sábado, 31 de marzo de 2018

PASARSE DE FRENADA



Artículo 16 Constitución Española
    1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
    2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
    3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
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Hoy, cuando el PP y todos los partidos no independentistas levantan la bandera de la Constitución, creo que sería conveniente que todos, especialmente el PP como partido en el gobierno, tuvieran mucho más cuidado con sus apariciones públicas en los entornos religiosos de la Semana Santa y preservaran el espacio público de determinadas ostentaciones que acaban por cuestionar el cumplimiento del artículo que encabeza esta entrada.
La Iglesia Católica, mediante el Concordato, ya goza de un papel -a mi juicio excesivamente favorable – muy importante en la sociedad española sin que haya que cargar la mano a la hora de demostrar filias personales que no corresponden al papel institucional de un gobierno que debería representarnos a todos.
Valoro como pocos el extraordinario camino del ejército español en la democracia y especialmente la extraordinaria mutación experimentada en la Legión, que ha pasado de ser un reducto infecto de fascismo a gozar de la consideración y el elogio de todas las instituciones internacionales que han contado con sus servicios, medalla de la ONU incluida. Dicho esto, me parece un exceso que cuatro o cinco miembros del gobierno en el poder acudan a la tribuna de autoridades para asistir -en representación de TODOS, favorables y contrarios – a la exaltación “tanatofílica” representada en un cristo que muchos de nosotros rechazamos por completo. Ese exceso de “testiculina legionaria” cantando las bondades de la muerte puede que ayude en el desempeño de sus complicadas tareas bélicas, pero como valor social de general aceptación deja, a mi juicio, mucho que desear. Si los miembros del gobierno disfrutan el espectáculo, que vayan a verlo entre el público, se paguen el viaje como todo hijo de vecino y nada que objetar. Pagados por todos y en la tribuna de autoridades, me generan un rechazo absoluto y, desde mi punto de vista, no cumplen, de ninguna manera, el espíritu del artículo citado. Si llevamos el caso a las múltiples procesiones del estado, el argumento sigue siendo válido, entiendo.
Me dice un amigo que echa de menos mis comentarios habituales en estas fechas, de manera que habrá que refrescar opiniones que acompañan la deriva de la actualidad sin que el fondo cambie en lo más mínimo. La iglesia española, retrógrada, anquilosada, elitista y sectaria, se ve favorecida en sus argumentaciones por estas manifestaciones que, no lo olvidemos, muy poco tienen que ver con el fervor religioso que ella nos vende y mucho con ambientes festivos y sociales en los que cada cual demuestra su estatus y jerarquía en función de la ocupación de lugares específicos, orden en el cortejo y un largo etcétera de criterios sociales que, personalmente, me producen urticaria.
Es cierto que hay un trasfondo de tradición personal -bastante pagana en el fondo- que mueve dinero, produce satisfacción personal y, sin tener nada que ver con el origen del culto, valida las aspiraciones eclesiásticas ejerciendo de “masas colaboracionistas” que ayudan a inflar cifras, confundir afinidades y generar confusión. España ha dejado de ser practicante y las encuestas así lo demuestran, pero cuando llegan estas fechas, las masas se ponen las mantillas y lucen el palmito para dejarse ver en los ambientes restringidos para demostrar que “al cielo vamos los de siempre”, por mucho que la iglesia no se pise el resto del año.
Las televisiones públicas gobernadas por el PP cantan loas y maravillas de ese “fervor popular” dejando mensajes envenenados que en nada se relacionan con lo que, de verdad, está pasando en las calles. No creo que esas masas festivas conozcan -entrevistas improvisadas a los asistentes así lo demuestran- ni en lo más mínimo la raíz y la esencia de la celebración, abriendo una enorme brecha entre lo que unos cuentan y lo que otros viven. Como ejemplo, me remito al comentario encendido de un sacerdote que, emocionado, hablaba de la exaltación de fe que se percibía en el público esperando el ansiado momento de la “parusía”.  Si les preguntáramos a todos los asistentes -perfectamente uniformados de galas y complementos adecuados a lo “correcto”- me juego la barba a que pocos sabrían de lo que habla ese señor y, desde luego, ninguno estaba allí esperando tan fausto acontecimiento: más bien, el momento de poder lucirse y tomar unas cervecitas en el lugar adecuado. Para todos vosotros:
Parusía
1.       f. Advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos.
¿Cabe mayor manipulación y alejamiento de la realidad? Creo que, como final y resumen de mi rechazo personal a tanta estomagante sobreexposición, es suficiente. Hoy, la Semana Santa es fiesta, vacación y acto social para casi todo el mundo y sólo el núcleo más fervoroso y extraordinariamente minoritario, dedica este tiempo a sus prácticas religiosas de una manera completa.
Barrios, eso te pasa por preguntar.


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