El presente siempre supera al pasado, aunque sea en lo peor
Siempre se han consentido, dentro de la acción política,
gestos y guiños basados en la búsqueda del contento con los propios y la
animadversión de los otros. Los hemos visto siempre y, de forma más o menos
aceptada por todos, esos gestos se mantenían dentro de las declaraciones
formales, las redacciones de las notas de prensa y las fotografías en entornos
necesitados del espaldarazo del político de turno ante las adversidades. Eran
gestos que no solían tener vocación de permanencia en el tiempo, pero ayudaban
a pasar un mal rato, a tener una esperanza o a olvidarse definitivamente de que
el poder se mojara.
No estoy siguiendo las dos sesiones de la investidura de la
que será, con toda probabilidad, la peor y menos inteligente de las tres presidentas
de la Comunidad de Madrid, pues afortunadamente, el trabajo me brinda la excusa
perfecta para ahorrarme el sofocón de indignada y justificada ira. Sólo he
visto un suelto de la Tv mostrando a la susodicha haciendo un gesto en su turno
de réplica a Errejón y no podía dar crédito a lo visto. Hasta ahora, la
política se circunscribía al uso de la palabra como expresión de
pensamiento, pero hoy esta señora nos ha ampliado las posibilidades entregándose
al lenguaje no verbal de la peor clase y más pobre elaboración intelectual: la
ejecución de un soberano corte de muñeca, que no de mangas; una peineta o como
quiera llamarse a lo que nos ha dedicado -me vendría bien un Camilo Jose Cela
para definir la acción con su nombre adecuado -, desde el atril de los oradores
de la cámara, me ha dejado de piedra. Alguno se había escapado desde la bancada del PP o del PdCat, pero que yo recuerde, nadie, jamás, desde el atril central de una cámara, se había desenvuelto con tanto desparpajo.
Desde la irrupción de los Martínez Pujalte y compañía, la
derecha nos ha enseñado mucho acerca de cómo deteriorar y reducir el nivel del
debate político, pero -que yo sepa – ha sido esta señora la que, gracias a sus
habilidades gestuales, lo ha terminado de hundir en el cieno de la grosería, la
falta de argumentación y el desastre más absoluto.
Ella se queja del machismo que le acosa desde la información
sobre sus turbios asuntos familiares -veremos cómo acaba el sainete – pero nada
dice de su afición por arrastrar al fango de la chabacanería y la estulticia al
discurso político, que ella es muy suya para sus cosas.
Nos espera una legislatura maravillosa en la CAM, pero podemos
extraer una buena conclusión: nadie podrá decir que no sabía lo que pasa cuando
se juntan los tres partidos de extrema derecha que tenemos por aquí. Pasa esto,
ni más ni menos.
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