Madrid, en una acción loable, acogerá la cumbre del clima que
debería tener lugar en Chile, país que no puede garantizar su celebración en
paz y tranquilidad. No es que por aquí nos sobre mucho de eso, pero lo suficiente
como para que Ifema haga caja, los hoteleros suban precios y el gobierno quede
bien con los que seguirán ostentando -eso sí es generoso – la presidencia del
acto.
Centrada la cosa, pasemos a analizar el papel -posible
papel, que todavía no se ha cerrado – de la tal Greta Thunberg, que ya ha
pedido ayuda para asistir a tan magna celebración. Lo primero que parece claro
es que la niña ya ha asumido su trascendencia histórica y asume, con
naturalidad, que ella debe formar parte de este acto. Es mucho suponer para sus
16 añitos, pero parece que ella tiene el cuajo suficiente como para sentirse
llamada atan altos destinos y misiones.
Lo segundo que podemos plantearnos es la coherencia de sus
planteamientos: no viaja en avión y no quiere que mover su cuerpo serrano hasta
Madrid suponga contaminación alguna o subida de la huella de carbono. Ir hasta
NY en velero es posible, pero a Madrid es más complicado acceder por vía
marítima. Siendo 100% coherente, debería ser ella la que planteara la
virtualidad de la cumbre y que los más de 20.000 asistentes pudieran debatir
por vía informática y que nadie, ella incluida y sin dar otra opción a su participación,
tuviera que realizar el contaminante viaje por avión.
Greta ha asumido su papel de símbolo, pero los demás,
políticos en primer lugar, deben saber usar los símbolos para mover los cambios
sociales hacia lo posible. Greta hace muy bien en reivindicar el uso del velero,
pero el mundo no se puede parar o retroceder hasta la época en la que los “trade
winds” marcaban el devenir de la sociedad. Ella es la vanguardia extrema,
necesaria y ultramontana, pero el resto debemos aspirar a lo posible y a lo
factible y debemos encontrar la manera de incorporar al símbolo en el camino de
lo práctico y lo viable.
Siempre, la vanguardia marca el camino de lo ideal y el
tiempo y la sensatez deben encontrar lo posible y lo adecuado o menos malo. El
problema, hoy, es que ese camino hacia lo adecuado y lo posible está bloqueado por
una clase reaccionaria que sigue controlando los resortes del poder e impide el
avance por mucho que los datos reclamen de nuestras más inmediatas acciones.
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