Si hay veces que una imagen vale
más que mil palabras, no es menos cierto que, de forma excepcional, nos encontramos
imágenes que valen mucho más que mil discursos. La Casa Real nos acaba de regalar
una de ellas y no puedo aguantarme las ganas de poner por escrito algunos de
esos discursos por mucho que, como decía Quevedo, “Pues amarga la verdad…”
La Casa Real ha publicado la
fotografía oficial del 80 cumpleaños de la Reina Emérita y de esa foto emanan,
más que discursos, furibundas diatribas que hacen las delicias de los
republicanos -trabajo regalado- y endulzan las horas de los recalcitrantes
monárquicos del ABC ( Por favor, no dejar de leer esta noticia y luego limpiar
el teclado del pegajoso almíbar que rezuma https://www.abc.es/estilo/gente/abci-dona-cristina-vuelve-casa-201811021844_noticia.html)
A mí, que he mantenido una postura blanda y muy racional con la Casa Real y con
la monarquía española, me ha colocado ante el límite de lo aceptable y me
obliga a decir “basta”: ni una humillación más; ni una vergüenza más; ni un
abuso más.
Sencillamente infumable
Si la Casa Real entiende que esa
foto es la que normaliza la realidad de la institución y nos informa de lo que viene a partir de ahora, lo que
yo contesto es que conmigo no cuenten más. Es cierto que las mejores y más avanzadas
democracias europeas comparten el modelo de la monarquía constitucional, pero no
es menos cierto que la profesionalidad e integridad moral de sus representantes
se ha mostrado mucho más fiable que la demostrada por los nuestros.
¿Es posible que, de verdad,
quieran que aceptemos como normal la reconciliación con la tal Cristina y sus chanchullos?
¿De verdad hay que olvidarse de todo lo que se ha sabido sobre Juan Carlos? ¿Es
Felipe el que nos va a conducir a las doradas playas de la integridad moral y la
regeneración institucional? ¿Es que con esa foto pretenden ofrecerse como la
familia ejemplar, la familia “Telerín” de mi infancia?
La verdad, me siento insultado y
ya no quiero transigir más: esa foto es un oprobio, una vergüenza, una
provocación y la consagración de la ignominia para todos nosotros,
sencillamente. Felipe ha consagrado una forma de hacer; un silencio aparatoso y
cómplice de demasiadas cosas; se ha instalado en la introspección dando por
buena esa imagen de “Hola” y papel “couché” por completo ajena a la realidad.
De tanto mirar dentro del palacio de La Zarzuela y escuchar a sus propios
turiferarios, se ha olvidado de que, en este caso y en contra de lo que
recomendaban los antiguos trenes de la RENFE, lo peligroso es NO asomarse al
exterior y buscar aires nuevos; aires de integridad moral, de regeneración institucional,
modernidad en los usos y costumbres, adecuación a las demandas de aquellos que
le rechazan y con los que, seguro, perdería el referéndum del que no quiere oír
hablar. La monarquía española, con esa foto, como resumen y colofón de su
parálisis, se acaba de suicidar y lo que queda por delante, de no cambiar mucho
la corriente, es la completa desafección de la gran mayoría de los ciudadanos; de todos los que, aunque hoy no hayan caído en la cuenta de lo que anuncia esa imagen, irán
viendo y oliendo las apestosas emanaciones de una familia en descomposición que va a contaminar la vida política española con sus miasmas.
Una vez más, los monarcas
españoles le vuelven la espalda a la historia y trabajan de forma denodada para
ganarse el odio y el rechazo de sus conciudadanos, que nunca más súbditos sumisos.
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