Esta reflexión se escribe en un
ordenador portátil conectado a internet en el que suena, gracias a las
prestaciones de la red, una recopilación de las mejores arias de María Callas,
una maravilla conservada en “la nube” y accesible a cualquiera que quiera pasar
un buen rato, de la misma manera que se ofrece, abierto al mundo, un inmenso acervo
cultural que era impensable, inaccesible e inmanejable para nuestros ancestros.
Nunca, como ahora, el mundo se ofrecía, servil y dócil, para llegar a nosotros
mediante el simple y sencillo acto de apretar el botón de un adminículo
electrónico. Nada que objetar a ese respecto pues el denominador común de todo
ese nuevo universo puede catalogarse como positivo, pero…y siempre hay un pero,
en ese universo cabe todo, como siempre: lo bueno y lo malo y además, el medio,
el entorno físico y cognitivo en el que debemos integrarnos para disfrutar de
sus ventajas y maravillas, tiene un código que nos condiciona y que nos genera
algunas contradicciones.
Si hacemos caso al siempre
vigente Marshall McLuhan y su famoso “el mensaje es el medio”, veremos, al
analizar la génesis de la actual WWW – no confundir con la previa “internet” – que
la razón de su generación se basó en la posibilidad de:
a.- transmitir información gráfica
b.- relacionar contenidos
mediante enlaces directos
el primer objetivo nos habla de
una información transmitida a través de códigos visuales cuya implicación
cognitiva es diferente a los procesos seguidos en el análisis de la información
textual. El segundo punto nos ofrece la posibilidad de saltar de un documento a
otro, de un concepto a otro en un entorno -el ordenador – por completo ajeno al
universo tradicional de transmisión cultural: el libro de papel, el documento
físico sobre el que siempre se había transmitido la cultura.
El primero nos pone a trabajar
según capacidades fisiológicas completamente distintas de las que usamos en el
análisis de los textos y del lenguaje escrito. El soporte de la información es
distinto y nuestros procesos de análisis también, de manera que ponemos a
trabajar áreas del cerebro distintas a las que se han potenciado en el ambiente
cultural durante siglos y el segundo, ataca frontalmente el proceso de análisis
exhaustivo y la reflexión propia de la profundización en los conceptos
inherentes a la lectura de un libro aislado. Somos nosotros los que, en el caso
del libro, procesamos, almacenamos y RELACIONAMOS la información recibida
conforme a lo que conocemos del tema gracias a los contenidos almacenados en
nuestra memoria. Este proceso nos puede llevar a situaciones geniales propias
de aquellos que supieron poner en conexión diferentes aspectos o perfiles de una
realidad desconocida previamente y que pudo estructurarse gracias a la
intuición, chispa o especiales cualidades de los pocos que supieron ver una
unidad en aquello en lo que otros sólo pudieron acercarse a la contemplación de
realidades parciales ajenas al conjunto. Ellos crearon o descubrieron las relaciones
ocultas sin que nadie les sugiriera un camino prestablecido como ahora ocurre
con los hipertextos, esos subrayados azules que salpican cualquier trabajo
serio y que nos condenan a seguir caminos ya trillados y por otros
establecidos. Es más, seguimos ese camino dando por hecho la validez del
trabajo sugerido; nos entregamos a una verdad o realidad establecida por otros
mientras que, en el caso de los libros y los trabajos universitarios, estamos
sujetos a cumplir con la académica suspicacia que nos obliga a seleccionar
trabajos, investigaciones y metodologías con la desconfianza de un mercader fenicio
buscando ocultos engaños en la mercancía ofrecida.
