sábado, 30 de julio de 2016

Europa ante el Islam (2)


Su verdadero nombre: ESCLAVITUD


Sobre este punto admito el riesgo de caer en la tendencia general tan bien detectada por mi amigo Kike: es posible que se note que tengo más opiniones que criterios bien formados y coherentes, ya que la materia se presta a ello tanto por su complejidad –digna de expertos -   como por la información que se puede manejar desde fuentes periodísticas, siempre muy complicadas de validar. Dicho esto, parece claro que estamos viviendo una situación calamitosa que no parece tener ganas de solucionarse a corto plazo y tampoco, lamentablemente, en plazos más largos.

Cuando pensamos en los atentados cuyo origen se basa en el islam y además, pensamos en ellos como europeos, solemos olvidarnos de dos datos fundamentales que ya hemos comentado y a los que hay que definir exactamente en términos numéricos: el 87% de los atentados realizados desde el año 2.000 han tenido lugar en países de mayoría musulmana y segundo, de las 72.000 víctimas contabilizadas, 63.000 eran musulmanas. Estos datos se refieren a muertos directos, pero nada dicen de aquellos que lo han sido como producto de guerras más o menos formales o declaradas. Si sumamos ambos orígenes, nos vamos a cifras realmente espeluznantes que dan lugar a una inagotable fuente de emigrantes que, lógicamente y con todo derecho, buscan un lugar seguro en el que poder seguir dándole al vicio de estar vivo, muy extendido entre los humanos.

En cuanto al análisis de los destinos elegidos para conseguir esa preciada supervivencia hay un dato que llama poderosamente la atención: Europa es la novia de la fiesta, la más popular del baile, el destino soñado y lo es muy por encima de otros países y zonas de mayoría musulmana cuya afinidad, en teoría, les obligaría a abrir brazos y fronteras a estos hermanos caídos en desgracia. No tengo los datos exactos sobre el número de refugiados sirios que han encontrado refugio, trabajo y acogida en Arabia Saudita, Qatar, Emiratos etc. Si digo que muy pocos seguro que no me equivoco, algo que contrasta con los casi cuatro millones que viven, vegetan o malviven en países como Jordania, Turquía y otros, solidarios u obligados, cuyas costuras amenazan de explosión inminente.

¿Por qué ese rechazo? Por razones religiosas que condicionan la política: los países del golfo tienen otras creencias y esos refugiados, en su inmensa mayoría, no dejan de ser herejes cuyo mejor destino se orienta hacia la hoguera purificadora. Efectivamente, desde el centro del poder económico del petróleo, los salafistas saudíes controlan la ortodoxia del islam más retrógrado, puritano, violento y, lo que es peor, expansionista. Esta interpretación del islam, contraria a Chiies y Suníes, que de no ser por el petróleo no hubiera pasado de ser una pasajera locura de un cabestro llamado Saud que vivió en el siglo XVIII, es la que se ha colocado en el centro de todo como el sostén económico de cualquier pirado que levanta la bandera de Alá para hacer el salvaje donde pueda. Y en este punto, lo siento, no hay matices: la realidad social y política de los países y ciudadanos sometidos a estas dinastías feudales es medieval, inadmisible y carece de los más tibios visos de legitimidad, pero…la pasta manda. Ellos, los mismos sobre los que gravitan muchas certezas sobre la financiación de actividades puramente terroristas, se sientan en la ONU, hablan con desparpajo de derechos humanos, van a las universidades americanas y empapelan conciencias con petrodólares que ganan gracias a nosotros y al modo de vida que les gustaría destruir mientras nosotros seguimos con el lirio en la mano adormecidos y domesticados por el “sistema”.

Este es el corazón de la hidra, la energía que alimenta y da vida a sus muchos brazos – todos ellos efímeros, prescindibles e intercambiables –a través del dinero, de la financiación de sus actividades terroristas. Esos países constituyen el cuartel general del que emana todo, el resto son esbirros, pobres perros de la guerra, carne de cañón que se sacrifica para mayor gloria del profeta mientras los pensantes viven tranquilos manejando los hilos del mundo financiero que tan bien se lleva con los generales, propios y ajenos. Si nos fijamos bien en los perfiles de los últimos “lobos solitarios” (habría que darle dos vueltas a esa denominación) que han atentado en Europa, veremos que predomina el “rarito”; el medio colgado-inadaptado a su propio entorno que, de repente, explota en una deflagración de iluminación sacra y se cae del caballo camino del desastre. No hay nada detrás, sólo el vacío de unos mensajes manipulados y manipuladores que le hacen creer en su destino glorioso como mártir del profeta. Antiguo y muy peligroso, pues la actual disponibilidad de infraestructuras técnicas de comunicación y captación de estos “colgados” es enorme, barata y muy sencilla. Todo, como siempre, vuelve al dinero.

