sábado, 14 de enero de 2017

LA SOCIEDAD TECNOLESCENTE



Hace tiempo que vengo dando vueltas a la necesidad de encontrar explicación a algo que, para mí, constituye un misterio y que he venido observando en conversaciones dispersas con compañeros de trabajo y otras fuentes que no pueden catalogarse como estructuradas o metódicas, pero que suelen llevarme a la misma pregunta: ¿qué hay debajo de la enorme dificultad que encuentran los jóvenes para estructurar sus relaciones personales conforme a patrones sencillos, estables y más o menos tradicionales? Esta nota trata de centrarse en el misterio bajo una denominación casual que acuñé hace meses como algo informal y que, a la larga, ha retornado como un término lleno de significado; como paradigma de un periodo vital en el que el ser humano busca referentes adultos a los que orientar sus preferencias según lo que, se espera, sea su mundo futuro como adulto: la adolescencia.

No se trata de analizar punto por punto todos y cada uno de los elementos conductuales que caracterizan la adolescencia, pero sí de comparar los grandes rasgos de ese periodo en relación con lo que, ahora mismo, constituye el futuro de una sociedad que acaba de iniciar su camino dentro de una revolución que se está llevando por delante el mundo tal y como lo hemos conocido hasta el momento. Estamos en el inicio de una carrera cuya velocidad aumenta de manera exponencial y que, todavía, no ha mostrado con claridad el destino final de esos cambios. 1993 puede situarse como el punto de salida, la gran explosión que lo ha cambiado todo sobre la base de una nueva tecnología cuya expansión global lo ha cambiado todo. Si a esa explosión de internet y sus consecuencias añadimos los efectos de una crisis económica brutal y sus muchas derivadas, (1) podemos darnos cuenta, sin demasiado esfuerzo, que el futuro de los que ahora transitan entre los 20 y los 30 años, se constituye como un territorio móvil, sin patrones estables que dificultan enormemente la aceptación de un referente sobre el que orientar la propia vida.

La tecnología es la base actual sobre la que se construye todo, incluyendo en el término los enormes avances de la ciencia cuyas manifestaciones prácticas se incorporan a la realidad tecnológica de uso cotidiano con una rapidez impensable. Es, con esa idea y con esa perspectiva, desde la que me acerco a intentar comprender lo que otros, mucho más jóvenes, deben estar viviendo y las consecuencias que sobre sus vidas tiene un mundo que les escamotea el futuro entre una espesa niebla de cambios y referencias inestables que desorientan y confunden la toma de decisiones.

Parece que, como sociedad, dejamos atrás la época del carbón y su revolución industrial para abrazar, de lleno, la era de las aplicaciones tecnológicas que globalizan al individuo para colocarlo fuera de cualquier frontera o barrera espacial que fije su pertenencia definitiva a un  marco social establecido y similar al que habitaron generaciones pasadas. No podemos hablar de una geografía restringida y permanente como lugar al que sumarse como individuo “perteneciente a” , circunstancia a la que hay que sumar los cambios en los modelos relacionales entre sujetos que abren el catálogo de posibilidades a nuevas formas de convivencia y preferencia sexual mucho más amplio del que existía antaño y la voladura, descontrolada, de los modelos de relación laboral que sustentaron el crecimiento económico de las clases medias desde mediados del Siglo XX.

Sumado todo y construido un panorama global en el que el individuo debe afrontar la toma de las grandes decisiones que conformarán su futuro, no es extraño que nos encontremos con un grupo de edad desnortado, confuso y carente de elementos con los que construir su propia identidad.Y además: eso no es todo, pues los cambios, en el caso concreto de España, también afectan, y mucho, a los roles atribuidos al género del sujeto aumentando el caos de una manera significativa debido a la permanencia de estereotipos machistas en una sociedad que parece retroceder hacia la seguridad de esquemas que muchos, equivocadamente, creímos superados y olvidados.

