domingo, 21 de abril de 2019

El almendro





Hay veces que la naturaleza se empeña en demostrarnos que es fuerte, mucho más fuerte de lo que podemos imaginar. En mi casa, entre las piedras de un murete que soporta una pequeña acera que rodea el edificio, hace años que se empeña en medrar una plantita a la que he cortado varios años de forma consecutiva. Yo la corto a la altura de la tierra, al nivel que la piedra me consiente y ella, pertinaz, se empeña en retornar, vigorosa, todas las primaveras.
Teng cierta debilidad por ese tipo de plantas medio bastardas y olvidadas que reivindican su existencia en contra de nuestra vesania y nuestro clasismo esnob y provinciano. Fruto de esta debilidad, mis dos paletos, árboles hoy frondosos y robustos, se salvaron del desastre que amenazaba sus vidas y hoy es esta planta, convertida en almendro por la vía de la demostración empírica de su especie gracias al alumbramiento de un almendruco, ha logrado el pasaporte a la longevidad.

¿Qué trajo una almendra a ese rincón oscuro de mi muro? ¿Una rata? Lo más posible, pero allí enraizó y hoy se reivindica como señora del lugar por derecho de ocupación y triunfa con su solitaria semilla encapsulada sobre mi descuido en la persecución.
Felicidades a ese almendro pertinaz y resistente que se ha colado en mi casa por la vía de los hechos consumados y con el que, sí o sí, debo entenderme, aunque amenace la longevidad de mis canalizaciones.
Cosas de la naturaleza cuando se pone bestia, que no hay quien la pare.


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