El dinero saudí del petróleo paga universidades, imanes, mezquitas y lo que haga falta para adormecer a Occidente mientras solivianta a las masas adoctrinadas en el odio y eso es más peligroso, mucho más, que pescar desplazados por internet. Los actuales talibanes afganos, esos que ocupan puestos clave en la administración del gobierno, ya no son incultos pastores adormecidos por las drogas que consumían de forma habitual, no: ahora son universitarios formados en Pakistán en centros educativos sostenidos y financiados por dinero saudí para difundir doctrina y trabajarse un mercado de 1.500 millones de musulmanes, algo muy interesante y rentable. Un vistazo al mapa de distribución geográfica de los países musulmanes nos puede dar idea la geografía física del fenómeno. Primero, hay contacto físico entre sus fronteras, los países se yuxtaponen y parece que necesitaran de ese contacto para construir una cinta, un cinturón de continuidad. Segundo, la península arábiga ocupa una posición central en toda esa inmensa mancha verde de la media luna.

Todos estos antecedentes, todos estos datos están muy bien, pero ¿Cómo abordamos el problema? ¿cómo lo arreglamos? Pues, desde mi modesto punto de vista, la cosa está muy complicada, la verdad, y lo está por muchos y variados motivos:

1º.- Occidente no está unido, no tenemos una postura común que cuente con el compromiso de todos para ejecutarla de manera coordinada y sin fisuras.

2º.- El dinero lo tapa todo, lo fragmenta, hace que se puedan comprar voluntades y enmascarar actitudes con los disfraces que hagan falta y cada cual sabe su precio, sus debilidades con respecto a los grandes capitales del petróleo.

3º.- Cada vez que occidente se pone las pilas y hace algo, la liamos parda: la última, la guerra de Irak, nos ha dejado una cagada global cuyas consecuencias pagaremos durante décadas.

4º.- No tenemos – ya se encargan ellos – una alternativa energética que nos permita solventar la dependencia del petróleo de estos países: no podemos prescindir de su crudo.

5º.- Hay mucho más dinero destinado a fomentar el desastre, el terrorismo y las diversas guerras organizadas, que el que se podría conseguir, en el mejor de los casos, con el objetivo de poner en marcha un plan global que solucionara los grandes problemas básicos: la pobreza de los países, el subdesarrollo social y tecnológico etc.

6º.- En el fondo, a todos nos va bien que se etiquete el problema como “religioso” pues de esa manera se puede evitar la toma de posturas y la puesta en marcha de acciones concretas que irían contra esa corriente que ampara y protege el necesario “respeto”; olvidándose de que, como hemos dicho, no todo lo que tiene que ver con la religión tiene, por definición, derecho o motivo para ser respetado.

La lista podría prolongarse “ad infinitum” pero ¿para qué? Esas seis razones, entre otras muchas, son suficientes para consolidar la inacción por un periodo de tiempo largo y suficiente sin que los muertos, que se van acumulando en todas partes, cuenten en lo más mínimo ni a nadie importen.

Personalmente no tengo ninguna esperanza sobre posibilidad de solución ninguna que no pase por una buena guerra de las gordas, - lo que estos cafres descerebrados desean y piden a gritos - si es que a tal salvajada se le puede llamar solución.

Occidente mantiene demasiados intereses contrapuestos como para poder pensar, aprobar e implementar alguna acción colectiva, uniforme y absolutamente unánime que permita aspirar a conseguir los resultados requeridos. ¿Podemos ejercer un absoluto bloqueo económico sobre ellos? No, ¿verdad?  Pues de ahí mi personal pesimismo en cuanto a evitar un buen follón bélico, algo que muchos desean fervientemente, nos sólo los talibanes, que también hay fabricantes de armas, concesiones sobre yacimientos etc. Tenemos muchos actores en contra: el lobby del petróleo y el armamentístico; el mundo financiero, que no puede prescindir de esas llegadas de capital y de los fondos de la zona… ¿seguimos? No creo que merezca la pena continuar batiendo ese fierro que ya está frío, la verdad.

