El refranero español, siempre
basado en la experiencia colectiva y acumulando años de práctica, nos aconseja
mantenernos fuera del ámbito judicial pues nada bueno nos puede traer esta
pervertida convivencia con las togas. ¿Es posible que lo que se consideró
dañino hace siglos lo siga siendo? Parece que sí y que esa afirmación de
“juicios tengas y los ganes” es perfectamente válida y vigente en nuestros
días.
España y sus diferentes gobiernos
a lo largo de la historia, básicamente malos, corruptos, indolentes, ineficaces
y volcados en el favor de los poderosos en contra de las clases populares, se
ha dotado de unos órganos de justicia que parecen ignorar las reglas del
sentido común, la profesionalidad, el rigor y cualquier idea cercana al
“servicio” por el que se les paga y por el que disfrutan de una situación muy
cómoda y protegida por todas las garantías constitucionales que imaginarse puedan.
Son infinitos los casos, de grandes
titulares y de pequeña escala cuya repercusión en las vidas articulares
merecerían titulares iguales, en los que el sentido común se aleja de autos y
resoluciones y ya sé que la justicia tiene cauces distintos, pero no creo que
sea bueno que la distancia entre lo legal y lo que se entiende por sensato se haga
cada día más grandes, más extensa y complicada de salvar.
No voy a incidir ahora en las limitaciones
de los códigos napoleónicos y su diferencia con la justicia anglosajona, que ya
hemos hablado de so, pero si me gustaría incidir en la dolosa indolencia de
nuestro poder judicial, trufado de elementos franquistas que habitaban el TOP,
de familias eternamente presentes en los órganos decisivos y de su absoluta
incapacidad y renuencia para integrarse en el juego democrático con total
entrega. Jugaron y parecen jugar a la contra, dejando a un lado la lógica de cuantos
precedentes hagan falta para abrazar, sensibleros y llorones, la añoranza del
dictador y de una sociedad ida que se hace presente en unas sentencias
inadaptadas, antiguas, rancias y escandalosas por el eco social que generan.
Algo debemos hacer y debemos
hacerlo YA. El poder judicial ha demostrado que, en cuanto quiere, puede
levantar a un juez de la Audiencia Nacional e inhabilitarlo por prevaricación,
pero sólo sabemos de un caso y de su naturaleza incómoda y contraria a los usos
y costumbres. Otros, cuya labor es indolente, tendenciosa, (el juez de El
Escorial que emite el famoso auto del peligro laboral) y claramente contraria
al derecho, son mantenidos, protegidos y elevados a la cumbre dejando, en el
camino, el rancio olor de ese franquismo sociológico tan complicado de erradicar
en nuestros días.
Necesitamos e un poder judicial
moderno, reivindicativo, independiente y molesto con el poder en lugar de la
caterva de paniaguados fascistas e indolentes que dominan sus órganos de
gobierno. Sencillo, ¿no? Pues al toro, que es una mona.
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