sábado, 25 de febrero de 2017

CARPE DIEM



El domingo pasado tuve una experiencia que no se muy bien cómo denominar o clasificar. La curiosidad y un encuentro casual me hizo conducir la moto hasta un lugar en el que, hace ya décadas, pasaron muchas cosas que conformaron una gran parte de mi futuro, hoy presente. Tras bajarme de la moto, aparcada fuera del recinto ayer abierto al tráfico de coches, dejé que los pies decidieran qué recorrido seguir en ese  espacio conocido que, como miles de otros muchos que caminaron conmigo, no admitía dudas o pérdidas.
El tiempo había cambiado muchas cosas; los hábitos y el miedo actual han terminado de levantar  estructuras e imposiciones propias de la época: vallas, cercados, barreras, controles…el miedo señorea el recinto de una manera completa: precauciones, temor, prevención propia de un parque zoológico de principios del Siglo XX; niños convertidos en víctimas de una situación social y familiar que condicionará sus vidas imponiendo una especie de esquizofrenia ambivalente entre víctima y verdugo; la dualidad propia de un moderno Jano bifronte que nos recuerda que los que protegemos pueden ser, a su vez, los peores y más sádicos verdugos de sus propios compañeros. ¿Qué ha pasado en una sociedad que demuestra tanto pavor ante aquellos que deben tomar el relevo de una civilización y de una forma de entender el mundo bajo las reglas de la mejor convivencia? Mejor no detenerse demasiado en ese análisis y dejar que la vista y el recuerdo se detengan en los espacios y no en lo que esos espacios nos cuentan de aquellos que los forman y habitan hoy en día. 
Aquellos campos en un estado intermedio entre la actualidad y el recuerdo.

Llegué a los “campos de fuera”, la explanada en la que se juntaba la enorme gusanada de adolescentes emulando las glorias de sus ídolos; héroes locales apenas conocidos fuera de los muros de aquél reducto dedicado a la extravagancia de un deporte por completo contrario a la escueta altura dominante de esa raza de la que tanto nos hablaban.

Abuso del recuerdo de Gerardo Diego, a quien dejo la mejor definición de esa antigua arena gimnástica dedicada al esfuerzo y al sudor de esos meses de Mayo que acababa dominando las pituitarias de las clases de la tarde:

Me he asomado al Instituto, 
a un patio cerrado de cristales.
No hay, sigue no habiendo
columnas rotas, flores,
árboles, frutos de jardín prohibido.
Hay sólo un arbolillo
en condena de asfalto,
unos rapaces -primavera y gesto-
y en el alto el cadalso
-el rollo iba a decir- del baloncesto,
tiesto
para la flor del salto.


Y allí seguían erguidas las canastas -por fin nuevas y de alturas adecuadas- aunque se echaba de menos la querida presencia del “mini”, desterrado de unos campos que transmiten nuevos hábitos más serios y menos masivos de los que imperaban cuando yo era un crío de 12 o 13 años. Estaba todo limpio, más cuidado, más desierto en un domingo en el que me faltaron y añoré las simultáneas celebraciones de partidos -casi misas dominicales de rígida liturgia- con los pitidos cruzados, balones invasores de un campo a otro y el pequeño y controlado caos de espectación, nervios y excitación previos a la culminación del trabajo semanal: el sacrosanto momento de la verdad, El Partido, así, con mayúsculas.  
La nevera tal y como yo la recuerdo

Y entré, por fin, en el primer sagrario,  en “La Nevera” para entregarme, indefenso y entregado, a un estado de estupor que ya no me abandonaría en lo que quedaba de visita: no quedaba nada a lo que yo pudiera agarrarme para colocar mi propio recuerdo en un espacio que había cambiado y que no me alojaba con la calidez que yo esperaba y añoraba; no me abrazaba como me abraza, todavía, la casa familiar cuando voy a pasar una noche aislada. Ya no había distancias que mis pies recordaran para dejarme ir sin pensar y sin atender a los espacios, no había distancias, no había elementos reconocibles, no había colores,..no había nada.

¿Cómo es posible que los espacios no guarden los recuerdos de cómo eran para que el visitante se reconozca en ellos? Ese espacio concreto, la famosa nevera, debería comportarse como una cámara del tiempo, un santuario que mostrara, a cada cual, el aspecto conservado al servicio de sus afanes, aspiraciones, ambiciones, vivencias, triunfos y fracasos, pero no: los espacios son inclementes y cambian levantando nuevos muros y nuevas construcciones sobre los cimientos de recuerdos olvidados que sólo viven en aquellos que todavía los pueden recordar. Fuera de esos recuerdos aislados, egoistas, imperfectos, subjetivos y únicos, no hay nada; no hay un archivo común al que acudir en busca de un momento determinado. Las sociedades tradicionalistas tratan de conferir a los espacios la herencia de pasadas generaciones, como si las paredes pudieran reproducir la grandeza de aquellos, pocos, que fueron grandes, pero el domingo pasado me di cuenta de que eso no es posible, que las instituciones, por mucho que quieran hundir sus raíces y nutrirse del pasado, sólo viven del presente; sólo luchan y pelean con aquello de lo que hoy disponen y los muertos que han sido, los héroes que habitan la gloria del pasado, ya no pelean junto a los que hoy forman sus filas y viven sus afanes.
¿Es posible que quede una cierta forma de hacer o de entender el mundo, una cultura? Solo si los que hacen y fabrican el presente se empeñan en hacer actual aquello que ya pertenece a su recuerdo y a su pasado; solo si el pasado se hace presente a través del afán del día, del minuto, del segundo. Si ese afán se olvida, el pasado se desvanece en la memoria de los muertos y se pierde, así de simple.