Cualquiera puede imaginar que, eliminando las guerras africanas –muy rentables para Occidente, por cierto – y con un sustancial incremento del nivel de su población, la marea terrorista perdería fuerza, pero es que además de África está todo medio oriente –caos inmanejable, oiga VD. – y Pakistán con todos sus satélites y el peligro de contagio para algunas repúblicas ex-soviéticas, que la cosa puede llegar hasta Mongolia y es que no…no aprendemos, sencillamente.

Hoy es el Islam el que se toma como bandera para justificarlo todo –desde ambos lados – y bajo o contra ese titular, esa enseña, se actúa sin mirar más allá de lo inmediato y así nos va. Europa debe defenderse y tomar medidas para asegurarse de que los inmigrantes y refugiados recibidos tengan tanto la intención como la posibilidad de aceptar, al 100% y sin reservas, sin excepciones o matices, el juego y la estructura social de la zona que los acoge gracias a una evolución moral e intelectual a la que el islam no ha llegado y que, básicamente, rechaza de plano. Europa ha aceptado los beneficios de la larga marcha hacia el laicismo y en su plena implantación reside, a mi juicio, la única esperanza de arreglo: una Europa laica cuya población se manifieste como tal y que obligue a sus ciudadanos a manifestarse como iguales ante la ley, con todas las obligaciones y derechos propios de ciudadanos libres, tiene, a mi juicio, alguna posibilidad de conseguir grandes avances.

En primer lugar y como objetivo primordial, podría conseguir que las mujeres musulmanas dejaran de ser esclavas y estar sometidas a la exclusiva voluntad de los hombres. Nadie parece pensar con seriedad en lo que supone el islam para el 50% de su población; nos olvidamos de que la lucha contra la esclavitud fue el origen de la primera gran asociación de naciones en torno a un objetivo humanitario –y económico, si –común; asociación que luego derivó en la sociedad de naciones y posteriormente en la ONU, los queridos y simpáticos inoperantes que decía Mafalda.

¿Podría esa lucha contra la esclavitud –sin matices – ser la bandera que venciera las restricciones intelectuales originadas por el “buenismo” europeo y derivar en una justa lucha sin cuartel? Nadie lo ha manejado así (por lo menos, no con fuerza en los medios para que el mensaje cale de verdad) ni siquiera las muchas organizaciones femeninas y feministas que parecen instaladas en un silencio espeso y sorprendente rayano en el miedo o la aprobación de los usos y costumbres que esclavizan a sus semejantes del lado musulmán. ¿Cómo es posible que, hoy, la absoluta indefensión de la mujer musulmana no constituya el centro gravitacional para la actividad, sin cuartel o descanso, de las organizaciones políticas, los estados y los colectivos feministas? De verdad que no acabo de entenderlo ni puedo, tampoco, encontrar o justificar las desconocidas causas de esta pasmosa inactividad. Es cierto que, a veces y atendiendo a aspectos muy concretos, las campañas “contra” la ablación genital generan titulares y corrientes de opinión que han dado a los jueces leyes que les permiten proteger a las menores de esta salvajada y empapelar adecuadamente a aquellos progenitores defensores de tal burrada. Bien; eso está muy bien, pero nadie –ni partidos ni leyes – actúan a favor de la mujer que, encerrada bajo ese chador, burka o túnica, marcha detrás de ese hijo de puta en bermudas que recorre la ciudad como si tal cosa. ¿De verdad alguien piensa que ese ser humano no es objeto de discriminación, violencia doméstica y subordinación constituyendo una clase inferior en la sociedad que lo fomenta? ¿Es que no podemos conseguir que sea objeto de una especial protección como sujeto de derechos que ya consideramos universales y definitorios de nuestro modelo social? Una vez más, ese “buenismo” inoperante y paralizante se impone sobre cualquier lógica y detiene la evolución de las leyes hacia el laicismo protector que supondría, sin ningún género de dudas, la liberación y la esperanza de millones de mujeres. Y es que estamos hablando de millones de seres humanos que, solo en Europa, en pleno siglo XXI, no pueden disfrutar de los mismos derechos y obligaciones que los machos que las esclavizan y discriminan como seres de segunda clase e inferior categoría. Dar por buena esta situación nos debilita como sociedad, nos degrada como seres humanos y nos hace cómplices de la barbarie y el medievalismo; y esto, aunque suene duro es real como la vida misma. Y lo curioso es que se puede hacer como lo ha hecho Suiza, que prohíbe ese tipo de prácticas en la vestimenta bajo multa y posible expulsión por reincidencia. Y no ha pasado nada, sencillamente: nada en absoluto. Y Fue también Suiza la que no permitió la edificación de una mezquita y tampoco pasó nada, así que lo único que hace falta es ponerse a ello y legislar sin miedo.

