Que la política es un empeño complicado, más bien siniestro
y sujeto a turbulencias era algo conocido y asumido, pero que la política deba entregarse
a lo más bajo de la inmoralidad humana no es algo por lo que debiéramos
transigir. Estos últimos días hemos visto, impotentes, el intento de
linchamiento de un político que ha sido puesto en el punto de mira por unos
medios de comunicación que han bastardeado su posición en el orden social y
abusado de sus privilegios legales.
Entiendo y aplaudo el imprescindible papel de una prensa
libre, independiente y rigurosa que, en este caso, ha demostrado su
inexistencia y se ha entregado a sus propias carencias: la información veraz y
rigurosa no ha existido, han llenado las portadas de mentiras -puras y duras
mentiras de las que son plenamente conscientes – se ha creado una situación
absurda cuyo fin último ha sido proteger al líder del PP, muy tocado y con un
futuro complicado y se ha hecho utilizando las peores y más inmorales armas del
ser humano.
Lo que hemos visto y vivido estos días debería hacernos
pensar y posicionarnos con respecto a casi todo, especialmente con respecto a
la situación que viven los medios de comunicación: arruinados, descapitalizados,
con sus consejos de administración trufados de banqueros, representantes de empresas
energéticas, petroleras y tecnológicas a la eterna espera de las inversiones
institucionales más o menos legales que les permitan seguir boqueando en su
larga agonía. La respetable ideología de un medio no debería ir más allá de la
opinión expresada tras una información veraz, pero eso no existe y los últimos
días han consagrado una forma de hacer y de escribir realmente deleznable y
repugnante.
No importa quien se haya definido como objetivo, lo que
hemos visto es peligroso para todos y ha enseñado una manera de hacer que,
mañana, podría ser usada contra cualquiera, bien pertenezca a uno u otro lado
de ese río que nos lleva por la política. Lo que se ha hecho estos días es
repugnante, inmoral, asqueroso y vomitivo, pero la conclusión es que, con
perdón, estamos jodidos: no vamos a poder pararlo ni evitar que se repita en el
futuro, exactamente cuando ellos quieran volver a inventar una realidad
inexistente en contra de cualquiera que no se humille ante su capacidad de
mentir.
No se qué tal se lleva eso de trabajar y formar parte de
esas redacciones si alguna vez se ha querido ser periodista de verdad, pero me
imagino que muchos lo viven como lo vivía aquel que pedía a sus amigos que, por
favor, le dijeran a su madre que era pianista en un burdel pero jamás que
era periodista.
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