de 13 años tenga horarios, premios y castigos, cumpla unas reglas o se enfrente a consecuencias que no desea; lo normal es que los apdres sepan y se preocupen por las actividades que desarrollan sus hijos, dónde, cómo y con quien y eso, como podemos confirmar todos los que hemos tenido que hacerlo, es una tarea ímproba, ingrata y agotadora, pero es lo que nos toca hacer a los padres. Tan normal es que un niño intente burlar la norma como que, si es sorprendido haciéndolo, se le caiga el pelo en forma de castigo automático  y eso es así porque nuestra sociedad se ha estructurado conforme a esos códigos de conducta: el que la hace, la paga. Así de sencillo y así de simple.

Los profesores se encuentran desvalidos, los apdres no aceptan que su hijo sea castigado; los mandan en un estado educativo próximo al salvajismo; no saben usar cubiertos en la mesa, no aceptan la frustración generada por los deseos insatisfechos; rechazan las reglas colectivas sabiendo que no van a tener castigo y que, lejos de reforzar la labor del profesor, sus padres le darán todo aquello que el niño solicite con tal de no aguantar la bronca en casa. 

La Guardia Civil avisa de las normas de uso de los móviles, la edad en la que un niño puede acceder a tan preciado bien; las aplicaciones que puede o no puede usar y…ni caso, oiga Vd. Y los adultos, lógicamente, se defienden de esas hordas de salvajes asilvestrados buscando espacios en los que poder comer tranquilos sin que una manada de enloquecidos destrocen el ambiente con sus gritos, lloros y demostraciones d mala educación. ¿A quién le extraña? A mi no, desde luego. Creo que todos disfrutamos de la compañía de niños y adolescentes bien educados y nos ponen los pelos de punta las broncas y groserías, cada vez más habituales, a las que nos vemos sometidos sin que podamos hacer nada para evitarlo.

Antes de que tenga que intervenir la sociedad y todo su aparataje legal y coercitivo, mucho antes de todo eso, están los padres y el ejercicio, obligado, de su responsabilidad. Todos los que andamos metidos en redes sociales hemos visto los cuidados carteles que no recuerdan las normas básicas: “en casa se aprende a…en la escuela se aprende a…”, separando muy bien los objetivos educativos de cada ámbito formativo. Y ese recordatorio existe porque en el primer espacio los ejércitos se han rendido y buscan, en la escuela, los logros que ellos no son capaces de alcanzar trabajando, cada día, para lograrlo. Si en casa no se educa, la sociedad sólo tiene un espacio de actuación: la acción legal y sus pertinentes sanciones y el rechazo. Es simple, es duro, pero es real como la vida misma, lo siento.

Estamos generando monstruos asociales y eso es grave, pues una sociedad que debe defenderse de sus niños y de sus adolescentes es una sociedad enferma; una sociedad en proceso de desestructuración que no augura nada bueno para los años venideros. Nadie pide pasar un examen para obtener el “carnet de padre”, se espera de cada uno de ellos el ejercicio de responsabilidad que ahora se abandona y sigue esa peligrosa corriente basada en “que me lo haga/resuelva el …¿estado? ¿colegio? ¿ayuntamiento? ¿policía?” No, a tus hijos los educas tú. A tus hijos los educa la convivencia en familia que vela por la aceptación de los usos y normas sociales de la buena educación, la antiquísima y olvidada “urbanidad”, esa que nos enseñaba a dar los buenos días, dejar el asiento del autobús a las embarazadas y a los ancianos - por cierto: nadie lo hace ya y cuando el que esto forma se levanta y le deja el asiento a alguien más necesitado que él, las caras del colectivo son de museo - tratar a los demás de forma agradable y cordial y demás componentes de la larga lista que automatizamos convenientemente. Todo eso se ha abandonado y las consecuencias se empiezan a notar.

En pocos años veremos alcohólicos de poco más de veinte años, colectivos de “ninis” absolutamente perdidos que no saben qué hacer con sus vidas sin olvidarnos de lo que ya empieza a ser una plaga de acoso escolar, abusos sexuales originados por el uso incontrolado de redes sociales en móviles y ordenadores; consolidación de tendencias nefastas como borracheras, descontrol de horarios y espacios sociales de más que dudosa conveniencia etc.
Estamos creando una sociedad desestructurada, agresiva, mal educada y patológica por no actuar allí donde empieza la construcción de todo lo importante: la infancia. Y en esa etapa la influencia decisiva, la que es responsable de casi todo lo que vendrá luego, las figuras centrales se concentran en el núcleo familiar. Si eso falla, falla todo. 

