Artículo 16 Constitución Española
- Se
garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos
y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la
necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
- Nadie
podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
- Ninguna
confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta
las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las
demás confesiones.
Hoy, cuando el PP y todos los partidos no independentistas
levantan la bandera de la Constitución, creo que sería conveniente que todos, especialmente
el PP como partido en el gobierno, tuvieran mucho más cuidado con sus
apariciones públicas en los entornos religiosos de la Semana Santa y
preservaran el espacio público de determinadas ostentaciones que acaban por
cuestionar el cumplimiento del artículo que encabeza esta entrada.
La Iglesia Católica, mediante el Concordato, ya goza de un
papel -a mi juicio excesivamente favorable – muy importante en la sociedad española
sin que haya que cargar la mano a la hora de demostrar filias personales que no
corresponden al papel institucional de un gobierno que debería representarnos a
todos.
Valoro como pocos el extraordinario camino del ejército
español en la democracia y especialmente la extraordinaria mutación
experimentada en la Legión, que ha pasado de ser un reducto infecto de fascismo
a gozar de la consideración y el elogio de todas las instituciones
internacionales que han contado con sus servicios, medalla de la ONU incluida.
Dicho esto, me parece un exceso que cuatro o cinco miembros del gobierno en el
poder acudan a la tribuna de autoridades para asistir -en representación de TODOS,
favorables y contrarios – a la exaltación “tanatofílica” representada en un
cristo que muchos de nosotros rechazamos por completo. Ese exceso de “testiculina
legionaria” cantando las bondades de la muerte puede que ayude en el desempeño
de sus complicadas tareas bélicas, pero como valor social de general aceptación
deja, a mi juicio, mucho que desear. Si los miembros del gobierno disfrutan el
espectáculo, que vayan a verlo entre el público, se paguen el viaje como todo hijo
de vecino y nada que objetar. Pagados por todos y en la tribuna de autoridades,
me generan un rechazo absoluto y, desde mi punto de vista, no cumplen, de
ninguna manera, el espíritu del artículo citado. Si llevamos el caso a las
múltiples procesiones del estado, el argumento sigue siendo válido, entiendo.
Me dice un amigo que echa de menos mis comentarios
habituales en estas fechas, de manera que habrá que refrescar opiniones que
acompañan la deriva de la actualidad sin que el fondo cambie en lo más mínimo.
La iglesia española, retrógrada, anquilosada, elitista y sectaria, se ve favorecida
en sus argumentaciones por estas manifestaciones que, no lo olvidemos, muy poco
tienen que ver con el fervor religioso que ella nos vende y mucho con ambientes
festivos y sociales en los que cada cual demuestra su estatus y jerarquía en
función de la ocupación de lugares específicos, orden en el cortejo y un largo
etcétera de criterios sociales que, personalmente, me producen urticaria.
Es cierto que hay un trasfondo de tradición personal
-bastante pagana en el fondo- que mueve dinero, produce satisfacción personal y,
sin tener nada que ver con el origen del culto, valida las aspiraciones
eclesiásticas ejerciendo de “masas colaboracionistas” que ayudan a inflar
cifras, confundir afinidades y generar confusión. España ha dejado de ser
practicante y las encuestas así lo demuestran, pero cuando llegan estas fechas,
las masas se ponen las mantillas y lucen el palmito para dejarse ver en los
ambientes restringidos para demostrar que “al cielo vamos los de siempre”, por
mucho que la iglesia no se pise el resto del año.
Las televisiones públicas gobernadas por el PP cantan loas y
maravillas de ese “fervor popular” dejando mensajes envenenados que en nada se
relacionan con lo que, de verdad, está pasando en las calles. No creo que esas
masas festivas conozcan -entrevistas improvisadas a los asistentes así lo demuestran-
ni en lo más mínimo la raíz y la esencia de la celebración, abriendo una enorme
brecha entre lo que unos cuentan y lo que otros viven. Como ejemplo, me remito
al comentario encendido de un sacerdote que, emocionado, hablaba de la exaltación
de fe que se percibía en el público esperando el ansiado momento de la “parusía”.
Si les preguntáramos a todos los
asistentes -perfectamente uniformados de galas y complementos adecuados a lo “correcto”- me juego la barba a que pocos sabrían de lo que habla ese señor y, desde luego,
ninguno estaba allí esperando tan fausto acontecimiento: más bien, el momento
de poder lucirse y tomar unas cervecitas en el lugar adecuado. Para todos
vosotros:
Parusía
1.
f. Advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de
los tiempos.
¿Cabe mayor manipulación y alejamiento de la realidad? Creo que,
como final y resumen de mi rechazo personal a tanta estomagante sobreexposición,
es suficiente. Hoy, la Semana Santa es fiesta, vacación y acto social para casi
todo el mundo y sólo el núcleo más fervoroso y extraordinariamente minoritario,
dedica este tiempo a sus prácticas religiosas de una manera completa.
Barrios, eso te pasa por preguntar.
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