Aztcas preparando la barbacoa ejerciendo el máximo respeto a los pueblos hermanos de mesoamérica
Un soneto me manda hacer Violante…y como Lope, aunque sin su
genio, me veo ante el teclado para hilar un par de sesudos comentarios sobre la
relación de España con América; ardua tarea que puede consumir vidas enteras y
que mis amigos no quieren analizar con el detalle que suponen más de cuatro o
cinco párrafos de buen tamaño. Como punto de partida, nací en Argentina y
trabajo y vocación me han permitido patear bastantes países de norte a Sur,
eludiendo tan solo Venezuela, Colombia y Perú. El resto, desde Vancouver a la
Patagonia, han sido visitados por servidora y sus ávidos deseos de aprender.
Lo primero que parece evidente es que España dominó sin la
cruel metodología y racismo empleados por los anglosajones y holandeses varios
siglos después en sus colonias. Entregados al fornicio legalizado, los
españolitos de Cortés llegaron a Tenochtitlán cargados de bastardos reconocidos
que acabaron conformando una élite criolla que terminó por expulsar, años
después, a los representantes de la corona española. Primer dato. Los
anglosajones follaban igual, pero mataban a las embarazadas para evitar a esa
oblación mestiza, siempre muy peligrosa.
Segundo: Cortés se dio cuenta de que debía entenderse con el
soberano de un gran estado y se presentó a Moctezuma ofreciendo vasallaje y
alianza con el reino de España: impensable tanto en ese momento en Europa como
siglos más tarde. Holandeses, ingleses y portugueses, junto con franceses,
belgas y alemanes arrasaron con todo lo que encontraron sin pensar en jerarquías
o alianzas. Pensemos en los intereses ingleses en la guerra del opio y en los
holandeses en la Molucas o los belgas en el Congo y veremos que lo español en
la conquista ni fue tan bestia ni tan extraño. Acercarse a la historia con un
punto de vista cerrado a lo actual es un error de enormes proporciones.
Tercero: que nadie se equivoque con el poder militar de los
españoles. Conquistaron porque se aliaron con la multitud de pueblos sometidos,
sojuzgados, expoliados y masacrados por Incas y Aztecas. En el momento que se
quedaron un poco, solo un poco solos, pintaron bastos como demuestra la Noche
Negra del 7 de julio de 1520 cuando tuvieron que salir de najas de Tenochtitlán
y darse de bofetadas cerca de Otumba, en un villorrio que la Wikipedia me
recuerda como Temalcatitlán. El que quiera enterarse de cómo los españoles
prefirieron ahogarse en los canales antes de desprenderse del oro, que se lea
el libro de Bernal Díaz del Castillo llamado La Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España, genial crónica de la historia a golpe de
calcetín escrita por un soldadito de la tropa de Cortés.
Cuarto: si es cierto que los españoles actuaron de forma
vesánica y ejercieron una tiranía que en la época podría considerarse como
normal en todo el orbe, Aztecas incluidos. Si alguien tiene la mínima duda
sobre la verdadera naturaleza angelical de los aztecas, que se de una vuelta
por el museo de antropología del DF y podrá apreciar la sutileza de los
cuchillos de obsidiana y las tazas sacramentales con las que se recogían los corazones
palpitantes de los afortunados sujetos que pasaban a entenderse con la multitud
de dioses aztecas o los que poblaban las páginas del Popol Vhu, biblia maya que
también he tenido el placer de meterme entre pecho y espalda.
No, no hay caso y los verdaderos asesinos genocidas fueron
los virus, gérmenes y bacterias que arrasaron poblaciones enteras sin dejar
bicho vivo. Hay un libro -perdón por no tener la referencia aquí – que habla de
la realidad de las poblaciones americanas antes y después de la llegada de los
europeos cuyas cifras son espectaculares. Nos habla de millones, cientos, de
seres desaparecidos a causa de la viruela -a la cabeza – gripe, sarampión y
demás bondades.
En el libro El dios de la lluvia llora sobre México, de
László Passuth, se nos cuenta mucho de la aventura de Cortés -libro
maravillosos – y también podemos encontrar, en muchos documentos, las macabras
historias de Becerrillo, alano español receptor de soldada de primera y
ejecutor de muchos indígenas enemigos (Curioso que el chucho sabía distinguir
amigos de enemigos aunque vistieran igual) pero junto a estos actos, Frai
Bartolomé de las Casas levantó la voz favoreciendo la causa de los indígenas (a
los negros africanos que les fueran dando, que de esos no se ocupaba ni Dios)
algo impensable en otras culturas.
España conquistó -según mi humorística tesis – porque le
tocaba: nos habían zurrado los cartagineses, fenicios, griegos, romanos, godos,
celtas, alanos y árabes, así que nuestro turno había llegado y los aprovechamos
porque éramos más pobres, teníamos más hambre y estábamos hasta las narices de
pegarnos con los cerdos para comer bellotas. Simple, humano y por cierto:
actual. Si ahora se descubriera una nueva tierra, los pobres de la tierra
harían, otra vez, los mismo que hicimos nosotros, lo mismo que hicieron los mongoles
arrasando China y la India o lo mismo que hicieron los árabes comerciando con
esclavos y abriendo África para que los europeos acabaran el trabajo.
Y termino con dos notas: leeros el discurso de Vargas Llosa al
recibir el Nobel y pensar en cómo, dos siglos después de nuestra salida de
América, viven los indígenas de hoy bajo el yugo de los blanquitos que echaron
a los españoles por malos. Y ya no estamos por esos lares, que conste: han
tenido tiempo, 200 años, para arreglar lo que fuera menester arreglar.
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