Una gran normalidad
Se desarrolla en Madrid una fiesta que, cada año, implica a
un mayor porcentaje de la población hasta incluirnos prácticamente a todos en
lo que debería ser una celebración de la vida, de la normalidad y de la
cotidiana y sencilla diversidad. Lamentablemente, esta fiesta se sigue
convocando y celebrando con dos caras contrapuestas: a favor y en contra, como
un Jano bifronte que mirara, a la vez, hacia dentro y hacia fuera. Hacia dentro
como una llamada a la propia aceptación, al refuerzo positivo acerca de una
circunstancia vital muy personal que todos los presentes comprenden y aceptan
sin problema como parte de la naturaleza humana. Sin más.
El problema viene con las llamadas hacia afuera, ese espacio
infernal bien definido por Jean Paul Sartre, el espacio del infierno conformado
por los otros. Hoy, esos otros aspiran, sin tapujos, a que sólo haya dos
opciones y que ambas estén bien definidas, sin esas zonas grises e intermedias
que tanto miedo les dan. Sigo convencido de que los que más intransigentes se
muestran, los que más seguridad necesitan, sólo proclaman su miedo y su
inseguridad hacia unas pulsiones internas que no se aceptan a sí mismos.
La ciencia avanza según la sociedad le permite y en cuanto
la sociedad lo ha permitido, la ciencia ha puesto al descubierto la falacia de
esa sexualidad digital para dejarnos ver un universo analógico de infinitas posibilidades
con las que se debería poder convivir sin problema alguno. Y hace falta mucha
celebración de lo distinto, de lo menos habitual pero normal, pues la curva de
cualquier distribución nos muestra lo enormemente amplia que resulta ser la
normalidad. Es tan grande, tan extensa, que caben hasta los cabestros de Vox en
uno de los extremos de sus colas, así de grande es la naturaleza que nos abraza
a todos.
Se nos ha querido imponer – a mi generación por supuesto –
un modelo de sexualidad que nunca ha sido cierto: la diversidad sexual es tan
antigua como pueda serlo el género humano y la historia nos lo demuestra con
una inmensa cantidad de datos y de hechos comprobados. Se nos dijo que “los
maricas” eran cobardes y poco menos que reptiles traicioneros negando que la
primera gloria de alguien tan homosexual como Alejandro Magno, se obtuvo al
derrotar a un regimiento hasta entonces invicto: La Banda Sagrada de Tebas
compuesta por parejas homosexuales. Alguien tan fiero como Lucio Cornelio Sila,
dictador de Roma y militar excelso, también lo fue y lo fue en una sociedad que
negaba ese derecho. Siempre han existido las diferentes realidades sexuales en
ambos sexos y siempre han luchado pro normalizarse, aunque nunca lo hayan
conseguido. Si los griegos lo aceptaban entre hombres, entre mujeres era
radicalmente rechazada. Eso por no hablar de las equivocaciones biológicas que
han encerrado a personas en cuerpos contrarios a su verdadera naturaleza. Si, señores
de la conferencia episcopal y de Vox: la naturaleza se equivoca y mete la pata
mucho más de lo que Vds. se imaginan, de manera que empiecen ya a aceptar esa
cruda realidad, que no les va a pasar nada ni nadie les va a implantar un pene o
a cortarles la colita.
El ser humano avanza en la aceptación de lo que nunca debió
ser motivo de marginación y rechazo y, por primera vez, cuando acaba esta nota,
me subiré en mi moto junto a mi hija para hacer bulto, para dejar, con nuestra
presencia, una pequeña voz que diga a los intolerantes y a los fascistas que
esta fiesta es tanto de los convocantes como del resto de los que componemos el
género humano, por mucho que ellos se empeñen en abrir ghetos, negar su existencia
o perseguir a los que hoy claman por su propio orgullo en contra de siglos de opresión,
injusticia y miedo.
A ver si no tardo mucho en colocarme los correajes y
encuentro la gorra de cuero, que esa es otra: debe estar todavía en el armario.
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