sábado, 9 de septiembre de 2017

El monstruo del sueño





Goya dejó grabado en el patrimonio colectivo español una sentencia nacida de su profundo conocimiento de la realidad de nuestra naturaleza.  Sabía, pues lo había visto y dibujado, de la profunda y animal visceralidad de muchos de nuestros comportamientos más básicos, esos que ven la luz cuando la luz de la razón se esfuma y nos dejamos llevar por los instintos menos elevados. La razón se desvanece y lo que queda se nos presenta abyecto; nos escandaliza y tendemos a negar la realidad de ese monstruo que habita en nosotros mismos amparado por lo irracional.
Goya sabía, como sabemos todos, que no hay construcción social posible sobre la base de lo más emocional, instintivo y arcaico; sabía que solo la razón puede ser la base de cualquier construcción civilizada y que su ausencia nos codena al fracaso colectivo. Hoy creíamos que esa razón dormida había dejado de ser una amenaza, que habíamos logrado una situación estable de la mano de la convivencia civilizada, que sus normas eran aceptadas por todos y que se imponía la lógica del bien común, del trabajo solidario y la mejora sostenida basada en el avance lineal de la historia. Hoy nos despertamos sorprendidos con el sempiterno retorno del monstruo nacido del sueño de la razón, un monstruo que se ha hecho corpóreo, ruidoso, omnipresente y que nos obliga, otra vez, a levantar la voz y clamar por la vuelta al terreno de lo racional.
Efectivamente, estoy hablando de Cataluña, de la penosa pesadilla que ocupa nuestros días y que nos coloca, a todos, frente a la división, la visceralidad, la ausencia de verdad y razón; nos obliga a tomar posiciones y, lo que es peor, nos obliga a reivindicar lo más obvio como esa guía que algunos han abandonado para entregarse a una orgía de emociones y falsedades impermeables a cualquier argumentación basada en la razón. Cataluña sufre bajo el dominio de una marea emocional que no admite nada más que su enloquecida y alucinada verdad. Sólo desde la alucinación es posible comprender el discurso de los que pilotan este absurdo.
Pretenden gobernar una nueva nación nacida del caos más absoluto; pretenden edificar sobre unas arenas movedizas que no ofrecen sustento alguno y creo que lo saben, pero la emoción, la ambición más descarnada y el absurdo, lo gobiernan todo.
Renuncio a tratar de explicar lo absurdo de sus argumentaciones; renuncio a evaluar el cinismo, la falacia y lo imposible de ese futuro que prometen, de esa Arcadia feliz plagada de lagunas y pantanos; no vale de nada argumentar desde la razón, la legalidad o la lógica: ha triunfado, sobre una parte muy importante de la sociedad catalana, el monstruo dormido.
No sé que nos va a deparar ese futuro bajo el dominio del monstruo despierto y triunfante, solo sé que la historia nos enseña que su reinado es fugaz, destructivo y que su huella permanece largo tiempo tras su paso.  Hoy ha ganado, sus banderas campean y se exhiben al viento fuerte de la sinrazón, pero sus raíces son débiles y la marea que se avecina las dejará expuestas al sol de la lógica y de esa modernidad extramuros de la cual no hay nada más que absurdo, retroceso, marginalidad y desastre.

Hoy me domina la pena, una pena que nace de sentirme expropiado de mi historia vital; que me ha dejado inerme ante el expolio de una parte importante de mi vida y de mis afectos; una pena que me deja expuesto a mis errores de juicio sobre un pueblo y una comunidad que me da la espalda como si yo mismo no formara parte de su propia historia.  No quiero elegir, no quiero despojarme de todo lo que siento y he sentido en esa tierra en la que he sido feliz y que ahora me vuelve la espalda como si mis vivencias fueran parte de un expolio, de un robo o de una violación. Por encima de mi asombro, del escándalo que me salta a la cara, del rechazo que mi intelecto analiza, me queda la pena, la inmensa pena de comprobar mi equivocación y ver que aquellos entre los que viví y con los que trabajé, ahora me rechazan y me catalogan de enemigo, me acusan de incomprensión y menosprecio y me vuelven la espalda para entregase a la nada. La pena lo domina todo y sólo puedo desear que el monstruo vuelva a desvanecerse iluminado por una razón ausente más necesaria que nunca.

2 comentarios:

  1. Hola, siento exactamente lo mismo que expones, pero te ruego un matiz, utiliza la palabra, algunos catalanes, no generalices así, me hace mucho daño. Soy catalán y no soy independentista y me corroe por dentro lo que este gobierno de babel está haciendo. Ruego por favor un poco de sensibilidad antes los miles de catalanes que, estem farts!
    Gracias

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  2. Chiqui, por supuesto tienes razón. Cuando hablo de "los catalanes" lo hago refiriéndome a los que ellos entienden como "únicos y buenos catalanes" que el resto no tienen ese estatus. Si desde lejos es complicado, me imagino lo que es vivirlo. Suerte y que nos pase nada. Gracias por el coemntario

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