miércoles, 5 de junio de 2019

Una familia, un tribunal y una fecha


Golpistas del 36 generando jurisprudencia

Hay situaciones en las que la indignación aconsejan un poco de calma, reflexión y frialdad. Ayer, martes 4 de Junio y gracias a la publicación del auto del Supremo por el que tan alta institución se ponía al Parlamento y al Gobierno por montera para impedir el traslado de los restos de Franco lo más lejos posible, fue uno de esos días de furia que claman por la calma.
Hoy, con la adrenalina más equilibrada y buscando un poco, me he leído el auto y escribo tratando de encontrar, sin éxito, alguna agarradera queme permita escribir algún párrafo aconsejando respeto por la justicia, el tercer poder que estos meses parece empeñado en naufragar y dar mucho que hablar y que jurar.
Lo primero que hay me llama la atención es la conversión de una familia, antaño considerada como la máxima expresión de lo recio de la raza, en un conjunto de amariconadas lloronas lejanas a la frialdad del patriarca que tan señalados servicios hizo al fascismo histórico y europeo. El tribunal, transido de emoción, empatía y conmiseración por la mala situación de la familia, se detiene a considerar positivamente una parte del recurso que, textualmente, dice: ““no se evitaría a los recurrentes el daño que a ellos, a sus allegados y al exhumado se les habría causado y tendrían que pasar por el amargo trago de ver cómo se procede a la exhumación de su ser querido. Afirma el escrito de interposición que no se puede exigir a una familia que soporte el desgarro que eso supone cuando, además, está guiado por el indisimulado deseo de humillar póstumamente la memoria de su pariente y se les impone el lugar del nuevo enterramiento. A ninguna familia, concluye el escrito de interposición, se le debe obligar a pasar por dos exhumaciones y tres entierros.” El hecho de que el finado objeto de discusión y arraigo en la venerable abadía de Cuelgamuros pudiera haber sido considerad como la “espada más limpia de occidente”, el preclaro vigía y firmador recurrente de penas de muerte, represalias y demás medidas que, esas sí, supusieron la destrucción, división y destrucción de familias enteras cuyo único pecado se basaba en pensar lo que no debían, nada aporta al alto tribunal a la hora de tomar decisión alguna. La Primera.

Por si alguien tuviera la intención de considerar que el tribunal no tiene sensibilidad social, imaginación o previsión, se aviene a tutelar la acción del gobierno no fuera a ser que, cegados por su entusiasmo, se metan en camisa de once varas y en previsión de tales desmanes y horribles consecuencias, tutela al gobierno y dice, sabiamente: “Razonando desde esa perspectiva, es cierto que, si no suspendemos la exhumación y esta se lleva a efecto, nada impediría que, de estimarse el recurso contencioso-administrativo se devolvieran los restos de don Francisco Franco Bahamonde al lugar en que se hallan desde noviembre de 1975. En este sentido, no habría una irreversibilidad material. Ocurre, sin embargo, que, en tal hipótesis, la situación que se produciría sería extraordinariamente perjudicial no sólo para los recurrentes sino también para el interés público por las singulares y únicas circunstancias que concurren en este caso.
Vale, es verdad que un auto como el que se esperaba debería atender solo a la posible irreversibilidad de la acción, pero nuestros amantísimos y preclaros jueces, van más allá y nos ayudan a evitar fantasmales daños al interés público, eso sí: no se detienen a especificar qué daños serían esos ni en cómo afectarían a nuestro interés público; nuestros jueces están a la última para que no digamos que les domina el inmovilismo y la caspa intelectual o moral.
Por si estas dos joyas de la jurisprudencia no fueran suficientes, el tribunal se lía la manta a la cabeza y avisa a navegantes: nada de juegos con la preponderancia democrática de las normas y las leyes; nada de validar las reglas democráticas generadas tras la llegada de la Constitución del 78 ni gaitas en vinagre: la jurisprudencia buena, la de verdad, la de toda la vida, nace de la legalidad que nos llegó por la gracia de Dios en una junta de generales golpistas que ensalzaron a un chusquero más tramposo que ellos mismos y que cambió su nombramiento de “jefe del gobierno del estado” por el publicado en el BOE bajo el la denominación de “jefe del estado”. Total, no hay ponerse pesado por una pequeña omisión de dos palabras. Veamos el texto literal, que no tiene desperdicio: “El hecho de que fuera Jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936 hasta su fallecimiento el 20 de noviembre de 1975 atribuye a toda la controversia unos rasgos especiales que no se pueden ignorar y que permiten atribuir un perjuicio irreversible a la ejecución de la decisión del Consejo de Ministros de exhumar sus restos si ésta, después, fuere considerada contraria a Derecho.” Vamos, que Azaña era un pintamonas, la Democracia Española algo inexistente y el golpe de estado una entelequia que manejan algunos que no tienen ni puta idea de historia.

Nombramiento de Jefe de Gobierno del Estado Español. El bueno.
Lo de Jefe del Estado, una pequeña derivación sin importancia.


Confieso que la indignación da paso al hartazgo, que la Justicia de este país me parece un esperpento que navega entre el fascismo más rancio e impune y la desidia general de los que se saben intocables y al margen de las más mínimas exigencias de buen ejercicio y desempeño. Hoy, cuando las miradas de muchos que cuestionan la legalidad de una justicia que nada ha hecho por su “aggiornamento democrático” se dirigen al Tribunal Supremo, una de sus salas, muy importante, se nos descuelga con un auto en el que reconoce, valida y da carácter de certeza legal, el golpe de estado del 18 de Julio de 1936. ¿Estanos tontos? ¿Es que no se puede poner a circular a esta caterva de desarrapados intelectuales y morales que nos lo ponen todo en solfa y hacen peligrar la categoría moral de la justicia? ¿Es que nadie se da cuenta de la destructiva carga de profundidad que ha lanzado esta sala a la legitimidad, toda, del poder judicial?
Por favor, que alguien se ponga las pilas y nos libre de estos terroristas de toga que nos colocan, a todos, a los pies de los caballos y al borde del precipicio. Una verdadera pena.



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