martes, 3 de octubre de 2017

¿Y si ganamos?

Conseguido el primer objetivo fundacional y enardecido por el triunfo,Puigdemont se plantea nuevos retos y pide negociar con todos los países implicados con el fin recuperar los territorios injustamente arrebatados a la gloriosa República Catalana. 
(Mejor obviamos lo de comtes-reis que revela el origen araganós del mapita, que tampoco es cuestión de ser puntillosos)


Hay una anécdota sobre el casi eterno presidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, llamado por todos D. José y de clara ascendencia catalana pues su familia procedía de Os de Balaguer, Lérida, que considero muy apropiada para intentar comentar la pesadilla de estos días de absurdo:

Un periodista, que apoyaba la posición de la compañía bananera, United Fruits, en son de burla le dijo al presidente que, conocida su posición tan radical, por qué no le declaraba la guerra a Estados Unidos.
Don Pepe le contesto,
-Me parece muy interesante lo que usted sugiere. Pero lo grave no es eso. Lo que me preocupa es pensar que haríamos si les ganamos la guerra.

Hoy, tres de octubre de 2017, creo que vivimos un momento que la historia juzgará con dureza y que nos avergonzará a todos por nuestro fracaso a la hora de mantener el enorme patrimonio de la convivencia, la complicada, casi imposible convivencia pacífica de los españoles. Parecía que la maldición había caducado, que la historia nos había enseñado a celebrar lo común y a enriquecernos con las diferencias, pero era mentira.

Podemos superar la violencia, pero no podemos superar los efectos de los mitos y la sombra de la fuerza como único elemento de cohesión que se dibuja con más fuerza cada hora. O a la fuerza juntos o tristemente separados. Culpables en grado de colaboración hay muchos, pero el asesino es uno y esa responsabilidad debe caer sobre él en los libros que se escribirán mañana.

Hoy, algunos se enfrentan a la inesperada responsabilidad de administrar una victoria inmerecida y regalada por la admirable ineptitud de un gobierno desaparecido y ausente; de un presidente indolente que no ha sabido, ni querido, ponerse al frente de la búsqueda del acuerdo, un presidente que, si hubiera tenido que buscar el consenso que fructificó en la constitución del 78, hubiera llamado a los tanques de Milán del Bosch como única solución. El puesto le viene grande, inmensamente grande y su capacidad para ausentarse de la realidad y sus exigencias es absoluta.

Enfrente se ha encontrado con un “President” cautivo de los jinetes de la locura que, ahora, exigen su pago mercenario a cambio del apoyo ofrecido. Quieren la cabeza del Estado, quieren la recompensa soñada y se ven como las figuras históricas que trajeron el Vellocino de Oro tras el largo viaje de la esclavitud: la independencia de Cataluña. Puigdemont debe pagar el precio como, en su día, tuvo que pagar el emperador moroso que se vio enfrentado al grito del famoso “Desperta Ferro, Mateu, Mateu, Aragón, Aragón” y al saqueo de Constantinopla. Los actuales Almogávares se han olvidado de la última parte, pero la sed de venganza es la misma y creo sinceramente que Puigdemont no se lo esperaba. ¿Qué hago yo ahora? se pregunta en la soledad del miedo.

De momento, nada de lo que está haciendo que, básicamente, consiste en incendiar Cataluña y volatilizar los débiles restos de aquellos puentes que apenas se aguantan en pie tras la inundación de locura, de manera que no tenemos por dónde agarrar la más leve esperanza. Han ganado la batalla de las imágenes, han construido nuevos mitos y han consagrado iconos, pero su victoria se sustenta sobre algo tan miserable como la ilegalidad propia -el delito consumado- y la ineptitud del contrario que, desde mi punto de vista, constituyen una base muy escasa si la analizamos despacio.

Intentar levantar la nueva e idílica república Catalana sobre la justificación de los resultados del desastre del domingo es inmoral, por demás de ilegal, fraudulento, impresentable y todos los “in” que imaginarse puedan. ¿De verdad alguien piensa que ese edificio se sostendrá y que el “Govern” le puede volver la espalda a esa enorme parte de los ciudadanos de Cataluña que hoy deben subsistir, junto con su miedo, debajo de las alcantarillas? ¿De verdad piensan que con la CUP al lado se puede construir algo sensato y además, gestionarlo? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?

De ese nacimiento espurio y contaminado de indignidad no puede salir nada bueno y, además, nos aboca a todos a una realidad de pesadilla. O el estado se inhibe y deja desprotegidos a los no implicados o asume las funciones constitucionales y restituye el orden por la fuerza, una desgracia que no está tan lejana como algunos piensan. ¿De verdad alguien cree que todos los estamentos del estado van a asistir impasibles a la consagración de la ruptura? ¿De verdad se piensa que no habrá respuesta y que la respuesta, consumada la declaración de independencia, sólo puede ser una?

Puigdemont se nos presenta como un títere desaliñado que se enfrenta a un destino con el que no contaba, pero deja hacer y permite, animando, que las calles se llenen, que las carreteras se corten y no solamente no da un mensaje de cordura sino que subvenciona la huelga espoleando a todos para que la orgía no decaiga intentando, en vano, salir de la misma virgen e inmaculado para levantar la enseña de una nueva república nacida de la ilegalidad y, lo que es peor, de la absoluta inmoralidad por injusta, tendenciosa y promotora de la división social más traumática que podamos imaginar. Lo malo es que con eso ya debemos afrontar el futuro pues la herida estará abierta mucho tiempo, pase lo que sea que pase al final.

Cataluña está encendida y soliviantada; borracha de sueños, triunfos, anhelos de unos y miedos de otros profundamente indignados por la absoluta violación de reglas y derechos en un despojo innoble a cargo de aquellos que deberían velar por el cumplimiento de las leyes y gestionar la diversidad con altura moral. No hay nada de eso, sólo hay locura, solo hay “rauxa”, arrebato, carreras hacia la nada.

Sabemos que Rajoy no ha sabido administrar la derrota y es complicado que aprenda, pero estoy seguro de que Puigdemont no sabrá administrar, como Aníbal tras la batalla de Cannas, la victoria.

Los puentes caerán, Cataluña, hoy o en un futuro próximo, se condenará a si misma a la tiranía de la uniformidad y el odio hacia todo y hacia todos los que no fueron iluminados por el rapto místico de la actual locura y al resto nos quedará la inmensa pena de ver que, efectivamente, los pueblos que olvidan la historia están condenados a repetirla.



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