viernes, 14 de septiembre de 2018

Bajo el imperio del odio



Que la política es un empeño complicado, más bien siniestro y sujeto a turbulencias era algo conocido y asumido, pero que la política deba entregarse a lo más bajo de la inmoralidad humana no es algo por lo que debiéramos transigir. Estos últimos días hemos visto, impotentes, el intento de linchamiento de un político que ha sido puesto en el punto de mira por unos medios de comunicación que han bastardeado su posición en el orden social y abusado de sus privilegios legales.
Entiendo y aplaudo el imprescindible papel de una prensa libre, independiente y rigurosa que, en este caso, ha demostrado su inexistencia y se ha entregado a sus propias carencias: la información veraz y rigurosa no ha existido, han llenado las portadas de mentiras -puras y duras mentiras de las que son plenamente conscientes – se ha creado una situación absurda cuyo fin último ha sido proteger al líder del PP, muy tocado y con un futuro complicado y se ha hecho utilizando las peores y más inmorales armas del ser humano.
Lo que hemos visto y vivido estos días debería hacernos pensar y posicionarnos con respecto a casi todo, especialmente con respecto a la situación que viven los medios de comunicación: arruinados, descapitalizados, con sus consejos de administración trufados de banqueros, representantes de empresas energéticas, petroleras y tecnológicas a la eterna espera de las inversiones institucionales más o menos legales que les permitan seguir boqueando en su larga agonía. La respetable ideología de un medio no debería ir más allá de la opinión expresada tras una información veraz, pero eso no existe y los últimos días han consagrado una forma de hacer y de escribir realmente deleznable y repugnante.
No importa quien se haya definido como objetivo, lo que hemos visto es peligroso para todos y ha enseñado una manera de hacer que, mañana, podría ser usada contra cualquiera, bien pertenezca a uno u otro lado de ese río que nos lleva por la política. Lo que se ha hecho estos días es repugnante, inmoral, asqueroso y vomitivo, pero la conclusión es que, con perdón, estamos jodidos: no vamos a poder pararlo ni evitar que se repita en el futuro, exactamente cuando ellos quieran volver a inventar una realidad inexistente en contra de cualquiera que no se humille ante su capacidad de mentir.
No se qué tal se lleva eso de trabajar y formar parte de esas redacciones si alguna vez se ha querido ser periodista de verdad, pero me imagino que muchos lo viven como lo vivía aquel que pedía a sus amigos que, por favor, le dijeran a su madre que era pianista en un burdel pero jamás que era periodista.

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