sábado, 3 de agosto de 2019

El signo de los tiempos




El incendio de Siberia, con 3 millones de hectáreas arrasadas, iguala el total del área de deforestación del gráfico: 3.014.475


Vivimos, supongo que como casi todas las generaciones que nos han precedido, tiempos convulsos, extraños y plagados tanto de asombrosos y muy positivos avances, como de amenazas siniestras de consecuencias nefastas. Casi toda la historia seria que he tenido la suerte de leer y, muchas veces, disfrutar, comentan y recopilan situaciones muy parecidas que llenan el futuro de incertidumbre y muy negros nubarrones, pero es cierto que en nuestros días se produce un fenómeno que cuenta con sus propios condicionantes: el cambio climático y una tecnología autodestructiva que parece imperar ajena al control de sus creadores

El imperio romano disfrutó de lo que se ha venido a llamar el “óptimo climático”, seis siglos de clima mediterráneo que llegaba a los dominios habituales del clima continental y atlántico, lo cual generó un medio ambiente climático propicio para su expansión cultural, agrícola, comercial y bélica, que eso de hacer campañas en medio de las grandes nieves, no es lo mejor y es preferible trabajar a favor del buen tiempo y el clima templado:


Dicen algunos investigadores que la vuelta a los patrones habituales trajo consigo la caída del imperio por sus implicaciones en las migraciones, hambrunas y demás patrones habituales en la historia. Lo que para los romanos era el granero de África es, hoy, un secarral en el que no crece casi nada y los bosques de Teutoburgo, donde yacen los soldados de las legiones de Varo, se cubren de nieve en duros inviernos poco propicios al disfrute del buen tiempo.
Entiendo que los europeos que sufrieron pestes y guerras durante siglos; los asiáticos que tuvieron mucho de la misma medicina y los pueblos americanos, antes y después de la llegada de nuestros abuelos, tampoco se privaron de nada, sacrificios humanos incluidos. Mutatis mutandis (cambiando lo que se debía de cambiar) la humanidad se ha entregado a una vorágine de mutaciones sociales, tecnológicas, económicas y geográficas -sí, la acción del hombre ha cambiado la geografía de forma notoria – con una fuerza, un poder y unas consecuencias que hoy, por fin, empezamos a conocer y a experimentar en nuestra vida cotidiana.
Cierto es que hay negacionistas que dicen que el planeta no es estático y que nunca lo ha sido, que a lo largo de su historia ha tenido fases caóticas y explosivas sin que le hiciera falta ayuda ninguna de nuestra parte, pero lo que ahora exhibimos como huella de nuestro paso no ha sucedido anteriormente. Cierto es que hubo otras oscilaciones que determinaron hechos curiosos como el asentamiento vikingo en Groenlandia gracias al óptimo medieval y que la pequeña edad de hielo, entre los siglos XIV y XIX, tuvo a nuestros abuelos europeos con el frío calado hasta los huesos, (y bastante enfadados, que algunos historiadores relacionan la revolución francesa con ese frío inclemente destructor de cosechas y generador de movimientos campesinos de protesta) pero la gran revolución industrial desencadenó la liberación masiva de CO2 y la humanidad cambió el ritmo hasta un punto que no sabemos si tiene retorno o nos despeña por un barranco suicida del que no podremos salir.


A las habituales eras geológicas estamos sumando una más que busca consenso en cuanto a su aceptación universal: el Antropoceno, “la época en que las actividades humanas comenzaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala planetaria” y de cuyas consecuencias empezamos a ser demasiado conscientes en general. Desde los primeros apuntes sobre la evidencia del aumento de CO2 y su influencia en la temperatura, hemos acumulado evidencias incontestables que confirman el proceso y el carácter de los cambios que, seguro, nos afectarán más pronto que tarde.



