domingo, 3 de noviembre de 2019

Las personas y las cosas


Vivimos tiempos de odio en las calles y ese odio que se refleja en hogueras y adoquines voladores tiene, en mi opinión, un rasgo espeluznante que me preocupa enormemente. Hace tiempo que digo, por observaciones parciales y probablemente equivocadas, que hay un rasgo de frialdad en algunas culturas orientales que me repugna hasta los tuétanos: la frialdad con la que estos orientales son capaces de convertir en cosas a los seres vivos y, en consonancia, demostrar una absoluta incapacidad de empatía con el sufrimiento que les causan. Animales despellejados y hervidos vivos como ejemplo más notorio. Como no entiendo su sufrimiento, no hago nada por acortarlo. Occidente masacra animales,  pero entre el cinismo y la verdad, algo hacemos para que el trance sea lo menos cruel posible. Que se consiga o no, es otra cosa, seamos claros. Pero vuelvo al núcleo de la cosa: las personas y las cosas; las personas convertidas en anónimas cosas con las que se puede perder toda empatía. ¿Es posible? Me temo que si, y muy cerca.
En las imágenes de los disturbios de Barcelona, al igual que ocurre en muchos otros sitios, hay un momento en el que los manifestantes violentos pierden el norte y los policías que tienen delante pierden la condición, no ya de servidores públicos etc, sino de “personas”. Sólo así me puedo explicar que chavales jóvenes que no tienen ninguna amenaza vital de la que defenderse, busquen la forma de hacer todo el daño posible lanzando cosas con otras cosas capaces de reventarle el casco a un policía -algo nada sencillo - o ser capaces de intentar derribar un helicóptero -objeto inanimado - aunque esté lleno de otras cosas llamadas “personas”.
Me intriga mucho esa pérdida de la condición humana que, a ojos de estos jóvenes, sufren los policías o los que se ponen delante para detener sus locuras. No basta con la maldad, debe incluirse un odio ciego en la ecuación para despejar la x de esa incógnita; pero ese odio ciego debe ser cuidado, sembrado y regado con esmero para conseguir el efecto completo: si hay una fisura, es posible que una cara, un gesto de dolor o un grito, rompa en el hechizo y el policía recupere la condición de persona y todo se vaya al carajo: los jóvenes cachorros podrían ponerse a pensar y eso, ya lo sabemos, es muy malo para la causa.
Por si alguien piensa que esto es algo nuevo, lamento confirmar que esta situación es muy vieja y que ha demostrado que, una vez la persona se vuelve cosa, el resto de las aberraciones son sencillas, tan sencillas como meterlas en cámaras de gas; llenar los “gulags” de siberia o los campos de Camboya. A unos los llamamos nazis, a otros jemeres y a lo de Stalin se les puede llamar cualquier cosa, pero básicamente era único y exclusivo de una de las mentes más perversas y retorcidas que conocemos, el caso es que da igual el nombre: lo esencial es despreciar al otro hasta convertirlo en cosa. El resto, como la independencia de Catalunya, es lo de menos, una mera excusa.

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