El ser, hoy, hombre o mujer en España añade, como en otras culturas históricamente dominadas por “el macho”, un elemento más a la sensación de pérdida con la que los sujetos viven ese periodo de cambio y de búsqueda; un problema más al que encontrar solución sin un manual de instrucciones validado por la experiencia pasada o por los elementos de referencia cultural que se hayan validado históricamente. Y como la mujer y el hombre pueden hacer lo mismo, pero de manera distinta, nos encontramos con una separación muy bien definida entre las conductas femeninas y masculinas, esas que, necesitadas de lo mismo, viven el cambio con consecuencias muy distintas.

Para ellos, educados en la obligación de adoptar patrones de guía y responsabilidad total sobre su vida y la de su familia, la realidad de la mujer actual, libre, educada, formada y sujeto que se percibe en plano de absoluta igualdad con el hombre, esto supone un reto que les coloca a la defensiva y les genera una inseguridad que, en muchos casos, genera un patrón de violencia como rechazo a esa dinámica de pérdida.(2) Parecen vivir esa circunstancia como una nueva pérdida que les roba otra línea definida con la que dibujar su futuro. 

Para ellas el problema es distinto: ¿dónde, cómo y según que patrones estables anclar sus decisiones de forma segura para construir su vida y, en el caso de que así se dese, tener hijos dentro de un núcleo que garantice la viabilidad de su estructura familiar? (No olvidemos que, hoy en día, la mujer como único elemento parental, es algo habitual y que ofrece una posibilidad más dentro de ese amplio catálogo de opciones que hace del macho un elemento “accesorio” y voluntario, nunca necesario).

Hace décadas que el acceso al sexo dejó de ser consecuencia del establecimiento de lazos sociales permanentes; el sexo es una elección libérrima que no ata ni construye una relación estable; es catalogado y asumido como una satisfacción orgánica que no implica nada, ni para ellos ni para ellas, situación que deja al “macho” fuera de cualquier terreno próximo al compromiso y al condicionamiento de su futuro como “padre” o como figura sustentadora de la unidad familiar.

No, no hay patrones, no hay mapas con rutas conocidas que nos lleven al futuro y, a diferencia de lo que otros vivimos, no hay compromisos laborales o personales estables. Mi generación se entregó a la tarea de trabajar en la falsa idea de que trabajando bien, siendo honesto y dedicando lo mejor de nosotros mismos al trabajo por encima de cualquier otra cosa, el pacto se respetaría y “la empresa” no nos dejaría tirados en las cunetas del futuro. Craso error que los jóvenes ven con claridad y que tampoco les ofrece solución: la fuerza laboral es prescindible, intercambiable, disponible en cualquier lugar y a cualquier precio. El trabajador es un coste fijo en la cadena de valr del producto que hay que tratar de disminuir constantemente sin que haya protección alguna por parte de sindicatos, organizaciones o gobiernos, todos entregados a la causa y atados de pies y manos, inertes ante el poder del dinero.

¿Cómo van a estructurar estos jóvenes, ellos y ellas, una relación de pareja estable, comprometida, feliz y positiva si no hay nada que les permita tomar decisiones razonables que construyan un futuro medianamente claro? La sociedad vive, ahora, las primeras etapas de un tránsito dominado por la tecnología que no ha hecho más que empezar y cuyo desarrollo se presenta todavía más convulso, difuso y carente de patrones sobre los que construir nada, salvo la necesidad de una adaptación y un aprendizaje constante. Esto es lo mismo que vaticinar la prolongación de la adolescencia social “sine die” y asumir las consecuencias que tal estado de indefinición nos asegura. Sólo aquellos los que se sientan seguros en la inseguridad, los escasos navegantes de tormentas feroces, podrán atreverse a diseñar y decidir sobre su futuro sabiendo que su única decisión real es evolucionar y sobrevivir el tiempo que les permitan sus habilidades hasta que llegue el naufragio y la obsolescencia de las habilidades que les hayan permitido sobrevivir hasta ese momento. 

