¿Cuánto tiempo hace que no
escribes una carta? ¿Cuánto tiempo hace que no recibes carta de un amigo, de un
familiar, de alguien querido pero lejano? ¿Cuántos años hace que no te
enfrentas a aquel papel de carta, liviano, rugoso y ondulado que parecía querer
levantar el vuelo anticipando el viaje en avión? ¿Cuánto tiempo hace que tu interior
no se desangra en la ordenada escritura de la pluma y se asoma al exterior para
ser compartido con alguien querido? ¿Cuánto tiempo hace que no te vuelcas,
desnudo y desvalido, sobre el frío lienzo del papel para llenarlo de calor, de
cariño, de admiración, de furia, de amistad o de reproches? ¿Cuánto tiempo hace
que no sostienes una pluma con ganas de contarte cosas a ti mismo en presencia
de aquel añorado ausente? Hemos perdido las cartas, hemos perdido una forma de
relación íntima y personal que requería tiempo y sinceridad y nuestro tiempo se
ha llenado de otras formas de interactuación más públicas, más sociales, más
electrónicas y mucho, muchísimo más inmediatas. Ya no hay tiempo entre nuestro
enunciado y su respuesta; nada hay ya de aquella espera, de la ilusión de abrir
el buzón para ver si la ansiada carta había llegado por fin. Nada queda del
horario del cartero salvo la llegada de los productos comprados y que nada tienen
que ver con aquellos momentos de separación, de detención temporal que requería
la lectura, respetuosa y litúrgica, de la deseada carta.
Eran, aquellas cartas, un
ejercicio de meditada escritura; de lentitud expresiva que se iba colocando,
armoniosa, en la adecuada sucesión de una narración meditada y trabajada: era
una cuidadosa gestión de la oportunidad que no podía menospreciarse. La carta
era el momento de la verdad, el espacio en que no cabía más que el reflejo de
uno mismo, aunque la carta estuviera llena de mentiras. Nada como la mentira
para manifestar y dejar ver la verdadera naturaleza del que miente.
No renuncio ni reniego de la escritura de
este "blog" o al uso del ordenador, pero quiero volver a aquella dulce intimidad
de la carta, de la pluma, de los sobres ribeteados de color que se colaban en
los aviones como signo de modernidad y rapidez. Quiero que mi pluma -lo confieso:
sigo escribiendo a mano y con pluma – vuelva a sonar sobre aquellos folios
ondulados, blancos o amarillentos, para decirles a mis amigos que son gente
estupenda a los que quiero y valoro, aunque haga años que hayamos decidido no
decirlo jamás: antes muertos que tiernos y pringosos. Quiero volver a recrear aquel
universo olvidado, aquel espacio perdido de las cartas donde
La idea va surgiendo lentamente,
luego muere en el arado de la pluma
y es el papel cementerio
del pensamiento acabado
quiero volver a crear ámbitos de comunicación
espaciada y tranquila, pero me temo que no me quedan demasiados locos
nostálgicos que se apunten a seguir los sueños y las ideas compartidas al ritmo que marcan las añoradas
cartas. Una pena.
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