Si queremos saber que ha ido pasando con las temperaturas en un periodo similar, la correlación es total:


En términos porcentuales, los números ponen los pelos de punta: 1,5 grados sobre 13,5 de media, significa un 11,11% de incremento; un ritmo insostenible que nos lleva a los periodos más cálidos de la tierra, pero con una conformación geográfica muy distinta. Ya se que los datos no cambian las ideas de aquellos que no están abiertos a que la realidad modifique sus juicios, pero la sobreposición de gráficos ofrece una foto rotunda:


Por si todo esto no fuera suficiente, nos hemos encargado de llenar de mierda el planeta; el metano contenido en el permafrost está siendo liberado a marchas forzadas y los inmensos ejércitos de pobres han comenzado su migración en busca de un futuro que el clima, el hombre y el destino, unidos, les niegan.
La presión ejercida por el hombre sobre sistemas complejos cuya inercia es enorme y absolutamente desconocida es brutal, tan enorme que actualmente sólo podemos comprobar que todo va más rápido de lo previsto y que no tenemos idea de dónde está el final del proceso ni sus consecuencias reales. Sabemos que todo lo que medimos confirma el desastre de una forma unánime; sabemos que la política se muestra remisa y perezosa a la hora de levantar las banderas rojas y ponerse manos a la obra; lo sabemos todos y también sabemos que la inercia social hacia la molicie y la falta de movilización colectiva es total. Y ahora, reconocida la absoluta incompetencia de nuestros gestores, echemos una ojeada a la parte de la tecnología que, curiosamente, puede terminar de hundirnos o sacarlos de la mierda si es que las grandes corporaciones se dan cuenta del gran negocio que supone un rescate obligado y miles de millones de clientes cautivos y entregados de pies y manos.
Hoy en día poseemos la tecnología, los recursos y la ciencia suficiente como para hacer muchísimas cosas y adelantarnos a los muchos desastres que, ya lo sabemos, van a llegar si no cambiamos la dirección de nuestros pasos. La gente inteligente que quiere saber y conocer, sabe que la curva seguirá ascendiendo casi vertical, que los fuegos que hoy consumen Siberia y que la liberación de metano del permafrost que hoy abomba carreteras seguirá imparable y cada vez más enérgica. Podemos acumular datos, evidencias y problemas, pero las soluciones no llegan y la marea crece sin cesar.
Mi percepción es que la política se ha acobardado ante la magnitud del reto y la enormidad del cambio necesario, sencillamente: han tirado la toalla antes de empezar la verdadera batalla. Como las malas tropas, han visto al enemigo y han tirado las armas para salir corriendo sin presentar batalla. Podemos y sabemos, pero no quieren llamarnos a filas y disciplinar al ejército como deberían hacerlo. Vamos a morir como el asno de Buridán sin decidirnos por nada mientras el desánimo, el desastre y los cambios irreversibles y terribles van tomando posiciones y mandando avanzadillas.
Lo más probable es que la humanidad las pase muy canutas mientras el planeta se vaya entregando al cambio y a unos cuantos miles de millones de años de aspecto distinto, pero nosotros habremos perdido la oportunidad de arreglar parte del daño realizado. ¿Qué contaremos? ¿Qué excusas daremos a los que queden en situaciones tan precarias como parecen anunciarse? Pocas: ya se sabe que cuando nuestras vidas se llenan de excusas y no de realidades, la cosa va mal, muy mal y excusas hemos acumulado por millones, pero esas excusas ni se comen ni cambian nada.
Tal y como yo lo veo, nuestra generación acumula demasiados dudosos honores: socialmente, nos dejamos quitar todos los frutos de la lucha de padres y abuelos; políticamente, hemos degenerado hasta la degradación moral más clamorosa y como especie, lo único que recordará nuestro paso en el Antropoceno es la basura; miles de millones de toneladas de pura mierda que las generaciones futuras no verán porque ya no serán: silenciosa, inexorable y definitivamente, la Tierra se habrá librado de la peor enfermedad sufrida en su larga historia: el ser humano.

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