Ficha policial de Sonia, transexual detenida en España en 1974
Algunos quieren volver y no hay que dejarse: ni un paso atrás
Ayer, llevado por un sentido del deber que me obligaba a
hacer número contra la previsible regresión liderada por Vox, me dejé caer por la
fiesta convocada en Madrid y las sensaciones fueron dispares. El Orgullo mezcla
fiesta, exhibición, alegría, exhibicionismo, normalidad y …una profunda,
impresionante y clamorosa corriente subterránea de dolor; un dolor inmenso,
antiguo, gratuito y profundamente injusto.
No me esperaba que el dolor me resultara el elemento
dominante en una jornada tan festiva, pero su presencia era total y
absolutamente dominante. El dolor se hacía presente en cada pancarta, en cada
disfraz, en cada gesto de libertad recién descubierta y su injusticia clamaba
al despejado cielo de Madrid.
Es un dolor injusto que hunde sus raíces en el absurdo de la
negación; que persigue lo que ni es perseguible ni es elegible; es un dolor
gratuito e ineficaz; un dolor que sólo se sirve a sí mismo y a los
intransigentes que no quieren aceptar la normalidad de lo que ellos llaman “desviaciones”.
¿Desviados de qué? ¿Cuál es el reclamado sentido único que hay que seguir
obligatoriamente en contra de lo que siempre ha sido y siempre será parte de la
naturaleza humana?
La alegría de ayer era una muestra más de que el ser humano
sólo busca la tranquilidad de ser normal; la necesidad de formar parte de un
grupo de referencia en el que se siente cómodo, aceptado y que conforma su
entorno social con total normalidad. Hoy, cuando nadie pensaba que fuera
posible, hay una corriente neofascista que pretende eliminar a los miembros de
este gran colectivo de seres absolutamente normales que su intransigencia quiere
colocar fuera de la sociedad normal y normalizada. Quieren, una vez más,
ocultar, tapar, perseguir, negar, eliminar y frente a esta oscura corriente,
miles de ciudadanos demuestran que la convivencia no sólo es posible: es positiva,
es necesaria y permite que muchos miles, que muchos millones de seres humanos, descubran
su naturaleza sin dolor, sin miedo, sin tragedias como las que, ayer, llenaban
las calles de Madrid.
Todavía hay decenas de países en los que ser y vivir
conforme a tu naturaleza supone ser detenido y condenado a muerte. Así de
sencillo: la muerte aguarda a aquellos a los que su inclinación natural separa
de las normas impuestas a sangre y fuego. Parece que ninguno de estos
intransigentes tiene en cuenta el dolor y el sufrimiento, inmenso, profundo,
aterrador, de aquellos que se van descubriendo ajenos al grupo justo en el
momento en el que todo tu ser busca formar parte del grupo de referencia. Durante
meses o años, estos seres inocentes se sientes culpables y culpabilizados, como
si tuvieran que ser, obligatoriamente, culpables de algo.
Hoy, cuando cientos de miles de personas descansan
tranquilos y satisfechos tras manifestar su orgullo por ser normales, los
medios afines con los intransigentes pretenden silenciar, una vez más, la
realidad de millones de personas que no viven según sus encorsetadas
normativas.
ABC, La Razón y otros, destacan, como lo más importante de la
manifestación, la repulsa de muchos a la presencia de Ciudadanos, partido que
parece sentir pulsiones suicidas y que apoya, con y en sus acuerdos y
silencios, a los que quieren represaliar la vida de los muchos que, ayer, se
sentían perseguidos y lo hacían porque la amenaza es cierta y existe: la
represión amenaza y ha empezado a ocupar asientos y escaños; ya manda en las
negociaciones políticas y no es posible negar sus efectos. Ciudadanos, como
otros muchos, debe reflexionar y darse cuenta de la verdadera naturaleza de
aquellos con los que pacta negando la realidad de lo que acepta. Mientras
tanto, estas portadas nos recuerdan lo que es vivir bajo el silencio y habitando
oscuros rincones de los viejos armarios, esos que creímos haber dejado atrás.
Ayer, sin esperarlo, formé parte de una manifestación que mostraba
el dolor antiguo, inmenso e injusto, de muchos millones que en la historia han
sido y cuyas vidas, aún hoy, transcurren en el doloroso silencio de la negación.
No hay nada más terrible que ese dolor gratuito que domina la vida de los que,
simplemente, son lo que son sin tener culpa de nada, sin atentar contra nada y
sin poder cambiar lo que les ha sido determinado por una naturaleza diversa o
elegido libremente como una opción personal tan válida como cualquier otra.
Ayer se luchaba contra el dolor y me temo que habrá que
seguir luchando mucho tiempo contra el dolor, la injusticia y la represión de lo
que es justo, normal, adecuado y humano, profundamente humano. Así de sencillo.
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