ETA ha hecho un comunicado, pero ETA ha dejado de ser
trascendente en la vida española hace varios años. Todo lo que ahora diga o
haga puede contemplarse como un espacio para el estudio de la parapsicología,
los fenómenos extraños o las apariciones paranormales. Como el protagonista de
la serie “Manos a la obra” que reivindicaba la introducción del gotelé en
España sin que nadie le hiciera caso, los mensajes de ETA, de lo que queda de
ETA, suenan vacíos, antiguos y falsos, muy falsos.
Desde su tumba, los restos mortales de ETA lanzan aullidos
fantasmales que están vacíos y tratan de resucitar una importancia social ya
perdida. Ayer pedían perdón y mañana nos invitarán a la ceremonia de su
entierro oficial, pero es igual: murieron contaminados por capuchas doradas de
mantelería de restaurante chino; murieron cuando sus pretendidos gudaris
erraban sin rumo por bosques y aldeas buscando comida y refugio; murieron
cuando sus asesinas celebraban sus muertes en ceremonias orgiásticas de
tigresas en celo reinando en las discotecas; murieron porque tenían que morir,
porque somos más los que sabemos y estamos convencidos de que las armas nunca
tienen razón, pero tras su muerte dejaron un rastro de espanto y dolor.
ETA ha pasado, pero la memoria y las consecuencias quedan en
forma de un trabajo pendiente que afecta a toda la sociedad vasca, la misma que
vivió los años de plomo en el cobarde silencio de la supervivencia y la miseria
moral. La sociedad vasca precisa de muchos actos particulares de sincero reconocimiento,
de muchos pequeños y grandes perdones al vecino, al amigo, al conocido, al
familiar que quedó solo y abandonado frente al miedo y las pistolas. ETA ha
muerto, pero la sociedad vasca debe curar sus laceraciones a base de mucha valentía
particular, la necesaria para que cada cual se reconozca ante el espejo en toda
su miseria moral.
Quedan años de trabajo, de aceptación, de dolor inmenso
anidado en el alma que no encuentra salida, de víctimas que dejaron su
existencia entre silencios y desprecios. Esa es la terrible herencia de ese
muerto viviente que nunca pudo crear y que sólo trajo destrucción.
Lo que digan o hagan los muertos, no nos llega: sólo nos
queda la vida para tratar de arreglar el desastre y la honradez para asumir las
culpabilidades de cada cual. Lo demás es tan poco importante como la pretendida
introducción del gotelé en España.
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