domingo, 26 de noviembre de 2017

La era de la imbecilidad



He aquí un imbécil amparado por las redes sociales

Como suelo hacer en estos casos, tiro del diccionario para centrar el texto y que los conceptos queden claros:
imbécil
Del lat. imbecillis 'débil', 'enfermo', 'pusilánime'.
1. adj. Tonto o falto de inteligencia. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Propio o característico de la persona imbécil.
3. adj. Med. Que padece de imbecilidad. U. t. c. s.
4. adj. p. us. Flaco, débil.
De las definiciones anteriores, me gusta especialmente la que hace alusión a la debilidad, a la falta de espíritu propia del pusilánime que, en su ignorancia, trata de buscar la fuerza intelectual que le falta mediante la asunción de un pensamiento cerrado e indubitable sobre el que edifica su existencia. Erich From nos avisó sobre el miedo que acosa al que quiere ser libre y abrazar su libertad como un proceso de duda permanente y ese panorama, para el pusilánime, para el débil, es un terreno prohibido que le bloquea y ante el que se refugia en cualquier covacha intelectual que le aporte lo que no tiene: una verdad indestructible y cerrada que no admite la duda.
El imbécil contemporáneo es hoy una persona feliz que cuenta con todos los elementos de apoyo antes vedados para él: Internet y las redes sociales le ayudan, le refuerzan, le aceptan como miembro de cualquier grupo generado en torno a cualquier estupidez imaginable. Da igual que hablemos de religión, de cosmología, política, geografía o medicina: siempre habrá un entorno favorable a la estupidez que le evite enfrentarse a una realidad cada vez más compleja y cada vez más escurridiza. No hay problema.
Verdades que casi todos asumimos y manejamos como ciertas, acaban desmenuzadas a la indestructible luz de la imbecilidad más absoluta sin que la realidad pueda destruir los falaces argumentos probatorios que el imbécil necesita para vivir su tranquilidad en el seguro refugio del absurdo.
Mientras la ciencia avanza, mientras la cultura teje el inmenso tapiz de investigaciones y documentos compartidos que podemos encontrar en internet, el imbécil busca esos reductos dedicados a la estupidez y los encuentra sin problema alguno. El último reducto conocido, quizá uno de los mejores ejemplos de la imbecilidad reforzada por la falta de inteligencia, es el dedicado a la demostración de que la tierra es plana. Para estos idiotas voluntarios, no cabe más ciencia que la derivada de ponerse delante del mar y comprobar que, efectivamente, la línea del horizonte es plana. Una vez realizado tan complejo experimento, se vuelven a sus casas convencidos de su verdad y a otra cosa, mariposa. ¿De qué sirven las fotos de la NASA, los testimonios de aquellos que orbitaron el planeta y demás testimonios indubitables? De nada: la realidad se ha convertido en algo ajeno a sus débiles espíritus, esos que prefieren no tener que pensar en las razones que hacen imposible que los australianos caigan al vacío por estar “boca abajo” del planisferio terrestre, ese que tantas mentiras ha conseguido establecer como realidades tras el paso de Mercator.
No, hoy los datos no consiguen cambiar las ideas defensivas del imbécil continuamente reforzado por sus correligionarios; del pusilánime amparado por otros de su misma clase que construyen realidades paralelas que les aportan el seguro refugio de un grupo dedicado a su propia falacia. Internet y las redes sociales han creado el monstruo de la seguridad, de la pertenencia, del apoyo del rebaño entregado a la causa y a la defensa del hermano acosado por las oscuras fuerzas de la verdad.
Podemos manejar esta triste realidad para estudiar las causas que hacen triunfar estas mentiras en todos los ámbitos: los grupos anti vacunas; los votantes de un “Breixit” mentiroso y manipulado cuyas mentiras condicionarán la vida de muchos durante mucho tiempo; las muertes causadas por tratamientos alternativos a enfermedades como el cáncer que medran en la desesperación de los enfermos; en la política actual manejada pro gentes sin escrúpulos que prometen imposibles: da igual, la mentira se eleva por encima de cualquier realidad y capta adeptos, imbéciles y pusilánimes que prefieren soñar con la seguridad antes que abrazar la duda como parte de la naturaleza del hombre.
La imbecilidad triunfa amparada en uno de los mejores logros de la inteligencia humana y no tenemos defensa que impida que esta marea derribe las barreras de la lógica. Así de simple.


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