Europa, sin dilación, debe poner en marcha una serie de medidas proteccionistas que cubran dos terrenos diferenciados: el estatal y el personal. En el primero, el estatal, podemos poner a la UE a trabajar, de verdad, en la creación de un marco legal paneuropeo que, por encima de la limitación numérica, defina, exactamente, las reglas de integración y pertenencia, como ciudadano, en todos los países de la Unión. Comparto y coincido con Sartori la necesaria separación que recomienda y distingue entre residente y ciudadano de pleno derecho. Europa, a veces, elimina demasiado fácilmente, pasos y estados intermedios y consagra y concede la ciudadanía sin esperar a comprobar que los comportamientos individuales cumplen con las normas de conducta exigibles y que aseguran, un poco mejor, la plena integración del migrante como ciudadano. Un ciudadano no debería ser objeto de futura integración; un ciudadano YA ESTÁ integrado, ya colabora y contribuye solidariamente, ya trabaja y vive conforme a las reglas y normas de la sociedad que lo acoge sin conflicto interior alguno, así de simple. La creación de este camino, la definición adecuada de estos pasos intermedios, podría facilitar, enormemente, la identificación de aquellos elementos difíciles a los que, en primera instancia, se podría ayudar o, si la cosa no funciona, expulsar sin remordimiento alguno tras haber puesto todo el potencial del estado a su favor y no haber tenido la justa correspondencia por parte del sujeto objeto de expulsión.

En el plano personal, Europa debería iniciar una acción definitiva y definida en favor de la mujer musulmana con carácter inmediato. Primero, por decencia y segundo, por interés, ya que el papel de la mujer, en todas las sociedades, es pieza clave en proceso educativo y socializador del individuo y eso hay que cuidarlo mucho. Hay que partir del principio, obvio y evidente, de que TODA mujer musulmana es, por el hecho de cumplir con la doble condición de mujer y de musulmana, una mujer maltratada a la que ayudar y proteger de manera inmediata y decidida.

Si todo esto se produce en un entorno verdaderamente laico en el que los estados se separen, de verdad y definitivamente, de las religiones, todo sería un poco más fácil. Y eso implica que la religión pase, definitivamente, al ámbito de lo privado y personal, momento en el que nos volveremos a encontrar con un eterno problema larvado con el que se va conviviendo, mejor o peor, en función del país considerado:  la educación.  ¿Qué hacemos con ella? Pues de momento, proceder con mucho cuidado y plantear un primer objetivo prioritario: la competencia pública completa sobre las materias no religiosas. Eso implica considerar a los profesores con un estatus de trabajador público –habría que ver si como funcionarios o como trabajadores con un nuevo estatus muy protegido por el estado en el ejercicio de sus deberes y obligaciones como docente – que depende, estrictamente, de los ministerios de educación. Los centros pagan los costes de estos trabajadores al estado – normalizados en los mínimos – y es éste el que vela por su preparación, adecuación, reciclaje constante y capacitación. Suena muy bestia y muy radical, pero sería la única manera de evitar que el dinero- muchísimo dinero – en manos de los más radicales financie, con ventaja, centros educativos segregacionistas y fanatizados.

La educación debe ser buena, pública y universal. Los centros privados son vigilados y tutelados compitiendo entre sí por la excelencia al primar – por su cuenta y ventura – a los mejores profesores desde los niveles de remuneración que establece el ministerio y siempre hacia la mejora, nunca a la baja como ahora se hace, respetando la neutralidad y los contenidos de los programas de cada asignatura. (Recordemos el lío del creacionismo y evitémoslo, por favor) Y como complemento e instrumento de integración, los escolares, todos, uniformados de manera igual, sin excepción, ellos y ellas, hasta la finalización de la escolarización OBLIGATORIA. Nada que ayude a separar o discriminar; ninguna prenda no reglada obligada en función de costumbre religiosa alguna; son alumnos, son niños y jóvenes antes de ser cristianos, judíos o musulmanes. Debemos considerarlos como lo que son: educandos en busca de sus propias posturas personales ante la vida; son libres en una sociedad libre que no les pone etiquetas. Reciben una educación que es para todos y lo incluye todo, con la única excepción de la formación religiosa que cada cual reciba a través de los canales reglados.