Padres: nadie puede hacer lo que a vosotros corresponde, así que menos vagancia y más pelea con esos monstruos bajitos que deben convertirse en ciudadanos, que ya sabemos que es jodido, pero es lo que os toca. Así de simple: no miréis hacia otro lado esperando ayudas desde otros colectivos, que vosotros lo habéis elegido y el control de sus vidas sólo puede ser vuestro. Lo demás, echar balones fuera. A ponerse las pilas.


martes, 6 de diciembre de 2016

España entregada a la inmoralidad

Rafael Catalá, ministro de Justicia ha decidido, por su cuenta y riesgo, dejar claro que España es un país amoral en el que la ética se ha marginado hasta espacios inconcebibles en otros sistemas democráticos. Según él, “La responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas”, así, sin anestesia, sin avisar y como diría el castizo, “con dos cojones”. La declaración es funesta, pero más funestos aún son los escondidos arcanos que alberga tal afirmación. Aviso: me es igual el partido al que pertenece el interfecto, así que me fijaré en el fuero y no en el corral al que pertenece la gallina que ha puesto este huevo.
España se ha entregado al absurdo y lo que la afirmación desvela es que tenemos mal arreglo. Nos dejamos llevar hacia un horizonte de corrupción en el que lo que cuenta es participar, pillar sin freno esperando que la masa esconda nuestra participación y que no seamos uno de los pringaos a los que les tocará “comerse el marrón”. Si todos participamos y votamos adecuadamente, seremos absueltos de las responsabilidades políticas de un sistema que se encamina a la práctica generalizada de actuaciones inmorales validadas por la masa de los votos. Si todos participamos, la cosa sale bien para todos y si la mala suerte nos hace pasar una temporadita a la sombra, no hay problemas: el sistema velará y ya nos rengancharemos a la vuelta.
Las urnas lo lavan todo, todo vale si “los nuestros” son muchos más que los otros y nos aseguran la oportuna mayoría. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Somos todos tontos o demasiado listos? Ante mi asombro y escándalo, el ministro no ha tenido que afrontar la repudia masiva de la prensa o de los partidos; no ha pasado nada y el que ha lanzado tal torpedo a la línea del sistema y de la ética no ha tenido que ponerse colorado ante la opinión pública o publicada, no ha tenido consecuencia ninguna y todo sigue como si tal cosa.
Este ministro le ha dado la razón a Jesús Gil en un homenaje post mortem que le exonera y bendice en su oscura trayectoria como alcalde de Marbella: los votos le perdonaron, le encumbraron y consolidaron un sistema de corrupción generalizada cuyas consecuencias seguimos pagando, pero…los ciudadanos le perdonaron con sus votos.
Estoy sencillamente harto, estragado, asqueado de estos personajes que pervierten el lenguaje y las ideas  consiguiendo que todo el sistema se olvide del rigor ético exigible a los políticos. España se entrega a su historia de compadreos y corruptelas, bendice el origen de una concepción social en la que el individuo, maltratado por el sistema a lo largo de siglos de ineptitud – por favor, no se olviden de repasar a Quevedo de cuando en cuando – de sus gobernantes, se busca la vida de espaldas y contra los gestores de la cosa pública. Nos condiciona una historia de nefastos gobernantes, validos de peores monarcas, que nos ha hecho polvo y que nos condena a perder el tren del futuro. La “res pública” la romana “cosa pública” se ve maltratada y pervertida por estos tales que así conducen la moral de todos hacia la insolidaridad, la inmoralidad y la consagración de la mentira.
España, como dice un amigo mío, vivió al margen de las revoluciones y el problema es ése: no sólo no llegó la revolución industrial, es que no nos rozó la revolución calvinista y así nos va. Nuestra historia se ha entregado a los caciquismos, a la búsqueda de espacios individuales al margen del común, por encima o al lado, que a nosotros, “hijos de nuestro padre” nadie tiene que decirnos qué se puede o no se puede hacer, que las normas son “para los otros”, los pobres pardillos que no saben buscarse la vida al margen y contra las normas que a todos deberían gobernarnos.
La idea de que tales comportamientos nos hieren a todos permanece ajena a la concepción vital del español: consagramos a folclóricas corruptas en el altar del victimismo y la conmiseración; las estrellas del fútbol, sacrosanta catedral de irracionalidad, se permiten hacer mangas y capirotes con sus obligaciones fiscales recibiendo baños de masas y perdones de los aficionados que pagan sus elevadas nóminas mientras apoquinan, como cabrones, sus cuotas del IRPF y demás impuestos, solo válidos para los “comunes mortales” que no saben levantar pasiones pateando pelotas y llevando a sus clubes a la gloria y a los aficionados, al éxtasis de su majestad el gol. Los campos deberían ser un concierto de repulsa y rechazo, pero eso no pasa ni pasará nada: ¿Mesi, Ronaldo y demás bajo el imperio de la ley de los comunes? ¿Es que no me doy cuenta de que ellos son “distintos”, “especiales”, “geniales” y..? ¿Es que soy tonto? Debo serlo, pero las masas bendicen las declaraciones que inician esta reflexión: no hay norma ética por encima de la divina bendición de las masas, de los aplausos, de las urnas y los votos. Vox pópuli, vox dei


Mal pronóstico para un país en manos de inmorales, lo siento.