El estereotipo de las relaciones de pareja no es, hoy en día, nada más que un modelo que se va alejando de la realidad a marchas forzadas, pues los requisitos que los hacían posibles se van esfumando de la realidad cotidiana con mucha rapidez. Hoy se puede disfrutar, sin problemas, de un pálido reflejo de lo que es la convivencia en pareja que mi generación ha conocido: el sexo es accesible y múltiple; la convivencia esporádica también, pero sin aceptar sus reglas básicas de compromiso, construcción y el necesario esfuerzo común para la generación de un futuro deseado por ambos. Todo eso es pasado, hoy debemos adaptarnos al AQUÍ, AHORA Y EN ESTAS CIRCUNSTANCIAS ¿Mañana? Quien sabe.

Así las cosas, la pareja tradicional se presenta como una búsqueda complicada, una cacería del último unicornio, un empeño poco menos que imposible mientras no se puedan generar patrones temporales estables y prolongados en el tiempo. Es necesario que todo se asiente, que el torrente que nos lleva a toda velocidad genere remansos en los que se pueda asentar el aprendizaje y permitir la adopción de decisiones que permitan al sujeto sentirse “dueño de su destino” gracias al aprendizaje de las normas de una nueva sociedad, esa que se está creando y que ,todavía, no las ha generado.

A diferencia de otros periodos históricos que necesitaron el enorme esfuerzo de generaciones enteras para la reconstrucción y regeneración, esta generación no puede plantearse construir si no tiene los patrones de construcción que esas generaciones pasadas sí tuvieron. A la obra actual de los jóvenes llegan materiales dispersos y bocetos borrosos; tareas mezcladas que nadie sabe bien cómo asumir y desarrollar; lo que hoy se construye mañana ha quedado arrumbado, obsoleto y despreciado, las herramientas y los oficios cambian en poco tiempo y así, todos lo sabemos, es imposible construir nada. Los antiguos pretendientes de Penélope ya lo sabían desde tiempos de Homero, no es nada nuevo.

Y por si todo eso fuera poco, y ciñéndonos al caso de España, la educación recibida, sobreprotectora y en muchos casos nociva, no ayuda. (3) Muchos -por supuesto que no todos- no han sido educados y templados según un esquema de dureza que les permitiera afrontar los agotadores esfuerzos de la lucha diaria según lo que, otros, hemos considerado normal. Muchos, repito que no todos, no han tenido que afrontar con normalidad la frustración de “no tener”, de ganar y perder en el normal juego de la vida. Sus padres han hecho de capa protectora frente a las inclemencias de la vida normal, no les han puesto límites y reglas definidas, no han acompañado su desarrollo personal y facilitado el distanciamiento y el desarrollo de sus capacidades e independencia. Han sido llevados y traídos, lo han disfrutado todo sin el normal trabajo de ganarlo y eso ha construido un pobre aprendizaje. Hoy se ven solos ante el peligro, no les han dado las armas necesarias para pelear en una sociedad que cada vez exige más a cambio de menos y muchos, no todos, se entregan a un estado de permanente perplejidad abrazados a su condición de “ni-nis” mientras disfrutan de la perversa, y aparentemente eterna, seguidad de sus hogares paternos,la misma que nada les reclama y nada les exige ni enseña.

Vivimos una época muy exigente para todos, una época que, a los más mayores nos tiene en un disparadero constante cuyo blanco es la exclusión de la vida laboral y que, a los más jóvenes, les pide firmar un contrato en blanco a cambio de muy poco; pero ese muy poco debe ser considerado como “la posibilidad de hacerse un sitio”, pues fuera del circuito, en las cunetas, no hay nada, solo confusión, desánimo y una frustración que no saben manejar.

Y, como siempre, en esta confusión, en este caos, en medio de todo esto que nos descoloca y sorprende, hay esperanza y hay futuro para los que asuman su posición de forma comprometida y consciente, para los que se entregan a la tarea de construir su futuro con dedicación y compromiso -bien sea de forma individual o en pareja- sabiendo que cada día es una oportunidad para crear su propia realidad de forma positiva; que cada hora es un espacio para crear una realidad mejor para “el otro”, no un momento en el que exigirlo todo sin implicarse y que debemos estar dispuestos a darlo todo a cambio de nada. Si esa dinámica se instala en el interior de los sujetos y se asume sabiendo que les brindará la oportunidad de disfrutar un tiempo esplendoroso, la idea de que sea o no permanente, dejará de ser la piedra angular del modelo asumido. Puede ser corto o largo, pero siempre debe ser pleno, positivo y asumido con ansias de eternidad. vamos, un poco como siempre lo hemos vivido todos los que pasamos antes.

