La conmoción que ha causado el
resultado electoral de las elecciones en Andalucía debería hacernos reflexionar
sobre la realidad política española de las dos últimas décadas, dominada por lo
que podríamos denominar indolencia dolosa. Efectivamente, en la actitud y en el
trabajo de los grandes partidos y en el desempeño de los políticos, ha habido
dolo; por favorecer sus propios intereses, por corromper hasta las raíces toda
la gestión pública, por dejar la imagen de las instituciones a la altura del
betún, por trapichear como mercachifles con todo y con todos, con especial
mención a la judicatura.
España ha sido, y es, un marasmo
de corrupción y dejadez y eso tiene consecuencias cuya factura debemos empezar
a pagar. ¿Hacemos un repaso punto por punto de los puntos más obvios?
La monarquía: poco menos que tan muerta como el famoso elefante que
precipitó -cosas del karma -su agonía. Felipe parece asemejarse al Rey Pasmado
mientras las corrientes de fondo de su propia familia tienden a querer “normalizar”
todo aquello que a los ciudadanos normales nos pone el estómago de punta.
Padre, hermana y cuñado -los conocidos, que podría haber muchas ramificaciones
de la hidra- se entregaron a la rapiña sin ninguna traba ni barrera, de manera
que la abdicación fue obligatoria y ahora, Felipe VI se ha instalado en una
especie de Versalles anodino, silente e inoperante mientras las nuevas
generaciones repudian su corona, su papel y, especialmente, su incapacidad para
tomar las riendas de la regeneración general. La primera institución del
estado, naufragada y separada de la realidad.
Judicatura. Este terreno parece abonado al sainete, a la rechifla y
al escarnio. Todo, absolutamente todo lo que va trascendiendo a la ciudadanía y
que tiene relación con los asuntos que a todos nos interesan, han puesto de
manifiesto que ni la institución es confiable en cuanto a las formas y maneras
de gestionarse, ni las sentencias emitidas en los casos que acaparan la
atención y sensibilidad de la sociedad, ofrecen la necesaria seguridad que la ciudadanía
requiere para confiar su destino al famoso tercer poder. Es probable que sea ésta
la institución administrativa que peor se ha adaptado a los nuevos tiempos,
bien se considere como tal a la democracia o a la irrupción de las nuevas
tecnologías en la gestión global de empresas y administraciones. Los juzgados y
tribunales son pozos de desidia, de aislamiento y de conspiraciones
particulares lejanas al desempeño de su función. ¿Es extraño que el ciudadano
no confíe en unos jueces que, instalados en su mundo, no se preocupan de que
las layes evolucionen adecuadamente y exijan al legislativo una constante
actualización de su principal instrumento de trabajo? Eso es algo que sólo
ocurre en con la justicia y no podemos imaginar que otros estamentos acepten
trabajar con una herramienta defectuosa que condiciona, al 100%, el resultado
de su trabajo. Se nos aparecen como culpables de egoísmo, dejadez y si se me
permite la expresión, de prevaricación moral, pues asumen dictar sentencias que
conocen y asumen intelectualmente como injustas antes de protestar y hacer
cambiar las leyes. Siendo legales, asumen que sus sentencias son inmorales. ¿Es
respetable?
Parlamento. Entregado a una barriobajera y chulesca verborrea, los
partidos han convertido el templo de la palabra en un lodazal de insultos,
mediocridad y estulticia alejada de la grandeza intelectual y la generosidad
imprescindible para alcanzar el bien común. Instalados los partidos en la consecución
de ventajas inmediatas, no hay proyecto de bienestar colectivo que escape a la
rapiña. Acomodados, mediocres, cicateros y ramplones, los diputados han renunciado
a su misión pública para proteger su propio condumio acomodado y servil. Nada
sale de sus comisiones, salones y mesas que podamos abrazar todos como un
patrimonio común y solidario. Sus mullidas alfombras lo silencian y alejan todo
dejando a los otros, los de fuera, como vagas sombras de un recuerdo que se
hacen corpóreas cada cuatro años. En el interregno de la legislatura nadie se
acuerda de esos espíritus lejanos con los que nadie cuenta. ¿El senado? Ni pierdo
el tiempo comentándolo. Entiendo que se me perdonará la omisión por
intrascendente.
