Esta vieja máxima parece inventada para adecuarse a los actuales
momentos de nuestra dinámica política: todo parece empeorar de día en día y
nada hay que nos permita el más leve atisbo de optimismo. Tengo que reconocer
que la cosa empieza a cansarme; el desánimo impera y el refugio se presenta en
forma de aislamiento voluntario. No me apetece saber, no quiero enterarme de
nada, cualquier novedad sobresalta el animo y contribuye a la desesperanza.
En el lejano sexto de bachillerato se estudiaba literatura y
recuerdo los titulares con los que se identificaba a la generación del 98:
desesperanza, pesimismo, clima social deteriorado, añoranza de mejores tiempos…y
me identifico con ese pesimismo que me lleva a mirar mi entorno con negro
escepticismo. Los sueños se desvanecen y lo que parecía inmortal y casi eterno
se transfigura en humo arrastrado en la corriente de mediocridad, corrupción,
incompetencia y falta de altura moral.
No hay Europa que se salve, no hay proyecto interior que
levante banderas nuevas a las que alistarse para afrontar el futuro con la lejana
ilusión de una tarea pendiente, de una construcción que necesite de todos y del
común de los esfuerzos.
Un amigo, tan escéptico como el resto, nos aseguraba, ayer
que el camino hasta la realidad mejicana es largo y posible, meridianamente
posible. Ese parece ser el único camino claro y el verdadero destino que nos
espera tranquilo sabiendo que llegaremos, que todo se va encajando y que la
escapatoria se va cerrando según pasan los días, los escándalos y la competencia
de unos y otros por alcanzar el más completo d ellos absurdos, nos condena.
No lo dudéis: todo puede ir peor y la realidad se impone. La
vamos a joder del todo, sin duda.
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