Estos días hay que vacunarse contra la "fiebre del viva la muerte" extraña y necrófila moda bastante incomprensible
Sinceramente, me sorprende de forma
bastante desagradable esta moda que se ha venido a consolidar en los últimos años
y que, estos días de Semana Santa, alcanza proporciones descabelladas. Me
refiero a la explosión de "links" y videos que tratan de dirigir nuestra admirada
atención hacia esa terrible canción legionaria -no himno de la legión- que
tanto gustaba a Millán Astray y cuyo mérito como charlestón degenerado no
alcanzo a ver, sinceramente.
Ese “novio de la muerte”, estragado de testosterona barata y almibarado de tacones y mantillas, se me aparece
por completo ajeno a la vida normal de los españoles y muy propio para
complementar la exageración barroca de una Semana Santa festivalera, folclórica
y salpicada por la sangre de los peores cristos carentes de arte.
De repente, en los últimos cuatro
o cinco años, “el novio de la muerte” se aparece como un invitado festivo y a mi
no me cuadra, lo siento. Soy consciente de la evolución que ha tenido ese
cuerpo y que tal evolución ha sido modélica: de reservorio franquista rancio y
añejado, a cuerpo condecorado por la ONU y solicitado en todas partes en
misiones internacionales. Muy bien: agradecido y como diría el castizo, “es lo
suyo”, lo que tocaba hacer y se hizo bien, pero esto es una mezcla que se me
atraganta: me suena a mezcla de capellán castrense, obispos bajo palio brazo en
alto y manipulación eclesiástica reivindicando la catolicidad de una España que
ya casi nadie reconoce ni practica.
El bombardeo viene de todos lados
y de elementos de los que jamás se sospecharía colaboracionismo, ficción o
afinidad alguna: de repente, sin avisar, comparten un video en el que un cristo
es llevado por el centro de Málaga con los legionarios cantando la cancioncita
de marras -banderín de enganche para los desharrapados delincuentes de los años
20- o con los mismos legionarios haciendo un recorrido sin demasiado sentido en
un patio acordonado por “las fuerzas vivas”, muy engalanadas ellas y con la
chapa del chorizo colgando de sus cuellos.
No, no me gusta esta thanatofilia
tan alejada de la vida, de los empeños comunes, de las sociedades sanas y
pujantes que encaran sus trabajos empeñados en disfrutar de la pelea de querer
ser mejores. Que con la muerte se queden ellos, que yo prefiero la alegría, el
trabajo y las ganas de mejorar. La muerte nos llegará, pero creo que nadie
tiene demasiada prisa por encontrarla.
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