Así pues, la actual realidad “virtual”
nos obliga a usar capacidades distintas y metodologías de análisis empobrecidas
con respecto a lo que el ser humano ha venido haciendo desde el descubrimiento
de la escritura y por ende, de la transmisión de los conocimientos adquiridos
de generación en generación. Y además, nos obliga a hacerlo a una velocidad
sorprendente y poco adecuada a la biología en cuanto a elemento determinante de
la generación de terminología y sedimentación de los enormes caudales de
información disponibles: no tenemos tiempo -tiempo de vida – suficiente como
para nombrar, discernir, analizar, relacionar, procesar y sedimentar todo lo
que nos llega para formar criterios y posturas ante lo que estamos viviendo:
nos hemos convertido en ciegos dentro de un universo lumínico de tan alta
intensidad que nos impide discernir el detalle con claridad, estamos
perpetuamente deslumbrados por nuevos destellos cegadores que nos impulsan a
movernos en nuestra pequeña vida dando tumbos de un obstáculo a otro sin que
podamos anticipar nuestros movimientos y evitar los tropezones.
Desde hace poco más de 20 años
vivimos un cambio en los paradigmas que dominan la transmisión cultural mucho
más importante que el cambio derivado del imperio de la televisión, verdadera
carga de profundidad contra la información transmitida a través del texto
escrito en papel. Y adaptarnos a ese cambio nos va a consumir tiempo, un tiempo
que ya no tenemos, un tiempo que nos arrolla y nos desborda en forma de un incontenible
alud informativo cuyas cualidades vienen mezcladas y entrelazadas; un alud que
lo cambia todo ante la inercia de todos y la pasividad de casi todos con
excepción de los pocos que se alzan contra alguna de las funestas consecuencias
que ya empiezan a consolidarse como parte de nuestras vidas. Personalmente,
estoy en lucha contra alguna de esas nuevas realidades que todos aceptan como
normales y a mí me generan una cierta neurosis existencial de complicada
digestión:
La primera de ellas es la
degeneración del lenguaje, arrastrado hacia una pendiente de pérdida en cuanto
a su extensión y también, aspecto especialmente peligroso, en cuanto a la
correcta transmisión de los conceptos soportados por la palabra. El primero de
estos peligros viene determinado por dos cuestiones fundamentales:
1º.- la falta de lectura y
aprendizaje de las palabras que definen nuestro universo -cuánto mal han hecho
los planes de educación empobrecidos y vacíos de contenidos antes considerados
básicos – por la falta de cultura general inherente a la lectura y al dominio del
entorno físico y
2º.- por la velocidad y
evanescencia de los términos acuñados sobre las exigencias de esa nueva realidad
tecnológica, siempre efímera y siempre cambiante; una realidad que obliga a conocer
y abandonar terminologías relacionadas con realidades que no perduran ni acaban
de asentarse en el universo cotidiano de la comunicación del común de los
mortales.
Ambas tendencias nos hacen más
pobres, más vulnerables ante la realidad y, sobre todo, hacen que nuestro
universo sea más pequeño cada día. Cuando perdemos la palabra, perdemos el
concepto y esa parte de la realidad con la que somos capaces de definirlo,
asumirlo e interiorizarlo para aumentar nuestra concepción del mundo y de sus
reglas, de su realidad completa. No parece que los especialistas tengan duda
sobre eso, de manera que los nuevos estudiantes ven mermada tanto su capacidad
de comprensión como su capacidad de expresar aquello que, con un léxico más
rico, podría facilitarles la transmisión de nuevas ideas propias de un mundo
tan complejo como el que ahora nos hace accesible la tecnología. Respecto a la evanescencia
y falta de permanencia de las nuevas palabras -normalmente anglicismos de
dudosa definición y aceptación universal – sólo puedo decir que, en mi día a
día, sufro las consecuencias de esa falta de vigencia en forma de discursos
confusos cuyo significado es tan disforme como el número de receptores que se
ven sometidos a él. Un verdadero babel de interpretadores que acaban
confundidos, inertes y pasivos sin saber bien a qué atenerse con respecto a la
idea que se ha tratado, sin éxito, de transmitir. Un verdadero sin sentido que
domina muchas de las facetas de la actual actividad empresarial.
