Aunque los que me conocen saben perfectamente que no soy muy
partidario de venerar símbolos y banderas más allá del puro plano de la
estética (recuérdense los planos de banderas de Barry Lindon), reconozco que
siento envidia por lo que nos enseñan otras naciones que han conseguido que
haya ciertas cosas que son de todos.
La naturalidad con la que franceses, alemanes o
norteamericanos -éstos últimos mucho más que todos los demás juntos – ven a su
bandera o a sus instituciones como algo que les pertenece a todos me da
envidia, una envidia sana y un poco pequeña, pues tampoco soy muy partidario de
elevar el tono hasta cotas muy altas, que luego pasa lo que pasa, nos liamos con
guerras y tampoco es plan
En España se produjo, desde la muerte de Franco, un rapto,
un secuestro que convirtió en propiedad privada de pocos lo que debería haber
sido de todos. Los unos -la derecha – por sobreprotección y los otros -la
izquierda- porque en esos días era más favorable a la bandera republicana,
consiguieron que muchos acabáramos identificando la bandera española con la
violencia de los guerrilleros de Cristo Rey, las pegatinas pequeñas en los
cierres de las correas de oro de los Rolex y su masiva presencia -más con pollo
que sin bicho- en las celebraciones del 20 N. Cuando la izquierda quiso
reaccionar ya era tarde: la bandera había sido secuestrada y encarcelada a un
solo lado del espectro político y no ha sido hasta hace dos días que el PSOE y
Pedro Sánchez han intentado serrar los barrotes de verja y decirle que hay un
espacio, a la izquierda de la raya, en el que también puede estar cómoda.
El 12 de Octubre se ha quedado corto a la hora de conseguir
ser de todos y la costumbre lo demuestra: cuando un presidente de izquierdas se
deja ver por el desfile militar, le cae la del pulpo; es rechazado como ajeno;
es un “ocupa” en la fiesta de los unos que no ha conseguido ser la de los todos:
otro intento de construir un símbolo unitario que fracasa estrepitosamente.
Muchos podemos reconocer, en privado y sin demasiados testigos que, si bien la
fecha ha cambiado, la escenografía nos trae a la memoria aromas de “Desfile de la
Victoria”.
No es España tierra propensa a los grandes movimientos
colectivos unitarios, más bien nos domina un gen centrífugo, individualista y
bastante ácrata, de manera que la búsqueda de algo que todos sintamos como
propiedad colectiva indiscutible se presenta ardua y complicada, pero estaría
bien que todos pudiéramos tener un símbolo que abrazar como representante de todos,
algo pequeño, manejable, un poco íntimo y necesitado de cariño y protección
colectiva, nada que nos exigiera muertes o sacrificios humanos; algo siempre
positivo, sin historias de sangre derramada ni nada grandilocuente: pequeño,
querido y común.
Y por favor, que nadie me venga con el fútbol….
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