lunes, 15 de enero de 2018

En defensa del escarnio


Si algo define al español, tanto en su historia como en los oscuros momentos que hoy vivimos, es su falta de sentido del humor. Hemos generado místicos y grandes pensadores que abrazaron el más siniestro funebrismo de la recia espiritualidad propia de la meseta, pero eso del humor nos da cierta grima. El español tiende a tomarse a sí mismo con una trascendencia y gravedad rígida, formal y de forma habitual, cercana a la tragedia. Somos más afines a los dramas rurales del tipo “Los Galindos” y Pascual Duarte que a dejarnos llevar por la corriente de Lupercales y Carnestolendas que nos rozaron pero no terminaron de calar en el ánimo colectivo. Por cada especio de libérrima permisividad, el español, en general, genera normas, convenciones y reglas que impiden algo que me parece básico: aceptar la sátira y el escarnio en todos los órdenes de la vida, especialmente en lo que se refiere a los inmóviles y hieráticos próceres sumidos en la trascendencia de su divina misión.
Hoy, cuando los medios son muchos y la difusión de cualquier dislate es inmediata, clamamos por la judicialización de cualquier desvarío, bien humorístico, bien demostración de simple mal gusto, para que al autor le caiga todo el peso de la ley en nombre de las muchísimas normas que encorsetan nuestra existencia. Delenda est!!! Inadmisible!!! Intolerable!!! La santa intransigencia de Unamuno carga contra el culpable que se atreve a secularizar lo sagrado. Pues bien, no estoy de acuerdo en absoluto y defiendo la completa libertad del humor y la sátira dirigida a cualquier ámbito o personaje de la sociedad. Nada hay sagrado para el humor y sólo un mandamiento: el acierto ajeno al mal gusto.
No se debería mezclar el humor con el simple mal gusto o demostración de fanatismo ideológico que rezuma odio y deseos de ejercer violencia contra el adversario político, religioso o similares. Desear la muerte en las peores circunstancias a alguien no es humor, es odio o fanatismo. Ridiculizar actuaciones bajo la humorada bien pensada es fundamental para mejorar la salud colectiva. Pienso en la inmensa y positiva aportación que tuvo, en su día, la irrupción de Vaya Semanita en el panorama de la tv para dar otra versión y facilitar otros acercamientos al desastre de la violencia social del país vasco. Los guiñoles de Canal+, Polonia y fuera de España, el maravilloso y catártico universo de Spitting Image con su absoluta irreverencia heredera de otro momento glorioso protagonizado por los Monty Phytton fueron corrientes de aire fresco en nuestro oscuro colectivo político y social.
El humor, hasta el extremo, me parece positivo siempre que no caiga en el exabrupto, el insulto fácil o el odio, pero todo es susceptible de ridiculizarse, hasta lo más sagrado. Y cuanto más sagrado, inmutable y monolítico, más indefenso ante la proclamación de su absurdo a manos del humor y más me suele gustar. Hay que tener en cuenta que lo protegido como sagrado e intocable lo es por necesidad de ocultar sus absurdos y sus carencias, pues a la luz de la crítica y el humor, se desvanecen como los vampiros del cine y quedan desnudos, vulnerables y frágiles; inaceptables para el análisis racional.
¿Hay que preservar algún espacio sin humor? Personalmente, creo que no, incluido el tan difícil y criticado humor negro del que me declaro seguidor y admirador. Es, probablemente, el nivel más alto, el más difícil de conseguir y de clavar, pero cuando se hace bien, es inigualable por su efecto: cualquier humor nos llega por vías irracionales y el negro es especialmente explosivo y visceral, pero genial.
España vive malos momentos para el humor a la vez que sus personajes públicos nos dan más motivos para escarnecerlos y ridiculizarlos, pero todos tratan de convertirse en figuras intocables ajenas a la sátira. No estoy de acuerdo y me gustaría mucha más virulencia y normalidad en las reacciones, no la actual omnipresencia de la amenaza judicial.
De las particularidades locales y estereotipos del humor en España, hablamos otro día.

¡IO SATURNALIA! y el mundo cabeza abajo (A buscar que quiere decir eso.)

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