Tomo prestado un verso Del Pasado Efímero de A. Machado y me
permito el lujo de cambiar España por Europa con el fin de dejar clara la idea
de esta nota: Europa, esa Europa con la que soñamos y que todavía es posible,
está a punto de pasar sin haber conseguido ser; de crear un desierto de
ilusiones perdidas y dejar tirados en la cuneta del olvido a muchos millones de
europeos que sí quisieron ser.
Hace tiempo que quiero dejar por escrito mi frustración
sobre el más maravilloso proyecto de convivencia y colaboración entre naciones
que hemos tenido la suerte de poder llevar a cabo y que corre el peligro de
deshacerse como el hielo al sol. La Unión Europea parece haberse olvidado de la
grandeza de su impulso inicial para entregarse a mezquindades y miserias
propias de lo peor del egoísmo de sus miembros.
Lo que prometía se ha quedado empantanado en un monstruo
inmanejable de burócratas que sólo sirven a los intereses de las grandes
corporaciones y a los amos del dinero. Detrás de esa eficacia en las tareas más
serviles, empieza a no haber nada, se instala el abandono, el desánimo y la
ineficacia. Europa se ha quedado pasmada ante los retos lanzados por la enorme grandeza
del proyecto y no sabe seguir, le da la espalda al deber de hacer realidad el
destino planteado y se muestra pequeña y pusilánime aceptando las renuncias de
los más pacatos, de aquellos que no quieren perder su egoísta pequeñez y
cambiarla por la grandeza de ser parte de algo que nos engrandecería a todos.
Es cierto que se han hecho cosas buenas y que, de la mano de
los pocos grandes estadistas entregados a la tarea, se han conseguido avances,
pero me temo que estamos huérfanos de esas grandes personalidades políticas que
impulsaban los grandes cambios y avanzaban, seguros, hacia la meta más lejana.
Hoy los nacionalismos se imponen, lo colectivo se ha tornado inmanejable y lo
que debería ser, no es.
El programa Erasmus languidece como si ya no pudiera ser más
grande, más global y más colectivo; la “euro orden” -me remito al último
desastre vivido en España-naufraga sin remedio sometida a la arbitrariedad de
aquellos que no quieren aceptar el mandato de su verdadera naturaleza manteniendo
su estatus individual por encima del ordenamiento colectivo.
Los presupuestos crecen y la burocracia se retroalimenta sin
dar soluciones globales: las empresas no pueden hacer realidad la libre
contratación de europeos y, en el caso de España, exigen la presencia de una
entidad local con número de la Seguridad Social y CIF para que puedan contratar
a un español cuando este tipo de situaciones debería estar contemplada y resuelta.
¿No sería más sencillo que una empresa francesa pudiera contratar a un español
y que detrás de esa contratación se pusieran en marcha los mecanismos
necesarios para que todo fuera legal? No, hay que hacer las cosas complicadas y
olvidarse de que estamos en Europa y que la libre contratación de trabajadores
no es tan cierta y tan sencilla. Una pena.
O volvemos a soñar y a querer ser grandes y mejores o nos
vamos al garete, así de fácil. Y para acabar con un recordatorio de grandeza,
me remito a una parte del discurso de W. Churchil pronunciado en la Universidad
de Zurich en 1946 “Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de
Europa, y sólo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces
de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca
la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de
cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el
mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones”. Pues eso,
al lío, que queda mucho.
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