lunes, 16 de julio de 2018

De aquella Europa que pasó y no ha sido…



Tomo prestado un verso Del Pasado Efímero de A. Machado y me permito el lujo de cambiar España por Europa con el fin de dejar clara la idea de esta nota: Europa, esa Europa con la que soñamos y que todavía es posible, está a punto de pasar sin haber conseguido ser; de crear un desierto de ilusiones perdidas y dejar tirados en la cuneta del olvido a muchos millones de europeos que sí quisieron ser.
Hace tiempo que quiero dejar por escrito mi frustración sobre el más maravilloso proyecto de convivencia y colaboración entre naciones que hemos tenido la suerte de poder llevar a cabo y que corre el peligro de deshacerse como el hielo al sol. La Unión Europea parece haberse olvidado de la grandeza de su impulso inicial para entregarse a mezquindades y miserias propias de lo peor del egoísmo de sus miembros.
Lo que prometía se ha quedado empantanado en un monstruo inmanejable de burócratas que sólo sirven a los intereses de las grandes corporaciones y a los amos del dinero. Detrás de esa eficacia en las tareas más serviles, empieza a no haber nada, se instala el abandono, el desánimo y la ineficacia. Europa se ha quedado pasmada ante los retos lanzados por la enorme grandeza del proyecto y no sabe seguir, le da la espalda al deber de hacer realidad el destino planteado y se muestra pequeña y pusilánime aceptando las renuncias de los más pacatos, de aquellos que no quieren perder su egoísta pequeñez y cambiarla por la grandeza de ser parte de algo que nos engrandecería a todos.
Es cierto que se han hecho cosas buenas y que, de la mano de los pocos grandes estadistas entregados a la tarea, se han conseguido avances, pero me temo que estamos huérfanos de esas grandes personalidades políticas que impulsaban los grandes cambios y avanzaban, seguros, hacia la meta más lejana. Hoy los nacionalismos se imponen, lo colectivo se ha tornado inmanejable y lo que debería ser, no es.
El programa Erasmus languidece como si ya no pudiera ser más grande, más global y más colectivo; la “euro orden” -me remito al último desastre vivido en España-naufraga sin remedio sometida a la arbitrariedad de aquellos que no quieren aceptar el mandato de su verdadera naturaleza manteniendo su estatus individual por encima del ordenamiento colectivo.
Los presupuestos crecen y la burocracia se retroalimenta sin dar soluciones globales: las empresas no pueden hacer realidad la libre contratación de europeos y, en el caso de España, exigen la presencia de una entidad local con número de la Seguridad Social y CIF para que puedan contratar a un español cuando este tipo de situaciones debería estar contemplada y resuelta. ¿No sería más sencillo que una empresa francesa pudiera contratar a un español y que detrás de esa contratación se pusieran en marcha los mecanismos necesarios para que todo fuera legal? No, hay que hacer las cosas complicadas y olvidarse de que estamos en Europa y que la libre contratación de trabajadores no es tan cierta y tan sencilla. Una pena.
O volvemos a soñar y a querer ser grandes y mejores o nos vamos al garete, así de fácil. Y para acabar con un recordatorio de grandeza, me remito a una parte del discurso de W. Churchil pronunciado en la Universidad de Zurich en 1946 “Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y sólo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones”. Pues eso, al lío, que queda mucho.

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