domingo, 25 de noviembre de 2018

Me caí de la bici camino de Damasco

En pleno centro y sin coches, una gozada.
Eso sí, la estética de esos acúmulos de bicis, es mejorable


Cada cual, en la medida de sus posibilidades, guarda en la memoria momentos de epifanía, de iluminación que hacen que nuestra vida cambie y busque direcciones distintas, caminos divergentes a la ruta seguida hasta ese momento. Son momentos que pueden llegar a ser famosos – Saulo de Tarso y su célebre caída del caballo camino de Damasco puede ser el más conocido – y que no siempre están asociados con el disfrute de grandes lujos o la llegada a entornos de alto nivel económico, no. Es más, lo habitual es que esos momentos estén ligados a cosas muy simples que, hasta ese momento, o no habían formado parte de nuestra experiencia o, si lo habían hecho, no habían sido tan plenos, tan maravillosos y tan reveladores de la verdad contenida.
Dicho esto, mi último momento de iluminación me ha llegado esta semana al poder recorrer la ciudad de Ámsterdam en una bicicleta pensada y diseñada para hacer el paseo realmente confortable. Súbitamente, la ciudad cambia, las distancias, conservando medidas humanas, se hacen mucho más accesibles mientras el tiempo parece ajustarse y acompañar esa medida humanizada, ni lenta ni excesivamente rápida. Los que me conocen saben que esta es una ciudad que me apasiona y en la que siempre suelo tener experiencias agradables, pero lo de esta semana ha sido una verdadera revelación.
Lo que al andar por sus calles parece caótico, de repente cobra sentido, orden y claridad: hay avenidas específicas, sus propios semáforos que regulan los pasos según prioridades que yo no conocía y el esfuerzo es el exacto para que haya un retorno de satisfacción puramente física ligada, según imagino, a la liberación de adrenalina que conlleva cualquier actividad deportiva, aunque sea tan moderada como esta.
La experiencia me ha confirmado que sí, que otra ciudad es posible y que puede haber centros urbanos limpios, silenciosos y agradables. Tomé una foto en la plaza de la estación central, localización que, en casi cualquier ciudad, es el epicentro del desastre de coches, humos, caos y confusión. Nada más lejos de la realidad: Ámsterdam nos enseña que es posible poner al ser humano en el centro y no a los coches; que la ciudad es para los seres humanos y que debemos hacer caso a Protágoras de Abdera y conservar al ser humano como la medida de todas las cosas, incluidos sus desplazamientos.
Ánimo y a por ello, Madrid, que el camino es largo pero posible.

1 comentario:

  1. Completamente deacuerdo pero la gran ventaja de Amsterdam no són sólo las dimensiones, sino sobre todo que es completamente plana!

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