domingo, 27 de octubre de 2019

Convivir con y bajo el cinismo




Como siempre, va por delante la definición de RAE Dicho de una personaQue actúa con falsedad o desvergüenza descaradas.
Centrado el tema, declaro que estamos viviendo un estado de cinismo generalizado que provoca náuseas infinitas, estables y consolidadas; tantas que se me hace complicado el simple hecho de ver las noticias diarias o intentar analizar, desde la sensatez y objetividad, cualquier declaración realizada por cualquiera.
El derroche de cinismo en torno al problema de Cataluña o las últimas “performances” llevadas a cabo pro los partidos ajenos al PSOE en torno al necesario cumplimiento del mandato europeo y del Parlamento Español de desalojar a Franco del espanto de Cuelgamuros, pone de manifiesto, una vez más, la inexistente ética de la política española.
Hoy por hoy, aspirar al mínimo grado de colaboración o entendimiento entre partidos sobre cuestiones básicas que todos tenemos en la cabeza, se me aparece como una entelequia absoluta.
Y el caso es que no nos faltan enormes problemas a los que hacer frente, desde el paro, la actividad económica enlentecida, tocada y coja; el siguiente paso de “desfranquizar” a España siguiendo la amable sugerencia del Parlamento Europeo; recolocar a la iglesia católica y a todas las religiones en el entorno privado fuera de lo público; la cosa esa de las autonomías, que parece despeñarse por el barranco del absurdo cada día con mayor velocidad…
Son muchas las tareas que requieren de voluntades unidas y comunes; muchos temas que no admiten divisiones o luchas intestinas y, sin embargo, el discurso dominante es sencillamente miserable, rastrero y mentiroso.
España lleva unas apocas décadas de democracia y parece ser que no hemos aprendió a generar líderes que estén a la altura del diario desempeño de los gobernados, esos que, cuando no hablan de política y por tanto no la cagan (cagamos), trabajan seriamente y desempeñan sus cometidos con eficacia, sensatez y calidad.
Vivimos bajo la capa política de un cinismo atroz que lo gobierna todo y, de verdad: no veo por dónde alumbra la esperanza de salida. Ojalá me equivoque.



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