domingo, 9 de junio de 2019

Juicios tengas y….



El refranero español, siempre basado en la experiencia colectiva y acumulando años de práctica, nos aconseja mantenernos fuera del ámbito judicial pues nada bueno nos puede traer esta pervertida convivencia con las togas. ¿Es posible que lo que se consideró dañino hace siglos lo siga siendo? Parece que sí y que esa afirmación de “juicios tengas y los ganes” es perfectamente válida y vigente en nuestros días.
España y sus diferentes gobiernos a lo largo de la historia, básicamente malos, corruptos, indolentes, ineficaces y volcados en el favor de los poderosos en contra de las clases populares, se ha dotado de unos órganos de justicia que parecen ignorar las reglas del sentido común, la profesionalidad, el rigor y cualquier idea cercana al “servicio” por el que se les paga y por el que disfrutan de una situación muy cómoda y protegida por todas las garantías constitucionales que imaginarse puedan.
Son infinitos los casos, de grandes titulares y de pequeña escala cuya repercusión en las vidas articulares merecerían titulares iguales, en los que el sentido común se aleja de autos y resoluciones y ya sé que la justicia tiene cauces distintos, pero no creo que sea bueno que la distancia entre lo legal y lo que se entiende por sensato se haga cada día más grandes, más extensa y complicada de salvar.
No voy a incidir ahora en las limitaciones de los códigos napoleónicos y su diferencia con la justicia anglosajona, que ya hemos hablado de so, pero si me gustaría incidir en la dolosa indolencia de nuestro poder judicial, trufado de elementos franquistas que habitaban el TOP, de familias eternamente presentes en los órganos decisivos y de su absoluta incapacidad y renuencia para integrarse en el juego democrático con total entrega. Jugaron y parecen jugar a la contra, dejando a un lado la lógica de cuantos precedentes hagan falta para abrazar, sensibleros y llorones, la añoranza del dictador y de una sociedad ida que se hace presente en unas sentencias inadaptadas, antiguas, rancias y escandalosas por el eco social que generan.
Algo debemos hacer y debemos hacerlo YA. El poder judicial ha demostrado que, en cuanto quiere, puede levantar a un juez de la Audiencia Nacional e inhabilitarlo por prevaricación, pero sólo sabemos de un caso y de su naturaleza incómoda y contraria a los usos y costumbres. Otros, cuya labor es indolente, tendenciosa, (el juez de El Escorial que emite el famoso auto del peligro laboral) y claramente contraria al derecho, son mantenidos, protegidos y elevados a la cumbre dejando, en el camino, el rancio olor de ese franquismo sociológico tan complicado de erradicar en nuestros días.
Necesitamos e un poder judicial moderno, reivindicativo, independiente y molesto con el poder en lugar de la caterva de paniaguados fascistas e indolentes que dominan sus órganos de gobierno. Sencillo, ¿no? Pues al toro, que es una mona.


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