Mi amigo Curro siempre mantiene que lo que hoy prima en
empresas y negocios es mantener posturas relacionadas con, y ejecutar sólo, lo
que, con certeza, sabemos que no es un error: las equivocaciones se pagan con
sangre y sus consecuencias son imprevisibles. Hoy, tras el desastre del
Parlamento y el naufragio de la investidura, todos -o casi todos- nos
preguntamos por los errores de unos y de otros, pero yo creo que lo más
importante, una vez más, es analizar lo que pudo ser y ya no será. No vale
decir que septiembre traerá un nuevo curso y una nueva oportunidad: de ser y de
llegar, será y llegará otra oportunidad fruto de una situación distinta y con
actores que tendrán que afrontar realidades distintas. Lo que de verdad me
importa, por lo menos a mí, es el análisis de las oportunidades perdidas y de
paso, poner un poco en solfa a Pablo Iglesias, verdadero quintacolumnista cuya
gestión, imagino, deben estar bendiciendo en Génova, CS y en Vox, partido que
debe estar con serias lesiones en la espalda de tanto reír.
La izquierda, gracias al eficiente trabajo de Iglesias, ha
perdido, una vez más, la oportunidad de gobernar este país. No niego la ayuda,
inestimable, de los errores de Pedro Sánchez, pero en la pista central del
circo parlamentario y con actuación muy destacada, Pablo Iglesias se ha venido
arriba y con una concepción del Estado tan amplia como la circunferencia de su
propio cinturón, nos ha hecho a todos los votantes de la izquierda una butifarra
de un tamaño y unas consecuencias enormes e imprevisibles. Son muchos -mi amigo
Eduardo entre otros- que me aseguran que septiembre lo arreglará todo y mucho me temo que ese
mes sólo nos traerá la confirmación de que las urnas esperan a la vuelta de
noviembre.
Pablo Iglesias ha demostrado, una vez más, que es de
derechas, que contra el PSOE vive mejor y que la ambición que alberga tan
preclaro líder es inmensa e inagotable: no le vale nada que no sea el mando
supremo, la obediencia ciega y la autarquía más esplendorosa. Habla de
solidaridad cuando él mismo solo sabe dirigir la mirada hacia su ombligo y sentirse
desgraciado cuando el mundo entero, al unísono y entregado, no le alaba y le consagra
como su líder vitalicio. Este señor está dejando su partido como un solar - en
dura pelea con Rivera – tras sembrar el desencanto en muchos que votaron, con
esperanza, esa promesa de cambio y renovación que ha llegado, tan sólo, para
bendecir y consentir que el PP siga gobernando en muchos sitios donde Podemos
ha tenido la llave del cambio y la regeneración. El análisis no da para mucho
más, que ya está bien de hablar de entelequias cuando es la realidad de los
hechos y de las acciones las que, ineludiblemente, colocan a cada quien en el
sitio de cada cual: sencillo.
Iglesias debe afrontar el juicio que merecen, no sus
encendidos discursos de cambio y regeneración, sino sus negaciones al respecto:
ha roto, torpedeado, boicoteado y decepcionado a diestro y siniestro, por mucho
que la sensatez aconsejara apoyar la gobernanza del PSOE y alejar la
posibilidad de que la derecha, condicionada enormemente por el apoyo de Vox,
pudiera soñar con gobernar.
En la última nota hablaba del juicio de la historia y de los
personajes que ofrecen varias caras, mejores y peores, a lo largo de su
biografía: el juicio de la historia de este político, me temo, será unánime y
terrible: nunca nadie tuvo tanto a su alcance con menos aprovechamiento. Para
cerrar, os recuerdo la sentencia que tuvo que ir el propio Aníbal de su más
próximo general y amigo Maharbal: "Aníbal, sabes vencer, pero no sabes cómo aprovecharte
de tus victorias". Esa incapacidad, tras la enorme victoria de Cannas, permitió
que Roma siguiera respirado y se tomara la venganza de sembrar sal en los campos
de Cartago.
Llegará la sal a los terrenos de Podemos y nosotros,
seguramente, lo veremos. Lo que no sabemos es quién será el sembrador, si Errejón
o Pedro Sánchez.
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