jueves, 25 de julio de 2019

Ser historia: 50 años



Ser mayor, tener WatsUp y un grupo de amigos que quieren polemizar sobre determinados temas, acaba siendo un suplicio para los que tenemos los dedos como porras y la cabeza llena de madejas que se enredan y se lían según tratas de sacar las hiladas limpias y puliditas. Ayer, cuando parece ser que se cumplía el quincuagésimo aniversario del desgarro moral de la monarquía española y Juan Carlos se dejaba nombrar “heredero a título de rey” del dictador, nos liamos a mandar comentarios que, sobre la necesaria brevedad, pretendían ser brillantes sin darnos cuanta de que, básicamente, no se puede hacer historia si formas parte de la historia que quieres contar.
Nuestra generación ha vivido una parte de la historia de España cuyo curso no podemos academizar pues no ha llegado el momento en el que nosotros, todos, hayamos dejado nuestros restos para que otros los reúnan y con ellos hagan la verdadera historia de nuestros días. Nos invade la realidad de nuestras vidas, vivimos lo que vivimos y la realidad nos formó como nos dejamos formar: somos sujetos del paso de los días y por tanto, el sueño de la objetividad es imposible para nosotros. Otros llegarán que reunirán los trozos que cada cual haya dejado para el futuro y construyan la visión general de lo que, en realidad, constituyó nuestra vida y nuestro tiempo.
Hoy, muerto el moro, los lanzazos se suceden y son sencillos, pero ese moro que hoy yace bajo la cruz del marfil que acabó con su prestigio y nos terminó de condicionar, tuvo un destino histórico que, de una forma u otra, cumplió y contribuyó, de forma decisiva, a que hoy vivamos como lo hacemos. Luces y sombras que suelen formar parte de los perfiles de los que, de verdad, han hecho historia.
La grandeza monocolor, única, estable, confiable y monolítica suele ser una entelequia que buscan los turiferarios, nunca los historiadores, más dados a entender la condición y la realidad del ser humano que debe afrontar un destino grande, ese que le obliga a superar la realidad de su condición. ¿Qué personaje de la historia puede presentar una sola cara ejemplar? ¿Mandela? Posiblemente si preguntamos a las que desde su condición femenina se acercaron a su verdad, tendríamos una historia no tan ejemplar como todos -o casi todos -damos por cierta sobre este personaje.
Ayer desfilaron nombres por las pantallas de nuestros terminales: Juan Carlos I, Torcuato Fernández Miranda -por favor, leer el libro que aparece en la fotografía – Carrillo, Blas Piñar, Sánchez Covisa y sus perros de la guerra, Arzalluz, Girón y sus sueños montaraces, Tarancón, Suárez, Gutierrez Mellado, Tarradellas, Camacho, los  abogados de Atocha y el clamor del silencio de su entierro llenando el miedo colectivo con la disciplina comunista…los nombres con los que crecimos formando nuestro criterio y nuestra vida política de la que no podemos separarnos ni, en forma alguna, objetivar.
No se puede objetivar lo vivido bajo el miedo a ETA o a las consecuencias de aquél momento de locura del 23 F; nada escrito con tinta puede reproducir el suspiro de alivio ante aquella imagen de Juan Carlos vestido de Capitán General negando el futuro de los golpistas….y nada podrá lavar la infamia de los que cayeron de lo más alto para demostrarnos la realidad de lo peor de la condición humana.
Todo, incluidos los que ejercemos de implacables jueces de la historia, hemos hecho la historia que ahora, por mucho que queramos, no podemos escribir: sólo podemos contar lo que vivimos aceptando lo limitado de nuestra información y lo subjetivo de nuestros juicios.
Lo que da de sí un buen rato de espera por la grúa en el Bus Vao bajo el sol de Julio.

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