La sociedad puede ser tecnolescente y caótica -que lo es- pero los individuos podemos construir un mundo subjetivo sólido y capaz de luchar contra “el exterior”, ese infierno de Sartre constituido por “los otros” que siempre conspiran para derrotarnos y robarnos todo lo bueno que puedan arrebatarnos. Los que hoy miran su realidad en busca de futuro deben ser conscientes de que siempre, en cualquier época de la historia, otros muchos han sentido algo parecido, pero que asumiendo la necesidad del esfuerzo, del compromiso con uno mismo y buscando la colaboración de los que se hayan igualmente comprometidos en ese esfuerzo, la sensación de felicidad es posible y la vida cotidiana es más agradable. 

Hay muchas razones para la desesperanza y para el pesimismo, pero si volvemos la vista atrás, siempre las ha habido y el ser humano lleva milenios sobre la tierra construyendo su autodestrucción, que llegará algún día sin que eso sea razón para que nos entreguemos sin luchar al enemigo. (4) Y la lucha debe encaminarse a la autorealización, solos, en pareja o como se quiera, pero siempre partiendo de la base de cumplir como los buenos, de darlo todo y de mirar hacia adelante sabiendo que, mientras el compromiso permanezca, los que luchan juntos en el frente, son conscientes de que el enemigo está delante, no al lado. Eso sí: hay que elegir bien al compañero y si no lo hay, ponerse las pilas para hacer de este corto espacio de autoconciencia que llamamos vida, un lugar medianamente habitable.

         (1) Una de las consecuencias directas de la crisis económica podemos concentrarla en la afirmación que nos asegura “que se ha demostrado que el avance lineal de la historia es una falsedad”. Efectivamente, las fuerzas de la reacción han tomado impulso y arrasan con todo lo que pueden y han coseguido desmantelar una importantísima parte de las conquistas sociales de los trabajadores.


        (2)  La permanencia de los patrones claramente machistas en el seno de familias, educadores e           instituciones es    realmente preocupante y sorprendente. Algo que parecía en franca retirada, permanece y recupera posiciones sin que la sociedad reaccione con intensidad ante el ataque. No sólo el Islam cuenta con el “respeto” debido a la libertad religiosa políticamente correcta, no: Rusia quiere eliminar la agresión machista de la lista de delitos y son muchas las mujeres que, todavía hoy, no educan igual a sus hijos de distiinto sexo. El chico mantiene privilegios inexplicables. Parece que eliminar el machismo no es sólo cosa de hombres, las mujeres deben plantearse el tema de forma muy seria.

 (3) Recomiendo leer el artículo de Berta G. de la Vega en El Mundo (http://www.elmundo.es/papel/todologia/2017/01/11/5874d407268e3e6f3a8b45bc.html) Muy acertadamente, pone de manifiesto la falta de “fibra moral” de unas generaciones sobreprotegidas a las que se ha educado en la incapacidad para valerse por sí mismos.


        (4) Si analizamos la historia, podemos ver que la situación normal de humanidad ha sido la guerra y la necesidad de afrontar cambios radicales que afectan a poblaciones enteras. No podemos imaginar las consecuencias de la llegada de César a las Galias de la misma manera que pensar en ser invadido por los Mongoles de Gengis Khan y su concepto de conquista está fuera de nuestras peores pesadillas. Por hablar de alguna época más cercana, tampoco, con nuestros ojos, podemos darnos cuenta de lo que significó la revolución industrial para los integrantes de ese proletariado inhumano que los arrancó de granjas y cultivos. No, la historia es guerra, cambio y destruccion, de manera que no podemos conformarnos con pensar que este cambio es peor; simplemente es distinto y los que lo viven deben ser conscientes de su responsabilidad a la hora conseguir que no lo arrase todo como hasta ahora.

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