sábado, 13 de enero de 2018

Entre flujos y reflujos


Imagino que los veteranos de todas las generaciones que han sido han debido sentir lo mismo que yo empiezo a sentir al acercarme a esa zona de la vida en la que lo que ya ha pasado acumula más experiencias de las que me brindará el futuro. Estoy en ese punto intermareal que supone habitar una especie de tierra de nadie en la que sobrevivo sabiendo que no he nacido ni crecido con los elementos que ahora dominan la sociedad y que, tampoco, formaré parte importante del futuro que llegará cuando acabe mi vida laboral. Trabajo, sobrevivo, me adapto, disfruto, gano y pierdo en un juego que ya es distinto y al que mis esquemas deben ajustarse de forma constante; pero me consuelo pensando que son muchos los que, con mucha menos edad, ni siquiera se plantean el juego de la adaptación y la supervivencia. Esos que ahora tienen 35 o 40 años y piensan que podrán seguir habitando, tranquilos, la zona de confort que ahora ocupan lo tienen peor, mucho peor, que yo mismo: las mareas que vienen se los llevarán por delante ahogados por los cambios.
El reflujo que se lleva el agua pasada me deja ver todo aquello que ya no forma parte de mi vida y que la marea futura no me devolverá jamás. Produce cierta melancolía, es verdad, pero es lo que hay y lo asumo con cierta normalidad intentando, siempre, mantener la compostura si bien -no lo niego – a veces me siento como aquellos viejos caballos de guerra que, jubilados ya, se encabritaban al oír la llamada a la carga. Ya no participo de la emoción de esas cargas y esas peleas, pero si siento, de vez en cuando, la nostalgia de la plena adrenalina al acometer esos grandes retos que, cumplidos o fracasados, ya son parte de mi pasado. Mi problema no reside en asumir el pasado, ni mucho menos. Con todos los errores acumulados y con los pocos aciertos afortunados, los grandes trazos de mi vida están terminados o casi terminados. No hay mucho más que decir, pues tampoco esa vida da para mucho y se adapta a la más estereotipada normalidad de trabajo, pelea y disfrute en distintas medidas.
No, la frustración se basa en el futuro y en la imposibilidad de adquirir la formación técnica necesaria para participar, plenamente, de los grandes cambios que vislumbro en el horizonte de la física, la medicina, la investigación, la sociología y otras muchas cuyo conocimiento se me presenta imprescindible para integrarme en la corriente de los cambios como piloto y no como mero afectado. La gran pedrada nos impactó a finales del Siglo XX y sus efectos han sido grandes, tan grandes que el verdadero tsunami, ese que viene y que nos alcanza horas después del terremoto inicial, todavía no ha llegado a nuestras costas. Hay señales, hay indicios y primeras turbulencias, pero la gran ola no se ha conformado y me gustaría poder surfearla con garantías, pero se que eso ya no es posible.
Van a ser otros, los desconocidos técnicos que ahora se afanan en las aplicaciones de los grandes logros de la ciencia los que, de verdad, definan los rumbos y dibujen el gran futuro de la humanidad. Físicos, genetistas, médicos, matemáticos y demás “frikies” despreciados se empiezan a vestir con los nuevos ornamentos sacerdotales y guiarán los grandes cambios que afectarán a las masas dormidas y despreocupadas que hoy se entregan al brillo de nuevas pantallas y artilugios anestesiados por la cómoda superficie de una realidad que ignoran.
El futuro que apenas se vislumbra viene preñado de cambios; cambios que hoy ni imaginamos y que, según creo, se van a llevar por delante todo lo que hoy asumimos como “mundo real” y cuya realidad no podemos dar por supuesta ni, mucho menos, como inmutable. Los que ya somos mayores clamamos por reivindicar, para los jóvenes la permanencia de ese mundo real sin darnos cuenta de que la realidad, su realidad, ya es otra y se ha asentado en su estructura mental, en su ADN social y mi consuelo pensando -o creyendo equivocadamente- que yo sí tengo la inquietud de querer conocer y anticipar esos cambios; me veo inquieto y con ganas de investigar, conocer y diseñar una realidad que viene, sé que viene, pero que no muestra su verdadera naturaleza.

En la playa, entre las mareas que se han ido y las que vendrán, intento anticipar la naturaleza cambiante de unas playas en constante evolución que nos mostrarán un mundo del que no tenemos posibilidad de estructurar o anticipar. Apasionante, seguro, pero también un poco inquietante vistas las derivas de lo que hoy nos muestra.

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