Y tras el deslumbramiento de ese primer encuentro con lo perdido, la llegada al Magariños terminó de ponerme frente a la absoluta revelación de lo efímero e intrascendente de nuestros sueños. En ese espacio pasaron muchas horas de mi vida y muchas personas dejaron lo mejor de sí mismas , pero hoy no queda nada de los espacios que recogieron y albergaron tantas cosas que ya sólo permanecen, de forma aisalda e intermitente, en cada una de las memorias que todavía son capaces de recordar.   

Algunos de los más grandes y algún ejemplo ya ido pero jamás olvidado

Fuí allí convocado por el comentario de una amiga que, a su vez, convocaba el recuerdo de alguien muy querido que ya no está y que forma parte de mi propio recuerdo. Una cadena de engramas que permanecerán mientras nuestras neuronas conserven la capacidad de recordar lo que allí pasó, pero ni un segundo más. Hoy son las chicas de ese nuevo Estudiantes las que veo más cercanas a un cándido espíritu de diversión y de deporte que conserva lo mejor de ese absurdo cotidiano que constituye el deporte: entregarse a un empeño efímero que nada aporta, sólo el entretenimiento, el juego y el disfrute que aporta algo tan tonto como tratar de hacer pasar una pelota por un aro colocado en alto en compañía de otros nueve idotas que se lo pasan tan bien como tu haciendo algo tan estúpido.
¡Pero… qué momentos! 
Sólo uno entró en la gloria de la historia, pero otros tres de estos adolescentes desarmados, estuvieron con los mejores en la ACB o "Primera" como se llamaba entonces


Son tan maravillosos que, espero, alguien les haya contado a esas chicas que hoy se esfuerzan en la mismas maderas que yo me esforcé, que no hay ninguna gloria por encima de lo que hoy hacen y a lo que no prestan atención: el esfuerzo de una carrera tras el balón, esa ducha que escurre por la cara agotada tras el esfuerzo de un entrenamiento; la gloria de un tiro que entra haciendo que la red se levante al pasar el balon…esa es la gloria de verdad, la más elevada, la más personal, la más egoísta y…la que de verdad permanece pues no depende de que nadie la confirme: es suya, única y exclusivamente suya y nadie se la podrá arrebatar jamás.

Las sensaciones y las vivencias son tan intensas que años más tarde, cuando las modernas teorías de negocios han intentado que compare la dinámica de un equipo con la dinamica de una oficina, siempre, siempre, he callado como un perro por no humillar a los ponentes al decirles que no hay punto posible en el que establecer comparación alguna. Lo que yo era capaz de vivir y experimentar en una sóla semana de convivencia con los que aparecen en la foto está a años luz de cualquier circunstancia vivida en los muchos años de experiencia laboral que he vivido después de jugar al baloncesto.

¿Y que quiero decir o transmitir con toda esta exposición deshilvanada? Pues algo que ya expresaron los antiguos y que nos habla de lo efímero del empeño humano, de la incertidumbre del mañana, del aprovechar cada segundo de nuestra vida para atesorar experiencias positivas que, mañana, serán el único universo permanente al que acudir en busca de un recuerdo. Y esto no es bueno ni es malo, positivo o negativo, esto es, simplemente ES, sin cualidades o valores añadidos para bien o para mal.

Nada pervive fuera de la memoria de los vivos; nada de lo escrito que no se haya leído conectando con el autor, nada de lo no vivido forma parte de memoria alguna, no hay alternativa. Nuestros recuerdos nos pertenecen y son únicos y eso es todo lo que acaba constituyendo el archivo de nuestras vidas. Si, por casualidad, los archivos se cruzan y crean momentos comunes, la pervivencia se mezcla, pero nada más: cuando los agentes que intervienen en ese archivo, en ese engrama, se van, todo el archivo se desvanece en la nada y nada puede revivirlo. Mientras vivimos, quedan cosas, muchas cosas: quedan amigos de verdad con los que siempre “es ayer” por encima de tiempos y de espacios; quedan vidas enteras que se entrelazan en afectos y lazos que permanecen y crecen día a día; queda amor, queda lealtad, queda una forma de ser y una forma de entender la realidad conforme a lo que hemos aprendido y que va aumentando el archivo, ese archivo compuesto de instantes que nos acompañará hasta el fin y que debemos cuidar y hacer crecer con lo mejor que podamos crear: no hay nada fuera de ese empeño diario, de ese “carpe diem” que hace que nuestra memoria atesore instantes dorados que permenecen incólumenes e intactos por mucho que los espacios y la realidad física que los contiene cambie, se deteriore o desaparezca. 

Así de simple.

In memoriam de los que tuve más cerca:

Jose Luis "Chupi-Vela" Sagi Vela: un grande entre los grandes seres humanos que han pasado por mi vida.
Jesús Codina

12 y 7 de la foto de arriba

Manolo Cabido al frente y controlándolo todo



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