Gobierno. Actual, pasado o futuro, parecen todos mantener una misma
actitud que les impide conectar con la sensatez. No comento lo que ha sido la
larga travesía por la estultez del gobierno de Rajoy -verdadero marasmo de
egolatría glorificadora del vacío – pero si quiero dedicarle unas líneas a la
violación de la liturgia que quiere -parece- perpetrar el actual gobierno de
Pedro Sánchez. Sin cuestionar ni un ápice su legalidad, sí cuestiono su
intención: la democracia exige gobernar con unos presupuestos aprobados por el
Congreso. Nos quedan pocas reglas asumidas como inviolables, y no quiero perder
esta también, la verdad. Es verdad universalmente asumida que se gobierna a
través de los Presupuestos Generales del Estado, la verdad que reduce y resume
la intención del gobierno para hacer una cosa u otra con el país: educación,
sanidad, justicia etc quedan definidas por el dinero, sin que otras
verbalizaciones puedan cambiar el signo de la verdad: la parte del tesoro que
se les asigna para definir una dirección u otra. ¿También nos van a quitar
esto? ¿Es que no hay nada sagrado, intocable, universalmente aceptado? Parece
que esto, tampoco.
Partidos. Niegan su nombre y son monolíticos, inasequibles,
inaccesibles e inmutables, siempre en busca de su mejor posición. Nada hay por
encima de sus ingresos y de su lucha por el poder a cualquier costa. Aunque eso
implique abandonar su propia ideología y no evolucionar conforme marca el signo
de los tiempos. Anticuados y obsoletos permanecen mudos y ágrafos ante el
futuro sin ofrecer nada que no sea un onanismo enfermo y autista que a nadie
seduce ni nada crea, excepto los animalejos que medran en sus propias carroñas
ideológicas. No crean, no proponen, no seducen, no enamoran, no ofrecen futuro
esperanzador ni lucha alguna que no sea su propio destino en el poder, aunque
la sociedad que gobiernen languidezca en busca de una salida y un mañana que
ellos no tienen ni ofrecen. Hace años que quedaron atrás, décadas de mutismo y
falta de creación que han acabado por dejar huérfanos de esperanza a los
votantes y ahítos de nuevos espacios a los oportunistas que, sin ofrecer nada
que no sea engaño, llenan las hambres viejas con mentiras nuevas.
Ciudadanos: hartos, engañados, decepcionados y llenos de razón en
su insatisfacción, buscan donde sea un agarre a su esperanza. Si ese agarre
está al rojo vivo o si lo que les ofrece como banderín de enganche es mentira,
será una más que viene a aumentar el acúmulo de décadas de decepción. ¿Alguien
les puede culpar? No lo creo, sinceramente: simplemente, buscan y se engañan
creyendo que encuentran, pero se engañan ellos mismos y los mentirosos medran
ante su necesidad.
Las elecciones de Andalucía han
bautizado a un monstruo que viene a unirse a los muchos que ya pueblan Europa
mientras la gran institución que debería haber cogido el relevo de la esperanza,
La UE, enferma de inactivo gigantismo incapaz de agacharse para llegar al suelo
donde sembrar una nueva ilusión colectiva que arrase la pequeñez de los
localismos fascistas y enfermos de enanismo vital. Enorme y lenta, se deja
morder los ijares por los perros del nacionalismo y los populismos neofascistas
que amenazan, seriamente, con acabar con ella.
Vox es monstruoso, como muchos
otros, pero no es más que un producto, un fruto y una consecuencia que se
alimenta de la indolencia dolosa de los que deberían cuidar de la viña y, en
lugar de eso, la han convertido en un pútrido albañal donde medran las
sabandijas carroñeras como Vox. No podemos culparles ni a ellos, por ser más
listos, ni a sus votantes por perder la esperanza: culpemos al un sistema que
se ha entregado a su dolosa indolencia. Allí están los culpables, no busquemos
fuera y pidamos, exijamos mejor, responsabilidades y acabamos con esas
perversiones del sistema que hacen grandes a los que las usan en su favor:
populistas y fascistas de nuevo cuño que viven de ellas y que, sin su existencia,
no serían nada.
Enhorabuena! Extraordinario escrito y maravilliso resumen de nuestro presente, que tu ya vienes diciendo hace años!
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