domingo, 22 de octubre de 2017

Cuatro banderas y un piso


TIEMPOS EN LOS QUE LOS SUEÑOS NOS INCLUÍAN A TODOS

Hubo un piso cuyos habitantes se sentían cómodos y felices recorriendo un largo pasillo en el que colgaban, de común acuerdo, cuatro banderas conviviendo en armonía. Eran las que representaban un sueño todavía nuevo y aún no escrito en la formal caligrafía de ningún texto legal: la ikurriña, la senyera, la gallega (huérfana de nombre propio) y el pendón morado en representación de los madrileños del grupo que encontraron allí su refugio autonomista. Eran tiempos en los que no había llegado el “café para todos” y tan solo las nacionalidades históricas parecían reclamar una historia que luego se desparramó por todo el mapa español.
En ese piso jamás se habló de exclusiones, jamás se dejó que la sombra de la insolidaridad nublara la ilusión y en cambio, se soñaba con la normalidad de un patrimonio cultural acrecentado por la aportación de lenguas y culturas que habían vivido en el extrarradio del franquismo. En ese piso se hablaba de futuro, de Europa, de libertad, de lo equivocados que estaban aquellos mayores que, desde nuestros 19 años, juzgábamos fuera de la verdad de los tiempos y condicionados por un pasado cuyo retorno era imposible.
En ese piso nos emocionamos con aquel compañero que lloró como un bebé viendo, con las sempiternas interferencias de la televisión del autobús del equipo, a Tarradellas y su histórico “ya soc aquí” aquel 23 de octubre de 1977. Éramos muy jóvenes y en el antiguo pabellón de Zaragoza salíamos al campo con las canciones de la Bullonera y de Labordeta cuyas letras, hoy, me emocionan y me hacen recordar sensaciones y vivencias que me hablan de ilusión, de esperanza y de ganas de hacer un país nuevo partiendo de cero.
No había, en ese futuro esperanzado, sitio para la manipulación, la demagogia, la discriminación y todo estaba lleno de solidaridad, respeto, inclusión, libertad y trabajo en común para ganar lo que tanto necesitábamos ganar y que no querían darnos. Europa era un sueño lejano y casi imposible; la libertad, siempre amenazada por espadones franquistas dispuestos a salvarnos, aunque nosotros no quisiéramos ser salvados y la bandera de todos estaba secuestrada por aquellos que, al final, consiguieron que muchos nos sintiéramos excluidos de su simbología común y todavía no la veamos con total normalidad.
Han pasado cuarenta años y la realidad de hoy nos escupe a la cara la verdad de una política sucia, mezquina, mentirosa y falaz. Vivimos el triunfo de la demagogia con una Cataluña impensable en aquellos tiempos de sueños limpios, vivimos sometidos a la tiranía de apropiación de palabras, conceptos y símbolos por parte de aquellos que hacen triunfar la insolidaridad, la mentira y la manipulación de la historia y que quieren lograr un triunfo que les consagraría en sus mentiras: quieren lograr el odio y yo me niego a entregarles ese triunfo en la partida.
Apelo, en un momento de sinrazón dominado por el absurdo, a la reivindicación de la sensatez y la normalidad. Contra la enconada visceralidad del odio, apelo a la racionalidad y a la experiencia de los que tuvieron que construir sobre bases sólidas y de moral elevada. Apelo a mirar hacia aquellos que se dieron cuenta de que los pueblos deben avanzar y construir su futuro dejando atrás el odio pues sabían que, sobre el odio, no hay base para construir nada, sólo para destruir y para retroceder.
Apelo a la verdad de aquellos recuerdos limpios; apelo a mi propia vida en una Cataluña esplendorosa que lucía sus mejores galas en el 93 y 94; una Cataluña abierta y modélica que, con la ayuda de toda España, se exhibió al mundo vestida de sus mejores cualidades en los juegos del 92. Apelo a la verdad de una historia asumida con naturalidad y no recreada al servicio de pensamientos y objetivos bastados que buscan, en la mentira, la justificación de un futuro que nace corrompido por la mentira, el enfrentamiento y la exclusión.
Apelo, como muchos otros, al triunfo de la convivencia regulada por las leyes que nos hemos dado y que, entre todos y por el bien común de todos, podemos cambiar trabajando todos juntos sin dejar a nadie en las cunetas de la historia. Sé que apelo a los imposibles utópicos de una España que no puede pensarse amputada y mermada de una parte de sí misma; que apelo a que los que excluyen se den cuenta de que la exclusión en el preludio del exterminio de los más próximos, de sus amigos y compañeros de trabajo; apelo al sueño común de una Europa que elimina fronteras y suma identidades; apelo a la suma y nunca a la resta; apelo a la solidaridad internacionalizada entre los trabajadores en contra del egoísmo de un capitalismo aliado con lo más rancio de una iglesia que hoy, no es reconocible en sus arcaicos planteamientos decimonónicos.
Apelo a mi propia racionalidad intentando tapar el exabrupto que me nace de esa visceralidad que quieren despertar en mi los que basan sus mentiras en una emocionalidad manipulada y mentirosa; apelo a mi propia calma y a mi visión racional de la vida política, tan alejada de valores que necesitamos como el respirar. Apelo a no dejarme arrastrar por ellos, a ser mejor y a llamar a los que, como yo, solo quieren trabajo, armonía, respeto, solidaridad, justicia y verdad sobre las que vivir de acuerdo con un ordenamiento legal que nos protege a todos de arbitrariedades fascistoides.
Apelo a la utopía de la razón enfrentada a la intransigencia de un mito nefasto que habla de mejores y peores, de un mito basado en una realidad inventada que nunca fue; de una visceralidad negativa creada por la manipulación y la mentira; apelo a racionalidad y a la verdad para librarnos de la condena del odio y la manipulación de las palabras y conceptos; de los símbolos y de la historia; de la realidad y de la vida ciudadana.

Apelo, en suma, al imposible que nos debemos y a los que algunos dan la espalda sin saber que la historia que quieren construir se volverá contra ellos por mucho que ahora quieran ocupar el lugar de los que, en aras de una causa justa, se inmolaron en beneficio del hombre. Pobre el hombre que acepte el sacrificio de algo tan bajo y tan inmoral.

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