viernes, 27 de julio de 2018

Bendecir la estupidez

La realidad de un mundo sin vacunas. ¿Queremos volver?


Anda uno bastante cabreado con el mundo en general y con el legislador en particular por la extrema estupidez con la que se permite manejar la cosa pública y la protección del interés general y el mío propio en particular. No solo me siento estafado, me siento desprotegido y amenazado como deberíamos sentirnos todos. Una cosa es que un individuo aislado cometa una tontería que podemos catalogar como “egoísta” y otra, muy distinta, es que la estulticia individual ponga en peligro al colectivo y, además, cuente con el apoyo del legislador para hacerlo. Sinceramente, no podemos seguir así: desprotegidos frente al imperio de la dolosa estupidez.
Los ejemplos son muchos, pero los dos últimos - uno ya bendecido legalmente y otro sin repercusión penal - nos llevan al oscuro pasado de una sociedad incapaz de protegerse frente a las pandemias más habituales. Quiero denostar, sí, denostar, sobre el abandono del calendario de vacunación infantil y sobre la nueva ley catalana que permite la distribución comercial de leche cruda. Son dos ejemplos de que la humanidad bendice la gilipollez e incluso es capaz de protegerla legalmente.
Hay que decirlo muy claro: el hombre es un animal común y corriente cuya capacidad de generar epidemias es altísima. Vivimos hacinados, interactuamos continuamente con un elevadísimo número de congéneres y tenemos la capacidad de desplazarnos en horas a cualquier parte del mundo. En conjunto, somos un desastre potencial de primera magnitud, tal y como cualquier patólogo o epidemiólogo puede confirmar. Gracias a la ciencia de las vacunas -Bendito sea Pasteur, el genial intruso- la mortalidad infantil se ha convertido en algo excepcional en lugar de habitual; las prótesis y ayudas mecánicas que convertían en un infierno a los pacientes de la poliomielitis o parálisis infantil son algo desconocido hoy en día, al igual que los llamados “pulmones de acero” que se contaban por miles.(foto) Bueno, pues todo ese paraíso de salud generado por la buena praxis de la medicina preventiva está a punto de irse al carajo gracias a la congénita capacidad humana para cagarla y adoptar, siempre que puede y le dejan, las peores decisiones. Vuelve a haber niños muertos por sarampión que no fueron vacunados; vuelve la amenaza sobre colectivos enteros a los que unos padres irresponsables hacen vulnerables, pues la cosa no sólo afecta sus hijos sino al conjunto completo. Y no hay defensa legal contra ellos.
Si tu hijo muere en el colegio por contagiase de algo malo gracias a que su compañero de clase no estaba vacunado, estás jodido: nada te ampara. No hay autoridad ni tribunal al que puedas recurrir o pedir que los padres de ese peligro público se pudran en la cárcel varios eones, pena mínima que consideras adecuada para reparar la pérdida de tu hijo. De la misma manera que perros, gatos, cerdos, vacas y gallinas deben cumplir con un estricto control sanitario que evite las zoonosis, el animal humano debe atenerse a las mismas normas y no convertir a sus propios hijos en armas biológicas incontroladas. Y si no lo hace, al trullo, simplemente. Y si el niño muere, prefiero no comentar mis propias inclinaciones, la verdad.
El segundo caso, más grave en tanto en cuanto el peligro ha sido legalizado y bendecido por el Gobern Catalá (no tienen nada mejor de lo que ocuparse, entiendo) es el de la famosa “leche cruda”. Imitando la libertad de los USA e ignorando que uno de cada seis consumidores de tal producto está enfermo por su causa (y por ser gilipollas, no nos engañemos), ha lanzado una ley que permite comercializar leche cruda sin demasiadas trabas y en la esperanza de que no se líe muy gorda. Me abstengo de comentar la comparación realizada por la consejera y las cuatro semanas del pollo en la nevera. En este escrito no entran tamañas guarradas.
Tenemos la situación perfecta soñada por el más sanguinario terrorista social: la leche sin tratar y la población sin vacunar. Todo cojonudo para organizar la mundial: brucelosis, tuberculosis y todo lo que cada cual quiera añadir y que, en su día, comandaron los ejércitos de la muerte. ¿Hemos perdido el juicio? ¿No nos ha enseñado nada la historia de la medicina y su eterna batalla contra este tipo de actos suicidas y dolosos?
Parece ser que no, que no aprendemos y queremos retornar a la senda del suicidio como especie. No tenemos remedio, sencillamente.

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