Que Vox está sacudiendo cimientos y conciencias es algo
obvio, pero lo que para algunos no es tan obvio es que lo hace manejando los
conceptos más peligrosos que imaginarse puedan. Vox simplifica, segmenta,
disecciona y receta pócimas que, en su perversa simplicidad, parecen adecuarse
a las necesidades más básicas de aquellos incapaces de manejar realidades complejas.
La receta de Vox es terrible por su demostrada eficacia a lo largo de la
historia, pero se olvida que la eficacia de esa estrategia sólo conduce a la
guerra, al enfrentamiento, a la división y a la consagración del odio como
motor de los cambios sociales.
Vox ha tenido un éxito desmesurado en las últimas elecciones
y, crecido por sus ensoñaciones, se siente dueño del destino de algunos: de los
más débiles y desfavorecidos por la suerte. Si quisiéramos diseñar una situación
personal trágica, adversa, triste y definitoria de un oscuro futuro, posiblemente
muchos de nosotros describiríamos punto por punto la vida de los menores no
acompañados que son acogidos en tantos recintos europeos a la espera de…nada.
Niños en tránsito hacia el anonimato que no son de nadie siendo de todos; sus
vidas se deslizan paralelas a las nuestras, como lánguidos fantasmas que,
cuando se hacen corpóreos y presentes, sólo pueden aspirar a molestarnos y a
encender el odio de los votantes de vox marcados por el miedo.
Esos niños, adolescentes desnortados que a nadie aman y a nadie
imitan, viven el horror de la no pertenencia: no tienen tribu, familia o
cultura propia; no pueden ser nada que hayan aceptado, querido y sentido como
propio y, sin embargo, creo firmemente que son nuestros, son de todos, que su
tragedia nos salpica de silencio, olvido e ignorancia mientras dejamos que sean
blanco de los odios de aquellos que, en su desgracia e indefensa invalidez, ven
la fácil consagración de su poder.
El mensaje de Vox es repugnante en general, pero cuando
convierte a estos niños y adolescentes en el blanco de sus ataques y mentiras,
hace que se me revuelvan las tripas de indignación y luego, más calmado, pienso
que es mejor que todos podamos ver la podredumbre de sus almas en su máxima
expresión. Pienso que es mejor que aquellos que les aceptan vean, cada día,
cada minuto de su abyecta aceptación, con qué y con quien trabajan y qué
objetivos tienen esos a los que llaman “socios” y que quieren engañarnos negándose
a aceptar la realidad de esa condición (Rae: persona asociada con otra u otras para algún fin.)
Hoy son esos
anónimos -nos conviene que esos niños etéreos y ausentes no tengan nombre y se
acerquen a la condición de cosa- seres que habitan los márgenes de nuestra
vida, pero mañana podremos ser cualquiera de nosotros el blanco de sus odios:
homosexuales, mujeres, adversarios políticos…y nadie podrá decir que no sabía
lo que realmente significaba el discurso de este partido. El odio no tiene
límite ni barrera moral alguna, el odio lo valida y lo justifica todo y todos
debemos ser conscientes de que se ha iniciado su tiempo. Hoy son los MENAS, los
hijos de todos, los que se han convertido en el centro de su odio. ¿Necesitamos
algo más para darnos cuenta de su verdad? ¿Hay algo peor que ver a nuestros
hijos en peligro? ¿Hasta dónde va a llegar la culpable complicidad de algunos? ¿Veremos
impasibles la persecución de nuestros propios hijos mientras miramos hacia otro
lado? Esperemos que no.
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