La defensa de los valores sociales europeos debe encomendarse a las futuras generaciones que se han formado con ellos; ellos serán los responsables de mantener esos valores y asentarlos a la vez que evolucionan y mejoran de forma armónica con el tejido social que los protege contra populismos, fascismos, intransigencias, fanatismos o nacionalismos excluyentes y xenófobos.

Formo parte de una generación cobarde y timorata que ha claudicado en todo; que se ha dejado expoliar todo y que ha permitido el enorme retroceso de los derechos civiles, laborales y sociales que ahora nos han impuesto y que tiene, en esta batalla social, la oportunidad de redimirse luchando en favor de ese último sueño que ahora se desvanece amenazado por todo: Europa.

No lo hacemos y no lo haremos por muchas razones, pero hay un motivo fundamental y siniestro: la pereza. Pereza intelectual, pereza a la hora de pensar y asumir posturas coherentes con la necesidad de cumplir objetivos básicos; pereza de informarse, debatir y trabajar contra esa corriente dominante del “pensamiento regalado”. Mucho mejor que piensen otros, que ellos me lo den todo en un formato sencillo, aunque me engañen, aunque me llenen la vida de mentiras y consigan que mis actos actúen en contra de mis propios intereses tal y como ha demostrado el último acto de estupidez colectiva: el famoso “breixit”.

Como se decía en los pueblos, “con estos bueyes hay que arar” y la yunta que tenemos hoy no da para mucho, la verdad. Poner en marcha algo parecido a lo que yo propongo, o cualquier otro programa mucho mejor pensado, que no es difícil, se me antoja imposible si tenemos que trabajar contra los eslóganes facilones de “moros fuera”, “islam asesino” o “Europa para los europeos”, que no encuentran resistencia intelectual y a los que, tampoco, se opone ninguna autoridad moral musulmana que colabore, de verdad, con los gobiernos europeos para cambiar la idea dominante. Y es que el silencio de los imanes europeos empieza a ser – o lo es hace ya meses – además de clamoroso, culpable. ¿Qué se dice en las mezquitas? ¿Qué mensaje nos dan a través de los medios de comunicación? ¿Qué doctrina se ofrece al musulmán europeo para que viva los cambios de costumbres de una forma armónica, natural y tranquila? ¿Qué ayuda recibe de esos imanes para integrarse sin sentir que le despojan de su naturaleza y sus creencias más íntimas y arraigadas a cambio de nada? ¿Qué se dice sobre el papel de la mujer en la actual estructura económica; qué sobre su libertad, independencia y autonomía como persona y no como propiedad privada del varón? Yo busco y no encuentro un esfuerzo por su parte para cambiar el mensaje: no los veo, no los escucho, no los oigo, no los leo; no me llega nada que demuestre su esfuerzo y su papel de guías espirituales de un colectivo con dudas y problemas sujeto a tensiones muy fuertes que no sabe cómo resolver. Sólo me llega silencio, un silencio que refuerza los mensajes que llegan con fuerza de los extremos enfrentados: muerte al infiel y moros fuera. Mal camino.

Sinceramente, estoy hasta las cejas de escuchar la cantinela esa de que “el islam es una religión de paz” que nos llega tras cada salvajada y que nos lanzan como si esa afirmación – proveniente en la mayoría de las veces de un cristiano, un católico estudioso con más frecuencia que de los propios musulmanes e imanes - fuera un bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Esa “religión de paz” se ha colocado en el centro de la destrucción, del asesinato y la barbarie y se ha colocado en esa posición gracias al esfuerzo de una minoría que ha secuestrado al colectivo sin que nadie, con peso suficiente y con verdadera autoridad moral –individual o colectiva – se oponga y solucione el secuestro. No ha sido Europa la que se ha levantado un día declarando y decretando su enemistad con el Islam, no. Han sido cuatro locos hijos de satanás lo que, fruto de una situación muy compleja manejada por pocos en contra de muchos, han decidido montar la mundial y llevarse por delante a todo hijo de vecino, tanto en Europa como en cualquier otro sitio donde sea posible hacer estallar una bomba. Y “el Islam” guarda silencio –cuando no apoya fervientemente – mientras las bombas matan y esos “lobos solitarios” encuentran, fácilmente, esa otra cara de “la religión de la paz” que odia y que se construye a sí misma desde la destrucción.

