domingo, 12 de noviembre de 2017

Inconsciencia y valentía



En estos días hemos podido comprobar la diferencia existente entre los compromisos personales de los independentistas catalanes y lo que conserva la historia de la actuación de otros,felizmente caducados, que llevaron hasta el final de la locura sus planteamientos maximalistas de una Euskadi libre, independiente y "abertzale".

Los que pudimos vivir aquella pesadilla nos acordamos de los puños en alto frente a los magistrados de la audiencia nacional; de los discursos en euskera y de la insumisión ante aquellas cortes judiciales que jamás fueron reconocidas por los extraviados "gudaris": equivocados,sí, pero consecuentes y valientes ante el enorme castigo que les aguardaba a todos.

Nuestro sistema judicial, afortunadamente garantista y muy respetuoso de las formas, permite a los acusados un enorme acúmulo de estrategias protectoras y defensivas, incluida la mentira y, en este caso concreto, la ignominia de la más absoluta cobardía ante las consecuencias de los actos juzgados. No voy a entrar en la validez de los planteamientos de Forcadell y compañía, pero si me gustaría hacer notar lo que sus actos en la Audiencia Nacional pueden suponer para esa inmensa masa de carne de cañón engañada, seducida y abandonada ante el poder que querían ignorar.

Todas las grandes revoluciones necesitan cobardes que escriban la historia de los mártires caídos y la demencia independentista vivida en Cataluña no va a tener ni a los unos, ni afortunadamente, a los otros, no: solo va a tener a unos seguidores confusos, decepcionados y utilizados al servicio de intereses confusos, egoístas y fracasados.

No me imagino a esta caterva de dirigentes pacatos y timoratos camino de la Bastilla o del Palacio de Invierno, la verdad. No me los imagino afrontando con coherencia la realidad de sus actos y planteamientos frente al poder judicial constituido en tribunal, de ninguna manera. Me los puedo imaginar, eso sí, tergivensando conductas y desmintiendo resoluciones; me los imagino, como siempre, en un juego verbal propio de trileros políticos que esconden sus intenciones en un fárrago de dobles sentidos y posturas confusas, pero nunca enarbolando la bandera de la valentía en defensa de su causa.

Es humano y es comprensible, pero cuando se abraza la grandeza de una causa perdida, debería ser exigible la altura moral y la valentía necesarias para asumir los sacrificios inherentes a los actos delictivos necesarios para alcanzar el fin. Las revoluciones son ilegales, lógicamente, y los estados se defienden castigando a los promotores. Si los líderes salen corriendo como ratas y desmintiendo la gloria de la idea, no queda nada.

Al igual que la tradición de la marina fue burlada por Francesco Schettino, capitán deshonrado del Costa Concordia, la mística de la revolución se ha visto traicionada por los dirigentes de un procés que se han mostrado, una vez más, soberbios con el débil - apaleados y arrinconados los miembros de la oposición en el Parlament - y rastreros con el poderoso estado del que esperan sus garantías y protecciones a cambio de esconder su traición.

Mal va la cosa cuando las revoluciones las lideran las ratas.

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