Este último punto se relaciona
íntimamente con el segundo apartado que mencionaba arriba sobre la “degradación
de los significados y los términos”, algo que en los últimos años ha sido
especialidad de los políticos y su capacidad para negar y rehusar la realidad
de sus manifestaciones públicas. Esto, que no debería pasar del estado de “intento
de engaño” debidamente corregido por la prensa, se ha consentido y apoyado sin descanso
hasta generar una realidad lingüística paralela que ya nadie es capaz de acotar
y reorientar hacia el sencillo uso del diccionario. Han conseguido tomarnos el
pelo y hacer claudicar al lenguaje ante sus espurios intereses políticos sin
que nadie nos defienda mediante el sencillo truco de usar el diccionario de la
RAE de sencilla consulta a través de su página web.
La desidia ha llegado a tal
extremo que hemos podido ver la consagración de términos tan absurdos como el
de “posverdad” cuya definición en la famosa Wikipedia nos informa: “es un
neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar
opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las
apelaciones a las emociones y a las creencias personales”. Es decir: una
mentira; simple, llana y asquerosa mentira sin más. ¿Somos tontos? ¿Vamos a
consentir que esa tendencia nos lleve a dejar que una creencia se asiente como
verdad en función de que cualquier loco fanático se empeñe en decir que la
tierra es plana porque sus creencias así lo exigen? ¿Vamos a dejar que se eluda
la verdad en función de que esa realidad le resulte incómoda al primer
mentiroso que vea ventaja en su negación? Tristemente, parece que estamos
dispuestos a rendirnos sin luchar la plaza y abrir las puertas del triunfo a
cualquiera que niegue su mentira y acuda a un nuevo término tan abyecto como el
que encierra tan nocivo palabro.
Cabalgando esa degradación del
lenguaje también se ha colado un invitado perverso en este nuevo universo
definido por la tecnología: la falsedad, la mentira interesada, el bulo y la
información falaz o no contrastada. Derribadas las barreras de la realidad y la
verdad, estamos sometidos al constante ataque de la mentira que impera sobre
cualquier debate público sin que haya mecanismos que nos defiendan de sus
consecuencias. ¿Ejemplos? Tenemos muchos, desde la sustentación de la
argumentación en favor de la independencia de Cataluña, al Breixit o el triunfo
de Donald Trump apoyado en las constantes mentiras de medios electrónicos cuya
única vocación se ha manifestado en el lanzamiento de mentiras que favorecían
sus delirios hasta el punto de poner en marcha el debate sobre la necesidad de
poder controlar la difusión pública de tamaños engaños malintencionados.
La realidad es preocupante y lo
es porque, si bien nunca ha habido más y mejor información accesible, parece
que el grueso de la población ha decidido entregarse al abandono de la excelencia
como meta. En paralelo a una élite universitaria con una preparación exquisita,
convive una masa adocenada que no hace el esfuerzo de elegir lo bueno en
detrimento de lo malo; una masa inerte e indefensa por su incapacidad
-voluntaria – para formarse y elegir contenidos ricos y satisfactorios dando
ventaja a … ¿qué consume esa masa que vive de espaldas a los libros, a la
búsqueda de la verdad, a la excelencia del arte a su alcance; ignorante de todo
pero con opiniones basadas en mentiras interesadas? Personalmente no lo sé,
intuyo que consumen basura generada en televisiones y páginas de internet que
les permiten reforzar esas opiniones dándoles informaciones tendenciosas y “a
medida” de sus propios intereses, pero no tengo datos reales sobre esa penosa
realidad ni de la satisfacción que ese consumo endogámico, empobrecido y
miserable les puede dar, pero los indicios son preocupantes, la verdad.
Vivimos una sociedad voluntariamente
desinformada e inerte justo cuando la realidad de la tecnología y las
comunicaciones debería conseguir todo lo contrario. Contradicciones del género
humano. Sic transit gloria mundi.
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