La solución está jodidilla, la verdad pues sabemos quién habla, con muerte, en nombre del Islam, pero no conocemos la verdad de los que viven con el silencio del miedo y de su propia cobardía y sin embargo, deben hablar, cada viernes, como la voz que guía a los creyentes. Son más, claro que son muchos más los pacíficos y los integrados que los violentos, asesinos o desarraigados; son más, pero callan, otorgan y no toman las riendas de su propia situación, la misma que amenaza con estigmatizarlos, señalarlos y convertirlos, ahora sí, en objeto de un odio cerval y defensivo. Parecen desconocer o negar que son ellos, los musulmanes, las primeras víctimas propiciatorias de estos fanáticos cuya única preparación teológica se encuentra próxima a la dinamita y al fusil de asalto.

Otra vez, esa debilidad estructural del Islam se revela devastadora para él mismo, pues carece de voz, de centro, de autoridad. Sunníes, Chiíes, Salafistas, místicos y demás corrientes hablan en nombre de Alá, reivindican la sharía como ley y se erigen como los verdaderos creyentes en contra del resto de herejes, sin que un Constantino pueda convocar un nuevo concilio de Nicea para poner orden en todo este despelote sangriento que nos salpica a todos y todo lo pone perdido de odio, de miedo y de venganza.

Los europeos debemos trabajar, pero los musulmanes sensatos, esos que tienen dos dedos de frente y que, como nosotros, no tienen más misión y más objetivo en la vida que trabajar, sacar adelante a sus familias y ser felices en la medida de lo posible, deben trabajar más; deben hacerse oír, deben dar paso al frente y apoyar las medidas que Europa adopte para protegerse – y protegerlos a ellos - de los locos y los violentos para mejorar la integración y convivencia. Hay que hacer muchas cosas mientras la realidad, la dura realidad, se abre camino a patadas y nos demuestra, día a día, la enorme capacidad del ser humano para buscar el mal y poner de manifiesto, como acaba de pasar en Turquía, que la teocracia amenaza y que, como allí, cualquier sociedad está a un paso del abismo, de la barbarie y de la dictadura del populista de turno.

Una vez que nos hemos dado el pertinente baño de orígenes, posibles causas y exposición de opiniones puramente personales, toca hacerse dos preguntas:

¿Qué podemos hacer?

¿Queremos hacerlo?


Para responder a la primera pregunta sólo puedo aportar lo que, a mi, como ciudadano, me gustaría que se hiciera y que pasa por:

1º.- Proteger, de forma prioritaria y urgente, a la mujer musulmana en Europa. Si hace falta, que es posible que haga falta, contra sí misma.

2º.- Potenciar el laicismo en todos los países hasta su máxima expresión.

3º.- Controlar y guiar el camino de la integración de los inmigrantes musulmanes.

4º.- Establecer “etapas” con diferentes niveles legales que vayan consolidando la integración: desde el permiso de residencia a la nacionalidad.

5º.- Controlar los mensajes y el papel de los imanes en las mezquitas de forma muy estricta. Potenciar su papel como posible elemento de ayuda al cambio individual.

6º.- Integrar a las mujeres en entornos laborales, participativos y formativos como elemento prioritario de atención y motor de cambio.

7º.- Eliminación de todas las barreras sociales y ayudas que consoliden las consecuencias derivadas del “muticulturalismo” y potenciar la pluralidad cultural desde la aceptación –comprobada – del modelo social europeo por parte de los musulmanes residentes.

(De refilón, podríamos echarle un ojo a las medidas, controles y programas de integración desarrollados en y por Israel, que a lo mejor hay algo que se pueda copiar)

Con respecto a la segunda pregunta, la respuesta es sencilla: No queremos hacer nada en serio, de forma colectiva y bajo la batuta de un parlamento europeo unido, así de fácil.

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