Franco y la Iglesia: como en casa, en ningún lado
Hace tiempo que, entre mi grupo de comensales de los lunes,
hablamos sobre la constante y todavía permanente presencia de un franquismo
sociológico que no se ha disuelto en las aguas de la democracia. Hay un
discurso que va calando desde años y que nos pinta la dictadura de Franco como
un periodo de prosperidad, calma social y buen gobierno. Es inútil argumentar
lo obvio cuando, por desgracia, nos llega otra vez el famoso discurso: no hay
dato, estadística o hecho hiper demostrado que consiga cambiar el juicio de
quien nos habla.
Ahora, cuando parece ser que, por fin, el dictador podrá ser
desterrado de ese monumento al espanto que es el famoso Monasterio de
Cuelgamuros, vuelven las voces a clamar por la traición, vuelven a pedir que se
respete el cadáver y que no se “abran heridas”; las mismas heridas que sólo
sanaron en los cuerpos y en las almas de los vencedores, que de los vencidos
nadie tuvo cuidado ni a nadie preocupó su sanación. Jaime de Armiñan, en su
película “Septiembre” introduce una escena que, a mi juicio, puede resumir muy
bien la esencia de la situación: uno de los personajes -antiguos compañeros de
colegio que se reúnen para una excursión 25 años después de dejar el colegio –
le pega una bofetada llena de odio al fuerte del grupo y éste, muy sorprendido,
le pregunta por la razón de esa bofetada, pues él jamás le ha hecho nada. El
agresor, que reúne las características del débil de la clase, le contesta: “Los
que abusabais de mí; los que me aterrorizabais y me pagabais, os habéis olvidado
de mi miedo, pero yo no: yo me acuerdo de cada amenaza, de cada abuso y de cada
golpe y hoy me he vengado”.
La transición, mas que cerrar, saltó sobre u obvió algunos
temas pendientes que seguían presentes en muchas casas y en muchas familias; no
quiso ver que era necesario restituir la calma de muchas personas que habían
convivido con el miedo, sufriendo la venganza de los vencedores sin poder hacer
nada; sabiendo que sus familiares habías sido asesinados y olvidados sin la
posibilidad de hacer nada por sus cuerpos y por su memoria. Los había de toda
clase y condición: desde labriegos hasta mandos, generales, oficiales y
suboficiales del ejército que vieron sus hojas de servicio injuriadas por el
calificativo de “traidor”, máximo deshonor de un militar.
Todo eso no se había lavado, no se había sanado y, por
cierto, la Iglesia jamás ha movido un dedo para ayudar a solventar esa
situación que ahora, mediante la gestión de un símbolo, puede empezar a solventarse.
Todavía, hace un par de días, los obispos acusaban al gobierno de electoralismo
cuando la resolución del parlamento y los intentos de este gobierno están vivos
desde hace años.
Los franquistas y su herencia siguen presentes en muchos
usos y costumbres de nuestra sociedad actual, no debemos engañarnos ni
dormirnos. España tiene dejes cuyas raíces se esconden en los usos y costumbres
franquistas, de manera que, queriendo o sin querer, son muchos los que
colaboran para que esa parte de la historia se nos vuelva a presentar ante la
cara a la menor oportunidad. Son muchos los que colocan los actos desarrollados
por unos y otros entre el 18 de Julio del 36 y el 1 de Abril del 39 en el mismo
plano de moralidad y legalidad, por mucho que esto sea una herejía histórica:
unos defendían el orden legal y otros lo subvirtieron, pero es como si eso se
hubiera olvidado: Para ellos, es lo mismo.
Franco saldrá de Cuelgamuros, seguro, pero será igual: su
legado de intransigencia, violencia, arbitrariedad, corrupción moral y despotismo
seguirá vivo y tratando de que España vuelva, eternamente, a las cavernas.
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